Twilight/Crepúsculo no me pertenece. Solo esta historia es mía.
Esta historia es M por futuro contenido explicito y sexual. Léase bajo advertencia, evítese los comentarios inmaduros.
Los ama,
Cecil.
La inocencia de Isabella
Mi vida era simple hasta que mi primo Edward Cullen se mudó a la casa. Eran tan guapo que me regañé cuando me había descubierto a mí misma pensando cosas incestuosas. Edward se había mudado a nuestra casa porque le quedaba más cerca de la universidad y la habitación de mi hermano Emmett, quien ya se había graduado de la universidad y ahora vivía solo en un departamento, estaba vacía.
Ya había notado varias veces que ese hombretón que tenía por primo, me veía de una forma extraña de la que yo estaba segurísima que un primo no debía ver a una prima. Pero lo pasé por alto y seguí yendo a mi último año de preparatoria como si solo existiera eso.
¡Pues no! No solo existía eso, porque ahora, Edward Cullen era el responsable de llevarme a la escuela y llevarme a la casa. ¿Enserio? Mi maldito Karma no podía estar más sucio y mis ganas de hacerle algo a mi propio primo se volvieron frenéticas y salvajes hasta el punto de hacerme la enferma para no verle en varios días.
¿Es que los Dioses me odiaban tanto como para hacerme sufrir de esa manera? Edward no solo se preocupó por mí, sí no que insistió en no atender al colegio por varios días hasta que yo me recuperara.
Maldito y estúpido Edward Cullen.
― ¿Cómo te sientes? ―preguntó entrando con un vaso de agua y una pastilla en mano.
Sonreí apenas.
―Bien, me siento mejor. No creo que debas estar aquí. No necesitas quedarte a cuidar de mí…
―Vamos, tomate esta pastilla y se una buena niña.
Yo me quedé callada, mordiéndome el labio para evitar decir una tarugada. ¿Cómo se le ocurría decirme que fuera una buena niña? Sabía que debía dejar de leer tantas novelas eróticas…
― ¿Estás bien? Te has puesto roja. ¿Segura que no tienes fiebre? ―preguntó preocupado y poniéndome una mano en la frente.
El simple toque fue lo suficiente para que mis bragas se mojaran y yo cerrara los ojos como idiota.
―Hm, estoy bien ―dijo sonriendo lo más que pude―. Deberías ir a tu clase.
Él se me quedó viendo por algunos segundos.
― ¿Crees que me engañas? ―preguntó sonriendo.
Yo arrugué el ceño.
― ¿Qué?
―Tus papás se creyeron el cuento de que estas enferma, pero yo no. ¿Qué tramas?
Yo abrí mi boca pero nada salió de ella.
―Yo… no tramo nada ―reproché como una niña pequeña.
Él rio.
―Eres tierna cuando te enojas.
Yo bajé mi mirada.
―Vamos, sabes que me puedes contar lo que te ocurra. Somos primos, después de todo.
Ahí estaba esa maldita sonrisa que me había venido dando desde que se había mudado. ¿Enserio era yo o ese chico me pretendía como algo más?
Me aclaré la garganta.
―Yo… tu…
― ¿Si? ―insistió con su sonrisa.
Le vi la boca, me mordí los labios y me sonrojé.
―Es que tú me gustas ―solté cerrando los ojos como una estúpida.
Él no dijo nada y se quedó sentado a mi lado.
― ¿Te gusto, huh?
Esta vez, fue mi turno para guardar silencio.
―De acuerdo, seamos novios.
Yo abrí mis ojos, mi boca, y todo lo demás que se pudo haber abierto en mi cuerpo.
― ¿Qué?
―Novios, seamos novios ―dijo tranquilamente.
― ¿Estás loco? ―pregunté acomodándome en la cama―. ¡Somos familia!
Él se encogió de hombros.
― ¿Y qué? Antes casaban a los primos y ahora lo siguen haciendo en varias culturas. No tiene nada de malo.
―Yo… yo… no, esto está mal. Retiro lo dicho. No gusto de ti ―dije decidida y tapándome hasta la nariz con la sabana, para que no pudiera verme bien.
Escuché una risa resonar y se me erizó la piel.
―Pero que va, si he visto como me ves.
Yo me molesté al instante.
― ¿Ah sí? Pues yo también he visto como me ves ―contraataqué levantándome de nuevo y sentándome frente a él.
―Tú también me gustas ―confesó.
Lo vi con cautela y me mordí los labios.
―No te muerdas la boca, me vuelve loco ―dijo haciendo que yo me sonrojara.
―Ugh… eres molesto ―dije haciéndole reír.
―Tú eres adorable y tierna. No pude dormir por días desde que llegué aquí y te vi. No recordaba como eras y cuando llegué, me llevé una gran sorpresa ―me guiñó un ojo.
Volví a sonrojarme con más insistencia.
―Vete de mi habitación ―le ordené con voz calmada.
―No, no iré a ninguna parte hasta que me des un beso.
― ¿Eh?
―Un beso, Isabella, quiero un beso.
― ¡Estás de mente! ―grité de mala gana y enojada.
Él se carcajeó.
―Está bien, eso prueba que no estás enferma así que les diré a tus padres que has fingido todo este tiempo.
Abrí mis ojos, alarmada.
― ¡No lo harías! ―le dije con indignación.
―Si lo haría, a menos que…
― ¿A menos que te de un beso? ¡Ja! No va a pasar ―me crucé de brazos enfadada.
―Bien, entonces permíteme decirle a mi tía Renée que eres una mentirosa.
Hizo ademan de caminar hacia la puerta.
― ¡Ugh! De acuerdo, solo un beso…chiquitito ―suspiré rindiéndome.
Él sonrió con un rostro de suficiencia que me dejó el estómago revuelto. Ese hombre albergaba mucho egocentrismo y arrogancia.
―Es justo.
Se acercó a mí y se sentó de nuevo ahí juntito a mí.
― ¿En serio tengo que hacer esto? ―pregunté sonrojada hasta la medula.
―Si quieres que tus papas no se enteren… entonces si ―asintió como si aquel rollo fuese nada.
Yo me retorcí las manos como loca y me acerqué más a su lado.
―Así no ―dijo de inmediato―. Siéntate sobre mí.
Yo abrí mis ojos, viendo su regazo y después sus labios.
―Pero… eso…
―Isabella… ―advirtió con una voz grave.
Yo tragué en seco.
―Está bien… ―dije sin más.
Me paré frente a él y me puse a horcajadas, ambas piernas a lado de las suyas. Lo vi sonreír como un lobo.
― ¿Estás seguro que esto está bien? Somos familia ―dije bajando mi mirada y posándola sobre su pecho.
Edward levantó mi barbilla con un dedo.
―Está bien, pequeña… quédate quieta ―ordenó mientras ponía ambas manos en mis piernas desnudas. No llevaba más que un short pequeño de pijama y una blusa casi transparente―. Así te quería tener… ―susurró contra mi cuello, empezó a lamerlo y a morderlo y yo suspiré.
―Oye… ―protesté débilmente―. Dijiste solo un beso…. chiquitito.
Él rio.
―No dije en dónde.
―Pero…
―Vamos… cállate de una buena vez.
Yo suspiré como tonta, sintiendo las manos de Edward amasar mis piernas con mucha insistencia. Al minuto, sentí algo duro topar contra mi cavidad femenina. Abrí los ojos como platos y me puse rígida.
―Edward…
―Sshh… ―susurró mordiendo el lóbulo de mi oreja.
―Pero, Edward…
Llegó a mi rostro y me vio con una diminuta sonrisa.
― ¿Lo sientes?
Yo tragué en seco.
―Eso es… ¿lo que creo que es? ―dije roja como una manzana.
Edward asintió sin pudor.
―Me toca el beso en la boca.
― ¡Oye! Dijiste solo uno ―reproché, nerviosa.
―Olvida lo que dije ―dijo antes de besarme y hacerme gemir contra su boca.
Sus manos empezaron a trazar el camino de la curvatura de mi espalda baja hasta llegar a mis glúteos, donde me tomó bien fuerte y me movió de adelante a atrás. Yo jadeé al sentir el pinchazo de electricidad allá abajo.
―Edw… ―mi voz murió cuando el pasó su lengua sutilmente contra la mía, jadeé como un animal y me dejé hacer―. Ah… aprove… chado… aah…
Lo sentí sonreír contra mi boca y me apretó los glúteos todavía más fuerte, lancé un jadeo animal, algo que le hizo gruñir contra mi boca. Sus manos pasaron a mi cuerpo, amoldando las curvas y después subiendo a mis diminutos pechos.
―No… ―gemí débilmente, haciendo que él los amasara todavía más―. No… ―no quería que él se burlara de mis pequeños senos, seguramente habría tocado senos más grandes, los míos eran nada―. Déjalo…
Él paró de besarme y de tocarme, ambos jadeábamos y nos veíamos con deseo.
― ¿Por qué?
Yo, roja como un tomate, bajé mis ojos a su pecho que subía y bajaba apenas.
―Es que… son pequeños ―dije de golpe, viéndolo a los ojos―. No son grandes… como los de tus otras novias, solo son… pequeños ―dije con una vocecita.
Él suspiró y me tomó el rostro.
―Son perfectos. No importa el tamaño.
Yo arrugué el ceño.
―No te creo.
Él se rio con ironía y sin avisar, levantó mi blusa hasta sacármela toda.
― ¡Oye! ―grité mientras me cubría mis pechos con ambos brazos―. Eres malo ―estaba casi a punto de llorar de la vergüenza.
―Hey… cálmate, te quiero ver, no llores, por favor ―me pidió besándome el rostro.
Yo tragué en seco y me tranquilicé.
―Si no quieres hacer esto, me iré, lo prometo.
Yo palidecí.
― ¿Qué? No, no quiero que te vayas… ¿de la casa?
Él se rio.
―No, tonta. De tu habitación.
―Ah… tampoco quiero eso ―susurré sin verle.
―Eres tierna ―musitó acariciando mi rostro―. Baja los brazos.
Yo obedecí y sus ojos tomaron posesión de ambos montículos.
―Como dije; perfectos ―tomó uno en su boca, casi entero de lo pequeños que eran, y yo gemí de verdad, gemí sintiendo cosas que nunca había sentido. Muy apenas y había besado a otro chico―. Son… deliciosos ―dijo lamiendo, succionando y haciendo ruidos lascivos. Con su otra mano, apretaba mi otro pezón con suavidad, después más fuerte―. ¿Así? ―dijo mordiendo mi pezón izquierdo, haciéndome lagrimear del placer.
―Si… más fuerte…
― ¿La palabra mágica?
Yo quise rodar los ojos.
―Por favor… más fuerte.
Siguió con su tarea, haciéndome sentir cosas que jamás había sentido, jamás de los jamases… ni siquiera me había masturbado. A decir verdad, era penosa en lo que se refería al sexo, ni siquiera sabía cómo era que estaba haciendo aquello con él. Me sentía tan desnuda pero protegida a la vez.
Sentí que mi cavidad mágica estaba húmeda como una tarde de verano y Edward no hacía nada más que ayudar con aquello… lo bueno era que no dejaba a mis pechos en paz, porque era el paraíso…
―Aun… sigo pensando que est―ta… ma―¡Aaah! ―grité cuando mordió de más mi pezón.
―Cállate ―ordenó con el ceño arrugado.
Yo tragué en seco y después sentí lengüetazos que ayudaban a tranquilizar el dolor. Cuándo empezó a masajear mis nalgas con mucha fuerza, me agarré de sus hombros y pegué mi rostro a su cabello. Olía tan bien, todo el olía a colonia masculina… malditos los inventores de las colonias para hombres.
―Edward… ¿no tienes que ir a la universidad? ―dije en un vano intento de que se alejara de mí.
Lo sentí sonreír contra mis pechos.
― ¿Quieres que me vaya? ―dijo separándose inmediato de mí.
Mis pezones se endurecieron por el frio y temblé de pies a cabeza al sentirlo casi lejos de mí.
―No, no ―negué de inmediato―. No quiero… ―dije bajando mi mirada de nuevo.
Él acarició mi cabeza con vehemencia y sonrió.
―Eres hermosa, ¿lo sabes?
Yo me mordí la boca.
―Edw…
― ¡Cariño! ¡Estoy en casa! ¡Ya subo! ―gritó mi madre.
Ambos nos vimos con terror y él me ayudó a ponerme la ropa casi en un santiamén.
―Maldita sea… ―masculló el metiéndome en la cama y sentándose a mi lado―. Mantén la calma ―ordenó.
Yo asentí frenéticamente y me tranquilicé.
― ¿Cariño? Oh, Edward, estás aquí ―dijo mi madre con una sonrisa―. ¿Y tus clases?
―Se canceló mi última clase ―dijo convincentemente.
―Ya veo, ¿cómo está Isabella? ―se acercó a mí y pasó una mano por mi frente―. Cielos, estás ardiendo, querida.
―Le he dado la pastilla, tía. Se pondrá bien en un momento.
Mi mamá asintió y alegó que tenía que hacer comida, me ordenó darme una ducha para refrescarme y después bajar a comer y tomar mucha agua. Edward se mantuvo impasible y sonriente en todo momento.
