Todo pertenece a George R. R. Martin.

Este fic pertenece al reto #43 "Situaciones", del foro Alas Negras, Palabras Negras.

Mi situación es: "Dos personajes que no se conocen acaban enamorándose". Tiene 2781 palabras, está en el límite, ejem. En este AU, la rebelión ocurrió mucho antes y pero no fue por causa del secuestro de Lyanna. Cersei y Robert reinan y los Starks tooodos siguen vivos


Discordancia y Equilibrio

Días después de aquellas bodas apresuradas, cuando él y Lyanna se habían jurada al otro en frente de los Dioses (Viejos y Nuevos, ella no le había dejado salirse con la suya), Jaime por fin pudo discernir por qué aquella mujer se le hacía tan extraña.

El septo de Roca Casterly, que en realidad estaba en Lannisport, pero nadie lo llamaba más que "El Septo Dorado" por sus grandes puertas de oro y los cristales que siempre apuntaban al lugar exacto en el que sol brillaba más (al mediodía, entre el altar del Padre y la Madre, o eso le había dicho Tyrion), fue el lugar que su padre eligió para aquella ceremonia. Lord Stark había demandado a medio camino en las Tierras de los Ríos que él y su hijita también dijeran sus votos enfrente de un Arciano, y la única opción que su padre pudo pensar, ya que Roca Casterly no tenía Bosque de Dioses por estar bajo tierra, fue el gigantesco (y aterrador, si Jaime era sincero consigo mismo) Arciano de los Blackwood porque aparentemente Tywin Lannister no hacía las cosas a medias. Así que cuando por fin se casaron enfrente del septon de Lannisport, ya estaban casados a los ojos de los Dioses Viejos.

Habiendo pasado tanto tiempo con Lyanna en el camino de Invernalia a Roca Casterly que ya sabía que ella se estaría riendo de todo aquello. Y bueno, Jaime también, todas esas ceremonias para aplacar a dos señores poderosos le hacía doler la cabeza. Era lo mismo si encamaba a Lyanna en una de las posadas del camino a que lo hiciese en Roca Casterly, bajo, probablemente, el oído de medio castillo. Jaime nunca tuvo miedo escénico. Su nueva esposa, la nueva y flamante Lady Lannister desde el casamiento de Cersei a Robert Baratheon, lucía hermosa, por decirlo de alguna manera ya que no había querido usar ninguno de los peinados que las viejas doncellas de Cersei preferían, con el cabello en una redecilla brillante y con un vestido que gritaba cuánto oro poseía la familia de su esposo. La capa matrimonial era un mejor.

La fiesta duró buena parte de la noche, ni él ni Lyanna habían querido apresurar la consumación, él porque la única mujer que había tenido entre sus brazos había sido Cersei y ella, probablemente, como toda doncella de su edad, porque era virgen. «Los dos sin experiencia en la cama», pensó sarcástico. La fiesta estaba mayormente populada por Lannister de cabello dorado, algunas cabezas oscuras se podían vislumbrar entre la multitud, apenas dos de sus hermanos habían querido ir, su hermano mayor, Brandon, había estado en contra de todo aquello, argumentando que un Stark siempre tenía que estar en Invernalia.

― Es solo una excusa ―había dicho Lyanna―. Nunca quiso que me casara con nadie, pensó que era solo suya.

Jaime se podía ver en Brandon Stark, tan repugnante como sonaba.

Cersei tampoco asistió a la boda.

El encamamiento fue tan incomodo y extraño como Jaime imaginó: Lyanna no sabía qué hacer y Jaime no sabía cómo complacerla. Al final, cuando los dos yacían acostados uno al lado del otro, Jaime con el pecho descubierto y ella cubierta por las sabanas, Jaime pudo analizar qué era tan diferente sobre ella.

Lyanna no tenía la misma presencia que Cersei, no comandaba con palabras venenosas y cortantes ni seducía con gestos enteramente calculados para hacerle perder la cabeza. No, Lyanna era impulsiva y obstinada y bonita de un modo que no era nada especial al sur del Cuello, con la misma cara de todos sus hermanos: alargada y solemne cuando no reía. Era pequeña en donde Cersei era alta, sin curvas y con piel demasiado blanca que seguramente se tornaría roja en una sola tarde en Lannisport. La mayor parte del viaje la pasó a caballo, despeinada y con una sonrisa que parecía como si se estuviese burlando de él internamente. «Robert Baratheon se habría aburrido con ella—pensó—, mi hermana puede manejarlo mejor».

Sus manos estaban acostumbradas a la piel suave de Cersei, una piel que era la misma que la suya desde que salieron del vientre, la de Lyanna estaba llena de rasguños y cicatrices viejas que la hacían parecer como hija de salvajes. Se preguntó si Cersei también estaría pensando lo mismo que él la primera vez que se acostó con Robert, sintiendo sus manos peludas recorriendo su cuerpo y sintiendo nauseas al pensar que aquel cerdo probablemente se había acostado con alguna sirvienta aquella misma mañana. Lyanna definitivamente se había ganado el oro casándose con él, tenía que admitir.

— Tenemos que mejorar —comentó Lyanna, despertándolo de sus pensamientos. Ella no le dirigió ni una mirada más mientras le daba la espalda y apagaba la vela que iluminaba la habitación.

Y mejoraron. O al menos intentaron. Al cabo de varios meses la incompatibilidad física fue desapareciendo para darles más noches de placer, ella no quedaba embarazada, pero aquello de hijos y herederos era un asunto muy secundario en la cabeza de Jaime y Lyanna (no en la de su padre, pero Jaime no le iba a estar haciendo caso cuando su presión consistía en cuervos desde Desembarco del Rey). Comían juntos en su solar compartido e incluso llegaban a hacer charla insignificante sobre la fruta y el pan. Cabalgaban juntos cada pocos días, dándole la vuelta a Lannisport, Lyanna nunca había visto una ciudad tan grande en toda su vida, solo una vez había estado en Puerto Blanco, pero no se compraba con la riqueza de ésta. Barcos salían a cada rato de los puertos con destinos desde La Ciudadela hasta Qarth.

Jaime nunca había pensado que aquello iba a ser su vida. Sus sueños de convertirse en un caballero de renombre ahora le daban paso a pensamientos sobre el manejo de la Roca ahora que su padre se ocupaba del reino (otra vez), pensamientos de los que nunca le había dado más que una sonrisa desinteresada y un chasquido de los dientes. Por supuesto, Tyrion le ayudaba, por supuesto, su hermano menor tenía mejor cabeza para aquello, pudiéndose concentrar en las cuentas y correspondencia. Lyanna, como toda muchacha educada, sabía cómo manejar a los sirvientes, doncellas y demás, pero la cuestión era que ella tampoco tenía mucho interés en aquello. «Tyrion es más competente que Lyanna y yo juntos —pensó con burla—y apenas tiene diez años».

— Sabes, yo fui hecho caballero por la mismísima Espada del Amanecer —comentó Jaime para llenar el silencio una vez que salieron a cabalgar juntos. Aquello no había sido idea suya, sino de Lyanna quien quería ver qué tan grande era la Roca.

Con los caballos amarrados en un árbol cercano y el sonido de las olas inundando el ambiente, aquello había podido ser muy romántico. El cabello de Lyanna se veía más despeinado de lo normal y Jaime casi tomaba uno de los mechones más rebeldes para guardárselo detrás de la oreja.

Ella le levantó una ceja confusa y respondió—: Ya me lo has dicho.

— ¿Lo hice? Oh —se rascó el cuello incómodo y levantó una mano para luego dejarla caer porque no sabía qué decir.

— Eres como Benjen —siguió ella mientras arrancaba la grama del suelo—. La primera vez que tuvo una espada de verdad y no de esas que te dan para entrenar no dejó de hablarnos a Brandon y a mí. Estábamos tan hartos de él que Bran lo encerró en un closet, el pobre Benjen se quedó allí hasta que padre nos mandó a buscarlo.

— ¿Me vas a encerrar en un closet cuando volvamos? —preguntó, mitad preocupado, mitad divertido.

— Solo si vuelves hablar sobre Arthur Dayne —respondió, tratando de imitar su acento sureño.

Jaime no pudo responder que él decididamente no hablaba de esa manera porque Lyanna le tiró el puñado de grama a la cara, haciéndolo escupir al suelo mientras ella corría hacia los caballos. Jaime se permitió sonreír un instante antes de ir tras ella.

Luego de eso, llegó a conocer tantas historias sobre sus hermanos que habría podido escribir un libro, sobre el amorío de Brandon y Barbrey Ryswell y aquella vez que escalando el Arciano de Invernalia Benjen rompió una de sus ramas y lloró por dos días completos porque pensó que los Dioses lo castigarían. Jaime, en cambio, le habló sobre Tyrion, lo orgulloso que se sentía de él y de su estancia en Refugio Quebrado con Lord Crakehall. No habló de Cersei y Lyanna pudo ver que era un tema delicado, a tantas millas de la Roca y su presencia seguía enroscada alrededor de él como una leona que se sentía amenazada. Jaime sabía que no podía librarse completamente de ella, Cersei era su otra mitad, habían venido del útero juntos y se irían de la misma forma. Hace años no habría pensado en vivir con otra persona como lo hacía con Lyanna, solo su hermana y nadie más, pero en cada mes que pasaba veía que no era tan difícil de hacerlo.

«Ahora ella tiene a Robert, y yo tengo a Lyanna», pensó, viendo como Tyrion seguía contándole historias sureñas a Lyanna. No tan sorprendentemente, bardos no llegaban a Invernalia (solo en ocasiones especiales, o eso había dicho ella con un mohín en la cara) y por aquella razón, las canciones que se sabía eran las que su nana les cantaba a ella y a sus hermanos. Canciones sobre gigantes y wargs y cosas que ella definitivamente no les cantaría a sus futuros hijos si Jaime tenía algo que decir.

Tyrion y ella se llevaban estupendamente bien. Ella lo tomaba como otro hermano y siendo solo ocho años menor que ella, Tyrion estaba en la edad perfecta para querer tener una hermana mayor. Por mucho que le doliera a Jaime, Cersei lo despreciaba y nunca le demostró ningún cariño. «Otra cosa en la que somos diferentes». Lyanna practicaba espadas con él, de madera y muy cuidadosamente, su hermano no tenía otra manera de hacer actividades "normales" porque el Maestro de Armas no lo quería entrenar y su padre decía que sería un chiste mandarlo como pupilo a uno de sus vasallos.

― ¿Y segura que ésta no la sabes? ―repetía su hermano luego de cada pausa. Lyanna negaba divertida y le instaba a seguir la historia. En una vez que Jaime los interrumpió, escuchó a Tyrion contándole sobre aquel Rey de la Roca que le gustaba disfrazarse de mujer. Los dos se rieron tanto que Jaime pudo sentir su corazón latir pesadamente dentro de su pecho.

Como nuevo Lord de Roca Casterly (o al menos mientras su padre seguía siendo Mano), a Jaime le llegaban muchas peticiones de los demás señores del Oeste, pidiendo por oro o tropas para sacar a bandidos de sus tierras. Estas últimas eran las favoritas de Jaime ya que le daban la posibilidad de ejercitar sus músculos y utilizar la bonita espada que fue su regalo de bodas de parte de su padre. Normalmente Tywin no iría y le daría aquella tarea a uno de sus primos, como Daven o a su tío Gerion antes de irse en su aventura.

Cualquier bandido que se atreviese a robar ganado o a quemar los campos siempre se encontraba con soldados listos para ahuyentarlos de allí, el Oeste no era el Dominio y sus campos no eran tan fértiles como sus minas de oro. Aquello tomaría pocos días, supuso, así que empacó lo suficiente, se despidió de Lyanna y Tyrion una última vez y emprendió la marcha.

Excepto que no lo fue. El Maizal, era una zona más grande lo que se imaginaba y Ser Harys Swyft no fue de ninguna ayuda al señalar en dónde se encontraba los bandidos, ni él ni los pequeños pueblos en su alrededor. Jaime y su compañía esperaron dos días y dos noches escondidos al pie de una torre de vigilancia abandonada, él y Addam Marbrand, su segundo en comando, empezaron a pensar que todo aquello era una farsa de los Swyft para llamar la atención de los Lannister. «Mi tío está casado con una de sus hijas, ¿qué más quiere?».

Al cuarto día, casi sin provisiones por miedo a caer en una trampa si resultaba ser verdad la amenaza, Jaime empezó a extrañar su hogar, pero más que a todo, a Lyanna. Cuando no le tocaba guardia, yacía pensando en ella y su cabello oscuro que siempre olía a tierra y a las flores que recogía del jardín cada mañana. También pensó en Cersei en menor medida, sin embargo, aquella línea de pensamientos la desechó con rapidez. El último cuervo de su parte había salido la última vez que estuvieron en el castillo Swyft y no esperaba que aquella misión terminase de un día para otro. Esperaba que Lyanna lo estuviese extrañando también.

— Deberíamos atacar ahora mismo, Jaime —había dicho Addam una noche. El término de la semana se les venía encima y solo tenían una pista de dónde se encontraban los bandidos.

— Si atacamos ahora tenemos más probabilidades de perder a nuestros soldados —razonó Jaime. La mayoría de sus acompañantes eran otros hijos de señores como él mismo y años de infancia compartida se irían a perder por una acción arriesgada.

El quinto y el sexto día deliberaron todo el día o al menos Jaime sintió que fue todo el día, y decidieron que saldrían a campo abierto. Los bandidos se encontraban muy cerca y si no salían ahora, se podrían encontrar en una situación aun más peligrosa.

Pelearon buena parte del día y recogieron a sus heridos por la tarde. Aquella banda no era especialmente buena con las armas como ellos pensaban, pero contenían un mayor número de hombres sin disciplina y eso los entorpeció considerablemente. «Mejor para nosotros», pensó, riéndose mientras la energía del momento corría por su sangre. Abrió a dos hombres a la mitad y a un tercero le clavó la espada en el estómago. No fue sino hasta mucho después cuando notó el constante goteo de sangre en el costado donde un martillo de guerra había colisionado con él. No duró mucho después de eso.

Fue despertando poco a poco hasta que sus sentidos se restablecieron completamente, ya no sentía un pitido en su cabeza, pero sí un dolor que se extendía por todo su costado izquierdo. Trato de tocarse, pero las fuerzas le fallaron y cayó otra vez en la inconsciencia.

Despertó otra vez y sintió como la superficie en donde estaba acostado se movía a un paso constante, había visto muchos hombres heridos para saber que estaba probablemente en una carreta. «Nada digno para un Lannister», pensó, con una mueca de dolor. Uno de los soldados de su compañía apareció en su campo de visión y comprendió lo suficiente antes de desmayarse que estaba llamando a Ser Addam.

Afortunadamente, el viaje de regreso no fue tan lento como el de ida, solo tuvieron un solo inconveniente subiendo las colinas del Camino del Mar. Su único consuelo ante el dolor era el alcohol pasado entre ellos mismos. Ninguno tuvo la prudencia de haber tomado más leche de amapola del maestre de los Swyft, habiéndosele acabado días antes en otro compañero herido. En sus mejores días, maldecía a su atacante antes los dioses, en los peores a sus hombres y a cualquiera que tuviese la suerte de estar junto a él. Jaime nunca fue un buen paciente.

No llegó a ver las puertas de Roca Casterly ni Lannisport, pero sí a Lyanna mientras lo llevaban a su habitación (a Tyrion lo vio después, pero en aquel momento solo tenía ojos para ella). Llevaba un vestido verde que no le hacía nada a bueno a su complexión, pero aun así Jaime no pudo evitar sentirse tremendamente aliviado de verla.

― Jaime ―dijo, con la mandíbula apretada como un lobo apunto de quitarle el brazo de un mordisco.

― Esposa ―replicó―, ¿cómo han estado las cosas? ¿Me has extrañado?

― ¡Ni una carta! ¡Pensábamos que estabas muerto, Jaime! ―exclamó, clavándole el dedo en su lado sano, no por eso no le dolió menos―. Ya estaba lista para ver a tu horrible padre y hermana y decirle qué había sucedido contigo.

En aquel momento parecía más salvaje que mujer, con el cabello enredado y los ojos rojos de las lágrimas. No se había sentido más atraído a ella que en ese momento. Su tono trataba de negar algo que Jaime podía ver también en él desde hace tanto tiempo, algo que ninguno quería nombrar, pero que existía intangiblemente entre ellos, haciendo latir sus corazones a un mismo ritmo.

Ella respiró inhaló y exhaló para calmarse y le tomó la mano sin mirarlo, con la boca todavía tensa.

― Sí, yo también te extrañé, Lyanna.