Disclaimer: Solo los personajes pertenecen a S. Meyer. Esta historia es totalmente mía.


Summary: Se enamoró y fue feliz pero todo cambio un día dando paso a una tristeza y una vida que ella nunca espero ¿Podrá recuperar lo que alguna vez tuvo? ¿ Podrá perdonarlo algún día?


Capítulo beteado por Manue Peralta, Betas FFAD; www facebook com / groups / betasffaddiction


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Broken

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Capítulo 1

Otro día más desperté sin necesidad de una alarma, puesto que mi cuerpo tenía su propio despertador, el cual nunca se equivocaba en la hora, siempre era exacta.

Al abrir los ojos para poder levantarme, lo que enfocaba mi visión era siempre la misma: un techo de color blanco, el cual me aseguraba que estaba en la misma cama, misma habitación; y lo peor de todo: en la misma vida, rutina y, por sobre todo, con el mismo hombre.

Me volteé hacia el lado donde se suponía que se encontraba el hombre el cual debería amar, al cual juré hacerlo hasta que la muerte nos separara, pero solo encontré un lado vacío, unas almohadas de color negro que evidenciaban que alguien había posado su cabeza por horas, ya que ellas estaban levemente hundidas y las sábanas, que eran de un contraste de estas, también indicaban que mi esposo había estado conmigo nuevamente durante la noche.

Antes de conocerlo solía creer en los cuentos de hadas, aquellos en los que la princesa encontraba al príncipe montado en su hermoso corcel blanco, que desvainando su espada defendía a su amada con todas sus fuerzas de la bruja malvada que amenazaba con destruirle. Pero, con el tiempo, comprobé que no era verdad y que nunca lo sería.

Lentamente llevé mi mano a ese lugar, sintiendo que todavía estaba tibio, explicando que hace poco se había levantado y lo más probable que estaba haciendo su rutina de ejercicios para luego volver a ducharse, colocarse su traje Armani y sentarse a desayunar para compartir y aparentar ser una familia feliz.

Suspiré y por fin logré levantarme. Me dirigí como autómata a ducharme, ya en el baño me saqué mi camisa de dormir de seda, ingresé a la ducha y abrí la llave del agua caliente y fría para poder moderarla. Ya con el agua recorriendo mi cuerpo continué echando jabón con la esencia que a él le gustaba, así como el shampoo, acondicionador, ropa, en fin…todo.

Terminé de ducharme, me coloqué la toalla y me miré en el gran espejo, el cual era de similares dimensiones que el resto del baño, grande y espacioso. Los azulejos eran negros y los demás accesorios eran blancos, incluyendo el jacuzzi, aquel donde incontables veces hicimos el amor y que ahora no es más que solo en sexo.

Me fijé en mis ojos, habían perdido la luz y el brillo que siempre él admiró, ese que, según sus palabras, lo iluminaban cada vez que nuestras miradas se encontraban. Mis ojeras no me dejaban ni a sol ni a sombra, mi piel tersa gracias a cremas y humectantes, mi cabello largo con los bucles al final de este que lo volvían loco. Preferí no seguir mirando para no odiarme ni odiarle a él más.

Al salir del baño lo encontré de pie frente a mí, me detuve inmediatamente. Mi vista quedó clavada en sus ojos, ahora mostraban indiferencia, molestia, rabia; aunque en lo profundo de ellos habitaban el dolor, anhelo, angustia, añoranza…

Esos eran sentimientos que no podía soportar en su mirada.

Corté nuestro contacto visual y me aparté de su camino para poder vestirme. Lo sentí dar un leve suspiro, sin embargo, no dijo nada más. Comencé a vestirme con un simple jeans, unas converse y una camiseta de tirantes. Salí del dormitorio mientras escuchaba el sonido de la ducha nuevamente con otro ocupante.

Fui al dormitorio de mi hija para levantarla, prepararla para el desayuno y luego, transportarla al colegio. Al entrar a su dormitorio, mis labios formaron en una sonrisa. Era tan perfecta, tan bella, todo en ella era pureza e inocencia; ella hacía mi mundo diferente, era lo único que amaba, nada más valía la pena.

Caminé hasta su cama y me senté para poder besar su frente.

—Amor —la llamé—. Despierta, corazón.

—Hmmmm… no quiero —rezongó.

—Arriba, cielo, sabes que debes ir a clases —dije destapándola para tomarla de la mano y llevarla al baño.

—Mami, no quiero —se quejaba mientras se refregaba sus ojitos con sus manos.

—Preciosa, vamos, no seas rezongona —finalicé de decir al sacarle el pijama—. Ahora a la ducha.

—¿Mami?

—¿Sí, amor? —contesté mirando esos hermosos ojos color verdes que tanto amaba.

—Papi desayunará con nosotras, ¿verdad?

—Claro que sí —aseguré—. Apúrate para que vayamos con él. —Sonreí al verla tan feliz por querer compartir con su padre.

Sabía de antemano que Kate, nuestra hija, para Edward era lo más importante en el mundo, podía interponer su vida en el trayecto de una bala o venderle su alma al diablo con tal de salvarla de cualquier cosa, con tal de que no le pasara nada. Esa era una de las dos únicas razones que teníamos en común, por no decir la única.

Dejé mis pensamientos fuera de mi cabeza y así disfrutar de los momentos a solas que tenía con ella y vivir cada momento como si fuera el único.

Después de bañarla, secarla y vestirla, nos dirigimos al comedor para encontrarnos a un Edward impecablemente vestido y sin ninguna expresión en su cara, como cada vez que estaba metido en sus pensamientos y sus negocios. Kate se soltó de mi mano para poder correr a los brazos de su padre, quien, al percatarse de nuestra presencia, se dio la vuelta extendiendo sus brazos para poder recibirla y cargarla como si todavía tuviera tres o cuatro años.

La levantó sin ningún esfuerzo, y eso que ella tenía siete años y era más alta a la estatura normal. Sus ojos se iluminaban cada vez que la veían, y su sonrisa era la misma que antes veía cuando él me veía a mí. Se besaron mutuamente en la mejilla y Edward procedió a dejarla sobre sus pies para que pudiera sentarse a la mesa. Me miró unos segundos antes de desviar su mirada a la niña nuevamente y sentarse.

Caminé hacia ese lugar y me senté donde siempre, al lado derecho de mi esposo. Mientras comíamos, toda la conversación era presidida por mi hija y parte de ella por su padre, yo solo era una mera espectadora.

Luego del desayuno familiar, me dirigí con Kate hacia su colegio para luego regresar y hacer la rutina de mi vida. Al volver a casa me conduje al gimnasio, era imprescindible estar en forma, ya que mi trabajo me lo exigía.

Pasé toda la tarde entre ejercicios y quehaceres domésticos, aunque tenía personas que se encargaban de ello, siempre me gustó estar al tanto de todo lo que me rodeaba. Además, no venía de una familia acomodada, así que aprendí de todo, desde lavar el baño hasta realizar las cenas más exquisitas del mundo culinario. Eso también me permitía compartir con mi princesita cuando volvía a clases, porque Edward solo estaba por las mañanas, hasta entrada la noche y de tiempo completo los domingos.

Cerca de las siete de la tarde, me arreglé para poder ir a trabajar como lo estipulaba el contrato que había tenido que firmar, en contra de mi voluntad, por mi amado esposo.

Me dirigí hacia la habitación de mi pequeña. Ella jugaba con Bree, quien me ayudaba desde hace algunos años, exactamente cuando todo había comenzado. Me despedí de ella, ya que cuando llegaba estaba profundamente dormida. Salí de la casa hacia el coche, allí se encontraba Kevin, esperándome con la puerta abierta. Le sonreí y me senté dentro. Desde ese instante, repetí mentalmente la que se había convertido en mi mantra: tenía que dejar de ser Isabella Cullen.

Llegamos a la oficina y salí rápidamente, entrando al edificio. El lobby era impresionante, no obstante, ya no provocaba el deslumbramiento que causó cuando entré por él la primera vez. Tomé el ascensor para dirigirme hasta el piso veinte. Esta era la hermosa empresa familiar que tanto se pavoneaba mi suegro, si es que lo puedo llamar así, y toda su maldita familia, aparte de la constructora Cullen Ltda. Era la fachada perfecta del más asqueroso negocio que habían construido y que permanecía en secreto, debido a que muchos de sus clientes eran personas de los más altos puestos de gobierno o muy importantes en el país, así que no había problema que siguieran con ello.

Respiré hondo. Al encontrarme frente al despacho de Edward, entré sin tocar. Noté que ya casi todas las chicas estaban listas y preparadas para trabajar. Caminé hacia el ventanal, desde allí se podía ver el Central Park; los domingos llevábamos a nuestra hija para que pudiera entretenerse y salir de la rutina. Dicho proceso me ayudaba a encontrarme con la antigua Isabella.

Escuché a lo lejos que Edward comenzaba a repartir los nombres de los clientes con los cuales cada una debía cumplir ciertas obligaciones. A medida que se le entregaban los nombres y las especificaciones que ellos exigían, las chicas iban saliendo. Como siempre, yo era la última en salir.

Esperé a que me hablara para darme la vuelta y escuchar cual era mi cliente.

—Isabella —dijo haciendo que dirigiera la vista hasta donde se encontraba―, hoy será tu último día, y atenderás a James.

Asentí y tomé la carpeta que tendía su mano. Como ya conocía a James, me dirigí al mismo sitio que siempre era elegido por él. Ni siquiera revisé las especificaciones que solicitaba, siempre eran las mismas.

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Cuando regresé a casa, cerca de las cuatro de la madrugada, me di cuenta que todas las luces estaban apagadas. Sin embargo, estaba segura de que encontraría a Edward, esperándome, para cerciorarse que volvía intacta y en buenas condiciones.

Como lo esperaba, Edward estaba sentado en su sillón preferido y un vaso de whisky en su mano, mirando en dirección a mí. Traté de caminar directo a mi cuarto para bañarme y sacar fuera todo rastro indeseable de mi cuerpo. Pero la suerte no estaba conmigo.

—¿Cómo estás? —preguntó—. ¿Disfrutaste de tu último encuentro?

Esa última pregunta hizo que lo mirara, transmitiéndole todo el rencor y odio que sentía hacia él. Caminé rápidamente en dirección a la habitación para no comenzar un escándalo y despertar a mi hija.

Mi ira era tal que rápidamente comencé a sacarme toda la ropa que traía encima, pero ni siquiera alcance a bajarme el cierre del vestido cuando Edward entró hecho un demonio, enfocando su vista en mí para luego caminar, tomarme de los brazos y tirarme hacia la pared, haciendo que mi espalda rebotara en ella.

Lo miré, pero no alcancé a decir nada porque se hallaba frente a mí, enterrando sus manos en mi cara y tomando mis labios entre los suyos. Grité por la sorpresa, rabia, impotencia y mucho dolor; no físico, ya que ese se olvidaba fácilmente, pero sí con el dolor de mi alma. Recibí su beso, pero a medida que veía que él no se apartaba, con toda la fuerza que logré reunir lo empujé para que me soltara.

—¿Qué te pasa? —cuestioné con mucho esfuerzo, apenas podía respirar.

—¿Que qué me pasa? —gruñó en mi misma condición—. La mierda que me pasa es que quiero borrar los labios asquerosos de ese bastardo de los tuyos. Quiero borrar cualquier señal o huella que haya dejado en tu cuerpo.

—No seas imbécil, Edward ―dije con indignación―. ¿Qué más te da quién me bese?

—Claro que me importa lo que te hacen, eres mi mujer.

Esas palabras me hicieron soltar una carcajada tan grande que temí que mi bebé despertara, pero era inevitable. En un momento me comenzó a doler el estómago, la risa no menguaba, empecé a respirar hondo para calmarme. Esto era tan bizarro, él venía ahora a preocuparse por mí…

Dos años antes…

Me encontraba en el dormitorio cuando Edward entró, nervioso, se notaba que estaba agobiado, desesperado; yo lo conocía a la perfección.

¿Qué pasa, amor? ¿Por qué tienes esa cara?

Bella, tú sabes que yo te amo, ¿verdad? —declaró de forma sospechosa y mirándome con dolor.

Lo sé, pero… ¿Qué pasa? —cuestioné.

Necesito que me acompañes a un lugar, pero sin preguntar nada. —Habló cada vez más frenético, contagiándome su estado.

¿Y la niña con quién va a quedar? —pregunté.

Con Maggie.

Sin preguntar nada más caminé tras él, confiando que realmente era algo importante para necesitar mi compañía dejando sola a nuestra hija. Entramos al auto y el trayecto fue realizado junto a un silencio que me tenía los pelos de punta; Edward se dedicaba a conducir, sin siquiera mirarme como siempre o regalarme esa hermosa sonrisa que permanentemente adornaba su rostro.

Detuvo el auto frente a la empresa, que era dirigida por la persona que me transmitía los más oscuros sentimientos que alguien podía albergar.

Seguí caminado tras Edward preguntándome por qué estábamos aquí. No me había dicho si había una reunión especial para haberme arreglado de forma más sofisticada, realmente no lo entendía.

Al traspasar el umbral de la oficina del Director, supe que no pasaría nada bueno.

Detrás del escritorio se encontraba mi suegro, el famoso y gran Carlisle Cullen. Por más que fuera el padre y jefe de Edward, yo le temía. Cuando lo vi por primera vez pensé que era el mismísimo diablo en persona.

Hola, Isabella —saludó esa sonrisa que para muchas era deslumbrante, pero para mí era terrorífica.

Hola, Carlisle.

Siéntate, por favor —pidió.

Me senté y miré a Edward, que se ubicaba detrás del asiento de Carlisle mirando por el gran ventanal. Sabía que algo pasaría, Edward no me miraba, estaba escondiendo de mí su mirada, con tal de que no pudiera descifrarla como siempre lo hacía.

Bella —Comenzó—, Edward te ha traído aquí porque tengo que hablar contigo algunas cosas importantes. De ahora en adelante, serás parte de algo demasiado valioso para la familia —explicó—. Para ello tendrás que cumplir con dos obligaciones, Isabella. La primera es la discreción, ya que si esta información sale de tu boca, te arrepentirás el resto de tu vida, y de eso explícitamente me encargaré yo. Segundo, tendrás que ser obediente, tienes que acatar todo lo que se te diga sin reclamar, mucho menos oponerte a lo que se te exija. Realmente espero que cumplas dócilmente, y todo lo demás para ti será fácil.

Pero —balbuceé—, ¿de qué se trata todo? Edward, dime qué sucede —demandé, pero él ni siquiera se dignó a darse la vuelta. Mi corazón latía desbocado, sentía que de un momento a otro se me saldría por la boca.

Carlisle se levantó y caminó, rodeando el escritorio. Se colocó a mi lado, apoyándose en este.

La empresa de la que te estoy hablando, Isabella, es Dama de compañía. Detrás de esta hermosa, fructífera y prestigiosa empresa hay otra que solo funciona de noche, y se dedica a entregar placer tanto a hombres como a mujeres.

¡¿Qué?!

Carlisle continuó hablando como si yo no hubiera dicho nada.

Esta empresa, Isabella, la fundó mi padre cuando yo era un niño y ha continuado creciendo cada día más. Por lo tanto, tiene que seguir así —manifestó. Yo estaba ida, vagamente noté que levantaba su mano e intentaba acariciar mi rostro—. Edward, tu hermoso y querido esposo, será mi sucesor y ésta es una de las tantas pruebas en las que ha sido y seguirá siendo sometido. De esta manera, me demostrará la lealtad y la obediencia que le profesa a su padre.

Edward seguía sin mirarme, no entendía cómo él podía ser parte de algo tan bajo. Él era un hombre correcto, un padre ejemplar y el esposo perfecto. Nunca entendí la relación que tenía con su padre, siempre tenía que agachar la cabeza como un sumiso cuando su padre alzaba su tono su voz, no defendía su punto de vista cuando lo dejaba en vergüenza y lo hacía ver como un tonto; era una persona sin pensamiento propio, tenía que repetir todo lo que decía. Aunque conmigo y en la casa era otra persona, totalmente independiente.

Por eso, mi querida, hoy comenzarás en esta empresa —aseveró, mirándome con unos ojos negros como el carbón que me estremecieron—. Hoy conocerás que este mundo puede llegar a ser lo más exquisito. Solo debes disfrutar —afirmó enfatizando la última palabra—. Edward, retírate, y cierra la puerta cuando salgas.

Edward bajó su cabeza, dándose la vuelta para caminar a la puerta sin decir ni una sola palabra, obedeciendo a su padre.

Edward —lo llamé con lágrimas corriendo por mis mejillas, pretendí interceptarlo, pero fui retenida por Carlisle, quien me tomó con fuerza de una de mis muñecas, evitando así que saliera de la oficina―. No permitas esto, por favor —supliqué—. Ayúdame. Piensa en mí, en la niña, en nosotros. —Al ver que caminaba como si nada, grité con todas mis fuerzas—: ¡Sácame de aquí!

Pero todo fue inútil, vi cómo cerraba la puerta tras de él sin siquiera dirigirme una mirada.

Ahora, Isabella, te haré disfrutar y conocer muchas cosas que el inepto de mi hijo en su vida te dará…

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—¿Qué te causa tanta risa? —bramó tomando mis brazos para zarandearme—. ¡Dime!

—Tú —hablé ya una vez calmada y mirándolo con todo el odio que le tenía—. De ti, estúpido. Tú que ahora te crees con el derecho de hablarme de esas tonterías de que soy tu mujer —expresé golpeándole el pecho—. Tú que me entregaste en bandeja al malnacido que dice ser tu padre, al maldito que…

—Calla —dijo apretándome los brazos, pegándome nuevamente a la pared y haciendo que me diera un pequeño golpe en la cabeza. Hice una mueca de dolor―. ¡Cállate, no digas nada de lo que te puedes arrepentir! —prosiguió con los dientes apretados.

—¿De qué me tendría que arrepentir, Edward? —reclamé moviendo mis brazos logrando solo que me dolieran más—. ¿De ser tú esposa? Porque si es por eso… Sí, me arrepiento cada día de toparme contigo en aquella estación del metro.

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Ocho años antes…

¡Maldición! Nuevamente me había quedado dormida y el Sr. Whitlock me regañaría otra vez.

Corrí hacia la estación del metro, gracias a Dios quedaba cerca del departamento que me había alquilado Charlie para vivir y estudiar tranquila. No es que fuéramos ricos, ni nada por el estilo, pero como había obtenido algunas becas, la universidad se pagaba sola, así mi padre pagaba mis gastos con los ahorros de mis estudios.

Bajé corriendo las escaleras, el metro ya estaba allí, anunciando que dentro de poco las puertas se cerrarían. Cuando mi espalda se encontraba dentro del vagón, la puerta se cerró dejándome apretadísima; escuché a alguien quejarse porque colisioné con esa persona muy fuertemente.

Lo siento —dije levantando la mirada y mirando a los ojos verdes más hermosos que había visto, la voz se me quedó atorada en la garganta.

No te preocupes, solo fue la sorpresa —expuso sonriendo dejando admirar esa sonrisa perfecta.

Luego de ese día, me lo topaba en el metro casi todos los días. Poco a poco comenzamos a hablar, entablar una relación de amistad, logrando conocernos, aprendiendo cosas de cada uno y haciendo que las mariposas que flotaban en mi estómago cada vez que lo veía, aletearan con más fuerza.

Pasamos de roces suaves, ya sea inconsciente o intencionalmente, a los primeros besos. Posteriormente nos convertimos en novios, hicimos el amor por primera vez, permitiéndole a Edward llevarme a tocar las estrellas, hasta que llegó el día en que estuvo frente a mí, pidiéndome que fuera su esposa. Todo con él había sido especial, era inimaginable lo que había podido cambiar mi vida.

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—También me arrepiento de haberte dado el sí frente al altar cuando nos casamos, me arrepiento de enamorarme de ti como una idiota pensando que eras alguien bueno, que me protegería a mí y a mi hija. Sin embargo, no fue así; me entregaste al mejor postor, me ofreciste al maldito de tu padre y a toda esa mierda para poder demostrar que no eras un pelele, un infeliz que se escondía en los pantalones de su querido padre. —Al terminar de pronunciar la última palabra sentí como una mano choco con mi mejilla con tanta fuerza que hizo que girara el rostro en un sentido.

Volví mi rostro para ver a Edward respirar con gran dificultad, viendo que sus fosas nasales se abrían y cerraban con gran fuerza.

—Suéltame —murmuré.

—No.

—Suéltame, Edward, no quiero que me toques.

—¿Por qué? Sabes que tengo todo el derecho a tenerte cuando y como quiera.

—Perdiste ese derecho cuando tu padre me folló por primera vez.

—Cállate, Bella, maldita sea —ordenó antes de estampar nuevamente sus labios con los míos, introduciendo su lengua en mi cavidad.

Grité y traté de apartarlo de mí.

Sus manos, avariciosas, bajaron por mis brazos hasta posarse en mis senos, apretándolos fuertemente, logrando que me doliera. Tiró de forma brusca los tirantes de mi vestido, destrozándolos, quedando así la parte superior de mi cuerpo a la vista. Edward dejó mis labios, repartiendo besos a través de mi mandíbula para llegar a mi cuello.

—No, Edward, por favor no hagas esto —sollocé—. No de esta manera.

Él levantó la mirada y descubrí que era la misma que me brindó cuando me dijo que me amaba.

—Te amo, Bella. Por favor, perdóname —pidió en un susurro antes de volver a besarme, pero esta vez fue suave.

Me tomó de la cintura para que pudiera enrollar mis piernas en su cintura y emprendió su camino hasta nuestra cama, depositándome en ella mientras seguía besándome. Mis manos fueron directamente a su cabello, enredándolo en mis dedos y acariciarlos de forma suave, como le gustaba a él. Continuó besándome, sus labios trazaron una ruta a mis ojos, secando las lágrimas que brotaban de ellos; luego mis mejillas, mandíbula y así llegar a mi cuello, el cual mordisqueaba suavemente, logrando sacarme gemidos. Bajó hasta mis senos, besándolos y a la vez tomándolos con las manos, humedeciendo mis pezones para después soplar sobre ellos. Mi espalda se arqueó, permitiéndole mayor acceso.

Con delicadeza desplazó mi vestido, dejándome únicamente en bragas. Su mirada permaneció prendada a mi cuerpo, sus ojos estaban llenos de lujuria, pero a la vez admiración, anhelo… amor. Se volvió a posicionar sobre mí y nuestros labios se encontraron. Me transmitió todo lo que sentía por mí. Yo, aunque muy en el fondo sentía amor por él, también lo besé tiernamente, por todo lo que habíamos vivido y todo el amor que una vez le tuve.

Poco a poco su ropa desapareció y la última prenda que cubría mi cuerpo también, me manejó a su antojo. Cuando llegó a mi vientre, esperé, siempre que besaba ese lugar me agradecía por haberle dado el mejor regalo del mundo, y esta no fue la excepción.

—Gracias, Bella.

Podía sentir mi piel erizarse por sus manos cada que pasaban por algún lugar. Estos eran suaves, reverenciales, y con ellos también me hacía el amor. Mis manos también recorrieron cada espacio que podía ser tocado, y mis labios pasaron por su rostro, cuello, hombros y pecho; siempre había amado su piel, cada lunar que en ella se encontraba, su sabor me volvía loca. Cuando estuve preparada me acomodó en el centro de la cama, poniendo debajo de mis glúteos una almohada para lograr un mejor ángulo haciendo que doblara mis rodillas. Él se sentó en la cama y se posicionó entre mis muslos, levantando un poco la pelvis para poder penetrarme.

Cuando ingresó en mí, solté un fuerte gemido. Siempre que lo sentía penetrarme era distinto a todos los demás. Edward se encargaba de amarme, podía sentir su cuerpo sin barreras que me separaran de él.

Sentí sus labios en mi vientre, mis senos, algunas veces tomaba mis labios; mis manos no se quedaban atrás, estas recorrían sus hombros, su pecho, aunque siempre anclaban en su cabello.

Todo era demasiado intenso. Edward, queriendo derribar mis barreras de esta forma, me destrozaba cada vez más. Poco a poco sus embestidas comenzaron a aumentar, logrando que de nuestros labios salieran gemidos, gruñidos y por supuesto nuestros nombres.

Cuando sentí que mis paredes estaban a punto de estrecharse en espasmos alrededor de su masculinidad, tomé su rostro en mis manos para poder besarlo, permitiendo acallar en su boca mi gemido de placer y silenciar su gruñido cuando él también alcanzó su orgasmo.

Nos besamos unos minutos más, todavía unidos, tratando de regular nuestras respiraciones. Cuando nuestros besos finalizaron, Edward se retiró de mi interior, dejándome en la cama arropada.

—Te amo, Bella, nunca lo olvides. —Suspiró—. Perdóname.

—No puedo —lloriqueé—. Quiero el divorcio.

Me miró durante unos minutos, recorriendo mi rostro como si lo estuviera memorizando; luego dejó un beso en mi frente y uno ligero en mis labios.

—Lo siento —dijo levantándose de la cama. Se colocó su pantalón de pijama y salió de la habitación sin respuesta alguna.


Cof cof cof... Me encuentro apareciendo nuevamente con mis locuras como les decía en la nota anteriormente he retirado todos mis historias para poder ordenar mis ideas para poder continuarlas ya que la universidad y el trabajo me han tenido vuelta loca, y quiero poder terminar estas historias porque amó escribir. Tengo nueva beta que es Manu ella me estará ayudando en todo este proceso creativo en todas mis historias. Espero que el tiempo que este de vacaciones de invierno ya logre ponerme al día y que el próximo semestre que viene puede darme tiempo para poder continuar.

Espero les guste como ha quedado, he cambiado solo algunas cosillas, y creo que alargaré la historia un poquito porque creó que hay que aclarar algunas cosas más.

Cualquier cosa ustedes saben donde encontrarme.

Cariños y gracias por leer.

Sabia