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Resumen: Doce años después de la batalla final, Zuko llama a Katara para que cure las víctimas de una epidemia que se esparce por toda la Nación del Fuego. [Katara/Zuko]
Rating: T por AdolescenTe.
Disclaimer: ALLDA es propiedad de Nickelodeon, no mía. No hay beneficios con esta historia.
Nota: La historia comienza con la pareja Katara/Aang. No tengan miedo – desaparece rápido. ¡Mantengan la esperanza!
Prólogo: Elogio.
Katara abrió los ojos lentamente. El heno picó su rostro y no pudo contener un estornudo. La desorientación mandó por un momento antes de que recordara donde estaban – en el establo. La pálida luz previa al amanecer se filtraba a través de una ventana sin cerrar. En un ratito, los niños del orfanato del Templo Aire del Sur empezarían sus tareas matutinas. A su lado, Aang yacía despierto sobre su costado. La miraba fijamente con sus hermosos y diáfanos ojos que no habían cambiado en diez años. Le sonrió antes de decir con voz triste y resignada:
-Acabo de hablar con Roku.
Tal vez por el tono de su esposo, o tal vez porque sabía que cualquier discusión entre los mil y un Avatar casi nunca significaba nada bueno para nadie, un peso helado se asentó en el estómago de Katara. Aang tomó su mano.
-Roku dice que pasé mucho tiempo con Appa en ese iceberg –continuó-. Cada Avatar está conectado con su animal guía. Pero aparentemente yo compartí demasiado de mi propia energía con Appa mientras estuvimos en ese iceberg.
Se acomodó sobre sus codos y estudió al gigantesco animal que dormía. Goteaba espuma de una de las grandes comisuras de la boca de la enorme bestia. Respiraba con dificultad y se estremecía resollando como un gozne reseco. Era el último de su especie, y donde alguna vez había habido incontables monjes que habían pastoreado cientos de bisontes en el mundo, ahora solo había uno, y él no podía preguntarle a ninguno de sus predecesores como tratar la enfermedad de su amigo.
-Cuando Appa se vaya, me iré con él –terminó Aang.
-No –contradijo Katara. Se enderezó y miró a Aang. Él se sentó para escuchar-. Necesitas hablar con Roku de nuevo. Hubo cientos de otros Avatar, y un cuarto de ellos fueron maestros aire. Ellos saben como tratar a un bisonte volador. Puedes pedirles ayuda.
Aang miró a Appa, luego a su esposa. Apoyó una mano en la enorme zarpa del animal, y apretó la mano de Katara con la otra.
-No funciona así, Katara.
Ella retiró su mano y cruzó los brazos.
-Tú eres el Avatar. Haz que funcione.
-No puedo –se encogió de hombros-. Es mi hora.
Por un momento, Katara pensó que ella terminaría la vida de Aang ahí mismo y con sus propias manos, si él se rendía tan fácilmente.
-¿Cómo puedes decir eso? ¿No quieres vivir?
-Por supuesto que sí. Amo este mundo.
Y eso, se dio cuenta apretando los puños temblando, era el centro del problema. Aang amaba el mundo. La amaba a ella, sí. Amaba a Sokka y a Toph y a Iroh e incluso a Zuko. Amaba a los huérfanos de la guerra para quienes había re-abierto el Templo Aire del Sur. Pero también amaba las briznas de pasto y las gotas de rocío. Amaba cada rana parcialmente congelada usada para tratar fiebres, y cada apestoso mono-cerdo que chillaba en cada árbol. Amaba cada mota de polvo del largo y difícil sendero que habían caminado juntos. Y él los amaba a todos por igual.
-Amabas este mundo lo suficiente como para salvarla, ¿pero no lo suficiente para intentar quedarte?
Aang frunció el ceño.
-Esa es una manera equivocada de verlo.
-¿Por qué? ¿No es lo suficientemente iluminada? ¿No es lo suficientemente imparcial para el Avatar?
-No –respondió Aang con la voz moderada, y ella sabía con esa única sílaba que respondía suavemente solo por un fuerte auto-control-, no es lo suficientemente pacífica para un Nómada Aire – estiró una mano sobre el heno que los rodeaba. El aire giró bajo su palma abierta. Dentro del diminuto remolino había minúsculas semillas de heno. Eran casi translúcidas y Katara necesito entornar los ojos para verlas-. Así es como son nuestras vidas –prosiguió Aang-. Tu vida, la del Señor del Fuego, todos en este mundo – incluso yo, el Avatar – somos así –sacudió el aire de nuevo, y sopló las semillas alejándolas sobre una suave brisa. Katara no vio donde cayeron-. Somos semillas en el soplo del universo. Somos pequeños. Tenemos gran potencial, pero somos solo materia al capricho de las fuerzas más allá de nuestro control.
Dejó su mano caer de nuevo en su regazo.
-Al menos, eso es lo que los maestros aire dicen sobre la muerte.
A través de silenciosas y furiosas lágrimas Katara exclamó:
-Buena, la Tribu Agua piensa un poquito diferente –se paró. Ignorando los ruegos de Aang para que esperara, puso un pie frente al otro y salió a grandes zancadas hacía la neblinosa penumbra del templo. A la temprana luz de la mañana, la estatua de cada monje se veía especialmente desilusionada para con ella. Se ajustó un poco su capa, y subió los escalones hacia la torre más alta. Un delgado chico de cabello oscuro y ojos dorados estaba parado en el centro de la habitación con un pesado guante de cuero en una mano.
-¡Sifu Katara! –reconoció, irguiéndose-. Estaba a punto de alimentar a los halcones, señora.
-No estoy aquí para criticarte, Rizu.
Los hombros del muchacho cayeron al tiempo que exhalaba aliviado.
-¿Cómo puedo ayudarla?
Katara echó un vistazo alrededor de la habitación. Dentro de sus elegantes jaulas, los halcones se removían en sus perchas. No por primera vez, sintió un ligero escalofrío cuando miró sus ojos encapuchados y sus crueles picos.
-¿Cuál es el más rápido?
Rizu sonrió de oreja a oreja.
-Ese sería Zin, señora. El Señor del Fuego lo envió especialmente.
Ella asintió con la cabeza.
-Bien. Tengo un mensaje para el General Iroh.
Se sentó en una pequeña mesa mientras Rizu se ponía su guante y abría con cuidado la jaula de Zin. Estaba ubicado en el extremo más lejano de la habitación, e incluso en las sombras claustras del cuarto pudo ver que era el más grande. Rizu silbó y extendió su brazo dentro de la jaula. Una diminuta cuña de miedo se formó en la garganta de Katara cuando lo hizo – había visto al huérfano de la Nación del Fuego cuidando sus amados halcones innumerables veces, pero todavía las consideraba criaturas peligrosas. La sensación pasó cuando el halcón saltó al brazo de Rizu y dejó que el chico le acariciara la garganta. Rizu arrulló de modo tranquilizador al halcón y sonrió. Aang ha hecho algo hermoso aquí, pensó. Y no puedo proteger a todos estos chicos perdidos sin él.
Rizu se volvió a ella.
-¿Escribió el mensaje, señora?
-No –se las arregló para decir. Rápidamente acercó un pincel, tinta y papel. Su mano cogió el pincel, lo mojó en agua, y lo limpió sobre la piedra de tinta. Sostuvo el pincel en el aire sobre la página en blanco. La situación ahora se sentía más real que en el establo, cuando Aang había explicado su inminente deceso con la misma calma y cuidado que podría usar para contarle las reglas a un niño las reglas de la Pelota Incendiada. ¿Cómo le digo que Aang está muriendo? Una gota de tinta negra cayó y salpicó el papel.
-¿Está bien, Sifu Katara? –alzó la vista. Rizu parecía borroso hasta que parpadeó y se dio cuenta para su horror que había estado llorando-. Sus manos están temblando –observó Rizu.
El Avatar se está muriendo, la voz de un niño asustado gritó en su interior. Acabamos de tenerlo de vuelta, ¡y ahora va dejarnos! ¡Y está de acuerdo con eso! ¡Va a abandonarnos sin que le importe un comino, porque eso es lo que los Avatars hacen!
Katara ignoró la voz petulante y aterrorizada y reunió las reservas de coraje que le habían servido tan bien contra Azula, Ozai y todos los demás. Las usó para sonreír y decir con voz firme que todo estaba bien. Las mantuvo ahí hasta que su mano hubo garabateado las palabras, enrollado el pergamino, y lo hubo metido dentro de su tubo de marfil. Lo acomodó del largo suficiente para atarlo a la impaciente pata de Zin, le sonrió a Rizu, y se marchó majestuosamente de la alta torre y entró en su habitación, donde pudo finalmente permitirse descargarse en su almohada.
El General Iroh llegó semanas más tarde. Trajo un tanque lleno de nuevos juguetes y dulces picantes de la Nación del Fuego. Repuso las reservas de té del templo. Incluso dejó que los niños más pequeños se le colgaran de las piernas al tiempo que subía con dificultad del sendero sinuoso desde el ascensor a poleas en el armazón de la cumbre. La vista de él cuando terminó el ascenso rodeado por huérfanos risueños, su cuerpo todavía redondo y grueso y jovial, casi la volteó de rodillas. Cerró sus manos para evitar correr hacia él y arrojársele en los brazos – algo que nunca había tenido la oportunidad de hacer con su propio padre luego de se fuera, notó una pequeña parte de si. Su esposa, su hijo, su hermano y sobrina, y ahora Aang -- ¿Iroh nos sobrevivirá a todos? Katara saludó a Iroh en el patio y él le presentó un solo lirio panda.
-Vi a un vieja amiga camino aquí –le comentó, prendiéndosela en el cabello.
Katara intentó recordar aquella vez cuando creía en cada palabra de Tía Wu. Parecía hacia muchísimo tiempo.
-¿Y qué dijo?
Iroh tomó una de sus manos entre las de él. Parecían terriblemente viejas ahora, secas y cubiertas por machas de la edad.
-Dijo que tu historia no había terminado –respondió-. Ahora, Lady Katara, vamos a ver al Avatar.
-¿Dónde está Zuko? –averiguó Sokka cuando Iroh hubo terminado sus cortesías.
-Yo también quiero saber dónde está –intervino Toph, cruzándose de brazos-. Creí que Chispitas y Pies Ligeros habían hecho las paces.
-El Prín… -Iroh pareció contenerse, y sonrió con pesar-. El Señor del Fuego Zuko está en medio de negociaciones de comercio con representantes del Reino Tierra –explicó-. Deberían de terminar en unos días. Cuando haya negociado un nuevo acuerdo, vendrá.
-En caso de que no lo hayas notado, no tenemos unos días –replicó Sokka en un susurro lacónico. Señaló la puerta del establo-. Aang no ha dejado el establo por semanas. Está enfermo, y lo menos que Zuko podía hacer es aparecerse para decir…
-¡Cállate! –siseó Katara. Le dio a su hermano la mirada severa que usualmente lo ponía en su lugar-. No los invité aquí para que pudieran pelear. Aang se ha convencido que está muriendo, y se rehúsa a hacer algo para detenerlo. Somos su familia – tenemos que recordarle de sus lazos en este mundo. Sin una razón para pelear esta enfermedad, Aang dejará que le gane.
Sokka y Toph cabecearon. Iroh se veía incómodo y pasó su peso de un pie al otro antes de asentir concordando. Katara respiró hondo y rotó sus hombros hacia atrás. Sacó el pesado cerrojo que cerraba las puertas del establo, y las abrió de un empujón.
-Aang, tienes visitas –anunció.
-Hola a todos –saludó la fina voz de su esposo desde las sombras que olían a heno, y los otros se apresuraron hacia delante. Katara se movió para seguir, pero la mano de Iroh la hizo quedar.
-Necesitamos hablar –indicó.
Katara se giró.
-Lo sé -admitió. Se apartó-. ¿Tu investigación dio con algo? ¿Oíste alguna vez de algo así antes?
Las manos de Iroh encontraron sus mangas.
-Mi experiencia del Mundo de los Espíritus no es tan vasta como la del Avatar, Lady Katara. Yo solo veo lo poco que los espíritus me revelan – lo suficiente para saber que su mundo no es nada con lo que jugar.
Ella arrugó los ojos.
-No estás respondiendo mi pregunta.
-Solo porque sé que no te gustará mi respuesta.
Ella apenas suprimió un gruñido.
-¿Eres así de evasivo con tu Señor del Fuego?
-Solo cuando quiero que él vea la verdad por sí mismo –retrucó Iroh. Katara abrió la boca, pero él levantó un dedo-. Lady Katara. La verdad que quiero que veas es que tu esposo, el Avatar, debe reunir sus energías para prepararse para la próxima etapa de su viaje. Si no establece un sentido fuerte de sí mismo antes de la muerte, no servirá como mentor para el próximo Avatar. El Avatar Roku no tuvo este lujo -- ¿Por qué crees que Aang necesitaba visitar el templo para hablar con él al principio? Era porque fue muerto antes de estar listo.
Katara frunció el ceño.
-Así que, si Aang pelea contra esta enfermedad pero muere de todas formas, ¿no puede ser el mentor del próximo Avatar?
Iroh cabeceó.
-Sí. Estoy seguro que Roku le ha comunicado esto a Aang –suspiró-. Y lo más importante, Aang es el último maestro aire. Los maestros aire eran muy especiales en lo que hay que hacer con un cuerpo después de la muerte. Como los maestros fuegos, lo creman. Pero luego, los amigos y la familia usan sus habilidades para enviar las cenizas lejos, donde el viento pueda dispersarlas –los ojos de Iroh se asentaron en ella pesadamente-. De esa manera, el maestro aire puede dejar este mundo en paz sabiendo que su familia verdaderamente lo ha dejado ir.
La furia amenazó con abrumarla.
-¡Dejaremos ir a Aang cuando estemos muy preparados para hacerlo! En caso de que no lo hayas notados, él es más que el Avatar -- ¡es el guardián (1) de estos niños! ¡Niños que la Nación del Fuego dejó huérfanos!
Iroh rápidamente escondió su conmoción y dolor, pero no antes de que ella se diera cuenta. Inmediatamente, una ola de vergüenza la empapó y extinguió su ira.
-Lo siento –se disculpó después de un momento-. Eso fue muy bajo. Pero…
-Pero te estás preguntando como será posible que puedas arreglártelas una vez que Aang se vaya –completó Iroh.
Dolía admitirlo.
-Sí.
Iroh apoyó una mano sobre su hombro.
-No estoy diciendo que dejar ir al Avatar va a ser fácil –insistió-. Estoy diciendo que necesitarás respetar sus tradiciones de la manera que él ha respetado las tuyas. Aang es el último de su gente, pero ha hecho todo lo que pudo para mantener sus maneras vivas – aún se rehúsa a comer carne, usa sus colores de nómada, y se afeita la cabeza.
Katara no mencionó que tan lejos Aang había ido para proteger la última esperanza que tenía de conservar a su gente. Su deseo más egoísta no era por Katara, sino por más maestros aires. Aang había pedido su mano solamente después de completar una infructuosa búsqueda a lo largo y lo ancho del mundo para encontrar sobrevivientes. La razón de su matrimonio permanecía como un secreto para todos excepto por Sokka y Toph. Katara y Aang limpiaban sus propios cuartos – ni siquiera los chicos que tenían la tarea de lavar la ropa sabían que el Avatar y su esposa dormían separados cuando no estaban tratando de concebir, y eso era algo que no habían tratado en años.
Como si le hubiera leído la mente, Iroh agregó:
-Por supuesto, se casó. Eso es algo muy inusual para alguien criado por monjes. Pero creo que fue mucho más sabio elegir una esposa como tú que vivir solo.
Katara sonrió sin alegría.
-¿Incluso si no puedo salvarlo en el final?
Iroh apretó su hombro.
-Cuando trajiste al Avatar de vuelta a este mundo, nos salvaste a todos –repuso-. Sin tu fuerza, tu amigo no hubiera podido enfrentar este desafío final por sí solo.
A pesar de sí, Katara sintió que comenzaba a llorar.
-Él no está solo –porfió-. ¡Estamos todos aquí!
-La muerte es el secreto final, Lady Katara –replicó Iroh-. Es uno que todos aprendemos en soledad.
Días más tarde, Aang abrió los ojos y dijo:
-He estado conservando mi energía, Katara.
Lo dijo en el mismo tono que había usado cuando niño cuando le pidió que mirara lo que haría a continuación. Pingüino-trineo, montar el elefante koi, poner de moda un collar – le tomó años ver esos atractivos por amor por lo que eran.
-Ya no tienes que fanfarronear por mí, Aang –reprochó.
Él sonrió.
-Lo sé. Solo quiero hacer las cosas un poquito más fáciles. ¿Podrías abrir las puertas del establo, por favor?
Confundida, se paró y destrabó las pesadas puertas. Las abrió ampliamente. La luz del sol lavó las piedras a sus pies.
-¿Así?
Aang asintió. Se puso de pie. Se veía tan terriblemente delgado y pálido que las rodillas de ella casi se doblaron, pero afirmó su posición a la manera de los maestros agua y esperó. Su esposo levantó sus brazos con elegancia, y respiró hondo. Y en el único segundo entre darse cuenta lo que estaba a punto de intentar y abrir su boca para protestar, observó al último maestro aire enviar un bisonte volador de diez toneladas deslizándose por el aire hasta el patio exterior. Aang salió con él y también con un poco de heno. Aang flotó – una hoja de otoño en la brisa, seca y frágil pero aún así brillante – hasta que se acomodó en su viejo lugar entre los cuernos de Appa. El bisonte hizo un sonido de afirmación, como si estuvieron preparándose para un viaje juntos. Katara corrió tras ellos.
-¿Por qué? –preguntó, mirando fijamente a su esposo.
Aang sonrió cansinamente.
-Cuando Zuko llegue, él y Iroh sabrán que hacer –respondió.
-No –ella sacudió su cabeza hasta que su trenza golpeaba a su alrededor-. No puedes hacer esto...
-Tienes razón –su mirada se suavizó-. Ya te dejé ir una vez, Katara. No puedo hacerlo una segunda –Aang frunció el ceño, y palmeó el espacio tras él-. Olvidé mi planeador. ¿Puedes traérmelo?
Ya se había vuelto para correr cuando escuchó un "Yip-yip" suavemente murmurado. Se giró justo a tiempo para ver a su esposo caer sobre su costado mientras el animal debajo de él suspiraba su último aliento. Una ráfaga de viento atravesó el Templo Aire del Sur, volteándola. Cuando se fue, el aire parecía más limpio y frío que antes, y no encontró la fuerza para ponerse de pie hasta que llegó su hermano y la llamó por su nombre.
Zuko llegó al atardecer. Los niños descubrieron sus globos de guerra primero. Con sensatez, Katara sabía que debía recibirlo como había recibido a Iroh. Pero mientras las horas pasaban ella continuaba mirando fijamente los dos cuerpos de sus amigos, y solo habló con el Señor del Fuego cuando el cayó de rodillas a su lado. Observó a Zuko inclinarse hasta que su frente tocó las piernas. Permaneció así por un rato largo, y pensó que quizás estaba llorando. Pero cuando se levantó su cara estaba seca, y solo la mitad izquierda de su rostro brillaba en la manera lustrosa y derretida de cualquier cicatriz.
-Había tanto que todavía no le había dicho –clamó Zuko, mirando atentamente hacia delante.
-Lo sé –contestó. Se giró, y de repente estuvieron de vuelta en la cueva cristalina, considerándose como personas por primera vez-. Te perdonó hace años, sabes. Todos lo hicimos.
Su labio se movió nerviosamente como si ella lo hubiera golpeado, pero después de un momento habló.
-Todavía tengo que merecer tu perdón, o el suyo.
Katara no tenía idea de que decir. En los años después de la guerra, ella y Aang habían llegado a pensar en Zuko como en una especie de pariente lejano – nunca realmente disponible, y a veces difícil de entender, pero inofensivo. Ya que a lo sumo decir eso hubiera sido condescendiente, solo dijo:
-Aang sabía que venías. Dijo que tú y Iroh sabrían que hacer. No estoy segura a lo que se refería.
Zuko parpadeó, y echó un rápido vistazo al gigantesco cadáver de Appa y al mucho más pequeño encima de él.
-Yo sí –repuso-. Déjanos esto a nosotros –se giró hacia ella-. ¿Cuándo es el funeral?
-Mañana –afirmó-. Tu Tío está en la cocina preparando un banquete.
Zuko se levantó.
-Iré a ayudarlo –permaneció allí por un momento como si tuviera algo más que decir, pero giró sobre sus talones y se fue. Oyó de él horas más tarde, cuando Iroh cubierto en harina y salpicaduras de aceite de cocina, le dijo que su sobrino deseaba elogiar al Avatar.
-Déjalo –concedió ella, pensando en las cosas dejadas sin decir entre Zuko y Aang, y preguntándose como había llegado a vivir en un tiempo en que el Señor del Fuego hablara del Avatar en su deceso.
El día amaneció brillante y despejado. Katara se puso su viejo vestido azul que parecía un saco sobre un simple cambio blanco, y cubrió su pelo en el velo bordado con cuentas que había usado el día de su boda. Después de intentar infructuosamente tres veces trenzar su cabello, lo dejó suelto.
En el patio, los cuernos de Appa estaban adornados con flores del jardín, y en el espacio bajo sus pies habían esparcido sus frutas favoritas y las tortas dulces que le habían gustado a Aang. Sokka estaba parado con algo en sus manos y se arrodilló, dejándolo con cuidado.
-¿Qué es eso? –inquirió ella.
-Es un pedazo de masa sin freír –informó-. Tú sabes, para conmemorar el día en que el Avatar no fue hervido en aceite.
Katara casi rió, pero estalló en lágrimas demasiado pronto porque Sokka estaba llorando lo suficientemente fuerte como para ahogar el sonido de los pájaros. Se agacharon sobre las piedras y lloraron juntos. Una lejana parte de si se dio cuenta que no habían hecho esto desde que escucharon del fallecimiento de Hakoda, pero esa temprana perdida había sido más fácil de soportar con Aang allí y un mundo que salvar. Ahora había responsabilidades completamente diferentes – bocas que alimentar, niños que consolar, un enclave que proteger y otros maestros que entrenar. Pequeñas tareas, ni cerca tan peligrosas como derrotar un Señor del Fuego sediento de sangre y su mañosa hija, pero aterradoras igualmente por la manera que parecía que nunca se iban a acabar.
Sobre el hombro de Sokka, vio a Iroh escoltando a Toph hasta el patio, y a muchos chicos siguiéndolos. Zuko venía en la retaguardia. Los huérfanos de la Nación del Fuego lo rodeaban. Se veía como si no hubiera dormido. Cuando los niños, jóvenes y aquellos que estaban de voluntarios en el templo se hubieron acomodado en el patio, Katara se puso de pie y les agradeció por asistir. No tenía idea de donde le salía la voz o cómo se las arregló para pararse sin flaquear, pero vio a Sokka cuadrar sus hombros y vio la incertidumbre abandonar el rostro de Toph, para ser reemplazada por la firmeza que Katara amaba. Respiró hondo y anunció que el Señor del Fuego había viajado de tan lejos para despedirse del Avatar. Cuando se sentó, Sokka tomó una de sus manos y Toph tomó la otra. Ella se aferró con fuerza. Tenía la extraña sensación de que si los soltaba, quizá saliera volando.
Zuko subió la tarima lentamente. Usaba una bata de puro blanco, y la delicada corona que rodeaba su cabeza brillaba. Contempló el patio por un momento. Los niños reunidos se irguieron bajo su mirada. Inspiró hondo antes de hablar.
-En la Nación del Fuego, aprendemos que el fuego que arde con más brillo también arde más brevemente –empezó-. Esto proverbio no podía ser más cierto referido a Aang, el último maestro aire.
"El Fuego fue el último elemento que Aang dominó, pero en muchas maneras fue él más apropiado para él. Porque Aang era la luz en un mundo rodeado de oscuridad. Despertaba esperanza donde quiera que se parase. Su calidez podía derretir el corazón más frío.
"La tarea del Avatar es traer equilibrio y armonía al mundo, y es un testamento para lo lejos que hemos caído que Aang manifestó un espíritu tan pacífico y amoroso. Era el héroe perfecto para su edad – un hombre que podía castigar la injusticia pero también… perdonar aquellos junto a él que menos merecían su bondad –la voz de Zuko se enronqueció un poquito allí, y Katara lo vio inhalar temblorosamente. Fue el único indicio visible de su dolor, aparte de las lágrimas corriendo silenciosamente desde su ojo sano.
"Tuve la extraña fortuna de conocer a Aang como oponente y aliado –continuó Zuko después de un momento-. En ambos casos, Aang probó ser una inspiración para que yo mejorara. Por largo tiempo, pensé que perseguir al Avatar significaba ganar honor. Pero ahora, veo que lo que yo perseguía no era el Avatar, sino más bien lo que el Avatar significa para nosotros – la paz el amor y la esperanza que se esforzó por infundir en los demás. Lo que quería no era un trofeo, sino un ejemplo a seguir. Todos los Señores del Fuego deberían ser tan afortunados de ver un ejemplo tan perfecto de verdadero liderazgo entre nosotros.
"Pero aunque Aang era el último de su gente, y aunque solo podía haber un Avatar por vez, la fuerza de Aang no yacía en su singularidad, sino en su habilidad para fomentar la excelencia en los demás. No peleó ni ganó sus batallas solo. En cambio, confió en los variados talentos que reconoció en sus amigos. Respetó los esfuerzos y sacrificios hechos por sus compañeros. Nos recordó de nuestro propio potencial y los liberó en cada uno que conoció. Esa estrategia es una que debemos recordar al tiempo que nos volvemos para enfrentar nuestro destino sin él a nuestro lado.
"Sé que el mundo parece más oscuro ahora que el Avatar se fue. Pero los dones que Aang nos dejó no se desvanecerán con el tiempo. Como piedras que permanecen calientes largo tiempo después de que el sol se ha ocultado, mantendremos la luz del Avatar dentro de nosotros mismos. La sabiduría que nos impartió – que todos merecemos compasión, que todos debemos ocuparnos de la tierra y de nosotros mismos – permanece con nosotros a pesar de su ausencia. Y como la primera estrella de la noche, el amor de Aang por nosotros continuará ardiendo desde la distancia. Puede parecer inalcanzable, pero ya ha conquistado la oscuridad, y siempre estará ahí cuando creamos que toda esperanza se ha desvanecido"
Katara apenas podía respirar por las lágrimas, pero una voz dentro de sí dijo: Este es el por qué de que sea Señor del Fuego. Este es el por qué de que Aang confiara en él, y el por qué de que Iroh lo ame. Aang tenía razón – Zuko sí sabía exactamente que hacer.
-No hay forma de que pueda devolver los muchos favores que el Avatar Aang me concedió en su corto tiempo –añadió Zuko-. Y ahora, me apeno de decir que no puedo ejecutar mi último gesto de respeto solo. Debo pedir por la ayuda de mi Tío.
Iroh se levantó. Le hizo una señal a Zuko con la cabeza y avanzó pesadamente hacia el otro flanco de Appa. Los dos hombres hicieron una reverencia y adoptaron posturas de fuego control. Como si fueran uno, enviaron chorros de fuego directamente a los cuerpos de Aang y Appa. La pira rugió. Los niños se escabulleron hacia atrás para eludir el calor. Zuko y Iroh permanecieron mucho tiempo después de que Sokka y Toph hubieran arreado a los chicos hacia el banquete del funeral, asegurándose de que el fuego nunca se extinguiera. Katara supo esto porque un poco después del amanecer, cuando el Avatar y su animal guía eran solo una gran pila de cenizas, un par de brazos fuertes que olían a sudor y humor la levantaron del suelo y la llevaron hasta la habitación preparada para Zuko. Horas después despertó allí sola.
Después de haberse bañado y comido, Katara encontró a Zuko en un pequeño rellano por encima del patio principal, dirigiendo un grupo de hombres y mujeres con los colores de la Nación del Fuego. Se sorprendió al notar lo mucho que el montón de cenizas que Aang y Appa habían dejado atrás ya había sido desparramada por el viento. Había creído que tomaría más tiempo. Los otros en el patio abajo evitaban el montículo, y vio la manera en que los ojos de Zuko miraban para todos lados menos allí. Sobre verla, Zuko despidió a los soldados. Se alejaron trotando en diferentes direcciones.
-¿Quiénes son? –indagó Katara.
-Tu nueva guarnición –contestó.
Parte de sí se erizó con su elección de palabras.
-No somos una colonia.
Él suspiró.
-Lo sé. Debí haber dicho que son tu nueva guardia.
Ella frunció el ceño.
-¿Guardia?
Zuko hizo un gesto hacia los neblinosos picos que los rodeaban.
-Estás aislada, aquí. Hay ladrones y soldados renegados de la Nación del Fuego. No te voy a dejar desprotegida.
-Soy una maestra de agua control…
-Eres una maestra de agua control, rodeada de niños que te necesitan –interrumpió Zuko-. El temor al Avatar mantenía a los forasteros en su lugar, Lady Katara, pero sin él las amenazas crecerán diez veces. Necesitas ayuda –miró a lo lejos con los ojos entornados. Cerca del establo, Iroh hacía una demostración de trucos de fuego control a un grupo de huérfanos de la Nación del Fuego-. Tienes maestros fuego que no saben los procedimientos más básicos de seguridad –espetó en un tono más suave-. No tuvieron padres ni profesores que les enseñaran las reglas que deberían saber desde el nacimiento. Si dejo a mi mejor gente aquí, hay una posibilidad de que aprendan.
Por el momento, decidió ignorar la desestimación por sus dones y su paranoia sobre las amenazas que percibía en el mundo exterior. También decidió ignorar la manera en que la había llamado Lady Katara – Los hombres de la Nación del Fuego eran tan estirados y formales.
-¿Tu mejor gente?
Él asintió.
-Son parte de mi séquito –admitió-. Iroh los entrenó personalmente para custodiarme a mí y al palacio.
Katara estalló.
-¿Estás loco? ¡No puedes dejarlos aquí sin más! ¡Estarás en peligro desde el momento en que pongas un pie en tu globo!
Zuko negó con la cabeza.
-Mi Tío es una protección más segura que cualquier ejército de maestros fuego –repuso-. Y hay más guardias aguardando por mí en el palacio –sacó un pequeña bolsa y se la entregó sin mirarla a los ojos-. Hay más de eso también, si lo necesitas.
Katara abrió la bolsa. Dentro había un montón de monedas de oro. Su orgullo quería decirle que no necesitaban su dinero. Pero sus modales dijeron:
-Gracias. Tu nombre será honrado junto con los demás donadores en el día de la gratitud.
-Tus donaciones caerán una vez que el mundo se entere de que el Avatar ya no vive aquí –insistió Zuko, desviando la mirada-. Dime cuando eso se acabe. Enviaré más.
-Zuko, Aang nunca pidió indemnizaciones –porfió Katara-. Y sé que has tenido que bajar los impuestos para mantener el favor…
-Éste no es dinero de la Nación del Fuego, es mi dinero –tragó-. Solía ser el dinero de Ozai y de Azula y de Zhao. Lo gané cuando vendí sus posesiones y las hice fundir –sus manos se cerraron y se abrieron-. Desmonté sus barcos, sus cuartos, todo lo que pude encontrar. Desmonté la casa de Zhao. Podrías estar teniendo su retrete dorado, por lo que sé.
Zuko nunca se rinde, le recordó la voz de su hermano en su cabeza. Debió haber sabido que Zuko llevaría su venganza – y su penitencia – tan lejos. Pesó la bolsa.
-¿La corona de Ozai está aquí?
-Fue lo primero que fundí.
Una diminuta sonrisa tocó sus labios.
-Muchas gracias.
Zuko cabeceó. Observó a un halcón mensajero describir un amplio círculo sobre los capiteles azules del templo.
-Fue en serio lo que dije ayer –miró hacia abajo al patio donde estaban las cenizas de Aang y Appa-. Por largo tiempo, pensé que todo lo que tenía que hacer era encontrar al Avatar, o descubrir el juego de Azula. Pensaba que cuando finalmente hiciera esas cosas, todo terminaría. Yo habría ganado.
Algo como una sonrisa tiró de los labios de ella.
-Pero ahora veo que nunca se acaba. Los problemas que un Señor del Fuego tiene que resolver hubieran confundido a Azula. Mi época buscando al Avatar era idílica – podía ser yo mismo. Ahora me preocupo por el precio del arroz y quién lo va a cultivar, ya que la mayoría de los hombres con los requisitos necesarios están muertos o heridos y la Nación del Fuego ya no tiene ningún poder sobre la tierra del Reino Tierra.
La enfrentó.
-La Nación del Fuego tiene un hambre que no puede sustentar. Nuestros antiguos enemigos se ríen de nosotros. El único hombre que podría haber negociado un acuerdo está muerto. Mataría a Ozai de nuevo por hacernos esto.
-Zuko –llamó Katara. Vacilante, se adelantó un paso. Apoyó sus dedos en su cicatriz por un instante. En aquel entonces, como ahora, cerró los ojos y quedó perfectamente quieto. Suspirando, ella dejó caer su brazo y le rodeó su torso con él, donde su otro brazo se le unió. Los brazos de él también se cerraron alrededor de ella un momento después. Ella apoyó su cabeza en su pecho y escuchó su corazón martillando dentro-. Yo también estoy asustada –susurró.
Como si hubiera oído un pie importante, Zuko ciñó su abrazo. Parecía que la rodeaba. Los dedos de él escarbaron en su torso, y su mentón quedó sobre su hombro. Para su sorpresa, Katara sintió que algo se soltaba en su interior. La incomodidad que el Señor del Fuego usualmente le inspiraba dentro de si se desvaneció. Lo sostuvo cerca, la manera que una pequeña parte de si sospechó que siempre debió haberlo hecho, y suspiró. Zuko hizo lo mismo. Permanecieron juntos hasta que un viento montañoso especialmente fuerte arrancó el velo del cabello de Katara, y la mano de Zuko se estiró para atraparlo. Suavemente, lo enganchó sobre su brazo antes de devolvérselo.
-Una mujer de la edad de mi hermana ya es la viuda del Avatar, y el Señor del Fuego se aferra a ella como un niño –regañó-. En que mundo extraño vivimos.
-Es el mundo que decidimos cuidar –replicó Katara.
El dijo que sí con la cabeza y cuadró los hombros.
-Tengo que irme mañana –informó-. Si me quedo más tiempo, mi Tío se hará cargo de entrenar a todos tus maestros fuegos y comandará tu cocina.
-Y no podemos permitir eso.
-Es mi mejor general. No puedo perderlo por un grupo de huérfanos, sin importar lo encantadores que son –su sonrisa era genuina ahora, si bien apenas visible-. Has hecho bien con ellos.
-Practiqué bien –retrucó sin pensar.
Zuko la miró extrañado, pero no tuvo posibilidad de preguntar. Rizu llegó con un mensaje de la Nación del Fuego que le dio dentera a Zuko, y el Señor del Fuego se excusó. Katara lo vio brevemente al día siguiente, al alba cuando él y Iroh se fueron.
-Siempre habrá lugar para ti en el palacio –aseveró Iroh, agarrándole los hombros-. No dejes que estos chicos te agoten. Incluso una maestra de agua control necesita su descanso, ¡y el ala residencial en casa está construida sobre un excelente manantial! –Iroh se giró hacia Sokka y Toph-. ¡Eso también va para ustedes!
-Me anotó –afirmó Sokka.
-Yo también –convino Toph.
-¡Maravilloso! ¡Tendremos un banquete! Yo puedo...
-Tío –cortó Zuko-. Deberíamos irnos antes de que el viento cambie.
Iroh puso los ojos en blanco antes de fijar su mirada en Katara.
-Debes decirnos en el momento en que necesites algo –le apremió.
-Lo haré.
-Bien –Iroh sonrió, y rápidamente la envolvió en un abrazo-. Has crecido tan rápido, Lady Katara –le felicitó al oído-. Nunca conocí a tus padres, pero estoy seguro que están orgullosos.
-Gracias –susurró ella.
Él se apartó, abrazó a Sokka y a Toph (se demoró con ella, también) y subió al globo de guerra de Zuko. Zuko le mantuvo la mirada por un momento, asintió con la cabeza, y disparó una llamarada a la caverna del globo. Katara los observó alejarse mientras los niños desde todos lados del templo corrían de sus lugares, saludando y despidiéndose a gritos. Permaneció mirando fijamente hasta que el globo rojo se volvió del tamaño de una moneda de cobre en su vista, luego se volvió y dejó que sus responsabilidades la guiaran de la mano.
N/T: Hi! Espero que les haya gustado, es cortón el cápitulo, pero después se hacen más largos *suspira*, pero bueh, están geniales! *sonríe ansiosa* Gracias in advance! :) y Feliz Año Nuevo!
Dedicado a: Orion no Saga, por... porque más o menos se lo debía. Espero que te enganches tanto o más con esta historia que con Ritmo de Lluvia :)
Disclaimer 2: Ni los personajes, ni la trama me pertenecen. Así que no me demanden, que no tengo plata ni para el colectivo ^^
(1) guardián=caretaker= adulto al cargo de niños.
