Barakamon pertenece a Satsuki Yoshino.
Planes
Quién le iba a decir que él, que había decidido vivir para sí mismo, sin más preocupaciones que la caligrafía, a la que consagraría su vida, y quien nunca había sido bueno con los niños, acabaría sabiendo qué se siente al ser padre al terminar haciendo, en contra de su voluntad, de niñero y dómine de los menores de una isla cuya existencia era desconocida por toda la población japonesa.
Se hallaba, en aquel momento, en uno de los pocos minutos de calma de los que disponía al día, trabajando, cuando un repentino peso sobre su lado derecho le hizo escribir una raya que incluso llegó a salirse de la hoja y pintar la mesa. Miró a la culpable, quien observaba el papel y luego dirigió su inocente mirada hacia él. Supo, por esta, que estaba a punto de pedirle algo.
—¡Vamo' a cazar grillos!
—Hoy no, Naru. ¿No te apetece practicar caligrafía?
—No. ¡Va, porfa, vamos!
—¿Y por qué no vas con los demás?
—Está to'l mundo ocupa'o…
Handa suspiró.
—Iré contigo; pero solo si mañana me dejas trabajar. ¿De acuerdo? —Pero la pequeña no oyó las últimas palabras, pues se lanzó de inmediato sobre el calígrafo, agradeciéndole que la acompañara.
Con la cantidad de cosas que se podían hacer en aquel pueblo, ¿por qué la mayoría de veces quería ir a cazar insectos? Todos sabían de sobras que los odiaba, pero siempre acababa, red en mano, en alguna arboleda, buscando los asquerosos bichos que se le antojaran a Naru.
Y como tantas veces, allí se encontraban. El cielo empezaba a oscurecerse y, aunque la niña había cazado una gran cantidad de grillos, él aún no había logrado atrapar ninguno. Decidieron que ya había sido suficiente por aquel día y que era mejor regresar a sus respectivos hogares.
—¡Hasta mañana!
—Hasta mañana… ¡Espera! ¿Cómo que «hasta mañana»? ¡Te he dicho que mañana me dejes trabajar!
Oyó la risa de la pequeña, que se alejaba corriendo mientras se despedía. De pronto, encontró algo a sus pies.
—¡Mira, Naru, lo grande que es este grillo! —dijo cogiendo el insecto y mostrándolo con pose triunfante a la chica, cuyo cuerpo ya no se vislumbraba en el paisaje; por lo que sus palabras se desvanecieron en el aire sin poder ser oídas por nadie.
No quería perder la oportunidad de poder vanagloriarse ante Naru de su hallazgo, así que decidió llevarse el grillo a su casa y lo metió en una caja de cartón, a la que le hizo unos cuantos agujeros, con algunas hojas de lechuga para que al menos pudiera alimentarse hasta que la niña volviera.
Al día siguiente, tal como había previsto, Naru llegó poco después de que hubiera intentado continuar con el trabajo que había dejado inconcluso el día anterior. Le explicó, orgulloso, lo sucedido y le señaló dónde se hallaba el insecto:
—Está ahí, en la caja que hay encima del aparador. Aunque es un grillo extraño: aún no le he oído cantar.
—Es qu'esto no es un grillo…
—¿No? —El joven se acercó a la niña, quien observaba el interior de la caja—. Entonces, ¿qué es?
—Una cucaracha.
Y se oyó un grito, seguido de un leve golpe y un llanto.
—¡Hina! ¡Lo siento, no llores, no sabía que estabas ahí! Entra, que os daré algunas golosinas —Handa intentaba calmar a la morena, a cuya cabeza habían ido a parar la caja y el insecto tras haberlos lanzado por la ventana, asustado al pensar que había tocado con sus manos y había mantenido en su casa durante tantas horas un insecto tan repugnante como aquel; mientras, Naru yacía en el suelo sosteniéndose la barriga por el dolor que le causaba reír tanto.
El cielo empezaba a teñirse de rojo y en la casa solo se oía la suave respiración de las pequeñas que, agotadas, dormían junto al calígrafo, quien ya había finalizado su trabajo y las observaba sonriente. Aún le sorprendía lo mucho que se podía divertir con los niños de aquella isla, pero todavía le quedaba mucho que aprender.
