¡Hola a todos! Estoy resubiendo los capítulos de NOG para hacerlos más comprensibles :) espero que les gusten. Además, ¡ahora hay un prólogo! Está publicado aparte como One-shot (Shuuya, el Celestial).

Para los que estén aquí por primera vez: Esta es una historia de "Súper héroes" (así, entre comillas), basada ligeramente en los Avengers. Hay cinco one-shots que sirven como precuelas de este fic (están en mi perfil), pero si no los han leído de todas formas deben poder entender esta historia.

Gracias por leer~

Advertencias: El fic por naturaleza tendrá escenas violentas. También un poco de cuestionamientos morales y personajes con psicologías complicadas.


NIGHTMARES OF GOD


I

Año 2010

Había una pequeña piedra blanca, de forma no uniforme, del tamaño de un puño, al centro de una sala gigantesca recubierta de metal y de ciertas aleaciones especiales que mantenían el flujo radiactivo de la piedra bajo control, contenido como olas de agua que revoloteaban en el interior de la sala sin poder salir a causar estragos al exterior. La piedra estaba sobre una base del mismo metal aleado, sostenida por unas tenazas grises y puntiagudas. Salían de ella hilos de luz que atravesaban cincuenta metros en todas direcciones de la sala hasta llegar a las paredes, hilos blancos, tan blancos como leche o como luminiscencia matinal. La piedra producía un silencio perfecto, maravilloso y antiguo. Tan sólo un puñado de personas de la compañía Kira sabían sobre la existencia de esta sala y sobre la piedra blanca, y una cantidad aún menor tenía permitido ingresar a la sala, encajetados en gruesa ropa de protección, por si la piedra no amanecía del mejor de los humores y decidía destruirlos.

Por todo lo que sabían, podría pasar.

Seijiro Kira era, por supuesto, de los pocos privilegiados. Él era, de hecho, el que decidía quienes serían los privilegiados. Tenía gente venida de todos los rincones del mundo, desde el lejano Japón y desde Alemania –recomendados personales de su hija Hitomiko–, desde Estados Unidos también y básicamente desde cualquier otro país del mundo que tuviera algo que ofrecerle a su obsesión personal.

Él estaba convencido de que esta piedra representaba, de alguna forma, al futuro de la humanidad. Estaba convencido de que de ella podrían extraer secretos ancestrales que jamás podrían ser conseguidos de ninguna otra manera.

Seijiro Kira probablemente le heredó a su hijo, Hiroto, esa propensión suya a la obsesión. A no detenerse hasta ver resultados, por muy enfermizo y lodoso que el camino pudiese ser.

Era un día soleado y espléndido aquel, la colosal y letal fábrica estaba funcionando a tope como todos los días, fabricando diversos tipos de armas de destrucción masiva, diversas maneras de matar a la humanidad. Seijiro estaba en su oficina, el aire acondicionado encendido a la temperatura más baja y con la luz del sol entrando estruendosamente por los cristales gigantes que hacían las veces de la pared posterior de la oficina, ofreciéndole vistas magnánimas hacia los terrenos desérticos que les rodeaban. Estaban en África, donde era más fácil esconderse y más fácil sobornar al gobierno y a las autoridades para que les permitieran realizar todo tipo de actividades que en países más civilizados serían miradas con cejas levantadas y palabras de reproche en las bocas. Era un espléndido día, sí, con el cielo azul y el viento seco y caliente arrastrándose por la tierra, levantando el polvo. Todos sus empleados, el setenta por ciento africanos, quince por ciento asiáticos, cinco por ciento americanos y diez por ciento todolodemás, trabajaban laboriosamente desde las seis de la mañana, moviéndose entre pasillos y tuberías, estructuras y paredes diseñadas para ocultar un millón de secretos. En el interior todo estaba controlado, desde la temperatura para no deteriorar los materiales ni activar accidentalmente los distintos agentes detonantes, hasta los movimientos. Ningún empleado podía hacer siquiera un gesto que no hubiese sido medido antes con matemática y meticulosa precisión. Hasta las palabras que se decían tenían que cuidarse, y ni las horas breves de comida y descanso producían alguna clase de libertad. Ahí, todos tenían que obedecer a la causa mayor, como pequeñas hormiguitas sin mente propia condenadas a vagar por los túneles de su nido hasta la muerte, alimentando a su Rey.

Una de las cámaras en una de las entradas, la cual estaba flanqueada por un enorme boquete sobre el suelo, abierto para tragarse al mundo, atravesado por un puente que iba desde el extremo del boquete hasta la puerta de la fábrica, captó una visita inusual. No se esperaba a nadie en ese día en particular, y ahí no llegaba gente por accidente. Porque estaban resguardados en un rincón tan desolado que quienquiera que se perdiera por los alrededores no sobreviviría lo suficiente como para plantarse ante esa puerta.

Pero este individuo, de largo cabello de un color suave, cuyo tono exacto no había sido captado por la cámara en blanco y negro, había llegado empero ahí. Sus ojos eran grandes y claros, occidentales, su piel muy blanca y sus facciones refinadas, como las de un gentleman sacado de una Londres vieja, de una época en la que los sombreros de copa, los bastones y los monóculos serían vistos como aditamentos adecuados para todos los días.

La cámara se había clavado en él como si supiera que él estaba a punto de destruir al mundo y que no había nada qué hacer para evitarlo. El zoom giró para enfocarle la cara.

Fshhh.

La cámara cayó al suelo, partida limpiamente por la mitad. Dos segundos después, exactamente dos segundos después, una alarma se encendió dentro de la fábrica. Dos placas de metal salieron inesperadamente de ambos costados de la puerta y con gran velocidad se estrellaron la una contra la otra, sellando la entrada con una gruesa capa de metal resistente, una de las aleaciones más pesadas, duras y peligrosas fabricadas por las empresas Kira.

La luz brillante del sol entró por el agujero que se formuló entre las placas y sobre la puerta de entrada, dejando el enorme metal arrugado, quemado, destruido como un trozo de mantequilla, en cuestión de un mero instante.

Era un espléndido día. Seijiro Kira fue asesinado en un espléndido día.

Año 2016

Seis años habían pasado desde la tragedia de Kira Corp. Hoy día ya nadie recordaba siquiera aquel evento, y los que lo recordaban estaban convencidos de que se había tratado de un mero accidente industrial.

Justicia divina, lo llamarían muchos.

Cuando en algún momento de ese otoño los rotativos de Moscú estallaron con noticias de que había habido una terrible explosión en lo profundo de los terrenos que estaban cerrados al público del Losiny Ostrov (el gigantesco parque nacional localizado cerca de la capital), nadie se tomó la molestia de conectar a aquel evento con la tragedia de Kira de seis años atrás.

Nadie, claro, excepto por el hijo obsesionado de Seijirou y heredero de las empresas, Hiroto Kira.

La noticia como tal estaba en todas partes y no tardó en dar la vuelta al mundo. Se decía que las autoridades rusas ya estaban investigando el asunto y las posibles causas, pero aún nada había sido revelado abiertamente al público.

Siendo que el Losiny Ostrov era un parque nacional protegido, un espacio para salvaguardar y preservar a la naturaleza, no había nadie que pudiese comprender qué motivos existían para que en él hubiese habido algo que, para empezar, pudiera ser capaz de explotar.

Los alces no explotan y tampoco los árboles. Pero los curiosos tampoco lo eran tanto. Nadie quería cuestionar cosas que no les correspondieran. Al gobierno eso no le gustaba y lo sabían todos, así como sabían que al final todos preferirían aceptar la versión de los hechos que el gobierno finalmente develara.

Y la versión surgió.

Saginuma Osamu, un joven biotecnólogo promesa. Experimentos ilegales. Sus padres muertos, sanguinariamente asesinados.

Un joven que se había vuelto loco. Eso fue lo que salió en todos los telediarios una semana después del accidente. Había sido la comidilla de toda la sociedad rusa por semanas, y la prensa internacional –los gobiernos internacionales también, por ende–, tenía los ojos bien puestos sobre lo que había pasado en Rusia. Los experimentos ilegales de los rusos eran un secreto a voces, pero con el reciente ataque a Captain Japan en Tokio, el miedo de que finalmente hubiesen tenido éxito en crear a un nuevo súper hombre estaba apostado en todas las voces y en todos los artículos ampliamente investigados de blogs independientes que pululaban en Internet. Anonymous había lanzado en los días posteriores ataques incesantes a las bases de datos de inteligencia rusas para intentar exponer la verdad, y eventualmente una serie de documentos aparecieron en WikiLeaks, donde se informaba al mundo sobre lo que realmente había ocurrido aquella fatídica mañana en los terrenos del Losiny Ostrov.

Saginuma Osamu, un joven biotecnólogo promesa. Experimentos ilegales. Sus padres muertos, sanguinariamente asesinados.

Un joven que se había vuelto loco.

Todos los medios masivos del mundo se encargaron de informar a la población mundial de que Saginuma Osamu era un monstruo.

Días antes de que todo el asunto de la explosión en Losiny Ostrov y del monstruo de Saginuma Osamu siquiera llegara a acontecer, Hiroto Kira, ahora también conocido como Grandman, se dirigía desde Washington hacia Tokio, sobrevolando parsimoniosamente en su jet privado color rojo despampanante con detalles en verde pistache, para ir al encuentro de nada más ni nada menos que Endou Mamoru, mejor conocido como Captain Japan, quien presentemente estaba hospitalizado por primera vez en su vida desde que había sido convertido en… lo que fuera que era ("Súper hombre", "súper héroe", como fuera que la humanidad insistiera en llamarle), tras contener un ataque de un sujeto demencialmente poderoso, a quien la organización CLIER había denominado como "Sujeto Tokio".

Sujeto Tokio tenía la piel achocolatada y los dientes insanamente blancos. Ojos negros y cabello color cobalto, como el pecho de un colibrí. Cuando golpeaba, de sus manos salían cúmulos de energía rojiza que tomaban la forma de puños gigantes y causaban explosiones desastrosas al impactarse contra su objetivo. Había sonreído como desquiciado el día anterior mientras repartía golpes sobre Captain Japan y sobre las paredes de edificios y automóviles cercanos. Había causado una destrucción impresionante y luego había huido como si nada, cuando había parecido sopesar que sus fuerzas y las de Captain Japan eran demasiado iguales y no era posible para ninguno acabar con el otro sin acabar consigo mismo también en el proceso. Captain Japan, antes considerado como el hombre más fuerte del mundo y el único súper hombre verdadero existente, había intentado seguirlo, pero cuando Sujeto Tokio logró golpearlo con un automóvil que le lanzó directo a la cabeza, Captain cayó al suelo, derrotado, exhausto y herido. No volvió a levantarse y Sujeto Tokio escapó.

Ahora Endou Mamoru estaba en uno de los mejores hospitales de todo Tokio, recibiendo las atenciones más magnánimas, como era de esperarse tratándose de él, el héroe de Japón, su protector, su as bajo la manga (o más sobre la palma de la mano que bajo la manga porque todos sabían de él), su moneda de cambio y su contrapeso. Japón tenía la seguridad de que ningún país se atreviera a desafiarlos porque ellos tenían a Captain Japan, y a Captain Japan no lo paraba nadie.

Hasta ahora.

Hiroto descendió en el Aeropuerto Internacional de Haneda, en Tokio, acompañado de los agentes de CLIER Black Widow (Touko Zaizen) y Gazelle (Suzuno Fuusuke). Sin mayor reparo fueron a la búsqueda de un taxi que les llevara hasta el Hospital Internacional de St. Luke, donde médicos de todo el mundo se aglutinaban ya buscando no sólo la pronta recuperación de Captain Japan, sino que también, seguro, más de uno buscaba aprender más sobre él. Era posible que durante todo el tiempo en que estuviera ahí, y por mucho cuidado que los japoneses pusieran en quienes podían tener acceso a él y quienes no, hubiese médicos infiltrados de otros países que tan sólo buscaban obtener información. Claro que esa era una tarea para valientes. Si Captain Japan se daba cuenta de lo que le estaban haciendo y se enojaba… nadie podría determinar lo que le pasaría al ofensor.

El Hospital de St. Luke estaba atestado de vigilancia por parte de la policía y de las fuerzas de auto defensa japonesas. Hombres armados y uniformados que contemplaban a los alrededores con asfixiante suspicacia, e incluso un par de helicópteros sobrevolando el área, probablemente al pendiente de la posible reaparición de Sujeto Tokio. Había, incluso, a ambos costados del edificio principal del hospital, en el que estaba Endou, dos tanques acorazados. Sus cañones giraban con grotesca dulzura apuntando hacia cada metro cuadrado que les rodeaba.

Hiroto, Touko y Fuusuke fueron detenidos a la entrada del hospital, evidentemente. Fuusuke fue quien se adelantó para dialogar con el hombre, siendo que era el que tenía mejor japonés de los tres. Touko no hablaba el idioma y Hiroto tenía un nivel básico. La gacela sacó su insignia de CLIER. Los hombres que vigilaban la entrada demandaron ver las identificaciones de los tres, y sólo después de eso y de hacerles esperar varios minutos mientras hacían llamadas y solicitaban a los altos mandos, quienes llegaron para dar el visto bueno, les dejaron pasar, siendo guiados por un serio general.

—Kidou apenas acaba de conseguirnos los permisos para verlo —explicó Gazelle. Los otros dos podían imaginarse al hombre moviendo sus influencias como loco desde que ellos habían partido de Washington hasta su aterrizaje en Tokio para conseguirles esa oportunidad única de reunirse con el Capitán. El general los guio al interior del edificio, les hizo subir por un ascensor y finalmente los condujo por un pasillo, el cual estaba flanqueado a ambos lados por una cantidad ridícula pero probablemente necesaria de soldados. Terminaron frente a una puerta, y al detenerse ahí el general les miró con cierta severidad, observando directamente a cada uno. Sacó una tarjeta de su bolsillo y la deslizó por una ranura que había a un lado de la puerta. Un clic sonó y una lucecilla verde se prendió, indicando que la puerta estaba lista para ser atravesada. El general les dijo que esperaran y entró, cerrando nuevamente tras de sí. Pasaron unos cuantos segundos. Touko, de brazos cruzados, pasaba el peso de una pierna a otra de manera nerviosa. Suzuno permanecía en silencio, inmóvil. Hiroto tenía una sonrisa de éxito en la cara, con la mano derecha puesta en la cintura. La puerta se volvió a abrir. El general les dijo que podían pasar.

Atravesaron la puerta blanca para encontrarse finalmente con un hombre de cuya leyenda los tres habían escuchado prácticamente desde que nacieron. Atravesaron la puerta blanca para encontrarse con el único hombre inmortal que existía sobre la faz de la tierra.

(O, al menos, el único hasta donde ellos sabían).

Captain Japan, Endou Mamoru, estaba recostado sobre la cama, con la parte posterior de ésta inclinada en 45 grados de modo que tenía la cabeza y el pecho elevados. Tenía ambas manos sobre el vientre, vendadas, igual que su cuello y sus brazos, y la mitad de la cara cubierta por unas gasas sostenidas en su lugar por pedacitos de cinta blanca. Su ojo izquierdo estaba debajo de la gasa, de modo que era solamente uno de sus ojos chocolate el que les miraba cuando entraron.

—Buenas tardes —saludó Hiroto, quien verdaderamente estaba sonriendo como si acabara de desbloquear un fantástico logro en su vida. El Capitán le miró un momento. Después, movió la mirada al general. Le dijo algo en japonés. El general pareció algo sorprendido, pero entonces asintió y, haciendo una suave reverencia, se dirigió a la puerta y salió. Los otros tres le miraron salir, y como si ese gesto hubiese sido hecho como favor para él, Hiroto se acercó a la cama con toda confianza, aun sonriendo, como quien se pavonea por una habitación lleno de ego hinchado. Fue y, para colmo, se tomó la libertad de sentarse sobre la cama de Captain Japan, a un lado de sus pies. Tanto Touko como Fuusuke se miraron. El de cabello níveo suspiró, hastiado—. ¿Qué tal todo? ¿Cómo te estás sintiendo? ¿Mejor? Supongo que ya debes estar mucho mejor con ese ejército de médicos que tienes a tu cuidado.

Captain Japan le observaba en silencio. No había dado señales de que el hecho de que Hiroto se sentara sobre la cama le molestara, pero en realidad no había dado señales de nada. Tratándose de Endou Mamoru, su mente corría a mil por hora con tres mil pensamientos atiborrados en ella cada segundo cuya naturaleza no se revelaba en lo más mínimo en su rostro. Era una cierta calidad que había adquirido con el pasar de sus largos años. El silencio, la observación, la soberana tranquilidad y los pensamientos grotescos que se agazapaban en los rincones de su mente sin ser develados a sus interlocutores.

—¿Quién eres tú? —finalmente preguntó. Su ojo de chocolate oscuro estaba sobre Hiroto. Inerte. Fuerte. Como un fuego negro que buscaba quemarlo todo. La sonrisa de Hiroto tembló por un momento. Este hombre daba miedo y él justo se había colocado a meros centímetros de distancia de él. Incluso herido, Endou Mamoru era una bestia peligrosa. Podría destruirlo sin tener que usar, siquiera, todos los dedos de una mano, y eso lo tenía claro.

—Me dicen Grandman —dijo, ocultando cualquier señal de nerviosismo de su voz, cualquier vestigio de intranquilidad o inseguridad—, pero mi nombre es Hiroto Kira. Quizá hayas escuchado sobre las empresas Kira…

—¿Quién no ha escuchado sobre las empresas Kira? —Mamoru le interrumpió, pues Hiroto tenía intenciones de proseguir con su discurso. Se le sellaron los labios. No sabía si Mamoru había dicho eso con ira contenida o con ostentosa calma—. Ya sé quién eres, ¿y ustedes dos? —dijo, finalmente dirigiéndose a los dos agentes de CLIER. Touko se sintió casi desfallecer bajo la mirada del centenario, pero dejó que su entrenamiento como agente se hiciera cargo y respondiera sin ningún asomo de emoción.

—Touko Zaizen, me conocen como Black Widow, soy agente de CLIER.

El ojo chocolate se dirigió entonces a Fuusuke.

—Fuusuke Suzuno, o Gazelle, también soy agente de CLIER.

Endou asintió. Su mirada volvió a pasearse un momento más sobre Touko, contemplándola de la cabeza a los pies. La agente, por petición de Hiroto, estaba usando un traje de cuero elástico que se pegaba a su figura como una segunda piel, en lugar de su traje usual grueso y abultado. Touko tenía la figura estilizada y perfecta de una agente que se entrenaba todos los días desde… bueno, prácticamente desde que Touko podía recordarlo. Ella reposó los ojos azules en Endou sin saber cómo reaccionar. Fuusuke frunció levemente el ceño, no muy contento con la manera en que el otro hombre la miraba. Touko y Fuusuke no eran nada, cierto, pero al mismo tiempo había habido un tiempo en que habían sido todo. Gazelle no iba a dejar que nadie pusiera las manos sobre Black Widow, no mientras él no pudiese asegurar que de verdad valía la pena, y este… hombre, si es que se le podía llamar así, no le parecía precisamente la mejor de las opciones. No alguien que, enojado, podía partirlo a uno en pedacitos casi sin tener que tocarlo.

—Bien, el general me dijo que Hiroto Kira y dos agentes de CLIER habían venido a hablar conmigo, ahora ya sé quiénes son. Pueden hablar.

Mamoru hablaba como un hombre que estaba acostumbrado a tener poder e influencia sobre los demás. Alguien que estaba acostumbrado a que sus órdenes y peticiones fuesen ley. Se veía a sí mismo como lo que era: la bestia que podía desaparecer fácilmente a las plagas que no se comportaran como él quería. Y estaba visto, claro, que los seres humanos eran una plaga. Para él, los únicos seres humanos dignos de su consideración eran los japoneses. El resto, y probablemente los norteamericanos por encima de todos, le resultaban una molestia más impertinente que un parásito. Si se le permitiera, seguro que acabaría con todos ellos.

Hiroto nuevamente se arrepintió de estar sentado sobre la cama junto a él. Apenas estaba empezando a comprender la magnitud de la situación.

Este hombre tenía 126 años. Este hombre había muerto una vez, en alma, durante la guerra, habiendo perdido dos brazos y una pierna bajo las bombas americanas. Lo habían traído de vuelta a la vida por medio del uso de experimentos peligrosos e infernales, dolorosos en una manera en la que solo un hombre muerto por dentro podía soportar.

Este hombre había vivido para ver a su esposa envejecer y morir mientras él permanecía igual. Había vivido para ver los cambios de épocas, para ver como los alguna vez enemigos mortales que le habían arrancado la vida a él y a su país, ahora eran un montón de parásitos ruidosos, ambiciosos y que se creían los dueños del mundo.

Como Hiroto, Hiroto era el ejemplo perfecto de hombres que se creían dueños del mundo.

—Escucha, Captain, te agradezco que hayas aceptado hablar con nosotros —finalmente Hiroto se puso serio. Bajó la mirada, frunció un poco el ceño. Endou le miraba intensamente—. Creo que ya te imaginarás de qué hemos venido a hablar, pero quiero que sepas que hay más detrás de esto de lo que parece —levantó los ojos y le miró—. Yo no sé si Sujeto Tokio haya sido creación de los rusos, pero lo que te puedo decir es que estoy seguro de que él no es el único de su tipo. Hay más como él, y uno de ellos fue el que destruyó la fábrica de mi padre en Sudáfrica hace seis años. Por la escala de la explosión es posible que ese tipo no siga vivo, pero si existió él y ahora existe Sujeto Tokio, entonces podríamos asumir que pueden haber más, varios más.

Endou le miró. Aspiró y, como si estuviese gigantescamente aburrido, respondió con pesadez.

—¿Sujeto Tokio?

Hiroto parpadeó.

—El tipo que te atacó.

—¿Lo llaman así? —cerró el ojo y luego volvió a abrirlo para mirar hacia la ventana, la cual estaba cubierta por las cortinas de plástico. Por un momento, era probable que los tres se hubiesen preguntado si Endou podía ver ahí algo que ellos no podían. ¿Acaso su vista iría más allá de esa ventana cerrada?—. Ese tipo no se merece llevar el nombre de mi preciosa ciudad.

Su preciosa ciudad. Como si fuese su posesión. Era posible que, en cierta forma, sí lo fuera.

—De acuerdo, si quieres podemos cambiarlo, pero el punto es, ¿qué opinas de lo que acabo de decirte?

Hiroto y los dos agentes le miraron atentamente. Endou devolvió la mirada para posarla en el millonario pelirrojo. Con simplicidad, indicó:

—Háblame sobre el tipo que mató a tu padre.


II

Un día antes

Mamoru estaba caminando por las animadas calles de Tokio. Era otoño y los festivales adornaban a las almas y a las calles. Mamoru portaba una sonrisa ligera en los labios, necesaria para combatir su aspecto otrora sombrío. Era una sonrisa ensayada y vacía, pero que cumplía disciplinadamente con su propósito. La gente le saludaba en la calle, le conocían todos. Endou Mamoru era como la bandera japonesa, era algo que les pertenecía, era algo que sentían cercano así jamás hubiesen intercambiado palabra alguna con él, así fuese aquella la primera vez que tenían la suerte de verle en persona mientras caminaba por las calles de la ciudad. Verle andar era como ver andar a un gigante, un coloso, y la gente casi se sentía tentada a levantar la mirada al cielo para observarle, como si ellos se sintiesen muchísimo más pequeños.

Endou respondía a los saludos, movía la cabeza, la sonrisa no se desaparecía de sus labios. Había quienes se detenían tan sólo para mirarlo pasar, sacando sus teléfonos y tomándole fotografías para después enviárselas a todos sus contactos.

"¡Acabo de encontrarme a Captain Japan!" relatarían los kanjis en los teléfonos.

Endou se detuvo frente a un restaurante de fideos. Sabía que había un montón de gente observándolo, algunos incluso siguiéndolo, todos muy al pendiente de qué era lo que haría. Si entraba al restaurante, éste se llenaría en cuestión de segundos y permanecería lleno durante el resto del día y durante todos los días subsiguientes por al menos un mes. La gente preguntaría qué era lo que él había ordenado y lo ordenaría también. El dueño quizá incluso prepararía un paquete especial con lo que él pidiera y lo ofrecería a todos sus comensales al entrar.

"¿Desea ordenar el paquete del Capitán?"

Pondría afuera un letrero que anunciara que ahí había comido Captain Japan.

Vio la mirada anhelante del dueño del restaurante que acababa de notarlo frente a la entrada del negocio. La gente de adentro, también, ya estaba volteando hacia la puerta para mirarlo. Endou amplió su sonrisa, dio un paso hacia la puerta. Alguien le tocó el hombro.

Mamoru se volteó y se encontró con un cuello de piel tostada. Levantó los ojos y entonces vio a un par de ojos negros mirándolo a él. Tenía el ceño un poco fruncido y la boca sonriente, mostrando sus dientes blancos, expresión que asemejaba a la de una bestia que anunciaba su próxima y exitosa cacería. Alrededor de ellos se había formado un círculo de gente que observaba la escena.

"¿Quién es ese que se atrevió a hablarle a Captain Japan? ¿A TOCARLE?", inquirió alguien.

"Mira esto, alguien acaba de tocarle el hombro a Captain Japan y está parado muy cerca de él. Captain Japan está mirándole", decían ahora los kanjis apresurados en mensajes redactados con prisa y acompañados de fotos tomadas al instante.

Endou parpadeó.

—¿Qué deseas?

La tranquilidad en su voz era impresionante. Su serenidad podría engañar a cualquiera.

El otro tipo era hasta una cabeza más alto que él. Estaba vestido con una playera roja de mangas largas y azules, de un tono bastante similar al de su cabello, y un pantalón corto del mismo color.

—Matarte.

Endou recibió el golpe que siguió a esa respuesta de lleno. Porque quiso proteger con su cuerpo al negocio frente al que estaban parados.

Pero fue inútil.

Endou fue proyectado hacia atrás con una fuerza incomprensible, cada parte de su cuerpo que entró en contacto con el extraño manchón rojo que se había abalanzado sobre él explotó, quemándose y deshaciéndose. Él destrozó la pared exterior del negocio y gran parte también de los interiores, impactándose finalmente contra la pared opuesta y cayendo al suelo. Para cuando se levantó, se encontró bañado en sangre. Casi nada de esa sangre era suya. Su cuerpo había despedazado al dueño y a algunos de los comensales al ser proyectado hacia adentro, y ahora le rodeaban escombros y gente gritando, pedazos fétidos de intestinos regados sobre el suelo. Endou se puso de pie, desembarazándose de pedazos de concreto y maderos viejos que se le habían ido encima. El polvo se le metió a los pulmones y a las heridas en sus brazos y pecho. Para ese momento, sus heridas ya estaban empezando a cerrarse con aquella velocidad antinatural que le caracterizaba. Podía escuchar a la gente de afuera gritando y el sonido de sus pasos mientras corrían buscando escapar. Endou se limpió la cara con un antebrazo y su mirada opaca miró hacia el frente. El tipo no se había movido de ahí, podía ver parte de su silueta frente al agujero que se había abierto en la pared.

Endou Mamoru estaba iracundo. El olor de la sangre ajena sobre su cuerpo era como gasolina que con la más mínima chispa iba a hacer explosión.

Corrió hacia afuera como un toro con los cuernos de frente, lanzándose contra el otro tipo con una fuerza que debía ser capaz de destrozarlo en meros segundos.

La pelea se alargó por casi dos horas.


III

Hiroto le extendió a Endou unas fotografías, las cuales había traído en el interior de su chaqueta color grafito, celosamente resguardadas pues para él representaban pruebas irrevocables de que él no estaba loco.

Cuando la fábrica de su compañía había explotado, prácticamente nada había salido ileso. Nada, ni nadie. Más de dos mil personas muertas, incluyendo a su padre, deshechas al nivel de lo irreconocible. Las cámaras, por lo tanto, las bases de datos, las grabaciones, la información, todo se había perdido de manera inevitable.

Empero, una de las artimañas de su padre había sido lo que ultimadamente había dejado aquella pista tras la cual su hijo ahora se movía como un basilisco encolerizado. Seijiro Kira había establecido un sistema manejado por satélites el cual transmitía toda la información generada en la fábrica de África hasta la sede Norteamericana, con tan sólo unos cuantos segundos de retraso, en lo que la información era procesada y almacenada en Sudáfrica para luego ser enviada al satélite, el cual finalmente la transmitía a los Estados Unidos.

Las grabaciones que habían llegado del día de la explosión habían sido entrecortadas y defectuosas, confusas y despedazadas por el obvio caos que se había generado en la fábrica. Sin embargo, aún entre toda esa información poco clara, Hiroto había encontrado algo que para él era el detonante de todo.

Aquel tipo de cabello largo y ojos claros que se alcanzaba a distinguir en algunas de las grabaciones, y que él había constatado que no era uno solo de los empleados que laboraban en la fábrica en aquel momento.

Ese tipo. Ese tipo era el motivo, y él lo sabía bien.

Así que le mostró las siete fotografías que había traído consigo al Capitán, quien las observó en silencio.

La primera era de la entrada a la fábrica, de una cámara que estaba justo detrás de la puerta. Segundos después de que la alarma general de la fábrica se activara, cuando la cámara de la entrada había sido tranquilamente destruida (la información de ésta había sido imposible de recuperar, pues al parecer una especie de interferencia había evitado que transmitiera imágenes coherentes antes de ser destruida), la cámara detrás de la puerta había transmitido una imagen borrosa e incomprensible de un agujero del tamaño de una persona abriéndose en la puerta cerrada. En una imagen posterior, se había alcanzado a ver lo que parecía ser la cabeza de alguien que se alejaba de la puerta, que tenía el cabello largo y de tono claro.

La siguiente imagen había sido tomada por una cámara aleatoria en uno de los pasillos. La misma imagen de la cabeza que se alejaba. Era como si la persona fuese demasiado rápida y las cámaras no pudiesen detectarle de frente, o como si fallaran justo antes de que él pasara, de modo que sólo llegaban a captar el momento en el que se iba.

Otra imagen frente a la entrada a una de las áreas restringidas. Esta vez era una imagen de espaldas. La misma cabellera larga.

La quinta imagen era la siguiente imagen preocupante. El tipo había sido captado de lado por la cámara que estaba en la entrada de la oficina de su padre. Ahí se había alcanzado a distinguir su piel blanca, clara y lisa. El tipo parecía estar alejándose de la puerta. Las imágenes en el interior de la oficina no revelaban nada. Las grabaciones tempranas habían mostrado a su padre trabajando como siempre en su escritorio, y las de la misma hora a la que el tipo había sido captado fuera de la oficina se habían borrado. Hiroto no podría saberlo, pero estaba seguro de que ese tipo le había hecho algo a su padre.

La sexta imagen era otra imagen de espaldas, del tipo frente a una puerta gruesa de un metal gris oscuro tras la cual, luego Hiroto se enteraría, solía estar resguardada aquella piedra blanca, la cual había sido la única cosa que había sobrevivido a la destrucción y ahora funcionaba como la fuente de energía de Grandman.

Finalmente, la última fotografía, la única imagen en la que se había podido ver al tipo de frente, era una que había sido generada por una de las cámaras que estaban en el interior de una de las varias salas de almacenamiento, donde cientos de cañones, bombas y misiles listos para ser enviados a sus compradores estaban resguardados. La imagen en sí no era perfecta, porque uno de los trabajadores al parecer se había plantado enérgicamente frente al tipo probablemente alarmado al verle ahí, de modo que le había cubierto la mitad del rostro.

Pero aun así Hiroto había podido vislumbrarle aquel ojo pálido y terrorífico, aquella mirada venenosa que le infectaba las pesadillas, aquella expresión opresiva e infernal.

Segundos después al momento en el que esa última imagen había sido registrada, según la información que habían podido recabar, se había producido la primera explosión.

Justo en la sala de almacenamiento C, donde estaban esos cañones, bombas y misiles.

Endou pasó las fotografías entre sus dedos, observándolas pacientemente. Touko y Fuusuke permanecían de pie a poco menos de un metro de la cama. Suzuno también vestía un uniforme proveído por Hiroto, completamente negro y del mismo material que el de Touko, pero la tela de los pantalones era más gruesa y llevaba encima una chaqueta, con lo que el traje no exhibía su silueta de manera tan descarada como el de Touko.

¿Sujeto Kira? —pronunció Endou después de un momento, regresándole las fotografías a Hiroto. Éste asintió y volvió a guardarlas. A Endou no parecía perturbarle que al tipo se le hubiese puesto el mismo nombre que la empresa a la que había destruido. Para él, probablemente, los dos pertenecerían a la misma clase de sabandija—. ¿Y tú por qué piensas que destruyeron la fábrica de tu padre?

Hiroto tenía una sospecha. Pero era, quizá, demasiado pronto para compartirla con el Capitán. Así que borró cualquier señal de falta de sinceridad de su rostro y respondió.

—No lo sé, Captain. Pero piénsalo, ¿por qué te atacaron a ti? Tampoco podemos saber eso…

—Bueno, yo tengo mis ideas.

Hiroto volvió a apretar los labios. Endou tendía a hablar justo antes de que terminara del todo sus oraciones, como si así reafirmara su autoridad en medio del diálogo. Hiroto, claro estaba, no iba a intentar desafiar esa autoridad, así que cuando pasaba simplemente se callaba como un perro obediente.

—¿Qué ideas?

—De por qué Sujeto Tokio o como sea que quieran llamarle me atacó. Todos saben que desde hace mucho que el mundo ha estado buscando la manera de acabar conmigo, y hasta ahora no la habían encontrado. Los rusos no son los únicos, Corea del Norte también tiene sus secretos y estoy seguro de que los Estados Unidos no se quedan atrás —miró ácidamente al pelirrojo, como si insinuara que él mismo podría estar involucrado en esa búsqueda implacable que ansiaba destruirlo—, así que Tokio no es más que el juguete de algún gobierno enviado para por fin matarme y evitar que yo siga siendo el puño defensor de Japón. Me temía que eventualmente llegaría la hora en que algún otro país fuese capaz de crear a algún otro "héroe" como yo.

Había levantado las cejas levemente con la pronunciación de la palabra "héroe", como si él mismo cuestionara la validez de su significado. Hiroto levantó la mirada hacia el techo, moviendo los labios, pensativo.

—En lo personal nunca te he considerado una amenaza. De niño soñaba con conocerte y siempre deseé que te mudaras a los Estados Unidos y te convirtieras en nuestro "héroe".

Sonrió y volvió a bajar la mirada. Sabía que absolutamente todo lo que acababa de decir podría resultarle aberrante a Captain Japan. Desde el hecho de que él no lo consideraba una amenaza hasta el hecho de que hubiese querido que se mudara a los Estados Unidos, el país que era, en primer lugar, culpable de lo que le había pasado hacía tantos años durante la guerra. Captain le miró con esa misma expresión suya que no decía absolutamente nada.

—Pero ahora sé que todo eso que deseé de niño era muy infantil e imposible. No voy a decirte que no he oído de laboratorios clandestinos que intentan crear a su propio "Capitán", pero por lo que sé todos fracasan y son cerrados por el gobierno. No podemos permitirnos más escándalos de experimentos humanos como los de la Segunda Guerra Mundial, no cuando somos un país que siempre está en la mira y que se jacta de proteger la justicia y a los derechos humanos. Pero aunque no se haga en Estados Unidos, estoy de acuerdo contigo en que hay muchos otros lugares donde iniciativas similares deben existir. Gente muere por el capricho de los poderosos, como siempre ha sido. Yo, en lo personal, me creé a Grandman, que me parece una alternativa mucho más loable y sustentable a esas cosas. ¿Te gustaría que te hable de él?

Hiroto se detuvo, recién dándose cuenta de lo mucho que había hablado y de que Captain se lo había permitido. Se sintió extraño, pero también acreedor a una suerte de victoria. Captain Japan le había escuchado. Cualquiera que conociera a Hiroto sabría que eso era suficiente para ponerle el ego a la altura del sol.

Captain suspiró y separó la espalda de la cama, quedando sentado sobre ésta. Eso había dejado a Hiroto y a él al mismo nivel, además de que ahora sus rostros estaban mucho más cerca. Endou le observó cuidadosamente, como si buscara alguna especie de secreto oculto tras sus pupilas o bajo la piel de su rostro.

—"Gente muere por el capricho de los poderosos", ¿cuánta gente ha muerto en el mundo bajo las armas de tu compañía? Me pregunto si Kira tuvo algo que ver en la creación de la bomba que me quitó la pierna y los brazos.

Todos se quedaron de piedra con esas palabras. Estáticos. Mudos e inmóviles. Esperando con certeza al momento en el que Captain Japan iba a arrancarle a Kira la cabeza de un solo mordisco. Hiroto reposó sus ojos verdes en el café de él. Touko y Fuusuke se miraron de reojo.

Captain sonrió.

—¿Qué es lo que quieres hacer, Kira?

Como si pudiera deshacer la tensión entera con un mero gesto, el Capitán se volvió a recostar y todos sintieron que de pronto podían volver a respirar. Hiroto lanzó una mirada nerviosa a los otros dos, el ceño fruncido, y luego regresó los ojos a Endou.

—Encontrar a Sujeto Tokio. Destruirlo, a él y a todos sus posibles aliados. Detener esta operación que intenta crear a otros como tú. No deben existir otros como tú. Está bien que las personas juguemos con máquinas, eso nunca va a poder pararlo nadie. Pero crear seres como tú, no puedo ni imaginarlo. Podría haber guerras. Y no precisamente de las guerras en las que yo participo, sino guerras que destruyan países enteros, guerras mundiales. Si tú fueses destruido y un solo país pudiese hacerse con un ejército de hombres como tú, ¿te imaginas lo que eso causaría? Ese país sería el dueño del mundo de manera inevitable. Pero no es sólo eso, imagínate a todos los inocentes que tendrían que morir para crear a ese ejército. Estoy seguro de que Japón es probablemente el único país capaz de lograr que les salga a la primera.

Endou nuevamente le escuchó con atención. Esta vez Hiroto evitó pensar en tonterías como lo bien que se sentía que el héroe de su infancia le estuviese prestando atención y se concentró en lo vital: que Endou entendiera la situación y que accediera a ayudarlos.

—Podrían destruirte y Japón estaría a su merced —agregó, sabiendo que tocaba fibras sensibles del hombre. Si había algo que Endou Mamoru jamás iba a permitir era que alguien le pusiera sus dedos encima a Japón.

—¿Entonces quieres mi ayuda?

—Sí.

Endou le miró un momento y luego a los otros dos, como hacía rato no lo hacía. Retornó la mirada a Hiroto.

—Explícame que pueden hacer tres pequeños americanos para ayudarme a mí a detener esto. Y sobre Grandman, ya he oído sobre él. La máquina esa que usas para volar por ahí y dispararle a la gente. No veo qué tenga de impresionante. Explícame por qué debería fiarme de algo así.

Hiroto aspiró. Llenó sus pulmones. Sería una larga y cansada explicación. Cansada porque tenía que ser más convincente que nunca en su vida, con tal de convencer a Captain Japan de que él tenía la razón.


IV

La capital de Bielorrusia, Minsk, estaba esa mañana fría y nebulosa, con las calles llenas de aire blanquecino y el cielo de un uniforme color gris. La temperatura estaría alrededor de los cinco grados, así que la gente iba de un lado a otro abrigada.

Afuro Terumi, otrora conocido como Aphrodi, llevaba él mismo unos pantalones de un tono café oscuro similar al de la madera de los árboles viejos y un gran abrigo negro que era un poquito demasiado grande para él. Su larga melena rubia caía sobre la superficie del abrigo, contrastando con su tela oscura, brillando como oro bajo la luz apagada matinal. Sus ojos rojos iban escudriñando el camino que tenía enfrente, el de la Praspyekt Nyezalyezhnastsi, la avenida de la independencia que llevaría directo a la plaza con el mismo nombre. El joven dios parpadeó y bajó la mirada. Luego giró el rostro por encima de su hombro. Su silencioso acompañante estaba detrás de él, sentado sobre el césped húmedo y apoyado sobre un árbol que tenía el tronco infestado de moho verdoso. Desarm era ahora incluso más callado que cuando recién lo había conocido. Parecía que cargaba algo en el alma que le ahogaba las palabras cada vez que tenía la menor intención de hablar. Aphrodi sabía que, en cierta forma, tendría que entenderlo. No podía culparlo por reaccionar así. Él mismo no sabía qué pensar ni tampoco había sabido cuál había sido la mejor ruta de acción, pero cuando habían huido de la ciudad de Smolensk, perseguidos por una fracción del ejército ruso, lo único que se le había ocurrido hacer había sido quedarse con él. Desarm, después de todo, le había salvado la vida. Dos veces. Un dios tenía suficiente honor como para devolver esa clase de favores. Eso, sumado a la curiosidad que el hombre (¿hombre?) despertaba en él, lo habían mantenido a su lado como si fuera un imán de polo opuesto.

Se acercó a él con pasos ligeros. Junto a Desarm descansaban las posesiones de Aphrodi: su coraza, su casco, su arco y su carcaj de flechas de diamantina. Las posesiones de Desarm, que estaban todas dentro de la mochila que solía llevar consigo, se habían perdido en Smolensk. Habían huido con tanta prisa que no habían tenido tiempo para preocuparse por ellas. Después habían ido andando hasta encontrarse una pequeña ciudad en la que tuvieron que robar ropa nueva para vestirse, porque no tenían nada de dinero y Desarm, además, se había quedado desnudo del torso para arriba. Por eso Aphrodi había podido observar a detalle como todas las heridas de su cuerpo se habían ido cerrando, de una manera que él sabía que no era humana. No habían hablado mucho de lo que había pasado en Smolensk, nada más que preguntarse el uno al otro como se sentía y de cuestionarse qué harían ahora.

Hicieron auto-stop y se las arreglaron para atravesar la frontera con Bielorrusia. Después siguieron haciendo auto-stop hasta llegar a Minsk. Desarm quería encontrar la manera de volar desde Minsk hasta Madrid, donde decía tener unos tíos que tal vez podrían ayudarles. Claro que el asunto era que ninguno de los dos tenía dinero, ni identificaciones, y tampoco parecía haber manera de que consiguieran cualquiera de las dos cosas pronto, de modo que cómo iban a arreglárselas para hacer aquello era algo que todavía se les escapaba.

Aphrodi regresó a lado de Desarm y se sentó cerca de él, apoyando la espalda en el mismo árbol sobre el que se sostenía el ruso.

—He recorrido todas las capitales del mundo, ¿lo sabías? —pronunció. Desarm le miró apenas por encima de su hombro—. No físicamente, claro, pero me las he recorrido todas de manera… ¿cómo decirlo? Visual, visualmente —frunció un poco el ceño, como no muy satisfecho con su explicación. Levantó la mirada para observar a Desarm—. Minsk es preciosa —prosiguió—. Tienen una plaza, se llama la Plaza de la Independencia. Junto a ella está la Iglesia Roja, no te creerías lo bonita que es. Bueno, claro que para alguien que ha vivido en Moscú puede no parecer una iglesia muy impresionante, pero a mí me gusta mucho. Y la plaza también es muy bonita, y debajo de ella hay un centro comercial subterráneo increíble, de muchos pisos y con el techo de cristal.

Aphrodi sonrió. Los ojos de fuego de Desarm se detuvieron sobre él por un momento, como estudiando cada detalle de su expresión.

—¿Quieres ir a esos lugares?

Aphrodi sonrió con más ganas y asintió. Se puso entonces de pie, como si no acabase de sentarse, y se sacudió la parte baja de su abrigo.

—¿Vamos? ¿Vamos ya? También tenemos que conseguir algo para comer.

Desarm asintió. No parecía entusiasmado, pero tampoco parecía con ganas de negarle al dios nada. Así que igualmente se puso de pie y recogió las cosas de Aphrodi, como si ya asumiera que era su responsabilidad irlas cargando. Aphrodi le quitó el casco y el carcaj para ayudarle. Salieron del parque Chelyuskinites para empezar a caminar por la Avenida de Independencia, la que les llevaría hasta la plaza del mismo nombre.

Ninguno de los dos le prestó atención al aroma de humo que les había llegado a sus desarrollados olfatos dentro del parque, aroma que parecía provenir de al menos unos doscientos cincuenta metros de donde ellos se encontraban.

Aunque le hubiesen prestado atención, era muy probable que no se hubiesen dado cuenta de que el aroma era el aroma de unos cigarros de marca americana.


V

Hiroto hizo una seña hacia la puerta como indicando que alguien fuese a abrirla, mientras él no despegaba la vista de su Tablet de última generación.

Fuusuke le levantó una ceja. Sin embargo, asumió que no tenía sentido hacer un drama por algo tan nimio así que se levantó de su silla junto a la ventana del cuarto de hotel y fue a abrir la puerta.

Era el servicio a la habitación. Les metieron un carrito lleno de comida que Gazelle contempló con ansias y a la que Touko, tirada sobre la cama mirando algo en su teléfono, no pareció darle mucha importancia. Apenas la miró antes de regresar a su teléfono. Hiroto, como si por fin decidiera dar al mundo el privilegio de su atención, retiró su Tablet de la mesa para que la comida pudiese ser acomodada ahí. Fuusuke inmediatamente arrastró su silla hasta la mesa, para comer él también.

—Ven, Touko —dijo, después de agradecer al chico del servicio quien se retiró con una reverencia. La agente, sabiendo que Suzuno no la dejaría en paz hasta que comiese –a él le parecía que mantenerse bien alimentado era importantísimo, a pesar de que muchas veces desatendía su propia alimentación durante las misiones–, dejó su teléfono y se levantó de la cama para ir con los otros dos. Gazelle había acercado otra silla para ella, así que se sentó, contemplando lo que sea que se había ordenado. Hiroto se había encargado de pedir por todos, no porque le consideraran el más conocedor o lo que sea, sino porque simplemente se había tomado la libertad de hacerlo. Fuusuke supuso que probablemente no tenía problema en dejar que los pelirrojos se encargaran siempre de su comida. Burn, después de todo, siempre hacía buenas elecciones. Y Burn y este inepto se llevaban bien, así Gazelle no pudiera soportarlo.

—Tobitaka me ha dicho que tiene pistas bastantes reales de a dónde podría haberse ido Sujeto Tokio. Según él, es bastante posible que haya salido de la isla en un barco como polizonte y que esté viajando hacia el continente. Piensa que abordó un barco que se dirige a una de las costas de China, así que ya tiene a su gente ahí moviéndose para esperarlo.

Lo decía casi con una sonrisa como si tuviera total certeza de que Tobitaka iba a encontrarlo y de que, una vez encontrado, iba a ser tan fácil como ir a su encuentro y encargarse de él. Captain Japan había accedido a trabajar en conjunto con ellos, aunque les había puesto una bastante desconcertante condición: que la próxima vez que fueran a verlo al hospital llevaran consigo a una niña de dieciséis años llamada Fuyuka Kudou. Al parecer era su "amiga" y por el estado de las cosas no le habían permitido ir a verlo. Había dicho que debían llevarla a toda costa o entonces no trabajaría con ellos. Tras oír la petición, Hiroto había parpadeado como estúpido, confundido, mientras Gazelle y Black Widow se miraban el uno al otro, igualmente desorientados.

Después de unas cuantas llamadas habían logrado localizar a la niña, pero entonces, al intentar contactarla, el que les había contestado había sido su padre y éste les había dicho que su hija de ninguna manera iba a ir a ver a ese tipo. Eso les desconcertaba bastante; asumían que en Japón absolutamente todos amaban a Captain Japan. Pero había que admitir que el hecho de que pidiera ver a una chiquilla de dieciséis años, una menor de edad, no daba muy buena espina. Finalmente concluyeron que tendrían que ir hasta la casa de la chica para explicarle al padre la situación y que les permitiera llevársela, perjurándole su seguridad.

Mientras tanto, Tobitaka, un justiciero del bajo mundo mejor conocido como The Punisher que solía hacer trabajos para Hiroto, tenía la actual labor de localizar a Sujeto Tokio. Ellos tres, por otro lado, tenían que esperar a que Captain Japan se recuperara para que se uniera a ellos. La cuestión era simple. Punisher encontraría a Tokio, y una vez localizado ellos cuatro no tendrían que hacer más que ir por él, capturarlo, sacarle toda la información que tuviera y luego… bueno, ya verían qué pasaría después.

(Aunque dudaban que Captain Japan fuese a perdonarle la vida).

Así que a la mañana siguiente no tenían mucho que hacer. Gazelle pensó en pasearse por la ciudad para encontrar algún lugar para comer bueno y poder llevar ahí a Burn si alguna vez llegaban a tener alguna misión juntos en Tokio. Le pidió a Touko que le acompañara y ella, que tampoco tenía nada mejor que hacer, accedió. Hiroto, que aunque pareciera muy relajado en realidad tenía toda una empresa monstruosa qué manejar –aún si Ryuuji, su mejor amigo y secretario se encargaba de todo a la perfección cuando él no estaba–, optó por quedarse en el hotel a hacer unas cuantas de sus labores.

Gazelle y Black Widow ya estaban en la puerta, poniéndose sus abrigos, cuando Hiroto abrió los ojos como platos, sentado en la mesa, y se puso de pie de golpe, teniendo su Tablet frente a él.

—Black Widow, Gazelle, no se vayan —indicó. Ambos agentes se detuvieron y, con ceños fruncidos, esperaron a que les dijera qué era lo que había pasado—. Miren esto, ocurrió hace horas una explosión en un parque nacional cercano a Moscú —levantó los ojos para verlos—. ¿Se dan cuenta de lo que esto podría significar? ¡Una explosión en Moscú justo ahora!

Justo un par de días después del ataque a Captain Japan, del cual todos tenían sus sospechas puestas en que se había tratado de los rusos, que eran los que hasta ahora habían intentado con más vehemencia replicar el experimento de Captain Japan, si bien esa era información clasificada que sólo poseían agencias gubernamentales y un puñado de gente influyente en el mundo, como Hiroto.

Touko y Suzuno se acercaron y Hiroto les puso un vídeo grabado por alguna agencia de noticias en el que se veía la columna de humo que se levantaba sobre el Losiny Ostrov. El teléfono especial de Hiroto, uno al que sólo tenían acceso cuatro personas y que tenía puesto un tono de llamada estridente, empezó a sonar.

—¿Aló? —dijo el pelirrojo contestándolo de inmediato, sin pararse a mirar quién era. La voz grave y ronca de Tobitaka le respondió.

—¿Qué quieres que haga?

Era Tobitaka el que le había enviado la noticia de la explosión por medio de un mensaje anónimo en su teléfono.

—Descubre qué diablos fue lo que pasó. Tal vez ahí se hayan encontrado otros aliados de Sujeto Tokio. Tal vez sí han sido los rusos, todo este tiempo. Encuéntralos, Tobi.

—Perfecto.

Y colgó.

Hiroto presionó la parte superior de su teléfono contra sus labios, mirando hacia la mesa.

Esto era más real que nunca. Esto realmente estaba sucediendo. Todo lo que Hiroto se había esperado desde que había visto las fotos de Sujeto Kira y había concluido que había más tipos peligrosos como Captain Japan ahí afuera estaba tomando forma frente a sus ojos.

Grandman iba a tener justo el uso para el que había sido creado. Hiroto tan sólo podía temer por la seguridad de la gente que le importaba. Tras un momento se separó el teléfono y presionó rápidamente unas cosas en la pantalla para llamarle a Ryuuji.

Gazelle vio a su teléfono sonando, llamada entrante de Kidou. Se dio cuenta de que sus planes de ir a buscar el restaurante acababan de esfumarse.

A muchos kilómetros de Japón, pero a apenas algunas horas en avión de Moscú, Tobitaka ya estaba llegando al aeropuerto, sabiendo de antemano lo que Hiroto le pediría y habiéndose preparado acordemente para ello. Se bajó del taxi con nada más que una mochila pequeña de color verde oliva al hombro. Llevó un cigarrillo a sus labios y aspiró. Era un cigarro de una conocida marca americana.


¡Agradezco mucho sus comentarios para saber lo que opinan! Si pueden dedicar tan sólo un minutillo de su tiempo a decirme que les ha parecido estaré realmente agradecida :D

¡Nos leemos!