Título: La dècouverte
Autora: FanFiker_FanFinal
Pareja: Miles Edgeworth/Phoenix Wright
Rating: M
Avisos: Relación hombre/hombre, escenas subidas de tono, Miles Edgeworth tratando de reponerse a sus emociones, etc.
Spoilers hasta AA5.
Disclaimer: Gracias, Capcom, por estos bellos personajes cuyas relaciones me provocan mariposas en el estómago.
Notas de autor: ¡Hola! Como todo buen 17, y porque esto ya se ha convertido en una promesa, ahí va otro fic. Tendrá varios capítulos, publicaré una vez a la semana. Por favor, tanto si te gusta, como si no, te agradeceré comentarios.
Resumen: Ahora que Maya Fey y Phoenix Wright salen juntos, Miles Edgeworth elabora un plan para olvidar su obsesión con el abogado, que consiste en vencer los miedos por exposición, en lugar de ignorarlos o huir. ¿Y qué mejor escenario que una cafetería?
La dècouverte
FanFiker_FanFinal
CAPÍTULO 1. Reconocer la pérdida.
Phoenix Wright. Famoso letrado de un bufete de abogados llamado "Agencia Polivalente Wright", donde han pasado personajes tan excéntricos como una maga, una abogada especialista en psicología analítica y Apollo Justice, experto en leer emociones a través de un brazalete heredado, protagonistas de un artículo donde relataban el gran apoyo recibido por su mentor Phoenix Wright y la hija de éste.
Phoenix Wright no era tan popular como él, pero el destino parecía tener una forma de recordarle el nombre del letrado constantemente. Ya no solo se enfrentaban en juicios o colaboraban en asuntos de la ley, la relación iba más allá, o mejor dicho, la obsesión. Porque desde hacía meses, Miles Edgeworth encontraba esos sentimientos innecesarios de vuelta con mucha fuerza, a pesar de sus constantes intentos por ignorarlos, en pos de su bienestar.
Miles se consideraba muy talentoso; era un genio de la lógica y era admirado por ello; pero los temas sentimentales… Ahí era peor que un abogado novato. Gustaba de llevar el control sobre su vida, su modo de vivir, sus ideales. Los únicos momentos en los que lo había perdido, ese hombre había estado presente, y si bien le había mostrado los acontecimientos transparentes aunque dolorosos, su reacción inmediata siempre había sido huir. Ser cobarde.
Phoenix Wright no parecía tener miedos, y si los tenía, no dudaba en enfrentarlos. El tipo sufría de mal de altura y no dudó en caminar sobre un puente en llamas; se tomó una botella que contenía veneno; adoptó una hija cuando no tenía trabajo; se enfrentó al fiscal más temido de todos los tiempos (le gustaba pensar que era él) y lo encerró entre rejas; confió en un abogado que lo traicionó y defendió a su ex a pesar de que ésta lo llevó al banquillo de los acusados. Una carrera brillante, la de ese Wright. Y ahí estaba, de jefe de abogados del bufete, como si no hubiera estado a punto de perder la vida varias veces.
Se preguntó cómo sería enfrentar la vida como lo hacía Wright. Enfrentar los miedos, en lugar de ignorarlos o huir de ellos, en lugar de enmascararlos con trabajo, trabajo y más trabajo. Sería interesante cambiar, y debido a una reciente noticia, él, Miles Edgeworth, se veía obligado a probar.
Una semana antes.
Cafetería.
Dick Gumshoe lanzaba bocados desesperados a un bocadillo de pollo con mayonesa y lechuga durante su almuerzo, mientras Miles Edgeworth daba cuenta de una fruta y un té. Comentaban los casos en los que ambos estaban involucrados, así como los implicados y sus defensores. Fue entonces cuando salió ese tema. El tema que Miles Edgeworth había estado evitando durante meses (tal vez años), una información casual ofrecida por Gumshoe como si estuviera dando el parte meteorológico.
—¿Sabe, señor? Se rumorea por ahí que Wright se ha decidido a salir con Maya Fey —Edgeworth soltó un muy discreto "mm" a pesar de sentir algo parecido al caos por dentro—. Ella ya llevaba tiempo detrás de él, pero llegó a decir que no le hacía mucho caso… aaaaah, las armas de mujer siempre ganan.
Miles quiso escupirle el té a la cara, decirle que las armas de mujer jamás ganarían a un hombre como él, que Wright solo era un tonto, pero miró hacia otro lado, molesto.
—¿Y de dónde has sacado la información, detective? ¿Aportarías las pruebas de esa afirmación?
Dick se quedó sin palabras por enésima vez cuando hablaba con el fiscal: el hombre no se andaba con rodeos y trasladaba la mecánica de los juicios a su vida real.
—Tal vez sepa usted algo que yo ignore, señor.
—¿Y qué te hace fraguar esa suposición absurda?
—Bueno, si hay algo que Wright contara a alguien, ese sería usted, señor.
A Edgeworth se le atragantaron el té y la fruta, recordó aquel almuerzo como uno de los peores de su vida, y no por la noticia, sino por el hecho de saber que Wright no confiaba en él suficientemente. Toda una desgracia.
Edgeworth apretó el maletín fuertemente, mientras su mirada divisaba el exterior de la cafetería "La dècouverte", una imitación mucho mejor conseguida que el horrendo "Très bien", al menos mucho mejor decorada, más vanguardista, a pesar de que el capuchino dejaba mucho que desear. El fiscal empujó la puerta, de pesado acero, para ser golpeado por el aire acondicionado del lugar. Alguien debería advertirles sobre el uso de éste y comentar que, a pesar de ser mayo, no había necesidad de sentirse un pollo a punto de ser congelado. De cualquier modo, servía para sus propósitos, por lo que dirigió sus pasos hacia la mesa más alejada de la puerta y la más próxima a la barra, en el lado de la ventana, de modo que se podía vigilar quien entraba y quién se acercaba a pedir, apartándose de la vista de los camareros y del visitante. Decidió dejarse la chaqueta encima (se quedaría frío enseguida), puso el maletín sobre la mesa y sacó un portátil con ratón táctil. Alzó la vista para localizar su blanco: en la zona opuesta de la cafetería, ataviada con un bonito traje negro con falda y delantal blanco se encontraba Maya Fey, tomando nota de la orden de la mesa siete. Llevaba el cabello recogido en una cola de caballo, a su vez rematada por un moño para poder recogerse toda esa longitud. La observó con detenimiento: ya no era la Maya Fey con cuerpo de adolescente, sus curvas se habían pronunciado y su rictus adulto le conferían una belleza particular. Sin ser tan exuberante como su hermana, podía captar la atención de los hombres en general. Miles Edgeworth tosió ante sus pensamientos justo en el preciso instante en el que una camarera se acercó a atenderle. La camarera era joven, con rasgos latinos, cabello azabache liso, parecía llevar exceso de maquillaje y una sensación de seguridad apabullante. Edgeworth pidió un té con limón y unos aperitivos para pasar el rato, mientras observaba a Maya Fey ocasionalmente por encima de su portátil. Por suerte, aquel día la joven no había reparado en su presencia, pero tres días después se acercó a su mesa con una sonrisa en el rostro.
—Oh, Edgeworth, hey, ¿cómo estás? Me alegro de verte.
Los ojos de Maya parecían más rasgados de lo habitual, la mandíbula, más pronunciada, inclusive los labios parecían más llenos y amplios. Sin duda, una Maya Fey muy cambiada, pero igual de femenina. Llevaba años sin verla. Repasó tal vez con demasiado descaro su indumentaria.
—¿Te gusta? Es nuestro uniforme. El jefe quería que vistiéramos de rojo, pero alguien le convenció de que no quedaría demasiado profesional. Apuesto a que no estarías de acuerdo.
Maya sofocó una risa y Edgeworth no supo qué responder. Por suerte, alguien de la zona de enfrente llamó su atención y Maya se volvió.
—Esta no es mi zona de servicio, pero si necesitas algo no dudes en pedirme como tu camarera particular, pediré que me cambien la zona —y se alejó a paso rápido.
"Eso no va a suceder, señorita Fey".
Miles tenía una paciencia infinita. Durante años había batallado con el duelo de perder a un padre siendo niño, durante años se esforzó por crecer bajo el mando de un Von Karma, y durante años había sufrido creerse asesino de Gregory Edgeworth, mentira que desmontó Phoenix Wright gracias a su increíble suerte y las incansables ganas de hacerle parecer inocente. Antes de darse cuenta, era un habitual de "La dècouverte". El problema es que la camarera que lo atendía parecía haber forjado un interés en él más allá del profesional. Le dejó en varias ocasiones su teléfono escrito sobre un papel, que Edgeworth tiró a la basura sin dilación.
—Si usted está más interesado en esa camarera, debería elegir sentarse en su zona. No podrá atenderle si se pone aquí —el descaro de la mujer maquillada exacerbadamente refiriéndose a Maya hizo a Edgeworth elevar la vista, molesto.
—No deseo cambiar de mesa, esta es de mi agrado, así como el servicio. No me agradan, sin embargo, las notas que encuentro después de abonar la cuenta. ¿La propina no es suficiente? No voy a darle algo en lo que no estoy interesado.
La franqueza del tipo pareció desarmar a la camarera, que enrojeció y respondió:
—Le ruego me disculpe si le he importunado. Estoy acostumbrada a ser demasiado directa con quienes me interesan. Una sola respuesta habría bastado, mi ego de mujer no va a sentirse herido.
Edgeworth suavizó la mirada, y una ligera sonrisa apareció sin saberlo.
—Me disculpo. Tiene usted razón, merece una respuesta. Siento no poder darle lo que pide. No estoy interesado.
—¿Está usted casado?
—No voy a responder a esa pregunta, soy muy discreto, y si mi discreción no va a ser respetada en este lugar, no dudaré en buscar otra cafetería de mi gusto.
—Me llamo Adalith. Ya me ha quedado claro que no está interesado en mí. Sin embargo, le pediría que siguiera viniendo, por favor. Los clientes habituales no son tan elegantes como usted, y así me alegro la vista.
La mujer debía tener un ánimo incorruptible, porque le guiñó un ojo y se marchó. La mirada de Edgeworth se perdió en la lejanía viéndola marchar, porque por un milisegundo, esa mujer le había recordado a su rival en los juzgados, y se suponía que debía olvidarlo, no recordarlo en cada ser humano.
Edgeworth se despertó de nuevo, bañado en sudor, agarrando las sábanas con fuerza. Ya no tenía pesadillas en las que escuchaba gritos y empuñaba armas, las de ahora eran muy distintas, de índole muy diferente, sin dejar de ser… incómodas. Alzó el tronco y cerró fuertemente los ojos al notar su parte baja demasiado dura. Suspiró, fue al baño, se echó agua por la cara. El espejo mostró su desesperación. No era bueno reprimirse, lo sabía. La única forma de bajar una erección era aliviándose, y él, bueno, no tenía problema. El problema era su imaginación. En aquellos episodios, el fiscal solo se corría con la imagen de cierta persona prohibida con la que acababa de compartir intimidades en sueños.
Había dos opciones: aliviarse y volver a conciliar el sueño o no hacerlo y ponerse a trabajar. La segunda la había utilizado muchas veces, pero después no rendía y se encontraba demasiado cansado en su oficina o el tribunal, de modo que comenzó a utilizar la primera, ignorando la sensación de culpabilidad y desasosiego en su persona después.
Tras varios años de práctica Miles Edgeworth comenzó a pensar seriamente cuántas veces podría correrse con el nombre de Wright en la boca antes de empezar a enloquecer.
Tres años antes.
Franziska lo notó. Era la única persona, además de Gumshoe, que podía presumir de conocerlo bien, y con el segundo podía disimular muchas cosas. Con ella, no.
—Miles, cometiste un error imperdonable hoy, ¿en qué estabas pensando?
El fiscal arrugó el gesto, consciente de la veracidad de sus palabras: había confundido las fechas de un caso, dejando así al jurado sin palabras y al juez con la boca abierta. Hasta el acusado lo miró, anonadado.
—No duermo bien últimamente —fue la seca respuesta que recibió la fiscal, y que por supuesto, no aceptó.
—Pastillas, Miles. No hay nada que eso no cure. A menos que… tu mal no se cure con pastillas.
—No me ocurre nada reseñable que pueda contarte —insistió el otro, a sabiendas de que esa respuesta era un grito diciendo "me pasa algo que no controlo, pero no necesito ayuda, gracias".
Entonces, Franziska se puso realmente roja. No roja como su traje, ni como su deportivo, no, roja de un brillante tan acusado que tuvo miedo de verla explotar.
—Los hombres, hum… vosotros los hombres, eso…
Lo bueno de tener una hermana postiza y que te conozca, es que tú también la conoces a ella.
—¿Vas a hablarme de sexo, hermanita?
Los ojos fugaces se entrecerraron en una línea minúscula, las manos apretaron el látigo (un momento, ¿cuándo había llegado a sus manos?), la mandíbula se cerró con fuerza solo para dejar escapar después:
—Te odio mucho, Miles Edgeworth.
Era más probable hablar de sexo con Gumshoe que con Franziska. El tipo sacaría el tema como algo casual, después se disculparía pero seguiría con su perorata, como en ocasiones había sucedido hablando de Maggey, su actual pareja. Miles ofrecía su opinión estrictamente científica sin implicarse en sus respuestas con tal determinación que el detective no podía pensar en el fiscal como alguien reprimido y necesitado de afecto. Es más, debía pensar que acudía a unos servicios exclusivos donde se pagaba a mujeres precisamente para no ofrecer nada más después y olvidarlo todo. Pero no. Edgeworth estaba en contra de la prostitución como forma de conseguir dinero rápido a cambio de riesgos que entrañaban la muerte o algo peor. Alguna vez pensó hacerlo con hombres, pero claudicó porque a pesar del cambio de género, ¿no era dar alas al mismo servicio? Además, debía cuidar su reputación. No necesitaba mancillarla más de lo que ya llevaba en su currículum. Y de todos modos, se dijo, no iba a funcionar. En sus sesiones de mano-pene, no había conseguido correrse con otras personas que no fueran él. No iba a tentar a la suerte, sabiendo además los riesgos de salud que entrañaba entrar en ese bucle.
Aquello solo podía solucionarse de dos maneras: exponerse o huir. Y lo segundo, después de haberlo intentado, no parecía haber resuelto nada.
Maya Fey era su única posibilidad, y no sería la primera vez que el fiscal la usaba de salvavidas, solo que ahora no podía enterarse jamás.
—Buenos días, señor, hoy viene a desayunar —comentó Adalith dudando esta vez de qué podría tomar ese importante ejecutivo para comenzar el día—. ¿Qué le sirvo?
Edgeworth pidió pan tostado, tomate, queso, zumo de naranja natural y huevos.
—¿Quiere los huevos con salchicha? —la inocente pregunta de Adalith desarmó un poco al fiscal.
—Eh… no, gracias —vio cómo la chica le sonreía, resuelta a ponerlo incómodo y miró al otro lado del cristal. Los transeúntes pasaban con rapidez, arreglados, en su camino hacia el trabajo, el colegio o sus quehaceres particulares. En ocasiones, le gustaba imaginar adónde iba cada persona mirando cómo vestían. Es un juego que solía practicar con su padre en las pocas ocasiones en las que compartían una merienda en un sitio público, porque Gregory Edgeworth también era muy amante de su vida privada y pensaba que de ese modo protegía a su hijo de los posibles peligros de la vida. Irónico que finalmente, lo más peligroso para él se diera en un sitio oscuro y cerrado, sin gente alrededor.
Maya Fey aún no había entrado, tal vez tenía turno de tarde… era él quien estaba cambiando sus hábitos acudiendo al sitio por la mañana… pero había tenido una corazonada. Miró la hora de su reloj de pulsera, las ocho en punto. Y ahí estaba, la joven Maya Fey llegando al local, acompañada por un hombre vestido de azul. El fiscal alargó la mano desesperadamente hacia la mesa de enfrente para coger una carta y ocultarse mientras seguía divisando a ambos fuera del local charlando entre risas. Los gestos y toques entre ellos eran muy casuales, si bien era Maya quien tocaba al abogado, éste no parecía incómodo con sus muestras de afecto. Y entonces, sucedió: Wright se agachó de tal forma que su cara quedó a milímetros de la de la chica, susurró algo rápidamente que el fiscal no pudo entender y entonces sus labios se unieron. Edgeworth se agarró a la mesa de la impresión, justo en el mismo instante en el que Adalith venía con su pedido. La puñalada en el corazón, así como los sudores fríos que acompañaron a su reacción trató de delegarlos a lo más profundo de su memoria. De repente, el tomate, el queso, el zumo de naranja y demás manjares no podrían hacerse sitio en su cuerpo. Y era una pena, porque olía delicioso.
Edgeworth marcó el teléfono con dedos temblorosos.
—Detective, hoy me siento generoso. Venga a esta dirección…
No volvió a "La dècouverte" en una semana. Se encontró más soñoliento entonces, debido a la carga de sueño acumulado de días atrás, pero parecía haber funcionado. Le dolía un poco el pecho cada vez que recordaba a Maya y Wright unidos por la boca, pero eso se iría con el tiempo. Debía recordarlo una y otra vez, para acostumbrar al subconsciente a no desear algo que jamás tendría.
Miró por la ventana mientras tomaba un té frío. Se acarició el cuello. Había estado brillante en el juicio de hoy, enfrentándose a Apollo Justice. El hombre lo había felicitado algo deprimido después de la vista. Edgeworth estrechó su mano con fuerza mientras su acompañante, Athena, trataba de animarlo. Edgeworth miró varias veces hacia la defensa pero no había rastro de Wright. Tal vez estaba pasando la tarde con su querida Fey. ¿Habrían intimado? ¿Cuánto tiempo llevaban saliendo? Era natural imaginar a Maya interesada por ese hombre. De hecho, cualquiera de sus clientas soñaba tal vez con ocupar ese lugar. Mujeres libradas de la cárcel por errores de acusación defendidas con pasión inusitada… sus vidas, salvadas. A diferencia de Miles, quien condenaba, Phoenix salvaba vidas. ¿Quién no querría compartir la suya con Wright? Máxime Maya, con puntos adicionales por ser hermana de su antigua mentora y una buena ayudante en la defensa gracias a sus poderes de canalización…
Miles inspiró, cerró los ojos, resopló con pausa, parando la oleada de pensamientos inútiles y se embutió en el pijama. Mañana tenía el día libre, eso significaba repasar los otros tres casos pendientes a conciencia. Se metió en la cama y apenas recordó nada más, salvo sueños bastante agitados de los que no quiso rescatar nada.
Edgeworth sonrió, pagado de sí mismo. Había vuelto a ganar otro caso, esta vez con Wright en la defensa. Las victorias con Wright al otro lado se disfrutaban por partida doble. Espera, ¿qué demonios pensaba? Recogió sus carpetas, las metió en el maletín y salió a paso rápido porque debía huir, huir. El juzgado era peligroso, debía llegar a casa de inmediato. Ignoró la voz que lo llamaba de cuyo interlocutor conocía, caminó a paso rápido hasta ver su coche estacionado, solitario en un callejón. Escuchó pisadas y ruegos, pero no podía caminar más, el coche parecía estar más y más lejos. Finalmente, el abogado lo alcanzó. Miles se volvió, mortificado, solo para contemplar una sonrisa apabullante y una mano extendida.
—Edgeworth… felicidades. Cada vez lo haces mejor.
—Has perdido, Wright.
—No importa. Siempre que seas tú, no importa.
Dios, esos ojos… parecían llevar luz. Y esa mano, seguía extendida hacia él, tentadora, amigable. Su mano tenía aún más luz que sus ojos. Miles reconocía la tentación, pero acabó estrechándola. No la dejó ir.
—Hazme un favor, Wright —de repente, reunió fuerza para estamparlo contra su coche, que ahora estaba ahí delante. Se acercó a su oído y rogó—, sé mío. Solo una vez. Después te dejaré en paz.
Wright lo miró, confuso, y Edgeworth lo rodeó con los brazos, besándolo con tantas ganas como si fuera a acabarse el mundo.
—Solo una vez —repetía Edgeworth, completamente subyugado a sus emociones. Le quitó la chaqueta.
—¿Edgeworth?
Le mordió el cuello. Wright gimió.
—Sé mío, por favor.
Le bajó el pantalón. Volvió a besarle.
—Edgeworth, ¿qué haces?
—Por favor, solo… solo ahora. Luego lo olvidas.
—Pero… —Wright volvió a gemir porque Edgeworth estaba acariciando su parte baja. El fiscal lo apretó aún más contra la carrocería y volvió a besarlo. Esta vez Wright le respondió. Miles notó un vértigo exagerado, sintió que moriría allí mismo, y comenzó a decir su nombre con desesperación, mientras le mordía el cuello, le arrancaba la camisa, se quitaba la suya, hundía la mano en ese cabello ridículo que siempre quiso tocar…
—Phoenix… oh…
Edgeworth no se reconocía. Ése debía ser otro fiscal. Otra persona. Estaba liderando y sin embargo se sentía a merced del otro. Su entrepierna dolía. Trató de acomodarla, sin éxito. Sabía que solo podía hacerlo de una forma. Puso a Wright de cara hacia el automóvil mientras trataba de penetrarlo. Con el otro brazo lo tenía bien cogido, para que no escapase.
—Wright…
—Edgeworth, me haces daño.
—Aguanta un poco. Un poco, enseguida acabaré.
—Pero… no puedo —Wright no parecía poder deshacerse de la fuerza bruta que lo atenazaba y comenzó a ponerse nervioso—. No puedo, ¡no puedo, Edgeworth!
¡Tengo novia!
—No importa. Solo una vez, me curaré, te lo prometo.
Un puñetazo. Negro.
Miles despertó con algo alrededor del cuello interrumpiendo su respiración. Oh, eran las sábanas, retorcidas, enredadas. Se movió, incómodo: había fluidos ahí abajo.
—No, no, no, no. Maldita sea —se incorporó, molesto—. Es la primera fase… se suponía que iba a terminar.
