Estos personajes pertenecen exclusivamente a J. K. Rowling.
1. Encuentro inesperado
La nieve crujía bajo sus botas de piel cada vez que daba un tambaleante paso hacia delante. Su mente iba y venía, más dormido que despierto. El blanco manto se extendía hasta más allá de donde su vista alcanzaba y su consciencia se escondía en algún sitio recóndito de su cabeza. La monotonía del paisaje hacía de su reclusión mental algo fácil y cómodo. Al fin y al cabo no pensar era lo más seguro; la culpabilidad, los remordimientos y sobretodo los recuerdos mordían sin piedad cuando los dejaba salir a la luz. Simplemente se tenía que concentrar en poner un pie delante del otro y avanzar. ¿Hacía dónde? Quizá un sitio donde hiciera calor o puede que un montón de nieve blando donde pudiera tumbarse y decirle adiós a todo. ¿A todo? ¿Qué tenía a lo que le pudiera decir adiós? Él no tenía ya nada.
Casi sonríe con ironía al pensar que antes creía que lo tenía todo. Recordaba como atesoraba su nombre como lo más valioso del mundo. No era para menos, su nombre le abría puertas, hacía que la gente le obedeciese con una mirada, provocaba que el mundo estuviera a sus pies.
Pero eso era antes. Antes de la guerra, antes de la derrota de su antiguo bando, antes de todo.
¿Quién era él ahora? No era nadie. No tenía bando, no tenía tierra. Demasiado traidor para unos e increíblemente cobarde para otros. Y así había acabado, perdido y huyendo de todo y de todos en medio de una tierra nevada, helado hasta los huesos y con el estómago rugiente. Se le hacía la boca agua cuando pensaba en los banquetes que se celebraban en su mansión en aquellos tiempos de oscura gloria. ¿De verdad había tenido él una mansión o ya era solo un sueño más de aquellos que le torturaban cuando el sol se ponía?
Se maldijo en silencio al darse cuenta de que sus recuerdos estaban saliendo de aquél escondite profundo de su mente. No pienses, es lo mejor, es lo menos doloroso.
Al rodear un montón de nieve lo vio a lo lejos: luz. El brillo anaranjado de una pequeña población. Su estómago protestó para que sus piernas se volvieran más rápidas, con suerte encontraría un pub o un hostal donde pasar la noche. Con suerte pasaría desapercibido, eso era lo único que quería. Había iniciado ese viaje con tal fin, alejarse de todos hasta que las cosas se calmaran. Aún había personas que le querrían hacer daño en libertad y hasta que su número no menguase no se atrevía a retomar su vida pública de nuevo.
En ello tenía sus pensamientos cuando algo le llamo la atención. Un retazo de tela sobresalía de un pequeño montón de nieve. "Una capa" - pensó – "me vendrá bien como repuesto". No es que el joven no tuviera dinero, de hecho lo poseía en abundancia. Pero su cautela le hacía evitar lo máximo posible la posibilidad de retirar parte de su dinero del banco, cuanto menos pistas tuvieran de su paradero mejor.
Se acercó a la tela que ondeaba violentamente con el viento, que a su vez arrastraba copos de nieve. Con sus manos enguantadas tiró de ella con las fuerzas debilitadas que tenía, pero esta no se movió. Finalmente decidió retirar la nieve que se posaba encima del material. Quizá no fue una buena idea.
Casi se cae de espaldas al darse cuenta de que debajo de la capa había un cuerpo.
Este no se movía. El joven no podría decir si era hombre o mujer, ya que estaba completamente cubierto por la capa de viaje; incluso la cabeza estaba escondida bajo una capucha. Lo único que quedaba a la vista era un brazo delgado con una mano enguantada que agarraba una varita. Sintió como un escalofrío que nada tenía que ver con el frío le recorría la espalda. La manga de la chaqueta de aquella persona estaba desgarrada a la altura del codo y en el antebrazo de la misma había una herida, pero no una cualquiera. Los trazos de la misma escribían dos palabras sobre la piel, parecía haber sido delineada con una navaja o quizá hubiera sido un hechizo el autor de tal dolor. "Sangre sucia".
Así que ese había sido el crimen de aquel bulto en la nieve. Ser el descendiente de personas no tocadas con el don de la magia. Pensó con horror que en otros tiempos quizá el hubiera hecho lo mismo a aquella persona y no hace tanto tiempo. Aún se sorprendía de cómo una guerra puede cambiar tanto el pensamiento de alguien.
Se encogió de hombros desechando sus cavilaciones. De poco servía ya reflexionar acerca de esos temas y necesitaba la capa. Con dedos rígidos por el frío abrió el broche que la cerraba, posado sobre el hombro de yaciente. Tiró de ella y consiguió desprenderla de la nieve hasta que la totalidad de la tela acabó entre sus brazos. De nuevo bajó la vista hacía la nieve.
Decir que se quedó congelado es poco. ¿Qué probabilidad había de que conociera a la persona semienterrada en la nieve? Tenía que ser un sueño, más bien una pesadilla, esto no podía ser real. Se fijó en el pelo de ella, en su cara y en sus pequeñas manos. No podía apartar la mirada de sus labios azules y de sus ojos cerrados. Se puso de rodillas para observarla mejor mientras los recuerdos de su vida anterior le inundaban.
Sintió el picotazo de la ironía cuando cayó en la cuenta de que finalmente ella había muerto por aquello que él mismo la había llamado por años. Y no sintió satisfacción alguna. Se aferró a la capa con fuerza sentándose en la nieve y preguntándose cómo era que ella estaba sola allí, cómo era que sus dos guardaespaldas no estaban con ella. Perdido en su propia mente la miraba sin ver, hasta que finalmente alcanzó a ver algo que no cuadraba en aquella escena. Vaho. Una pequeña nube que salía de sus labios entreabiertos. Si ella estaba muerta, ¿cómo es que aún respiraba?
No había muerto, aún.
Un torbellino pasó por su mente y por su cuerpo. Él, que solo quería pasar desapercibido se había encontrado con su mayor enemiga del pasado y ponerla a recaudo solo conllevaría volverse a ver expuesto a la mirada de los demás y al peligro que eso conllevaba. Lo más fácil sería dejarla allí, morir congelada a unos metros del calor y el fuego. La volvió a mirar y se dio cuenta de algo: no fue capaz de asesinar una vez y esta ocasión tampoco lo sería.
La cogió en brazos, percatándose de la rigidez de su cuerpo. Al verse sin apenas tiempo corrió como pudo hasta la aldea, buscando desesperadamente un cartel que le prometiera cobijo. Cuando lo encontró abrió la puerta con el hombro sin ninguna cautela y se quedó de pie en el dintel de la misma.
La población no era la más grande que había en los alrededores, más bien era pequeña. Pero hasta el mago más despistado hubiera reconocido a aquellas dos personas tras las cuales la nieve seguía cayendo. Y cualquiera se hubiera sorprendido al ver la escena.
Digamos que no es lo más común encontrarse a Draco Malfoy llevando a una moribunda Hermione Granger en brazos.
