DEDICADO A: Flor, mi beta y nueva amiga a la que quiero mucho, a Esmeralda Cullen, porque ella me animo a seguir publicando y a buscar ayuda :D.
Muchas gracias a Flor Carrizo, por ser tan paciente y regalarme su amistad, este trabajo también le pertenece. Capítulo beteado por ella.
www./facebook groups / betasffaddiction /
Disclaimer: Los nombres de los personajes y su creación le pertenecen a Stephenie Meyer, la historia NO es mia y le pertenece a Carole Mortimer
Capítulo 1
Bella tuvo apenas tiempo de quitar el seguro antes de que la puerta del apartamento fuera empujada y abierta con violencia y la hiciera tambalear, mientras sostenía la toalla, que se puso con rapidez alrededor del cuerpo, cuando sonó el timbre unos segundos antes, porque tuvo que salirse de la ducha para dirigirse a abrir.
La estatura del hombre que entró empequeñeció más la de ella, apenas un metro cincuenta y dos centímetros. Sin embargo, le vantó sus grandes ojos cafés desafiantes hacia él, disimulando con éxito el nerviosismo que sentía por aquella intromisión.
—No sé quién es usted...
—No —reconoció él con brusquedad—. ¡Pero yo sí sé quién es usted!
Su acento era norteamericano, sin duda alguna.
—Eso es evidente —contestó ella con voz lenta—. Si busca dinero o joyas, debo decirle que nada de eso tengo aquí.
Los ojos verdes de él la recorrieron llenos de menosprecio.
—Las mujeres como usted sólo tienen una joya, señora, y aun ésa se arruina un poco con el tiempo.
Bella lanzó una exclamación ahogada ante aquel vulgar insulto y todo su nerviosismo desapareció.
—Si quiere llevarse las cosas de valor que hay aquí, hágalo y márchese —le ordenó con arrogancia.
La boca de él se torció.
—Usted es muy generosa con lo que no le pertenece, ¿verdad? —contestó el hombre con gesto de desprecio—. Aunque, desde lue go, no tiene la menor idea de lo que es moralidad, ¿no es cierto?
— ¿Cómo dice? —exclamó ella enarcando las cejas en una expre sión indignada.
—No es conmigo con quien debe disculparse...
— ¿Es usted algún tipo de fanático político? —preguntó Bella, frunciendo el ceño con desconfianza.
— ¡Cielos, no!
—Entonces, ¿qué es lo que quiere? Si lo que desea es a mí, debo advertirle que tomé un curso de defensa personal.
—Señora, incluso si es experta en judo y en kung fu, no me impedirá hacer lo que me trajo aquí.
Como sus clases de defensa personal no la habían dejado con vertida en ninguna experta y el hombre medía casi dos metros, Bella decidió que él tal vez tenía razón, pero no iba a permitirle darse cuenta de eso.
—Mi esposo está en el dormitorio —le dijo con firmeza, esperan do que la clásica mentira usada en una situación como esa sonara más convincente a los oídos de él que a los de ella.
Los ojos verdes la miraron con expresión burlona.
—Usted no tiene esposo propio... sólo uno ajeno, y yo sé que no está en la ciudad.
Bella frunció el ceño con irritación.
— ¿Está seguro de que se halla en el apartamento correcto? —Tal vez podrían reír juntos de esto una vez que él se diera cuen ta de su error... aunque ella lo dudaba mucho. ¡Este hombre esta ba más allá de un chiste, y la situación nada tenía de gracioso!
En otras circunstancias ella lo habría considerado un hombre atractivo. Tenía un cierto aire libertino en su apariencia, su cabello de un color indefinido, entre dorado y cobrizo, estaba tan despeinado que parecía hecho adrede, para dar la impresión de que acababa de despertar, había una luz de audacia en sus ojos verde oscuro, su boca estaba esculpida con firmeza y su mandíbula cuadrada revelaba fortaleza.
—Este es el apartamento de Jasper Whithlock, ¿verdad? —preguntó él.
—Sí —contestó ella, todavía con el ceño fruncido.
—Y usted es Bella, ¿no? —Ella se puso rígida.
—Sólo a mis amigos les permito que me llamen así.
—Y estoy seguro de que debe tener muchos, nena... ¡todos ellos del sexo masculino! —La miró con expresión burlona.
Su furia la hizo contener la respiración.
—No sé si lo que usted trata es de insultarme...
— ¡Oh, por supuesto que es lo que trato! —dijo él con voz len ta—. ¡Claro que es lo que estoy intentando hacer!
—Nada sabe sobre mí...
—Sé lo único que me interesa. Jasper debe estar loco para involu crarse con una mujer como usted. —La observó con aire crítico—. Desde luego, es muy hermosa...
— ¡Gracias! —dijo ella con sarcasmo.
—En una forma muy terrena... —Con la mirada le recorrió la erecta redondez de los senos y la generosa curva de las caderas—. Pero ciertamente no me parece que usted merezca sacrificar ocho años de matrimonio, una hermosa esposa y dos niños... —agregó con menosprecio.
—Estoy segura de que tiene razón...
— ¡Claro que debe estarlo! Y cuando Jasper vuelva de su maldito viaje, me va a dar las gracias por haber puesto fin a lo que hay entre ustedes dos... después de que lo haya matado —murmuró con aire sombrío—. De bastantes líos lo saqué mientras estuvimos en la universidad, para que continuemos con la misma historia.
Bella se sintió más desconcertada que nunca.
— ¿Estuvo en la universidad con Jasper?
—Sí. Y ahora, cuando Alice llegue aquí, quiero que usted...
— ¿La esposa de Jasper viene aquí? —Frunció el ceño, llena de con fusión—. ¿Para qué?
—No se haga la tonta, o tal vez es más de lo que aparenta. ¡Una amante no contesta el teléfono y habla con la esposa del marido, en el apartamento de este!, a menos que esté decidida a destruir su matrimonio. No se imaginará que Jasper Whithlock vaya a casarse con usted si se divorcia de Alice, ¿verdad? Créame... eso no sucederá nunca. Es posible que Jasper esté enajenado por el momento, pero él me va a escuchar cuando yo le diga que no es más que una pequeña golfa mercenaria.
—Me imagino que lo escuchará —contestó ella y él asintió.
—Mientras tanto, tenemos que convencer a Alice de que está equivocada respecto a lo que hay entre ustedes dos.
— ¿Y cómo se propone hacer eso? —lo interrogó.
—Con el único lenguaje que las mujeres como usted entienden: dinero —le dijo él con la voz cargada de desprecio.
Bella se irguió, sintiendo el resentimiento hasta los huesos.
— ¿De veras? —preguntó con lentitud.
Él asintió, sin que desapareciera su expresión de desprecio.
—Y se necesitará una pequeña actuación de parte suya, ade más, pero estoy seguro de que en eso también es experta —con cluyó.
En otras circunstancias, ella habría puesto a este hombre firmemente en su lugar. Pero, por el momento, estaba demasiado desconcer tada por la suposición que parecía haber hecho sobre Jasper y ella, pero le interesaba oír cómo intentaba manejar la situación.
—Continúe —lo invitó.
—Le he dicho a Alice que usted es mi novia.
— ¿No se le ocurrió algo mejor que eso?
—En el poco tiempo que tuve para pensar, no. —La miró furio so—. Llegué al país apenas ayer...
—Me imaginé que usted no era inglés —dijo ella mirándolo con el mismo desprecio con que él la había mirado antes.
—No soy lo bastante caballeroso para su gusto, ¿eh? Bueno, no sé de dónde sacó ese elegante acento que usa para hablar, pero si no me considera un caballero, yo no la considero una dama.
¡Qué manera de insultar tenía este hombre! Sus padres pagaron una fortuna para que ella adquiriera ese "elegante" acento al que él se refería. Y ella no lo consideraba "elegante"... sólo inglés correcto.
—Me hablaba sobre este maravilloso plan que ha concebido para convencer a Alice de que Jasper y yo no somos amantes —dijo ella con voz aburrida—. Y tal vez sea mejor que me diga quién es usted.
Los ojos verdes brillaron en forma peligrosa.
—Me llamo Edward Cullen. Y le aconsejo que no me irrite, se ñora, ¡bastante furioso estoy ya!
La amenaza fue pasada por alto. ¡Edward Cullen! Ella no te nía idea de cómo era él, no lo había reconocido, pero había oído hablar de él y sabía que cuando se trataba de negocios no había hombre más hábil, había amasado una fortuna y poseía un verda dero imperio de hoteles en su país, gracias a su habilidad comer cial. De todas maneras, tal vez debía poner fin a esto de una vez por todas, antes de que...
—Las mujeres como usted valen dos centavos la docena —le dijo con frialdad—, son parásitos inútiles, que viven de la vulnerabili dad de los hombres casados...
—Señor Cullen...
—Créame, el pensar que debo pretender ser su amante, hace que se me erice la carne —añadió con disgusto—. ¡Necesitaría estar muy borracho para no saber lo que estaba haciendo, antes de que yo le hiciera el amor! Pero estoy seguro de que debe haber muchos otros hombres dispuestos a pagar por sus servicios, de un modo u otro.
Bella estaba muy pálida cuando él terminó. Había olvidado por completo la idea de negar que tuviera algún tipo de relación con Jasper. Aun si ella fuera la clase de mujer que aquel hombre pensaba, no tenía derecho a hablarle de este modo.
—Creo que usted mencionó algo sobre dinero —dijo ella con voz dura.
—Ya sabía que usted no iba a pasar por alto eso.
—Nunca ignoro la mención del dinero, señor Cullen.
—Ya había supuesto eso —dijo él con voz lenta—. Estoy dispues to a pagarle bien por pretender que es mi novia, mientras Alice esté aquí.
— ¿Cuánto?
—Veo que pensar en el dinero pone color en sus mejillas.
Si ella estaba ruborizada era por la furia que sentía ante aquel hombre. ¿Cómo se atrevía a llegar aquí, hacer suposiciones y arro jarle insultos y acusaciones? Tal vez se arrepentiría después de su silencio, pero por el momento decidió posponer las aclaraciones del caso, que demostrarían a aquel tipo lo equivocado que estaba.
—Dije cuánto, señor Cullen —repitió con frialdad.
—Apuesto a que Jasper nunca la ha visto así. Estoy seguro de que usted es siempre dulce y adorable con él.
—No tengo razón para no serlo —declaró ella con veracidad.
—Supongo que él le compró esas pequeñas piedras. —Edward Cullen miró furioso los zarcillos de diamante que ella tenía en las ore jas.
—En realidad, no fue él.
—Entonces debe haber sido algún otro pobre tonto, fascinado por usted —dijo él con tono acusador.
James nunca fue pobre, y ciertamente tampoco un tonto y mu cho menos se había sentido fascinado por ella, pensó con amargu ra
— ¿Qué clase de pago tenía usted en mente, señor Cullen? —pre guntó Bella con voz dura.
— ¿Qué le parecería un brazalete que hiciera juego con los zarci llos?
Sin importar lo que fuera, aquel hombre no era avaro.
—Su amistad con Jasper debe ser muy íntima —comentó ella.
—Eso pensé, pero parece que no es así. Él no me había dicho nada sobre usted...
Bella se encogió de hombros.
—Tal vez se abstuvo, usted no lo aprobaría.
—Ningún amigo lo habría hecho. ¡Ese tonto está casado!
— ¿Y usted también está casado? —Ella no recordaba haber leído algo sobre su matrimonio, pero era posible que lo fuera.
—Mi estado civil no es de su incumbencia.
—Sólo pensé que si Alice es amiga suya, usted podría encontrar se en una situación... difícil si también tiene esposa.
Edward Cullen suspiró.
—No tengo esposa, ni amante, ni alguna relación seria por el mo mento, de lo cual me alegro ya que así puedo sacar a Jasper de este lío.
—Será mejor que me diga con exactitud qué le dijo a Alice so bre nosotros.
—No mucho —declaró él casi rechinando los dientes—. ¿Cómo podía decir algo si no sabía nada sobre usted? Jasper me dijo que no podía prestarme este apartamento durante mi estancia aquí, por que se lo tenía prestado. Yo supuse que era uno de sus colegas del hospital y que le permitía usarlo cuando no era conve niente para ellos hacer el viaje hasta el lugar donde viven. También le dijo ayer a Alice, antes de que se marchara, que alguien estaba usando el apartamento. No le dijo de quién se trataba y, como yo, ella supuso que era uno de sus colegas del hospital, pero hoy se dio cuenta de que Jasper dejó aquí una libreta de direcciones que ella necesitaba, y llamó por teléfono para ver si su colega podía enviár sela. Usted contestó el teléfono —dijo en tono acusador.
Bella recordó en forma vaga la rápida conversación que sostu vo con una mujer que llamó esa mañana, pero colgó en cuanto supo que no era un doctor quien estaba ocupando el apartamen to. Bella no había dado importancia al asunto, pero ahora se daba cuenta de que la mujer que llamó era Alice.
—La pobre mujer está muerta de preocupación —le dijo Edward Cullen con brusquedad—. Pasó a dejar a los niños con su madre y viene en su coche hacia acá.
— ¿Y usted dónde entra en el asunto, aparte de ser amigo de Jasper?
—Alice me llamó por teléfono, después de llamar aquí, para invitarme a cenar mañana y también para preguntarme si sabía algo de usted.
— ¿Cena con la esposa de Jasper cuando él no está aquí? —pregun tó ella en tono burlón, él apretó la boca en un gesto de furia.
—Él vuelve mañana por la tarde. ¡No se imagine que todos tengan su moralidad de gata callejera!
—Si usted es tan puro y decente, ¿cómo podrá Alice creerlo capaz de tener a una mujer en el apartamento de su mejor amigo? —le preguntó en tono de acusadora frialdad.
—El hecho de que ella venga hacia aquí, ¿no le demuestra que ella no me cree? —Los ojos del hombre relampaguearon—. Sabe de masiado bien que yo haría cualquier cosa para proteger a Jasper y eso incluye el mentir por él. Así que tendrá que hacer la actua ción de su vida para convencerla.
— ¿Cómo sabe que no trabajo en el hospital? —preguntó ella con irritación—. Por si lo ignora, hace años que dejan a las mujeres practicar profesiones que antes se consideraban masculinas.
—Alice conoce los nombres de las personas a quienes Jasper per mite hospedarse aquí... ¡ninguna de ellas se llama Bella! —La miró lleno de menosprecio—. A demás, usted no parece tener suficiente cerebro para hacer otra cosa que no sea divertir a un hombre.
¡Un macho prejuicioso, además de todo lo demás!
—No me sorprende que no haya una mujer en su vida en éste momento, señor Cullen —dijo ella con frialdad—. ¡De hecho, me sorprende que, con su opinión sobre nosotras, haya tenido alguna!
— ¿Cómo cree que me formé este concepto?
Ella lo miró de arriba abajo con frialdad.
—Seleccionando el tipo erróneo de mujer, por supuesto. Pero sin duda alguna debe haber sido el único tipo que podía conseguir. Ninguna mujer inteligente debe haber deseado involucrarse con un macho prejuicioso como usted.
—Cerdo —agregó él—. Así es como los llaman ahora, ¿no?
—Un cerdo machista y prejuicioso. —Ella probó los adjetivos para ver cómo sonaban—. Sí, creo que eso se le aplica a la perfección.
—Y ambos sabemos bien la opinión que yo tengo de usted. ¡Así que mi actuación debe ser muy buena, también!
— ¿En qué tiempo se supone que debe llegar Alice?
—Se tarda una hora en llegar de la casa aquí, así que debe hacerlo en cualquier momento. —Frunció el ceño—. Así que será mejor que se vista.
— ¿No sería más convincente si me quedara como estoy? —pre guntó ella en tono burlón.
— ¡Vístase! —ordenó él con brusquedad—. No hay razón para que parezca que acabamos de estar juntos en la cama.
— ¡Ni Dios permita dar la idea de que usted me ha hecho el amor! —contestó ella con ojos relampagueantes.
— ¿Qué edad tiene?
—Veintiséis años —contestó ella y se sorprendió de haber dado respuesta a la pregunta de él—. ¿Qué tiene esto que ver con todo lo demás?
—Me imagino que a su edad ya debe conocer algunas de las cru das realidades de la vida.
La expresión de ella se volvió enigmática.
— ¡Vaya que sí las sé! Sólo que no esperaba ser insultada por un hombre al que ni siquiera conozco... y que, ciertamente, tampoco me conoce —añadió con voz severa.
—Lo poco que sé no me gusta —contestó él con brusquedad—. Pero será mejor que me diga un poco sobre usted misma de modo que esta farsa tenga alguna probabilidad de éxito.
—Me llamo Bella... Higginbotam, soy soltera y, como ya le he di cho, tengo veintiséis años.
Edward Cullen frunció el ceño con aire amenazador.
— ¿Eso es todo?
—A un prisionero sólo se le exigen los datos personales míni mos.
—Deje de mostrarse tan endemoniadamente dueña de sí misma —murmuró él con evidente furia—. Estoy tratando de salvar el ma trimonio de mis dos amigos más queridos... ¡y voy a pagarle por ayudarme!
—Tal vez si se eximiera de hacer suposiciones...
—Ahora va a tratar de hacerme creer que su presencia aquí es de lo más inocente —dijo él lleno de menosprecio.
—Lo es. ¿No se ha puesto a pensar que, si yo fuera su amante, Jasper no les habría dicho a su esposa y a usted nada sobre mi presencia aquí?
—Se lo dijo a Alice para que ella no viniera y la encontrara ins talada aquí. Y a mí por la misma razón. Vamos, Bella, vaya a ves tirse —dijo él con aire cansado—. Está perdiendo el tiempo.
—Si sólo dejara que yo le explicara...
—No quiero oír detalles —dijo él con brusquedad, instalándose en un sillón—. Después de esta noche, no quiero volver a verla en mi vida
—Supongo que a usted no debe interesarle que yo fuera a salir esta noche, ¿verdad? —Ella suspiró.
—No me interesa de modo alguno—confirmó él—. Recuerde que, por lo que a usted se refiere, Alice viene aquí a recoger una libre ta de direcciones. No la llene de turbación haciéndole sospechar que sabe sus verdaderas razones.
Ella salió de la habitación después de dirigirle una mirada llena de indignación. El haber vivido con la arrogancia de James había sido bastante frustrante, pero aceptar una altanería más profunda de un extraño, era inconcebible para ella.
Pero él no era un desconocido total. Había oído hablar demasiado de Edward Cullen en el mundo de los negocios durante las últimas semanas, y ahora el hombre aparecía decidido a que ella lo obede ciera. ¡Bueno, esta noche iba a recibir mucho más de lo que espe raba!
.
o0o0o0o0o0o0o0o0o0o0o
.
Le daba los toques finales a su peinado cuando oyó que llamaban a la puerta. Apagó el secador para oír el murmullo de voces en la sala: una voz femenina y la de Edward Cullen. ¡Ella esperaba que su capacidad de actriz fuera tan buena como él parecía creer, por que la iba a necesitar durante los próximos segundos!
La pareja que estaba en la sala no se dio cuenta de su presencia y Bella aprovechó la oportunidad para observar a Alice. Era una mujer pequeña y bonita, con cabello negro corto, ojos azules de espesas pestañas oscuras, más o menos de la edad de ella, que hablaba con Edward Cullen con aire preocupado. Los dos parecieron dar se cuenta de su presencia al mismo tiempo, porque se volvieron hacia ella en forma simultánea.
Fue una suerte para Edward que la otra mujer tuviera vuelta la cabeza hacia ella, también, porque se quedó con la boca, literal mente, abierta cuando miró a Bella. Esta sabía el impacto que causaría y se vistió con esa idea en mente. El vestido negro con pequeñas motas doradas en el escote, el corte era de estilo casual pero elegante, con un escote moderado y tirantes gruesos. Se ce ñía a la perfección a su figura, hasta la altura de las rodillas. A par tir de ahí surgían desnudas sus piernas, largas y bien torneadas, con sus zapatillas doradas, de tacones altos que agregaban casi ocho centímetros a su estatura. Su cabello era de un profundo tono chocolate, que a la luz reflejaba destellos rojizos y su maquillaje era dramático, mucho más pesado que el que usa ba normalmente. ¡Edward Cullen vería por qué un hombre, casa do o soltero, podía perder la cabeza por ella!
—Espero no haber tardado demasiado, cariño. —Entró movién dose con gracia, le echó los brazos al cuello y lo besó en la boca, mientras él permanecía inmóvil, petrificado de la impresión—. Y usted debe ser Alice. —Se volvió hacia la otra mujer, sonriendo con expresión cordial—. Jasper me ha hablado mucho de usted.
— ¿De veras? —Alice pareció sorprendida.
— ¡Oh, sí! Y de sus dos adorables hijitos. Fue muy amable de parte suya dejarme usar su apartamento. —Miró con ojos muy du ros a Cullen, antes de salirse de sus brazos—. ¿Encontró la libreta de direcciones que buscaba? —Le sonrió de nuevo a la otra mujer.
—Pues... sí, gracias. —Alice parecía sentirse incómoda.
— ¡Qué bueno! Espero que no le moleste que Jasper me haya prestado su apartamento. El incendio casi destruyó mi sala, aun que los decoradores la tendrán lista muy pronto. ¿Qué le parece si nos sentamos? —preguntó con cortesía.
Alice se dejó caer en el sofá, mientras Bella se deslizaba en forma más graciosa, con la apertura de su falda revelando la ma yor parte de su muslo, cuando cruzó una rodilla sobre la otra.
— ¿Un incendio? —preguntó Alice asombrada.
— ¡Aja! —Asintió Bella, y se volvió a Cullen quien permane cía de pie del otro lado de la habitación, mirándola—. Mi amor, ¿por qué no te sientas? Estoy segura de que Alice no tiene prisa...
—Yo... yo creo que voy a tomar un trago primero —dijo con de cisión—. ¿Les sirvo algo, señoras?
Ambas declinaron y Bella se volvió hacia Alice, porque supu so que ella permanecía esperando todavía la respuesta a su pregun ta
—Detesto que la gente fume —dijo en tono confidencial y tuvo que contener la risa al ver que Cullen estaba sacando su cigarrera de oro, pero la volvía a guardar a toda prisa—. Pero aho ra me niego en forma rotunda a que lo hagan cerca de mí —añadió con firmeza. Todo buen humor había desaparecido de su expre sión—. Una invitada en mi apartamento olvidó la otra noche un ci garrillo encendido que cayó debajo de la mesa de centro de mi sala. Cuando yo me había ido ya a la cama, se incendió la alfombra.
— ¡Oh, qué terrible! —exclamó Alice—. ¿Usted sufrió quema duras?
—Inhalé mucho humo antes de que un vecino echara abajo la puerta —reveló con brusquedad, dándose cuenta de la atención con que Cullen estaba escuchando ahora—. Me tuvieron en el hospital, en observación, pero ya estoy bien.
Alice miró con aire acusador a Edward Cullen.
—No me dijiste nada de esto.
—En realidad, yo misma no se lo había dicho —explicó Bella con sinceridad—. Yo sé que a él le hubiera disgustado que tuviera una fiesta en su ausencia, puede ser muy celoso.
— ¿Edward... celoso? —preguntó Alice con incredulidad.
— ¡Oh, sí! —Bella asintió con la cabeza—. Además, nada po día hacer, se encontraba en Estados Unidos.
—Entonces, Jasper debió decírmelo —murmuró Alice.
—Apenas sucedió el pasado fin de semana —dijo Bella, a mo do de disculpa—. Y ahora que Edward está aquí, me puedo olvidar de lo sucedido.
Alice movió la cabeza de un lado a otro.
—Ustedes dos parecen ya tan unidos... y, sin embargo, Edward no nos había dicho una palabra sobre usted.
—El propio Edward no está todavía muy acostumbrado a nuestra relación —dijo en tono confidencial—. Me temo que lo asusta un poco la rapidez con que nos enamoramos.
— ¿Están comprometidos en matrimonio? —exclamó Alice.
—Yo... —Edward enmudeció.
—Él es demasiado viejo para un noviazgo formal —lo interrum pió Bella—. Así que decidimos casarnos sin anuncio previo.
Ella se mantuvo muy seria, mientras Edward parecía a punto de ahogarse con el whisky y su rostro se ponía escarlata de furia.
— ¿Cuándo? —preguntó Alice con voz chillona.
—Bueno, todavía no hemos fijado la fecha, pero...
—Pero puedes estar segura de que tú y Jasper seréis los primeros en saberlo, una vez que nos decidamos —intervino Edward con de cisión—. Yo pensé que íbamos a guardar eso en secreto por algún tiempo todavía.
Bella enarcó las cejas con aire inocente.
—Pero no cuando se trata de amigos tan buenos como Jasper y Alice.
—De todos... —Él parecía estar escupiendo fuego.
—Bueno, tú no me lo dijiste así, cariño —dijo ella con voz sua ve, apoyándose en su silla—. Siento mucho haber arruinado tu sor presa.
—No importa—dijo él con brusquedad.
—Me alegra mucho que me lo hayáis dicho. —Sonrió Alice y to das sus dudas parecieron esfumarse ante tal anuncio—. Jasper se va a poner muy contento, también. —Se volvió hacia Bella—. Invité a Edward a cenar mañana en la noche, antes de comprender lo seria que era la relación de ustedes, por favor, venga también, Bella.
—Me parece muy bien —aceptó Edward a toda prisa—. Iremos con mucho gusto, ¿verdad, mi amor?
—Sí —contestó ella en tono cortante—, desde luego.
—Bien. —Alice pareció aliviada de que el encuentro hubiera resultado tan diferente de lo que ella había esperado.
— ¿No quiere tomar un café antes de irse? —sugirió Bella con sincera cordialidad. Aquella mujer le simpatizaba y admiraba su valor de querer luchar por su marido, si era necesario.
—Creo que sí, muchas gracias —aceptó Alice.
—Yo te ayudaré, Bella —intervino Edward Cullen con firmeza y la siguió, pero la hizo volverse hacia él en cuanto llegaron a la privacidad de la cocina—. ¿Qué juego se trae entre manos? —le pre guntó furioso.
Ella lo miró con expresión iracunda y le quitó con violencia la mano que le había puesto en el brazo.
—No estoy jugando a nada, señor Cullen —le contestó con brusquedad—. Usted no ha hecho más que insultarme desde que llegó aquí. Me prejuzgó mal e hizo otro tanto con Jasper...
—Alice tal vez se tragó esa historia del incendio y la inhalación de humo, ¡pero no espere que yo sea tan crédulo!
— ¿Qué se necesitaría para creerlo? —preguntó furiosa—. ¿Quemaduras de tercer grado?
—Yo sé que no hay ninguna quemadura. He visto el sesenta por ciento de su cuerpo, ¿recuerda?
—Tiene razón, señor Cullen. No hay quemaduras.
Sólo la rápida intervención de su vecino pudo salvarla de la muerte. Ella se había tomado una pastilla para dormir antes de acostarse esa noche, como lo hacía siempre y no se dio cuenta del peligro hasta que Riley Biers la sacó del apartamento lleno de humo.
—Ya lo sé —insistió Edward Cullen con menosprecio—. Pero fue una buena historia, y Alice se la creyó. Es esa idea del matrimo nio entre nosotros que le ha dado a Alice lo que no me gusta.
Bella lo miró sin parpadear.
—Me pareció un buen detalle —aclaró ella.
— ¿No se da cuenta de que nos ha puesto en una situación difí cil?
—A mí no me incluya en eso —dijo ella moviendo la cabeza de un lado a otro—. Yo lo he puesto a usted en una situación difícil, no tengo la menor intención de ir mañana a cenar a la casa de Jasper. Tendrá que ofrecerles mis disculpas.
—Tiene razón —dijo él en tono de menosprecio—. Dudo mucho que Jasper tenga la desfachatez de pasar una velada con su esposa y su amante.
—Estoy segura de que usted sí tendría lo que se necesita para hacer una cosa así. Ahora, ¿tiene la bondad de ir a hacerle compañía a su invitada? El café estará listo en un momento.
—Pero no más bromas sobre eso de que vamos a casarnos —le advirtió.
— ¿Y si insisto?
—Espere y verá. —Él le dirigió una sonrisa sin humor, había desafío en los ojos verdes entrecerrados—. Parecen gustarle las sor presas —dijo en tono burlón, antes de reunirse con Alice en la sala.
No había habido muchas sorpresas en la vida de ella, y muy pocas fueron agradables. En cambio, las impresiones que había recibido en los últimos años, nada tenían de gratas. Desde el punto de vista de Edward Cullen, el aspecto exterior de ella había salido mejor li brado que el interior. Él ciertamente no creía lo del incendio en su apartamento. ¡Se habría mostrado todavía más escéptico respec to al resto de su vida!
Salió de sus cavilaciones cuando notó que el café estaba listo, lo sirvió en tazas y lo llevó a la sala.
Alice se mostró muy tranquila mientras bebía el café, era evi dente que de su mente había desaparecido toda sospecha respecto a su marido. A pesar de que detestaba cordialmente a Edward Cullen, Bella se alegró de que hubieran logrado eso. Ninguna mujer de bía ser sometida a la tortura de creer que su esposo tenía otra, cuando no era verdad. ¡Bastante horrible era soportarlo cuando era cierto!
—Ustedes nos avisarán cuando decidan la fecha de la boda, ¿ver dad? —preguntó Alice—. Yo sé que a Jasper no le gustaría perderse ese gran acontecimiento, desde hace años dice que Edward no iba a casarse nunca. Estoy segura de que él no sabe lo seria que es la relación entre ustedes.
—A nosotros mismos nos ha tomado por sorpresa—dijo Edward.
— ¡Oh, sí! —exclamó Bella—. Pero ahora que he logrado arran carle esa promesa, no pienso ya soltarlo.
Lo miró con aire desafiante al sentir que él se ponía rígido.
—No hay prisa —murmuró él, dirigiéndole una mirada feroz.
—Ninguno de nosotros dos se está volviendo más joven, Edward —contestó ella en tono de ligera burla.
—Treinta y cinco años no hacen viejo a un hombre.
—Sí lo hacen para un primer matrimonio —insistió ella—. No hace mucho tiempo, la gente hubiera pensado que había algo raro en ti —añadió en tono de broma.
Él cubrió con su mano la que ella le tenía apoyada en el brazo, y la oprimió con fuerza en un gesto que, a un observador, le habría parecido de cariño.
—Los dos sabemos lo equivocada que habría estado esa suposición acerca de mí —dijo rechinando los dientes—. ¿Verdad?
Su mano estaba oprimiendo en forma dolorosa los dedos de ella
—Por supuesto que lo sabemos, cariño. —Le dirigió una sonrisa llena de coquetería y de triunfo, porque había logrado enfure cerlo de nuevo—. Yo sólo estaba haciendo notar que no debemos posponer demasiado tiempo la boda.
—Yo no creo que sea bueno precipitarse cuando se trata de una cosa tan seria como es el matrimonio.
Ella se echó a reír con ligereza.
—No estaríamos precipitándonos, en realidad. Yo no... —Su si guiente burla fue interrumpida cuando los labios firmes de él des cendieron sobre los suyos. El breve contacto de la boca de Edward Cullen le demostró lo furioso que estaba, era la primera vez que tenía tanta intimidad con un hombre desde...
—Creo que es hora ya de que me vaya —murmuró Alice con una risilla y se puso de pie—. Espero que no le haya molestado el que haya venido a recoger la libreta... —Una vez más eludió la mirada de Bella—. Yo... yo los veré mañana.
—Yo... —tartamudeó Bella.
—Sí, estaremos ahí sin falta —intervino Edward con firmeza, sin darle oportunidad de decir más. Se puso de pie y se reunió con Alice en la puerta—. Dile a Jasper que lo llamaré por teléfono ma ñana.
—Yo también —agregó Bella con decisión y no hizo esfuerzo por reunirse con ellos, mientras Edward acompañaba a Alice al ascensor.
Estaba de pie frente a la ventana, tratando de decidir lo que ha bía sentido cuando Edward la besó, pero en ese momento sintió que él había vuelto a la habitación. No tenía, en realidad, muchos be sos con los cuales comparar el de Edward. Desde luego, la había to mado por sorpresa
—No va a llamar a Jasper mañana, ni nunca —dijo Edward con voz helada.
— ¿No? —preguntó ella.
—No. Ya se ha divertido lo suficiente esta noche, pero el juego ha terminado. Quiero que empaquete sus cosas y se vaya de aquí.
— ¿Y adónde se supone que debo ir?
—Encuentre algún otro tonto decidido a sostenerla en la vida a la que se ha acostumbrado —dijo él con violencia—. No me impor ta adónde, pero váyase.
—A Jasper no le va a gustar esto. —Edward Cullen la miró con disgusto.
— ¡Jasper no tardará en comprender lo tonto que ha sido!
— ¿Usted cree? —Ella frunció el ceño, con expresión pensativa.
—Lo sé —contestó él con voz firme.
—Es probable que lo conozca mejor que yo, pero no tengo inten ciones de irme de aquí esta noche.
—Escúcheme bien, señora...
— ¿Por qué no tiene la bondad de dejar de decirme "señora" en ese tono lleno de desprecio? —preguntó ella con frialdad—. Usted y yo sabemos que me considera todo, menos una "señora"...
Él la miró con los ojos entrecerrados, sus pestañas espesas ha cían un extraño contraste con el tono verde de sus ojos.
—Con esa actitud arrogante que tiene, bien podría conseguir un conde, o algo así. ¿Por qué escogió a Jasper?
—Él es un doctor muy eminente.
—Pero no pertenece a la jet-set.
—Yo no estoy interesada en la llamada jet-set. Me gustan los hombres inteligentes e interesantes, Jasper es ambas cosas —añadió.
— ¿Insinúa que yo no lo soy?
Ella enarcó las cejas en un gesto lleno de frialdad.
—Pensé que la idea era que yo no lo encontrara atractivo, le gustaría, ¿no es así? —preguntó en tono burlón.
—Así es —contestó él, conteniendo la respiración un momento.
—Puedo asegurarle que de ninguna manera me parece atractivo.
—Yo presentaré sus disculpas a Alice y Jasper mañana —rugió él—. Sólo váyase de aquí antes de que él vuelva a la ciudad.
— ¿Y si no lo hago?
—No tendrá el brazalete de diamantes que le he prometido, Bella. Y ése es un regalo que Jasper, a pesar de su habilidad como doctor, no puede comprarle.
Algo en ella estalló. La invadió una furia sorda contra aquel hombre y todos sus congéneres arrogantes como él.
— ¡Yo no quiero su brazalete, señor Cullen! —le dijo con alti vez—. Lo ayudé esta noche porque... porque yo sé cómo debe estarse sintiendo Alice en estos momentos.
—Usted ha sido reemplazada algunas veces, ¿no? —exclamó él.
Ella enrojeció, a causa de la furia que sentía.
—En realidad, sí.
—Las castañas pequeñas y regordetas ya no están de moda en estos momentos, ¿verdad?
—Tal vez sea pequeña y castaña, pero ciertamente no soy regordeta —protestó Bella.
—Digamos que está… bien dotada.
—Soy curvilínea —replicó ella, pensando en lo ridícula que se había vuelto aquella conversación—. No tengo tiempo para esto. Tenía una cita hace media hora, tengo que irme.
—Yo tampoco tengo tiempo que perder —contestó él—. Una arpía rica está tratando de comprar algo que yo quiero, y consi dero eso mucho más importante que estar aquí, discutiendo con usted.
— ¿Usted no es rico también, señor Cullen? —preguntó ella en tono burlón.
—Yo trabajé duro para obtener lo que tengo, no me dieron todo con cuchara de oro.
—Se supone que la gente rica nace con "cuchara de plata".
—No en este caso —protestó él en tono sombrío—. Para Isabella Whiterdale todo ha venido envuelto en oro, desde la cuna. Nació con dinero, se casó con un hombre rico y ahora está tratando de usar parte de ese dinero para comprar una propiedad que deseo para mí.
—Tal vez la señora Whiterdale la desea tanto como usted —dijo Bella.
—Las mujeres como ella no tienen deseos ni necesidades, lo úni co que les interesa es el poder.
—No creo que usted la conozca siquiera. ¿Cómo puede saber?
—Lo sé —la interrumpió él con firmeza—. Como sé que usted no va a volver a ver a Jasper.
—Eso va a ser un poco difícil.
—Puedo hacerle la vida muy desagradable si no acepta.
—Señor Cullen, creo que hay algo que debe saber...
— ¿Sobre usted? No lo creo.
—Va a lamentar no haberme escuchado —sugirió ella con énfasis.
—No lo creo.
—Es importante.
— ¡Tan importante como debe ser para usted pintarse las uñas de los pies! —rugió él con desprecio—. ¡Parece una maldita provocadora!
— ¿Es un crimen querer verse bien? —replicó ella en tono defen sivo.
—Supongo que no, cuando no se tiene otra cosa que hacer. Ahora, terminemos de una vez con esto —añadió con decisión—. Cómprese un collar a juego, con las mismas piedras del brazalete y haré arre glos para que se hospede en un hotel, hasta que pueda encontrar... algún otro lugar donde vivir, siempre y cuando se cambie de aquí mañana y no moleste nunca más a Jasper.
— ¿Y si no lo hago? —preguntó ella de forma desafiante.
—Ya le he dicho que puedo hacerle las cosas muy desagradables.
Ella sonrió, confiada en que nada podía hacer que la lastimara.
—Va a sentirse muy tonto cuando descubra el error que come te.
—Usted está hospedada en el apartamento de Jasper, así que no me cabe la menor duda —sentenció Edward.
Bella sintió que a él lo empezaba a inquietar la calma que ella demostraba, esa convicción la hizo sonreír de forma más amplia.
—No, de eso no hay duda —reconoció.
—Y esa historia del incendio es puro cuento —la acusó.
— ¿Usted cree?
— ¡Oh, al diablo con esto! —Él se movió con inquietud—. Las jo yas le serán entregadas aquí mañana. Asegúrese de irse.
— ¿No cree que debería hablar con Jasper primero sobre lo que está haciendo? —razonó ella.
— ¡No, no voy a hacerlo! —Cerró con violencia la puerta del apartamento.
Bella dejó escapar el aire en un tenso suspiro. Movió la cabeza de un lado a otro y bajó después la mirada hacia su reloj de pulse ra, iba a llegar más de una hora retrasada a la cena a la que había sido invitada.
Pero no pudo menos que preguntarse, mientras se dirigía al res taurante, cuál sería la reacción de Edward Cullen una vez que ha blara con Jasper al día siguiente.
Espero que la historia sea de su agrado, nos leemos en el próximo. Besos
