Clases de cocina~

Capitulo 1 "Masa para Galletas"


Resople molesta, tirando de la manija de la amplia puerta de cristal para entrar al edificio. Salude –intentando sonar amistosa y a gusto- a la sonriente mujer del recibidor, quien amablemente me indico que los elevadores se encontraban en mantención y que tendría que subir seis pisos por las escaleras.

¿Podía ocurrirme algo peor?

Y es que acabas por comprender que eres un asco en lo que respecta a la preparación de alimentos, cuando tus amigas te regalan un curso completo de cocina por tu cumpleaños. El cual amablemente ajustan a tus horarios de clase y estudio de la universidad.

Inhale profundo –frente a la puerta de mi clase de repostería- rogando para mis adentros no cometer una barbaridad como la de la semana pasada con la crema batida, pues estaba segura que la paciencia e instinto maternal de Esme habían tocado fondo con mis múltiples errores durante su clase en el último mes.

Arrastrando los pies –y sin perder detalle al sinfín de peligrosas vallas que sorteaban mi camino- conseguí llegar a mi lugar, en uno de los últimos mesones. Sintiéndome aún más miserable cuando mi compañera se alejo cuanto pudo de mí, lanzándome una sonrisa cargada de precaución y disculpa a la vez.

Recosté mi barbilla en mis antebrazos –extendidos sobre la mesa- deseando que mi suplicio aconteciera con rapidez, sin provocar un desastre esta vez. Lo cual comprendí no sería fácil, cuando mis iris marrón dieron con la larga fila de pequeños hornos encendidos, sobre una encimera del fondo del salón.

-buenas tardes- saludo una potente y masculina voz, descolocándome por completo.

Alce mi rostro, para encontrarme con un ser excitantemente perfecto de cabello cobrizo alborotado y arrebatadores iris de intenso verde esmeralda. Se movía con un garbo envidiable por la sala, haciendo que sus pantalones de tela negra se abrazaran –tentadoramente- a sus bien contorneadas piernas.

Sacudí mi cabeza –buscando poner en orden mis ideas- e intentar seguir lo que los carnosos labios de aquel dios murmuraban en aquel momento.

-… comprendo su sorpresa, pero Esme ha tomado unas merecidas vacaciones que la tendrán fuera el resto del mes, por lo que yo seré su profesor durante su ausencia. Mi nombre es Edward Cullen- canto su voz revestida en seda hasta mis oídos.

-soy el hijo menor de Esme- gesticulo en respuesta a una pregunta que yo había oído a medias.

Definitivamente podía ser peor…

No bastaba con mis chascos en presencia de Esme, ¡ahora iba a ponerme en ridículo frente a su muy maravilloso hijo! Gemí, encogiéndome en mi puesto, sopesando la idea de fingir algún malestar físico y huir de aquel lugar para no regresar. No mientras él y su perfecto cuerpo aturdieran –aún más- mis pobres y vulnerables sentidos.

-algún problema ¿señorita…?-

Di un respingo en mi sitio ante la cercanía de aquella voz embriagante. Sintiendo mi cuerpo entero tensarse y mi corazón arremeter con fuerzas contra mis costillas, cuando gire mi rostro, para comprobar que el suyo se encontraba a dos palmos escasos del mío.

-Swan, Bella Swan- dije con un hilo de voz, comprobando anonadada que era incluso más guapo de cerca.

¡Si! Era posible.

-¿puedo ayudarte en algo Bella?- susurro haciendo cantar mi pulso al fluir por mis venas.

Negué –tenuemente- con la cabeza, al sentir su aliento a menta acariciar mi rostro, prendiendo de paso hasta la más remota de las células de mi cuerpo.

Asintió, esbozando una sonrisa que robo –con violencia- el aire a mis pulmones.

-llámame si me necesitas- resoplo junto a mi oído, al inclinarse para acercar el bol que tenía enfrente hasta mis manos.

-gracias- susurre prestando por primera vez atención a la pizarra y la lista de ingredientes y procedimientos que ahí se detallaban.

Me perdí –por incontables segundos- en el vaivén de sus caderas, al pasar entre los mesones, respondiendo a las tontas preguntas que el resto de la clase –en su mayoría mujeres- lanzaban para mantenerlo cerca el mayor tiempo posible.

Siseando, reuní –con la mayor dedicación y cuidado- los ingredientes detallados en la blanca pizarra. Mazando los 500 gr. de harina sobre la pequeña balanza antes de verterlas dentro del bol de acero; hoy haríamos galletas.

¿Qué era lo peor que podría hacer, quemarlas?

Me estremecí tan sólo con la idea, adicionando la cucharadita de polvos de hornear, mientras mis ojos se permitían un pequeño break por el cuerpo de mi bien formado profesor.

¡Concéntrate!

Mis manos temblaban cuando partí los tres huevos antes de adicionarlos a la mezcla con la margarina y los gramos de azúcar, para comenzar a entremezclar la solución con movimientos circulares. Necesite de toda mi concentración para contar –a medida que adicionaba- las gotas de esencia de vainilla, pues mí apuesto profesor se encontraba a un par de pasos de mí hablando con mi compañera de mesón, acelerando desde la distancia mi corazón.

Cuarenta y seis…

-¿todo bien Bella?-

Mi corazón dio un vuelco, provocando que derramara un pequeño hilo de esencia de más dentro del bol. Al mismo tiempo que una de las cucharas volaba, para acabar cayendo con estrepito en el piso de azulejos.

La respiración se me atoro en la garganta cuando mis ojos observaron –desorbitados- como los músculos de su amplia espalda se contraían al inclinarse a recoger la cuchara.

-siento asustarte, no era esa mi intención- bailoteo su voz de seda cerca de mi oído.

Asentí, obligando a mis rebeldes ojos a permanecer fijos en la pringosa masa que vertí sobre el mesón –polvoreado de harina- antes de arremangar mi blusa azul para amasar. Mis dedos abrazaron la masa con inseguros movimientos –que intentaban volverla uniforme y compacta- consciente que sus hipnóticos iris esmeralda no perdían detalle de mis movimientos, ametrallando contra mi nuca.

Mi cuerpo entero se estremeció ante el suave roce de sus manos entre las mías, acariciando –con sus largos dedos- cada centímetro de mis manos entre la masa. Haciendo mi pulso volar por mis rostizadas venas, llevando –de paso- mi pobre corazón al límite de su fuerza, al sentir el susurro –hormigueante- de su cálido aliento contra la piel expuesta de mi cuello.

El deseo se abrió paso en mi interior, prendiéndome en llamas con el fuego eléctrico que sacudía las vertebras de mi columna. Mi piel ardía erizada bajo su toque mientras mi respiración era un débil seseo que hacía arder mis pulmones, al inhalar el magnífico aroma que despedía su cuerpo y que estaba arrastrándome a la más loca y anhelante locura.

Hasta la última de mis terminaciones nerviosas reacciono cuando su pecho dio con mi espalda, dejando una excitante caricia en mi pequeño oído con el roce de su aliento dulce. Mi mente navego a la deriva, mientras mi cuerpo al completo emanaba ondas de deseo que retorcían mis entrañas. Pues todo cuanto deseaba era voltear mi rostro –sin deshacer la jaula que sus brazos mantenían sobre mi cuerpo- y estampar mi boca contra la suya, maravillando mi paladar con el sabor embriagante que sus carnosos y curvilíneos labios prometían.

-¿ves cómo toma forma? Todo está en relajarte y permitir que tus manos se dejen llevar.

Las sedosas sílabas que soltaron sus perfectos labios, provocaron un suave tintineo de mis rodillas, que me hubiese hecho caer si su muy sensual cuerpo no permaneciese tan –peligrosamente- cerca del mío.

¿Notaba él la doble interpretación de sus palabras?

El apremio, por probar sus labios y mordisquearlos con mis dientes se torno casi intolerable, con el suave vaivén de su cuerpo contra mí y sus manos acariciando descaradamente las mías. Mientras fingíamos preparar masa para galletas.

¿Quién diría que preparar galletas podía ser tan excitante? ¡Contrólate Bella!

Mi mente ordenaba, pero mi cuerpo se negaba a obedecer los mandatos de mi razón. En aquel instante todo cuanto quería era dejarme llevar por mi instinto y zacearme de él por completo, pero ¡Dios, estábamos rodeados de gente! Y mí desquiciantemente bello profesor de repostería no me lo estaba poniendo nada fácil.

Todo perdió sentido cuando mis manos se adentraron en los sedosos mechones de su cabello, jalando de él al punto de hundir su nariz en mi clavícula, derritiéndome –literalmente- cuando sus labios comenzaron su ascenso por mi cuello, delineando toda la extensión de mi mandíbula, antes de atender la parte de mi rostro que más lo deseaba en aquel instante.

Mi mano derecha masajeaba su cuello, al tiempo que la izquierda se cerraba en torno a su fuerte muñeca, en un intento por sentirlo aún más cerca. Jadeo contra mi piel, aumentando –dentro de lo que era posible- mi ansia por él, notando mis piernas volverse gelatina cuando su lengua salió al encuentro de mi ardiente piel, deteniendo mi corazón al instante en que desidia mandar al mismísimo demonio a todo cuanto nos rodeaba.

-¿Bella?-

Abrí mis ojos, siendo abofeteada por la cruda realidad.

Todo el mundo parecía inmune a lo que acababa de vivir, salvo claro, mi compañera de mesa que nos miraba –por el rabillo del ojo- acomodando sus galletas dentro de una tabla plateada para horno. Entonces caí en la cuenta.

¡Todo había sido un cruel sueño!

-¿estás bien?- el susurro candente de sus palabras encendió nuevamente la mecha que amenazaba con apagarse.

-algo mareada- respondí en apenas un murmullo.

-¿te importa?-

Mis ojos buscaron los suyos y hasta mi estómago se contrajo al encontrarlos. Pero aquellos maravillosos orbes no me miraban, no directamente. Tarde un segundo en comprenderlo, siguiendo la dirección de su despampanante mirada.

-yo… lo siento sr. Cullen- susurre azorada, rehuyendo su mirada al soltar la muñeca de su mano, que tan firmemente sujetaban mis dedos.

-Edward- enfatizo, acomodando un mechón de cabello tras mi oreja, esbozando una deslumbrante sonrisa torcida antes de quitar sus musculosos brazos de mi alrededor para alcanzar la platina para colocar las galletas.

Definitivamente necesitaba una ducha MUY fría y elevar un monumento en honor de mis amigas por inscribirme en el dichoso curso de cocina.

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Fin!


Holap!

Aquí les dejo mi más reciente locura, que va dedicada por completo a mi gran amiga Clau, quien sutilmente sugirió que escribiese una historia más candente. Y bueno la idea surgió mientras dábamos vueltas por los canales de la tv por cable, deteniéndonos en uno de cocina donde el anfitrión estaba realmente nuevo y babeamos –metafóricamente- imaginando a Edward en su lugar. xD!

Espero y opriman el botoncito verde de abajo y me dejen lo que les pareció –constructivamente claro- o lo que quieren que ocurra en el siguiente cap. Por cierto el cap. que viene será más cítrico, por lo que a quienes no les guste leer algo más candente como son los lemmons, les sugiero no continuen leyendo mi historia… -suena raro decirle a alguien que no te lea… ^^U

Hasta el próximo capítulo!

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Bye.-