Alas cortadas
PruePhantomhive
(Disclaimer)
Los personajes y escenarios de Supernatural pertenecen a sus respectivos autores y son usados en ésta historia sin fin de lucro.
(Resumen)
Dean es EL cazador… ¿entonces por qué cada día se siente más y más como el ave atrapada en la jaula?
Estoy tumbado de espaldas en el pasto mojado de un parque cercano a la casa donde atendí mi último caso: el fantasma furioso de una niña de catorce años, violada y asesinada por su padrastro hace dos años, atrayendo y matando a las jovencitas del vecindario, una tras otra como ratas encantadas por el flautista de Hamelín. Todo acabó con llamas en una vieja fotografía familiar que alguien ocultó bajo el colchón de una cama empolvada —el padrastro, tal vez, para alejar de la mirada de los curiosos la manera lasciva con la que sus brazos rodeaban el cuerpo de su hijastra. Asqueroso. Lo buscaría para meterle una bala en el trasero si no supiera que está tras las rejas, pagando por el crimen que cometió. Sé que no es suficiente, pero no puedo seguir cargando el peso del mundo entero sobre los hombros—.
Pasa de la media noche y el olor de la tierra mojada, el pasto recién podado y las cenizas en mi ropa me da ganas de vomitar. La verdad es que desde que Cass sacó mi trasero del infierno, siempre hay algo que me provoca náuseas y de eso ya pasó bastante tiempo.
Tanto, que me da miedo.
Cierro los ojos un momento, tragando saliva sin conseguir humedecerme la garganta por completo, y lo escuchó: el revuelo de su estúpida gabardina moviéndose a mi lado, sustituyendo el sonido de sus alas perdidas.
Pase lo que pase, me esconda en donde me esconda —y no es que lo haga intencionalmente—, Castiel siempre sabe dónde buscar para encontrarme a pesar de los resguardos contra demonios y ángeles y he comenzado a pensar que es debido a ese idiota cliché de «nuestra conexión», más profunda conmigo que con Sam o cualquier otra persona o ser en éste universo.
Dios, eso me asusta. Me temo que si las cosas siguen así entre nosotros, pronto comenzaremos a decirnos basuras melosas como «cariño» o «trocito de pay» —y, tratándose de pay, ese es un apodo serio, de esos que le pones a la persona con la que quieres pasar el resto de tu vida… comenzaré a llamarlo así dentro de mi cabeza a partir de ahora y el bastardo probablemente ya lo sepa, pero no lo entienda. A veces bendigo su descarada ingenuidad—.
Trago saliva de nuevo sin abrir los ojos. Lo siento sentarse pacientemente a mi lado, luego, pasados unos segundos en silencio, se recuesta sobre el pasto, imitándome, su cabeza demasiado cerca de la mía y su meñique rozando el mío sobre la hierba.
Oh, cariño —rechino los dientes mientras una sonrisa se extiende por mis labios—. Sí, definitivamente hay algo aterradoramente melifluo en esto, pero la niña fantasma me quitó todas las energías para protestar: no me importa que el dedo de Cass se entrelace con el mío, de todas formas, sus manos ya han estado en otras partes, pero los detalles pequeños siempre son los más íntimos, los que importan más, tanto como el hecho de que nunca me he permitido tener algo así con nadie más.
—Sam ha estado buscándote, pero, al parecer, tu teléfono murió —dice, con esa voz ronca capaz de romper cristales en mil pedazos.
Mi teléfono no murió: lo mataron. La niña fantasma lo aplastó con mi trasero al tirarme por las escaleras de su casa. Fue mi culpa por entrar sin tocar.
—Estoy aquí —digo sin ánimos.
—Lo he notado —responde él.
Sí, sabe lo que estoy pensando. Está al tanto de lo asqueado que me siento desde el momento en el que supe lo que aquel imbécil le hizo a la niña y de lo agotado que me siento de todo esto, del miedo que tengo de abrir los ojos y encontrarme con una bofetada de estrellas y luz de luna sobre mi cabeza.
Frunzo los labios y luego los muerdo para tragarme la pregunta que me muero por hacerle: ¿está seguro de que en verdad me sacó del infierno?
Porque no se siente de esa manera. Últimamente es como si todo estuviera envuelto en llamas a mí alrededor, como vivir dentro de una pira funeraria.
Su meñique deja de rozar el mío y, en un suspiro, sus dedos rodean mi muñeca con una fuerza que me dice que no está dispuesto a dejar que me arroje al vacío, que se ha propuesto ser la gravedad anclándome a la Tierra para no dejar que me pierda en ese maremoto de estrellas…
¿Qué poseo yo del mismo valor de lo que él me está dando que pueda brindarle a cambio? Nada. No tengo nada. Comparado a él, tanto en su vasija humana y más aún en su forma verdadera, soy un minúsculo grano de arena perdido en una playa remota y solitaria.
Pero él es tan idiota, que se debe sentir como si sujetara un diamante.
Lo escucho reír bajito.
Las risas de Castiel son un nuevo descubrimiento, por el cual deberían darme la patente.
Abro los ojos y, en vez de concentrarme en las estrellas y la oscuridad de la noche, giro un poco el rostro para mirarlo, pero él sí tiene la vista perdida en el cielo, en algo más allá de éste, tal vez.
Su mano sigue cerrada firmemente sobre mi muñeca y sospecho que ni luchando con todas mis fuerzas me podré soltar. No quiero hacerlo, de todas formas, ni siquiera para fingir un repentino brote de masculinidad.
Cass tiene los ojos más azules que he visto en mi vida. Y, en éste preciso momento, están llenos de luz, una que no me importa observar, porque se ha convertido en mi faro al otro lado de la tormenta, un sitio al cual llegar en medio de la desesperación.
— ¿Qué es tan divertido? —preguntó en voz baja.
Ladea la cara y me observa.
Oh, santa madre de… es una bofetada más fuerte y directa de la que había esperado antes y, de hecho, se siente más como un puñete en la boca del estómago, pero me han hecho cosas peores.
Nunca le he dicho a nadie algo tonto como «Te amo», pero dicen que para todo hay una primera vez…
Separo los labios y, justo cuando la primera sílaba comienza a salir de mi boca, una gota de agua me cae sobre la frente, distrayéndome. Miro al cielo y descubro que las estrellas aterradoras se ocultaron tras un puñado de nubes de tormenta: ahora los montículos grises y surcados de luz repentina se sienten más acordes a mi estado de ánimo actual… aunque éste se disipó un poco ya.
Gota tras gota, el agua fría lava las cenizas que quedaron en mi ropa tras quemar la fotografía, pero el olor del pasto mojado se levanta con tanta potencia a mi alrededor, que me hace estornudar con ganas y mi mano escapa un poco del agarre de Cass, que parece incómodo por eso. Me deja ir lentamente y yo no tengo idea de cómo pedirle que no lo haga.
Sus ojos se pierden en el cielo tormentoso una vez más. Hay un tinte de ansiedad en ellos, algo en la manera en la que se forma una pequeña arruga justo en la comisura.
Me pongo de pie poco a poco: con el paso de los años y la suma de batallas contra monstruos, demonios y fantasmas los huesos de mi cuerpo crujen cada vez más. Cuando me yergo por completo, descubro que él ya se levantó y sin ninguna clase de dificultad. Cerdo presumido.
La lluvia nos empapa en cuestión de segundos.
— ¿Te encuentras bien? —pregunta. Sé que no se refiere a mi cuerpo: quiere saber cómo está esa parte de mi cabeza que parece conducir a un agujero negro que lleva directo al Purgatorio, el lugar donde intentas expiar tus pecados antes de elegir uno de los dos únicos caminos restantes.
—Fabuloso —respondo, poniendo los ojos en blanco.
Ha mejorado en esto del sarcasmo, pero no lo suficiente, así que asiente con la cabeza, aceptando mi palabra por cierta.
Echamos a caminar sobre el pasto mojado. Lento. No hay prisas. Hay un fantasma menos entre nosotros y la siguiente pelea está demasiado lejos, aún si es mañana mismo.
Ahora estoy con él, un ángel que perdió sus alas por amar demasiado a la humanidad, y me siento tranquilo al saber que yo perdí las mías, aunque en un sentido metafórico, al negarme a añorar una vida normal, una que no involucrara cazar.
— ¿Volvemos a casa? —pregunta casi tímido, pero intentando esconderlo tras su voz.
Eso implica ir al búnker, con Sam, los muros reforzados, las paredes revestidas de libros cuyas páginas contienen miles de hechizos y maldiciones, nombres de criaturas que jamás he visto —y no quiero ver— y a nuestras pequeñas habitaciones, esas que nosotros mismos convertimos en jaulas. Capaces de encerrar las bestias en las que nos hemos convertido. Iguales a aquello que cazamos.
Niego con la cabeza.
La lluvia lava nuestros pecados en contra de nuestra voluntad. Así de piadosa es.
— ¿Cuál es la prisa? —Ninguna en realidad. Estamos juntos. Solos en ésta diminuta parte del mundo. Y en éste momento no necesito nada más.
Me mira y sé que lo sabe, así como todo lo demás.
