OPERETA

PROLOGO

La última nota resonó en sus oídos. Un eco distante y frio que aun lograba provocarle el más profundo de los escalofríos.

Grito, salto, corrió al escenario, maldijo las sombras que se ocultaban detrás del telón de la enorme opera y cerró los ojos en una vana esperanza de que todo lo que le pasaba no fuera más que una mentira, una vil mentira, una cruel broma del destino.

Podía sentir la ira recorrer su cuerpo, sentía en su boca el sabor del propio acido de su estómago y aun así no podía evitar guardar una leve esperanza. Maddie. Con el sólo recordar de su nombre ese amargo sentir volvía, una sed de venganza, eso era, no podía llamarlo de otra manera. En contra de aquel inepto que no podría distinguir la verdadera ciencia al juego de patrañas que hacía, aquella persona que una vez llamo amigo.

Todo había quedado en el pasado. Su amistad se había desvanecido en el momento que ambos se enamoraron de la misma mujer. La historia más vieja siempre contada… una en la cual siempre un corazón terminaba roto, no importaba la decisión final que se tomará… y ahora sólo podía pensar en la dulce venganza; que no importaba cuanto tiempo tomará, llegaría y al final él sería quien sostendría las cenizas de un corazón que nunca le perteneció.

CAPITULO I

Voces

-Por favor Samantha, concéntrate.- la voz de la vieja anciana se hacía más chillona cada vez que volvía a regañarla, golpeando con una pequeña vara las palmas de sus manos que quedaban paralizadas frente al piano. –Samantha, no te quedes dormida, recuerda, debes de tocar con la gracia de…

-Con la gracia de un cisne…- termino la oración con un tono monótono, fastidiada de las mismas palabras en las clases de piano que ella detestaba. "Instrumento de una señorita con clase" le repetía su madre cada mañana, tratándola de convencer de una idea que jamás adoptaría.

-Samantha, luces demacrada…. jovencita ¿no has dormido adecuadamente?- la mirada fría e intimidante que le clavaba la ponía de una forma muy extrañamente nerviosa. Los ojos casi blancos de la anciana provocarían en el hombre más valiente una vacilación en su hablar.

-Sólo no he podido conciliar el sueño, es todo.

-No distraigas tu cabeza en pensamientos inútiles y aquellas falaces que los jóvenes repiten Samantha, por favor, una jovencita debería…

-Debería marcharse, la clase ha terminado.- se levantó del asiento, bajando la tapa del instrumento y dedicándole una ligera reverencia a su profesora.

-Claro… claro.- respondió confundida mientras observaba el reloj colgado en la pared. –Por favor Samantha, sigue practicando. Has mejorado mucho pero tu impertinencia y poca consistencia podría ser devastador… el progreso que has conseguido es magnífico, no quiero que decaiga… es como sí los mismos ángeles te estuvieran susurrando sus notas.

-Un demonio mejor dicho…- susurro para sí misma recogiendo los cuadernos y libros que cada mañana cargaba para sus lecciones de piano. Volvió a despedirse y abandono el lugar tan pronto como sus pies lo permitieron.

Algo era cierto, no estaba consiguiendo el suficiente descanso que necesitaba. Pasaba noches enteras en vela, sin poder cerrar los ojos escuchaba una voz. No cualquier voz, la voz más hermosa que haya existido. Siempre susurrando su nombre, llamándola, hipnotizando sus más profundos sueños hasta llegar al punto en el que ella misma no podía distinguir la realidad de la enferma pesadilla que sentía que se hundía un poco más a cada noche que volvía a su cama.

Ángeles, pensaba su profesora… ella pensaría más que lo que le susurraba en la noche eran fantasmas.

Odiaba las clases de piano, odiaba tener que levantarse cada mañana y ser arrastrada a la casa de la anciana que no era más que un reflejo aterrador en el tiempo de su propia madre. Ideas tan antiguas que la colocaban en una situación donde no era libre de elegir su propio destino, sólo un camino recto hacia los buenos modales y la alta sociedad que sus padres eran parte y que querían arrastrarla.

Continuo caminando por las solitarias calles llenas de flores. Aún guardaban luto y recuerdo a la cantante de ópera que había fallecido en el incendio. Que a pesar de las opiniones de los periódicos, ella tenía ideas muy diferentes acerca del suceso. Ahora con el extraño rumor que se podía escuchar a su fantasma cantando por las calles, el aire tétrico y de misterio inundaba la ciudad, y ese era un llamado que Samantha jamás podría renunciar.

La muerte de una famosa cantante en el punto cenit de su carrera, con el mundo a sus pies, sin la posibilidad de huir cuando las llamas abrasaron todo el lugar, con un cuerpo que quedo totalmente calcinado sin poder reconocerlo. Pero todos sabían que era ella, que la gran estrella Ember había dejado el mundo mortal de la peor manera posible.

Un accidente, fue lo que dijeron. Pero las sospechas de Samantha iban más allá de eso, conociendo a la perfección el lugar debido a que se había convertido en su escondite preferido cuando quería leer poesía, porque conocía al amable señor que guardaba llaves y hacía limpieza, o cuando quería leer aquellos cuentos "oscuros" que sus padres le prohibían por un tal escritor llamado Edgar Allan Poe. Habiéndose topado en un par de ocasiones con la misma Ember en sus ensayos… algo muy dentro de ella le decía que la tragedia estaba coloreada de todo menos de un accidente.

Era difícil de explicar, una parte en su interior sabía que existía la posibilidad que sus pensamientos estuvieran influenciados por la extraña voz que la acechaba por las noches, pero era un riesgo que debía de tomar. Adentrarse al mundo fantasmal era una idea tan seductora y desafiante que no daría la espalda sólo por las extremistas y apretadas tradiciones de su familia.

-¡Sam! ¿Qué estás haciendo por estos rumbos?- una voz interrumpió su caminar. Girándose se encontró con uno de sus amigos de la infancia, Tucker.

-Acabo de salir de una de las clases de la anciana muerta.

-¿Todavía te obligan a ir a sus clases? Creí que a este punto tus padres te estarían vendiendo a la compañía de la ópera lo más antes posible… ya sabes… con la trágica situación.- colocándose al lado de su amiga, siguió sus pasos.

-Tucker… en primer lugar mis padres aún creen que debería de tomar clases, creen que la anciana mejorará mis modales y segundo, como toda tragedia embarrada con sangre, los tiburones que atrajo se han formado más pronto de lo que crees.

Señalo uno de los nuevos carteles pegados en el muro, muy cerca de un par de flores rojas en pésame de Ember, se encontraba la gran imagen de quien ocuparía el nuevo puesto de diva de la ópera, una silueta sensual envuelta en rosa y un gran letrero con letras pomposas y cursivas ilustraban el nombre de la nueva estrella. Paulina.

-Sam. Ya sabes lo que pienso de Paulina.

-Sí, lo sé, no lo repitas. Porque si escucho otro discurso como los que daba Danny te juro que…

-No es eso, a pesar de todo creo que tú tienes una mejor voz y que…

-Olvídalo Tucker, prefiero ser tragada por el mismo infierno antes que ponerme sobre ese escenario y cantar frente a un grupo apretado y snob de la ópera.

-Aun así creo que tendrías grandes oportunidades ahí.

-Lo dudo.

-Hablando de grandes oportunidades. ¿Crees poder visitar a Danny hoy?

Sam detuvo abruptamente sus pasos, sosteniendo el poco aire que guardaba respondió con toda la naturalidad que pudo.

-Lo siento Tucker, tengo planes de ir a la librería a recoger un pedido especial y luego debo de estar a tiempo en mi casa para uno de los sermones de mi madre.

-Sam. No soy quien para decírtelo ni tú para escucharlo pero… ya han pasado tres meses desde que Danny recobro la conciencia. Creíamos que había muerto, que nos había dejado para bien… pero no fue así, se está recuperando bien Sam pero… ha preguntado por ti…

-Lo siento… yo… tengo que marcharme.

Con la velocidad que su largo vestido le permitía, Sam cruzo la calle para perderse antes de que una carroza pasara. No quería escuchar una palabra más de la situación, no del hecho que "su mejor amigo" había muerto por unos segundos dentro del laboratorio de sus padres debido a un accidente químico. No quería recordar todos los pensamientos que la atacaron cuando se enteró y de ese sentimiento que cobró más fuerza que nunca y que ahora era el mismo que la retenía para visitarlo. No. Era algo que aún no tenía el estómago para enfrentar o para aceptar lo que bien sabía, trataba de ocultar hasta de ella misma. Una verdad que pronto, era consciente, le rompería el corazón.