Advertencias: En la primera parte del capítulo el mundo está situado en una línea temporal donde Tsuna (del pasado) nunca llegó a salvar el futuro. Por el ende el Tsuna (del futuro) sí murió y los Vongola siguen siendo cazados hasta su extinción.

-Se está tomando el mundo de Tsuna Cazador de Monstruos.


Hibarin y el gato enamorado.

Hibari se dejó caer sobre sus rodillas, moviendo las manos en el estómago de Gokudera, su equipo médico era insuficiente para las heridas que debían ser tratadas. Una nueva técnica del rayo, del equipo Millefiore, tenía la piel quemada con una abertura en el costado derecho. La sangre salía formando un charco bajo su cuerpo que tiritaba por el frío que el albino decía tener. Delante de ellos Lambo formaba un escudo que quién sabe cuánto tiempo sería capaz de contener, Yamamoto fuera de él luchaba arduamente contra algunas tropas Millefiore, Chorome, Chikusa y Ken intentaban en vano crear una especie de distracción con la niebla para dar una huida fugaz.

—Está bien, bastardo. —masculló quedamente, le resbaló sangre por la boca. Kyoya movió más rápido sus manos, si volviera tiempo atrás jamás aceptaría que se preocupaba por esos herbívoros ruidosos; sin embargo, desde que murió el Décimo Vongola y Millefiore se apoderó de la mafia mundial habían estado más unidos que nunca. Sobre todo, Gokudera y él. —Voy a morir.

—No te dejaré morir. —gruñó arañando su camisa morada, arrancando un pedazo de ella y sobreponiéndola a la venda que ya tenía. Intentando ejercer mejor presión.

—Él tiene razón, Ahodera. —continuó Lambo, haciendo una mueca. —No vamos a perder más amigos.

—Escúchate, vaca idiota. Aún medio muerto puedo patearte el culo. —sonrió tomando la mano de Kyoya. Él le negó la mirada, intentando concentrarse en salvarlo. —Tienes que llevártelos de aquí.

—No sin ti, herbívoro rebelde. —masculló posando sus ojos azules en los verdes que ya se iban apagando. —El crío tiene razón, no dejaremos a nadie más atrás.

—Cada quién hizo lo que tenía que hacer, Hibari. —escupió un poco de sangre, agitándose.

—Deja de hablar.

—Crearé la distracción que tanto busca Chorome. Aún puedo invocar mis flamas, tengo mis bombas.

—No.

—No. —secundó Lambo. El escudo comenzaba a parpadear, dejando pasar el humo de afuera. Yamamoto y Chrome voltearon alarmados, las fuerzas del rayo de agotaban y aún no tenían un plan que no fuera dejar a Gokudera.

—Permíteme hacerlo. —gruñó intentando ponerse de pie, Hibari lo mandó de nuevo al suelo. —Kyoya, no quiero morir como un inútil. —bramó con lágrimas en los ojos, el guardián de la nube ya había pasado suficiente tiempo con él para saber en qué estaba pensando. Sawada Tsunayoshi. —Fallé en proteger lo más importante. No voy a fallar de nuevo.

—Herbívoro. —notó los ojos de Gokudera, diciéndole que nunca le perdonaría si se lo llevaba de ahí. Su cuerpo no resistiría mucho, estaba a punto de morir, incluso pidió su deseo final. La nube que siempre era distante en el cielo tomó de nuevo la mano de la tormenta y asintió con la cabeza.

—No, ¡no podemos! —chilló Lambo.

—Llévate esto. —le dio la caja perteneciente a Uri. —Él se enojará si le hago morir conmigo. No quiero ser maldecido por un gato.

Kyoya le ayudo a ponerse de pie, Gokudera se desvaneció un par de veces antes de conseguirlo. Lambo seguía suplicando que pararan aquello tan descabellado, no fue escuchado; Yamamoto paso el escudo, temblando ante las heridas y lo que estaba por venir. Iba a perder a sus dos mejores amigos en el mundo, ¿por qué debía ser así?

—Tranquilo idiota del beisbol. —palmeó su cabeza, aunque le sacaba mucha altura. —Le mandaré saludos al Decimo de tu parte.

—Hayato…

—Protege lo que debe ser protegido. —su mirada se puso firme, Takeshi asintió con la cabeza despidiéndose con un enorme abrazo. Lambo se unió a ellos, llorando a lágrima suelta. El escudo se desvaneció en ese momento, llamando a los Millefiore.

Yamamoto comenzó a correr arrastrando a Lambo, Chrome y sus amigos lo seguían de cerca. El guardián de la lluvia miró atrás, Gokudera le daba las últimas indicaciones a Hibari. Recordó entonces al lobo solitario que llegó a Namimori a los catorce años, dando gruñidos, rompiendo cosas, pateando personas, llamándole freak del beisbol, frunciendo el ceño cuando pasaba más tiempo Tsuna con él, mandándolo a volar con sus bombas cuando mencionaba querer ser la mano derecha.

Las lágrimas brotaron sin poderlo evitar. Ahí atrás estaba su mejor amigo, sacrificándose por él.

Hibari acarició los cabellos sucios de Hayato. No tenían mucho tiempo para despedirse y Gokudera lo gastaba diciéndole con mensajes codificados, que él entendía a la perfección, el camino más corto para llegar a una de las guaridas más secretas de la familia Vongola. Ahí estaban Reborn, Ryohei y los demás. Excepto claro, los que cayeron como héroes de batalla.

—No puedes quedarte conmigo, Hibari. —pegó su frente con la suya, sonriendo. —Te amo.

Kyoya le dio un casto beso en los labios, sin despejar su mirada de su amor. Si por el fuera se quedaría a su lado, moriría junto a él, pero Gokudera le hizo jurarle que protegería a su familia.

—Te veré en la siguiente vida, herbívoro rebelde. —sonrió quedo, enfatizando sus palabras. Aún con la caja de Uri en sus manos se echó a correr dentro de la neblina que había creado Chrome. Antes de perderse por completo, dio un vistazo atrás, ahí de pie en completa soledad estaba la única persona por la que se había preocupado en toda su vida.

Hubo un destello rojo fugaz. La caja que le entrego Gokudera se abrió dejando escapar al gato Uri.

—Espera.

— ¡Miau!

Uri volteó a él con las llamas de sus orejas al cien por ciento. Al parecer comprendía perfecto lo que su amo estaba a punto de hacer y deseaba acompañarlo, era algo que Kyoya no le podía negar, Enzo e Hibird harían lo mismo por él. En sus ojos completamente rojos pudo descifrar un pequeño mensaje, "lo cuidaré por ti". Hibari dio un paso cuando Uri comenzó a correr en dirección a Gokudera, transformándose a medida que se acercaba en el leopardo gigante, al llegar hasta su amo soltó un fuerte rugido.

Ahí se quedaba su único recuerdo de Gokudera, pereciendo a su lado. Antes de correr de nuevo, rumbo a los demás, notó que el albino acariciaba a Uri con una sonrisa en el rostro y el enorme gato le hacía un mimo en su mano.

Después de perderse en la niebla escuchó una enorme explosión que le heló toda la sangre de su cuerpo. Sintió algo parecido a un tirón que le hizo cerrar los ojos por voluntad, tragándose el nudo en la garganta que se le formo. Se tuvo que sujetar de algo, quizás el hombro de Yamamoto, para no caer al suelo y darse cuenta de que Gokudera ya no corría a su lado.


Las explosiones de repente ya no llegaron a los oídos de Hibari. Aún con los ojos cerrados se preguntó qué tan mal debería de estar para bloquear así sus sentidos. No le llevaría a nada bueno más que a una muerte segura, incumpliendo lo que le acababa de prometer a Gokudera. Lo que le hizo sobresaltarse fue que comenzó a escuchar música de un órgano sonando en el fondo de un sótano.

Al abrir los ojos notó que ya no se encontraba en medio del bosque siendo perseguido por los Millefiore. Ni siquiera en la neblina de Chrome, o al lado de Gokudera. El sitió era similar a un cuarto rustico que no se usaban desde la edad media, en Europa por supuesto. Pero hasta donde él recordaba se encontraban en Japón, no expresamente en Namimori, pero sí en el país del sol.

Estaba recostado en una fría cama de piedra, con las manos sobre el pecho, simulando a un muerto seguramente. Notó algo extraño en su cuerpo al moverlo, era tremendamente pequeño, con manos y cara regordeta similar a la apariencia de Reborn cuando tenía el chupete de los arcobalenos. Se sentía esponjosito. Con sus manos rechonchas tocó sus mejillas, intentando saber si se encontraba en su cuerpo o no, bueno al menos tenía el mismo corte en V que siempre así que eso ya significaba algo. Lo que no cuadraba es que tuviera dos colmillos en la boca.

Se puso de pie de inmediato, buscando un espejo. La habitación no parecía contener ninguno ni alguna otra cosa más que la cama de roca y una capa colgada en un perchero al lado de la única puerta de madera. Todo lo demás eran cuatro paredes angostas. Hibari sin saber muy bien por qué, tomó la capa del perchero, era aterciopelada y se ajustaba muy bien al pequeño cuerpo que tenía. Salió siendo cauteloso, asomándose lo poco que podía con la tremenda cabeza que tenía. Su cuerpo era demasiado desproporcionado, muy en el fondo se preguntaba cómo podía ponerse de pie. Los colmillos le salían de la boca, lastimándole el labio, pero dejo de batallar con ellos al ver una figura bastante conocida en el fondo.

Tetsuya Kusakabe era igual de rechoncho que él, y su peinado era igual de patético que en la escuela media. Él pareció sorprendido de verlo ahí, aunque rápidamente hizo una reverencia, disculpándose por alguna razón estúpida.

—Amo Hibarin, no pensé que estuviera despierto… es decir, acaba de irse a dormir. —explicó nervioso. Hibari afiló su mida al notar que pronunció mal su nombre, sin embargo, lo dejó pasar. Estaba molesto por no saber dónde se encontraba, ni por qué tenía el cuerpo tan rechonchito, ni por qué el mini-Kusakabe le decía que acababa de irse a dormir si era claro que aún era de día.

— ¿Dónde estoy? —preguntó irritado.

— ¿Eh?

—Te estoy preguntando, dónde estoy. —gruñó intentando sacar sus tonfas, por alguna extraña razón esa capa las tenía guardadas dentro de sí. —Dímelo o te morderé hasta la muerte.

— ¡Esta bien, esta bien! —alarmado alzó sus manos en señal de rendición. Era sabido que Hibarin se ponía de mal humor si no dormía, pero aquello era ridículo, ¿cómo que en dónde estaba? Aunque parecía bastante serio respecto al tema y a morderlo hasta la muerte. Literalmente. — Estamos en el castillo Hibari.

— ¿Castillo Hibari? —hasta donde Kyoya sabía él no tenía ningún castillo, ni en Europa ni en Japón. — ¿Es acaso una broma de la cabeza de piña?

Algo le sentó mal en aquella frase. La cabeza comenzó a dolerse a horrores, tanto que tuvo que sujetarla con sus diminutas manos; la voz del mini-Kusakabe lo llamaba alarmado, situándose a su lado. Los recuerdos, uno tras otro, le bombardearon la cabeza. La cabeza se le llenó de los más recientes, la cara de Gokudera al despertar, su sonrisa, sus enojos que mandaban a volar todo alrededor, la familia que comenzó a pertenecer, el contacto con el albino, su piel, sus besos, caricias… su sonrisa al morir.

Abrió los ojos echándose atrás. Cayendo se sentón al suelo, Kusakabe le echaba aire con su pequeña manita, intentando saber que pasaba.

—Amo Hibarin, ¿se encuentra bien? ¿Acaso lo toco un rayo de sol? —preguntó intentando encontrarle una herida.

¿Un rayo de sol? ¿Qué rayos tenía que ver el sol con él?

— ¿Dónde estoy? ¿Quién eres tú? ¿Cómo llegué hasta aquí? —lo bombardeó de preguntas, Kusakabe lo miró extrañado sin llegar a comprenderlo. — ¿Dónde está Gokudera? ¿Y los demás herbívoros?

—Hay una aldea aquí abajo… lo sabe. —el pobre Kusakabe no tenía ni la más remota idea de que le pico a su amo. —Pero aún es muy temprano para salir. Será mejor que se recueste, amo Hibarin, parece que el sol le ha afectado.

— ¿Temprano? Parecen las dos de la tarde. —bramó sacando sus tonfas. Los colmillos de nuevo le hicieron morderse el labio.

—No entiendo, amo Hibarin.

—Mi nombre es Hibari. —corrigió agrio.

— ¿Qué? —Kusakabe de pronto parecía ofendido. —Me ha pedido que lo llame Hibarin por dos siglos, no puede cambiarse de nombre cada vez que le apetezca. —de pronto cerró la boca en una delgada línea, incluso en ese extraño lugar parecía que Kusakabe seguía sabiendo a quién guardarle respeto. —Lo siento, amo Hibarin… Hibari.

Kyoya decidió no perder más tiempo con él, lo aventó a un lado con la debida fuerza para un castigo y avanzó firme en busca de un sujeto o un lugar que pudiera explicarle que estaba pasando. Kusakabe presintió que algo iba mal con su amo así que decidió seguirlo sigilosamente. No quería ganarse una paliza de verdad. No obstante, le preocupaba que Hibarin estuviera perdiendo la cabeza por no dormir bien, es decir, ya habían pasado por el mismo pasillo tres veces.

— ¿Qué está buscando, amo? —preguntó cauteloso de no pronunciar su nombre. Hibari o Hibarin se volteó a él mandándole unas cien espadas con la mirada que seguro le atravesarían si fueran reales.

—La puerta.

— ¿Va a salir?

Definitivamente su Kusakabe, ya muerto en su mundo, era mucho más inteligente que ese. Si buscaba una puerta era para largarse de ahí, no para saber dónde estaba y darse media vuelta.

—Sí.

—Hay mucho sol todavía. —alegó preocupado. —Si necesita algo yo podría traérselo.

—Hmp.

Era extraño el lugar, un enorme castillo con una escalera de caracol que llegaba a su cuarto piso. Los candelabros colgaban del techo forrado en varios pasillos con alfombra roja y morada, casi no tenía ventanas y las pocas aún estaban cerradas por grandes cortinas de terciopelo verde oscuras. Cuando se hartó de deambular sin sentido alguno, detuvo su caminar enfrente de una ventana. Sintió a Kusakabe tensarse a su lado.

—Amo Hibarin, no lo haga. —rogó alzando sus manos. Hibari le mandó una mirada agria, recordándole quién mandaba aquí. — ¿Por qué quiere suicidarse?

— ¿Suicidarme?

—Ya sabe… por recibir los rayos de luz. —explicó nervioso. —Sé que lo le gusta, pero puedo traer su capa con capucha si quiere salir al mundo exterior. Aunque yo le recomendaría dormir un poco más.

Kyoya ya no lo soporto más, gruñó con fuerza, sacando sus tonfas. El mini-sirviente se puso rígido, esperando el golpe que seguro recibiría. Una tonfa se le clavó en la garganta, apresándolo contra la pared Hibarin dio a relucir sus ojos rojos en las sombras.

—Quiero saber cada detalle de donde me encuentro y quién soy. Replica un poco y te morderé hasta la muerte. —bramó. Kusakabe asintió lentamente.

No comprendía muy bien lo que Kusakabe le decía. Al parecer él era una especie de vampiro rechoncho, uno de los seres más poderosos en esa tierra de monstruos que por alguna extraña razón se llamaba igual que su antigua ciudad; Namimori. Todos en ese mundo tenían enormes cabezas, cuerpo pequeño y eran esponjositos. Nunca en su vida Hibari imaginó que se encontraría en una dimensión para niños. Preguntó por Sawada Tsunayoshi, sin embargo, Kusakabe no supo responderle. Entonces preguntó por el bebé, Reborn. Él le dijo que era uno de los siete hechiceros más poderosos del mundo. No supo nada más acerca de Gokudera, o cualquier otro herbívoro que conocía. Ordeno entonces a su sirviente, que al parecer era una especie de zombie muy sano, que buscara información sobre todas las personas por las que pregunto. La similitud más cercana valía la pena.

Hibari se quedó más tiempo en su estudio. El sol todavía no se retiraba y por lo que le explicó, él solo podía salir en las noches o en días con mucha neblina. Los libros antiguos le seguían dando información valiosa, por ejemplo, también existía Vongola; era más como un gremio que una mafia, pero servía por igual.

Aunque, para ser francos, lo que más le angustiaba era el hecho de haber llegado ahí. Lo único que recordaba era un tirón sobre su hombro y la mente negra. Su explicación más razonable era que murió, al igual que Gokudera, y quienes fueran los que estuvieran recibiendo su alma se les ocurrió la maravillosa idea de mandarlo ahí con todos los recuerdos de su anterior vida. Si algún día se los llegase a topar, los mordería hasta la muerte.

Luego de que el crepúsculo inundara el cielo, Hibari dejó su biblioteca de lado para conseguir un poco de comida. Kusakabe le comentó que sus provisiones estaban abajo, sangre de aldeanos fuertes. A él no le gustó la idea, los herbívoros no importaba donde seguían siendo más débil que él y tomar su sangre no era lo primero en su lista de menú; pero Kusakabe le explicó que ingerir cualquier otra cosa como alimento no le proporcionaría la fuerza ni le llenaría el estómago, es más, podría ponerse enfermo.

Encontró un morral arrumbado por ahí, el cual supuso que era de su sirviente por lo maltratado que estaba y porque olía a mercado. Puso dentro las botellitas de sangre que encontró en pequeños huecos de un enorme hielo seco, o aún no inventaban refrigeradores en esa época o el tal Hibarin le encantaba la era primitiva. Vaya, incluso en su mundo él tenía un refrigerador que Gokudera solía llenar de comida comprada en restaurantes.

Arrugó las cejas al pensar en él. Definitivamente si el bebé existía en ese mundo, Gokudera y los demás herbívoros también y se encargaría de encontrarlo. No lo dejaría solo de nuevo.

Esperó paciente a que diera la noche, cuando no hubo más que oscuridad y luces tétricas causadas por las antorchas afuera del castillo se permitió salir. La puerta era demasiado grande para las pequeñas figuras de ese mundo, pero pesé a lo que imagino eran más ligeras. Al salir, se encontró rodeado de un inmenso jardín con rosas que incluso abrían por la noche y un camino recto que lo conducía a otra puerta, donde Kusakabe iba entrando con expresión afligida. Al verlo corrió hasta él.

—Amo Hibarin, ¿desea que le dé un paseo por los jardines?

—Me voy. —anunció, colocándose con esfuerzo la capa que vio en el primer cuarto donde despertó. Sus pequeñas manitas le hacían más difícil el trabajo. Kusakabe pareció alarmado.

— ¿A dónde?

—Tengo que encontrar a Gokudera Hayato.

Kusakabe suspiró, poniendo mala cara. Los amos y sus caprichos eran difícil de entender, un día te decían verde al otro morado. Un zombie no podía con tanta presión.

—Sobre eso, amo Hibarin. —de repente recordó algo importante, Hibari detuvo su caminar unos centímetros delante. —Encontré algo sobre las personas a las que nombro. Pero no estoy seguro de que sea lo que está buscando.

—Muéstrame. —ordenó.

Estaba tan acostumbrado al papeleo del Kusakabe de su mundo que se molestó al ver que lo dejaba con la mano extendida.

—Encontré al cerebro de un Takeshi zombie. —El guardián de la nube intentó no prestar atención en la palabra cerebro. —Al llevarlo de vuelta dijo que conocía a un Tsuna. Él y el hechicero Reborn pasaron por su cementerio para reclutarlo, fue con ellos al principio, pero su cerebro quiso volver a su casa así que regreso por él.

La explicación sonaba tan descabellada que le daban ganas de morderlo hasta la muerte. Pese a eso no lo hizo, ya que la cara de Kusakabe lucía tan seria que no podía estar mintiendo ni tomándole el pelo.

— ¿Gokudera Hayato?

—No encontré nada sobre él.

— ¿Dónde está Takeshi?

—Creo que iba a partir hoy antes de medianoche. Con suerte lo encuentra todavía ahí.

—Llévame al cementerio. —ordenó. Al ver que Kusakabe no se movía sacó sus tonfas.

—Ese Tsuna es un cazador de monstruos. Lo cazará a usted. —exclamó poniendo sus manos arriba como defensa.

—Si puede hacerlo.

Tardaron al menos una hora en llegar, su sirviente una vez le insistió en que tomará su forma de murciélago. Cabe decir que Hibari no sabía cómo y se irritó la segunda vez que se lo propuso. Aunque para ser sinceros caminaba más rápido que de costumbre, a lo mejor los vampiros tenían super velocidad en ese mundo.

El Takeshi zombie quién tenía un extravagante color verde como piel se alegró de ver a Kusakabe de nuevo. Su cerebro rio con él al decir un chiste. Hibari podía decir con firmeza que ya lo había visto todo.

—Llévame con Tsunayoshi.—ordenó.

—De acuerdo. —contestó su cerebro. En el mundo que fuera Yamamoto Takeshi seria siempre el mismo, con una diferencia que al de su mundo no se le salía el cerebro.


¡Más 1859 para FF!

Aprovechando que estoy en mi aniversario con FF (sueno a como si ya estuviera casada, demonios) traigo esta historia:D

Situándome en el mundo de Tsuna domador de monstruos y el invencible Hibarin. Debo aclarar que no voy tomando todo el hilo de la historia original, he modificado algunas partes, por ejemplo que el primer reclutado haya sido Yamamoto (y su cerebro kawaii xD ) y no Gokudera.

Aclarando un poco la actitud de Hibari, se podría decir que tras la muerte de Tsuna y su relación con Ahodera ha hecho que le tome un leve aprecio a la familia Vongola. Al grado de protegerlos si es que Gokudera se lo pide.

Con cariño,

MimiChibi-Diethel.