Disclaimer:

Los personajes y escenarios aquí presentados pertenecen a Yoichi Takahashi de su obra "Capitán Tsubasa"

Las ideas y situaciones aquí expresadas son de mi autoría así como los posibles personajes originales que puedan aparecer.


He decidido re publicar este fic después de someterlo a una exhaustiva corrección. No varió mucho de la versión original, a excepción de la longitud del texto (cinco capítulos fueron reducidos a sólo tres) Espero que todos los cambios sean de su agrado y espero no haber alterado la idea original del fic.

Muchas gracias a todos los que leen y comentan.


Capítulo 1

Minuto noventa del segundo tiempo y el juez hace sonar su silbato. Uno de los jugadores de la secundaria Otomo se esfuerza por patear el balón tan fuerte como su ya exhausto cuerpo se lo permite. Pero es demasiado tarde. El juego había terminado y, una vez más, el Nankatsu clasificaba al campeonato nacional.

Los jóvenes seleccionados del colegio Toho miraban la televisión en uno de los comedores de la escuela. Aunque a muchos de ellos les seducía la idea de encontrarse con el Nankatsu nuevamente en la final también era cierto que, no pocos, querían evitar el encuentro con Tsubasa Ozora y su tropa. Era mejor no arriesgarse a una nueva desgracia. Entre estas dos aguas navegaba el pensamiento del capitán del equipo. Kojiro Hyuga había mirado atentamente el partido con los ojos fijos en la pantalla y los brazos cruzados a la altura del pecho. Él conocía muy bien a Ozora y sabía de antemano que era él a quien vería en la final y a quien tendría que derrotar. Porque el torneo sólo tenía una corona, sólo uno podía inscribirse como el mejor e, indudablemente, ese debía ser él.

Decidido a alentar a sus muchachos, el capitán habló:

—Este año, el torneo es nuestro. No hay opción de equivocarse, no podemos tropezar. Nadie es mejor que nosotros, pues dependemos de nosotros mismos. Solamente nuestros errores pueden frustrar nuestro sueño y eso, no sucederá. No importa si el rival que tengamos enfrente es el Nankatsu o cualquier otro. Nadie nos quitará lo que es nuestro ¿Entendido? — la voz del capitán se escuchó más fuerte y segura que nunca. O al menos eso creyó el portero del Toho, Ken Wakashimazu, quien había compartido con Kojiro las más grandes victorias que habían experimentado en sus aún cortas vidas y, también, las más frustrantes derrotas. Era el portero y segundo capitán pero, por sobre todo, era el mejor amigo de Kojiro y, por esta razón, sabía que Hyuga no estaba jugando un torneo más sino una batalla personal contra el único que podía imponerse sobre él como el mejor: Tsubasa Ozora.

— ¿Estás asustado Wakashimazu-kun?— Una voz suave y aún infantil sacó al joven portero de sus pensamientos. Era Takeshi Sawada su ex compañero de equipo en el Meiwa y que, desde comienzos de este año, se les había unido como delantero en el Toho.

—No… ¿Cómo crees?— Ken miró a su compañero sin saber a ciencia cierta lo que respondía. No le temía al Nankatsu, ni a Tsubasa Ozora ni siquiera al fantasma de su otrora rival directo, Genzo Wakabayashi quien se había aventurado a una aventura personal en tierras germanas. No era ningún rival dentro del campo el que lo preocupaba realmente. Pero eso no venía al caso. El hecho es que no, no estaba asustado.

—Ah bueno, es que te vi tan pensativo y serio que creí que temías un futuro enfrentamiento con el Nankatsu— bromeó el menudo muchacho.

—Sólo pensaba— dudó un momento en responder—en lo que Kojiro decía. Este debe ser nuestro año, Takeshi.

—Y lo será. El capitán está muy ilusionado con este campeonato. Ya sabes lo duro que ha sido para él adaptarse al nuevo estilo de juego que el entrenador aquí nos ha impuesto. No podemos defraudarlo.

—Y no lo haremos, te lo aseguro— Ken se puso de pie—. Sin embargo, no llegaremos a ninguna final si no nos paseamos un momento por la sala de clases. Sólo conoceríamos la gloria de la expulsión— Tomó entonces sus libros y se dirigió al salón de clases al tiempo que se despedía de Sawada con una señal de adiós con la mano, gesto que fue imitado por su compañero.

Ya era tarde. Estaba seguro que no alcanzaría a llegar antes que el maestro al salón y eso significaría quedarse después de clase a modo de castigo. No podía. Debía entrenar después, ahora no podía faltar. Sabía muy bien que el entrenador Kitazume era muy disciplinado y, a pesar de ser él el mejor portero del equipo, no dudaría en dejarlo fuera si faltaba a las prácticas. Con este pensamiento fijo en su mente, se concentró en correr con todas sus fuerzas, ir a su casillero, cambiarse los zapatos, tomar los libros correspondientes a la materia que correspondía e irse. Antes de cerrar miró hacia su izquierda y vio una escena que comenzaba a ser familiar para él: fuera del salón de los de segundo año estaba una chica bajita, de aspecto extranjero y cabello colorín. Estaba castigada una vez más como todos los días de ese año. No pudo evitar esbozar una sonrisa ante este hecho. Sonrisa que le duró hasta que recordó que debía ir a clases.

—Wakashimazu— la voz del profesor era dura, no daba tiempo a ilusionarse con una posible suspensión de cualquier castigo que se viniese—, ha llegado usted con más de media hora de retraso a la clase de hoy. No quiero conocer las razones— se adelantó a que el muchacho comenzara su defensa- creo conocerlas bien. Lamentablemente no puedo darle a usted ningún tipo de beneficio por lo que me temo que deberá permanecer en el salón hasta media hora después de que la lección del día de hoy haya finalizado. Lo siento, es el reglamento— finalizó.

Ken creyó que el techo se le venía encima. Media hora. Casi la mitad del entrenamiento. Veía la cara de decepción de sus compañeros, sobre todo de Kojiro.

—Maestro, le ruego que reconsidere su decisión. Reconozco mi falta y sé que esto no puede quedar impune pero, por favor— se sentía algo ridículo tratando de defender lo indefendible—, no permita que pierda la práctica de hoy. Es sumamente importante.

Luego de un intercambio de palabras, negociaciones de por medio, compromisos de no volver a incurrir en la misma falta, Ken Wakashimazu se encaminó hacia su nuevo castigo. Lentamente salió del salón, cerró con suavidad la puerta y se paró junto a ésta hasta que el timbre le indicara que la clase había terminado. Era en verdad un castigo denigrante pero era mucho mejor que quedarse después de clases y fallarle así a sus compañeros y entrenador que estarían esperando por él. Suspiró y al mismo tiempo sonrió para sus adentros. Ese era un castigo de tontos, según él. Y ahí estaba, parado como poste sin hacer nada. Levantó la vista y se encontró con la chica pelirroja la que aún estaba purgando su pena. Eso lo alivió. Estar castigado así una vez no era para tanto. Podía caer en la categoría de anécdota. El estar todos los días en lo mismo era fatal.

Al fin la práctica había acabado. Había sido uno de los entrenamientos más agotadores del último tiempo. Al parecer el entrenador no estaba satisfecho del proceder de sus dirigidos, especialmente de Kojiro Hyuga quien se empeñaba en jugar de manera individualista y agresiva; a su estilo. Para Takeshi y Ken era habitual que los partidos se jugasen al ritmo que Kojiro imponía, sin embargo, para sus nuevos compañeros, y para el propio entrenador, esto no era más que una forma egoísta de demostrar su talento. Kitazame no estaba dispuesto a transar ante los caprichos de Hyuga. Sus compañeros sentían sobre sí el viento gélido de un inminente desastre.

Ya en los vestidores, los muchachos trataron de soltarse bromeando sobre la manera que enfrentarían al Nankatsu en la final: en cómo los humillarían y se alzarían como la mejor secundaria del Japón. A pesar de las continuas desavenencias entre el entrenador y su capitán, los chicos se mostraban optimistas. Estaban seguros que Hyuga terminaría por ceder. El problema era que no conocían lo suficiente a Kojiro quien, en ese mismo momento, masticaba su rabia y desilusión de ver como su sueño de derrotar a Tsubasa se le escapaba de las manos. Sabía que para vencerlo debía dar todo de sí mismo y eso no podría ocurrir si se ajustaba a los moldes que un entrenador que apenas lo conocía le imponía. Ken, como su mejor amigo, notó la ira en su semblante. Conociéndolo como lo conocía, sabía que, en situaciones normales, era mejor dejarlo solo. Pero esta vez era diferente.

—Anímate Kojiro— le dijo con calma—, ya verás que el entrenador notará que tu estilo de jugar es el que le conviene al equipo. Dale tiempo. Piensa en todos los años que estuvimos juntos en el Meiwa. Piensa en lo difícil que fue el adaptarnos. Pero lo conseguimos. Y eso sin renunciar jamás a nuestro estilo ¿Lo recuerdas?— miró de reojo a Kojiro quien no parecía recordar nada más que lo altercados con el entrenador. Ken se preocupó. Hyuga era el puntal de su equipo. Él podía defender el pórtico con su vida si era necesario pero se requería un puntero de calidad que les entregase lo único que marca la diferencia en los encuentros: goles. Y Kojiro sí que sabía de eso. Además, era sin lugar a dudas el líder innato de cualquier equipo en el que se presentaba. Él, con su determinación, espíritu de lucha y entrega era capaz de dar vuelta partidos increíbles e inyectarles a sus compañeros toneladas de energía, invitándolos a seguirlo. Así había ocurrido con Takeshi Sawada que de ser un niño tímido y hasta miedoso en oportunidades, se había transformado en un hábil delantero que muchos entrenadores quisieran tener. Y él mismo, que de simple karateca había llegado a ser lo que era por él, Kojiro Hyuga quien ahora lucía más frustrado que nunca.

—No vale la pena que me vengas con discursos baratos, Ken—dijo al fin el capitán luego de un largo silencio—. No es difícil ver que, al ritmo que vamos, nunca podremos derrotar al Nankatsu. Estamos convertidos en unas nenas jugando al futbol; el entrenador no me deja ser. No me permite avanzar y sólo quiere que demostremos que somos un equipo. ¡Pero si lo somos maldita sea!—gruñó mientras golpeaba con el puño la banca en la que estaba sentado— Nunca dejaremos de serlo pero necesito que entienda que el fútbol se hizo para los fuertes ¡Fuertes!— Kojiro estaba rojo de rabia y desesperación. Sentía que esta vez su sueño de ser el mejor se le escapaba de las manos y no por culpa de un rival sino de alguien que, se supone, era su aliado. Pensó en su madre y hermanos. ¡Qué desilusionados estarían de verlo convertido en lo que el entrenador Kitazame pretendía que fuera!

Luego de un silencio sepulcral que pareció eterno, Ken se animó a preguntar:

— ¿Qué piensas hacer?

Kojiro dio un suspiro. Lo único que veía era un negro túnel enfrente de él.

—No lo sé…

Silencio nuevamente. Esta vez, más gélido que el anterior. Kojiro permanecía mirando al suelo, sentado con los codos en las rodillas y la cabeza entre las manos. De pronto sintió una mano sobre su hombro.

—No importa cuál sea tu decisión Kojiro, yo siempre te apoyaré, amigo— fueron las sinceras palabras del portero.