Will se volvió una última vez a aquel mundo extravagante y fantástico. Revolvió su mochila, en busca de una lata algo deteriorada de Coca·Cola, que había comprado la última vez que visitó su mundo; estaba algo agitada, mas no muy caliente. Según parecía, el mundo de los muertos y las tierras de los mulefa eran buenos para almacenar refrescos. Notó que todos —excepto, claro, la doctora Mary Malone —tornaban sus ojos como platos, y le tendió la bebida a Lyra. Su reacción fue rodear con los brazos a ambos y a Kirjava, la gata-daemonion de Will, con la Coca·Cola en la mano y enjugándose las lagrimas.
Luego de un rato, los tres se zafaron y les dejaron atrás… la ventana fue cerrada.
…
Por más parecidos que fuesen a ello las carreteras y edificaciones de Oxford, ya ninguno de ellos sentía allí un hogar. Para ella, no cabría hogar otro en su vida, más que aquellos paisajes de cristales titilantes de materia, que se divisaran desde su plataforma, en la copa de un árbol rodeado de caminos naturales de lava en los que sonaran las ruedas de los mulefa que eran música para sus oídos. Sin embargo, a Will lo iluminaba la esperanza de encontrar un hogar, con la fuerza con la que su madre solía abrazarlo con torpeza cuando era más joven. Tal vez encontrara en sus abrazos el vacío que le habían dejado su padre… y Lyra. Tal vez no. Valía la pena probar.
La doctora Malone era seria. Muy seria. Y sabía muy bien cuándo era el momento de dejar atrás los sentimientos y reflexionar sobre prioridades; tan bien como Will se escabullía y se volvía parte del paisaje con lo que parecía un hechizo de las brujas nórdicas, y como Lyra alguna vez supo detectar los sentimientos de su mística brújula dorada. Y ese sentido se le hacía, como éstos ejemplos, cada vez más débil. Estaba muy consciente de eso.
Pero, al menos, no por completo. Pues esa debilidad era superada por muchas cosas; entre ellas, lo que la su mundo podía haber preparado para ella —o, mejor dicho, para ellos —. Bien justo entonces los investigadores y policías podían estar realizando investigaciones en su propio apartamento, bien podían estar esperándola justo allí, en la puerta, armados con revólveres, esposas, los atraparían y luego los…
Respiró hondo. Will estaba tranquilamente sentado, acariciando a Kirjava con ternura. Era de noche, y aún así se notaba que ambos no parecían más que indigentes. La venda que cubría los dedos anular y meñique de Will estaba algo suelta y manchada de sangre, por lo que su ropa estaba cubierta de manchas rojizas. Mary aún llevaba puesta su ropa y equipo de campamento, pero al menos las aguas cristalinas de los mulefa y su kit de limpieza personal la mantenían aseada y peinada, así como su ropa. El muchacho, sin embargo, parecía un abandonado de la calle al que daban ganas de dar limosna.
— ¿Tú crees que en tu apartamento estemos seguros, Mary? —inquirió Will.
—No lo sé, Will —respondió ella, agitando la cabeza con gesto desconcertante. Se notaba la preocupación en sus rostros —pero espero que al menos te sirva a ti para pasar la noche. No te preocupes, si me descubre la policía estarás a salvo en…
Will notó cómo Mary se interrumpió a sí misma. Seguro ella no debía recordar el relato que Lyra y él le contaron cuando se encontraron en el mundo zalif. Si mal no lo recordaba, habían llegado a la parte en la que la bruja mataba a su padre… ¿O un poco después? Al mismo tiempo, Mary insinuaba lo que él estaba pensando, y terminó la frase:
—Si nos descubren, estarás a salvo sólo si nos dedicamos a que nuestras historias concuerden. Si no te molesta, sería bueno que me recordases el comienzo de tu historia para distorsionar un poco las cosas…
Eso se dedicaron a hacer los siguientes 20 minutos, de camino al edificio de Mary. Will constantemente la ayudaba a confundirse en el paisaje, mientras que ella trataba de ordenar sus pensamientos.
El deteriorado edificio de Malone carecía de calidad, seguridad y presupuesto para vigilancia. Al menos, eso notó Will cuando se encontraron con el somnoliento vigilante cómodamente dormido en la silla y con los pies apoyados en el recibidor. Si él hubiera estado despierto, seguro no habría notado el paso sigiloso de Will, pensó Mary. Al llegar a la estancia, elegante mas no muy espaciosa, Will y Kirjava tomaron asiento en el pequeño sofá. Will escarbó su mochila en busca de los trozos ya inútiles de la Daga Sutil; Kirjava asomó la mirada, y ambos sintieron un vuelco en el corazón. La Daga estaba allí, entera y en perfectas condiciones, y lucía sus hojas de metal misterioso con todo su esplendor.
Allí estaba. Hambrienta de Polvo.
