Disclaimer: No.6 pertenece a Atsuko Asano.
N/A: El final de anime me dejó con muchas, muchas ganas de una continuación de eso, pero dudo enormemente que vaya a haber una mísera OVA o similares... *sight*... En fin, es un SionxNezumi que se ubica unos años después del 11º capítulo, tengo pensada una continuación (de ahí que una cosa tan inocentona esté en T xDD), y, eso, que los reviews me animan mucho~:D Bueno, sin más dilación, aquí está el primer capítulo~
Quizás hoy fuera el día
Le había dicho que volvería. Se lo había prometido con un beso, ¿no? Sion estaba de espaldas al muro, le había llamado reprimiendo un sollozo, y Nezumi había dado la vuelta y le había besado sin avisar, de repente. Se habían prometido volver a verse. Un segundo reencuentro, la tercera y última de sus reuniones, porque Sion se había prometido a sí mismo que, esta vez,no le dejaría marchar.
O eso le parecía recordar. Había pasado tanto tiempo, que ese juramento tardío y dubitativo bien podría haber sido una ilusión, un sueño, una vana mentira inventada por su anhelante cerebro. El sabor de los labios de Nezumi había permanecido en los suyos tanto tiempo que ya no podía distinguir si aún lo atesoraba o se había evaporado, si es que nunca lo había sentido. La única evidencia de todo lo vivido a su lado eran las marcas en su cuerpo, el blanco de su cabello, el rojo de sus ojos, y que, al asomarse por la ventana, podía perderse en la línea del horizonte sin ningún muro que proyectara sombras toscas y tenebrosas sobre la utopía maldita. Pero, realmente, ¿qué le quedaba de Nezumi? Él arrasaba con todo. Se lo llevaba todo. A él lo robó por completo desde el primer momento, le había robado todo lo que había sido y todo lo que aspiraba a ser hasta dejarlo desnudo ante él, pudiendo únicamente ser lo que era. ¿Que si se arrepentía? Nunca se había arrepentido. Y estaba convencido de que tampoco lo haría jamás. En una noche lo había perdido todo, y se había dado cuenta de que, de hecho, ni siquiera necesitaba todo eso que tenía, de que, para vivir—y no, no sobrevivir—, necesitaba algo desconocido para él hasta los doce años; a Nezumi.
Porque sin él, el mundo era una llanura sin viento, sin voces, una llanura llena de gente gris cuyos rostros no atinaba a ver. Una llanura sin olores, sin sabores, sin ese calor humano que le había sido brindado una noche de septiembre. Un calor que, lejos de la familiaridad y amistad que había experimentado a lo largo de su vida, clavó algo bajo su piel y le hizo desear permanecer a su lado para siempre.
Habían pasado cuatro años, Nezumi había aparecido, y esa semilla, que ya había echado raíces en sus entrañas, había, de alguna manera, aflorado a su lado. Había erupcionado su piel y le había dicho "No puedes escapar de él, Sion, tú mismo te has atado".
Esperar a Nezumi haciendo la cena, dormir abrazado a él en una cama demasiado estrecha, un "no más besos de despedida" con su correspondiente antecedente, leer libros en voz alta, recitar los versículos preferidos de cada uno. La frialdad que inicialmente Nezumi le había querido transmitir se había derretido en un invierno en el que Sion había aprendido más de sí mismo que en toda su vida. Cada vez que se descubría pensando en él, cada vez que se despertaba entre sus brazos desnudos, o conseguía tocar sus labios, casual o intencionadamente, cada vez que le sonreía, que le miraba, se encontraba un poco más, descubría que Sion nunca podría haber existido sin Nezumi, que solo sería otro hombre gris, otro de los sin rostro que deambulaban por No.6 sin ambiciones, sumidos en una vida diseñada para ser perfecta.
¡Pero había pasado tanto tiempo! El bebé que había salvado con dieciséis años ya correteaba por la casa y le llamaba papá, como si realmente lo fuera, todos había cambiado tanto, todos lo habían hecho, todos… excepto él. A veces se detenía a sí mismo, y se preguntaba cuánto tiempo pensaba seguir esperando, dejando abierta la ventana con la vaga esperanza de girarse un día y encontrarlo mirándole. Pero no tenía nada que perder, ¿no? Porque una vida no era nada junto a una eternidad, y, junto a Nezumi, ambos se volverían infinitos. Tan poco que perder frente a tanto que ganar…
Y aquel día de otoño no sería diferente. Olvidó los días, los meses, los años de espera, y abrió la ventana con un escalofrío y una sonrisa.
—Bienvenido, Nezumi…
Y es que, ¿quién sabía si ese día iba a estar allí? Quizá al fin recibiera su tardía y esperada respuesta.
