Gracias por tomarse el tiempo de entrar y leer, ¡ya desde eso significa mucho! Ahora, hay un par de cositas que quisiera aclarar sobre este fic (si les da flojera lean solo lo resaltado, je):
Número uno, ya que la OC es una bruja hay cierta terminología obtenida de AHS: Coven y Harry Potter, pero no hay ninguna aperción de personajes de dichas series ni tampoco menciones específicas de momentos en estás, por esa razón no marque la historia como Crossover. Les prometo que aunque no hayan visto Coven o Potter le entenderán perfectamente pues las explicaciones están implícitas en la narrativa de manera clara y llevadera.
Punto dos: Este fic se actualiza cada semana, ya que tengo que aprender a tener constancia pues párelo a esto estoy trabajando en una Novela de misterio y necesito algo que me motive a levantar mi trasero y no procrastinar en el vacío apacible de mi cama. Sooooo chequen en la semana por el segundo capítulo, prometo que ahí estará, y así el siguiente y el siguiente.
Y bueno, sin más que decir, ¡al fic! (•̀ᴗ•́)و ̑̑
Estuvieron planeando el escape durante semanas. Pensaron todas las formas posibles en las que podrían detenerlos, atraparlos, y juntos idearon diferentes formas de sobrepasar los obstáculos. Desde que se conocieron en el orfanato los cuatro niños olvidados habían sido unidos, se lamieron las heridas y decidieron que ese infierno no podría quedarse su alma.
– ¿Están listos? –preguntó Ruki, de cabello azabache y mirada analítica. Todos asintieron enérgicos a sabiendas de que a partir de ese momento, ya no habría vuelta atrás. El coraje se leía en sus ojos, desbordando algunas otras cosas como confianza, determinación, valentía y el inevitable miedo a fracasar.
–Repasemos el plan una vez más –susurró con convicción–. Azusa, tú estarás en la habitación cercana al lobby, envuelto en una sábana mientras Kou grita atrayendo la atención…
– ¡Está muerto, está muerto! Señorita, ¡Azusa cortó sus venas!– gimoteó Kou, de rubios cabellos y hermosos ojos azules, o lo habían sido antes que el mismo se arrancara uno. Lo dijo en tono cantarín, como para dar un toque dramático a las palabras del azabache, quien luego de la pequeña interrupción, continuó hablando:
–Inmediatamente después de que la cuidadora en turo llegue al lugar, Azusa la apuñala en el tobillo y Kou la empujará al suelo. Ambos se encargarán de inmovilizarla y cerrar la habitación con llave. Se reunirán con Bear en la entrada principal mientras yo inicio un incendio en la cocina. Tiren la puerta y corran hacia el bosque maldito.
– ¡¿Eh?! –interrumpió el rubio–. ¡No dijiste eso antes, Ruki!
– ¡Sí! ¡¿En qué pensabas?! Ese lugar es… –comenzó bear, de cabellos castaños muy claros y ojos pardos. Tenía una estatura descomunal para ser un niño de once años, de ahí su nombre, bear que quiere decir oso en inglés.
–Sé lo que es. Pero las leyendas de ese lugar quizá eviten que los veladores nos persigan hasta atraparnos– Nadie se atrevió a contradecir su lógica, así que sin vacilar, terminó de dar su explicación.
–Correrán hacia el bosque maldito, yo saldré por atrás y los alcanzo en el frente del edificio y seguimos por ese camino hasta que se cansen de perseguirnos.
A la noche siguiente, la cocina estaba en llamas, el personal del orfanato estaba ocupado evacuándose así mismo, y algunos de los niños estaban atrapados en el incendio. Así eran las cosas, pensaba el pelinegro mientras corría. Nadie ve por ti más que tú mismo, y si no puedes salvarte estas condenado a la muerte.
– ¡Ahí viene! –gritó uno de los que él consideraba sus hermanos. "Trio de tontos ¿acaso no había especificado que corrieran al bosque en cuanto salieran?" Recriminó Ruki para sus adentros, pero mientras lo hacía se sonrió. Lo habían esperado. Ellos no lo dejarían, no lo dejarían jamás. Pronto los alcanzó y los cuatro juntos emprendieron la carrera, pero no contaban con que uno de los centinelas fue enviado a la torre para vigilar posibles fugas aprovechando la conmoción. Las campanas empezaron a sonar "¡se escapan!" todos se crisparon, girándose para ver una multitud enardecida de adultos venir sobre ellos. Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete personas; sosteniendo antorchas corriendo como almas que lleva el diablo. Las piernas comenzaron a arderles y uno de ellos callo.
– ¡Kou! –gritó el más alto de ellos, deteniéndose para levantarlo.
–Me duele… –se quejó el rubio con la mano en la cara. Bear apretó los dientes. Esos malditos lo habían dañado demasiado antes de esa noche, y hacia menos de dos días del incidente con su ojo. Estaba muy malherido. Al tocarlo, Bear comprobó que ardía en fiebre.
– ¡Sigan corriendo! –La vos de Ruki inundó sus oídos. No habían llegado tan lejos para rendirse ahí. Tan solo debían entrar en bosque, unos metros más y lo lograrían. Se movían rápido y pronto llegaron a las sombras de su destino. Destrozando arbustos para abrirse paso llegaron hasta lo que prometía ser un claro. La parte mala de la situación era que los adultos no se habían detenido como ellos creían, ya que las leyendas de bosques embrujados solo sirven para asustar a los niños. Ruki se maldijo en silencio por ser tan estúpido.
–Ruki… ya no… puedo… continuar –La fatiga en la voz de Azusa lo alcanzó demasiado pronto. A él tampoco le quedaban fuerzas y cuando una pequeña piedra lo hizo tropezar, cayó al suelo entorpeciendo el paso de sus hermanos, que en algún punto habían formado una fila india tras de él, y ahora todos se hallaban en el suelo.
– ¡Aquí están, zánganos mal olientes! –escupió un hombre chimuelo.
– ¡Tienen idea de cuánto vale la instalación que acaban de quemar! –Se escandalizó una mujer regordeta, quien había visto a Ruki causar el incendio. Los hermanos se juntaron un poco más, acortado los espacios entre ellos, unos no miraban a la multitud y otros lo hacían ardiendo en odio y desespero. Entonces un extraño crujido se escuchó entre los arbustos. Ruki miró alrededor, una sombra pasaba rápida la penumbra.
– ¿Qué fue eso? –preguntó un tercer adulto.
–El viento –tajó el anciano sin dientes– ¡ahora lo pagaran, malditos niños! –acto seguido arrojo una piedra que reventó en la cabeza de Azusa. El pequeño se encogió del dolor, pero no gritó. Ruki lo atrajo hacia él, mirando con repulsión al hombre que pronto arrojo una segunda piedra. Las demás personas con él lo secundaron, seguido a eso una lluvia de rocas se dejó venir sobre ellos. La cabeza de Kou cedió primero, y un fino hilo de sangre comenzó a bajar desde su cien hasta su cuello.
– ¡Ya basta! –gritó Bear desesperado, entonces uno de los hombres parados cerca de los arboles fue succionado al interior. La gorda gritó, y las piedras se detuvieron.
– ¿Qué pasó? –cuestionó el viejo, irritado.
–Clarence, mi hijo Clarence… –el anciano frunció el ceño, aun podía verse la figura del mucho a la lejanía.
–Hijo, sal de ahí –exclamó el hombre–. No es momento para bromas. Hay que llevar lo que queda de estos niños de vuelta al orfanato. –un crujido entre las ramas y algo se movió muy deprisa, hacia el otro extremo del claro, sin salir de los arbustos, en la oscuridad. El ambiente se tensó. Ruki miraba receloso alrededor, no entendía bien que estaba pasando, pero seguro esa sería suficiente distracción para desaparecer entre los árboles. Tiró de la camisa de Bear para llamar su atención, y este con un movimiento de cabeza hizo que dirigiera su vista al rubio. Estaba sangrando, inconsciente. Mierda.
El pelinegro señalo los árboles que hacían gran sombra a unos metros de ellos, diciendo sin decir nada que tenían que ir hacia allí. Bear lo entendió con claridad, abrazó a su pequeño hermano, asegurándolo entre sus brazos, listo para arrastrarse hasta donde estuvieran a salvo. Entonces, del lugar al que se dirigían salió disparado algo que calló con golpe seco frente ellos, levantando tierra y polvo. Azusa peló los ojos de miedo al tiempo que se llevaba una mano a la boca para no gritar, y probablemente también para no vomitar. La señora pegó un alarido que sin problemas retumbó como un himno de dolor entre los árboles.
– ¡Mi bebé!– sollozó tratando de acercarse a ellos, pero la detuvieron–. ¡Mi hijo, mi niño, Clarence! –Frente a ellos, se hallaba el cuerpo decapitado de lo que antes fue una persona. La cabeza aún no se desprendía totalmente del cuerpo, estaba sujeta aun por pequeñas fibras de musculo. A Ruki se le revolvió el estomagó y Bear estaba atónito.
– ¡¿Quién lo hizo?! –chilló la mujer, desesperada, frenética, tratando de soltarse de las manos que la sujetaban–. ¡Fueron ustedes! ¡Malditos mounstros! –Con esfuerzo sobrehumano se soltó y corrió hasta ellos, los tres retrocedieron por instinto cuando ella se frenó en seco. Estaba a unos cuantos palmos, desde la posición de los pequeños, se podían apreciar sus ojos desorbitados. Tenía la boca abierta y pronto un hilo de saliva comenzó caer por un costado de sus labios, pero no cerraba la boca.
La mujer comenzó a moverse de una forma temblorosa, robótica, pausadamente, incluso parecía que en contra de su propia voluntad. Junto las manos lo suficientemente despacio como para que ellos percibieran el cuchillo que cargaba con la derecha. Se tensaron, juntándose aún más. Ella levantó el arma. Ellos no podían apartar la vista.
Todo pasó muy rápido. La mujer se apuñaló con el cuchillo. Sangre. Sangre sobre ellos. Sangre sobre el suelo. Sangre sobre Clarence. Otro cuerpo inerte azotando frente a ellos. El silencio sepulcral que se formó después de eso fue roto por una risotada que durante unos minutos rebotó entre los troncos de madera. Ruki, Bear, y Azusa temblaron de puro terror por primera vez en sus vidas.
– ¡D-demonios! ¡Esos niños son demonios!
– ¡Hay que quemarlos! –clamó otro de ellos, al tiempo que se dirigía contra los pequeños antorcha en mano, entonces sopló un viento tan fuerte que apagó todas las luces. Penumbra. Angustia, luz otra vez. Los hachones se encendieron de nuevo, revelando a una nueva figura salida de la nada. El viento hacia ondear una larga capa roja, aunque no lo suficiente para esconder las botas de piel café.
–Ellos no son demonios –siseo la figura–. Yo sí. Este es mi hogar y ustedes lo han profanado con violencia.
– ¡Fuiste tú! ¡Tú los mataste! –tembló el anciano. El mayor de los hermanos, tirado detrás de la figura tomo una de las piedras con las que los habían atacado, para apretarla fuerte en su mano. Mientras frente a la entidad, Santino, el viejo, sacó un arma.
– ¡Maldito! ¡No te tengo miedo! –disparó. Un ligero vapor emanó de la boquilla del arma. La figura tenía el puño en alto a la altura de su cabeza y lentamente, lo separó de su cuerpo, soltando lo que apretaba en él. La bala.
–No… no… –genuino terror se hizo presente en el rostro de aquel ser despreciable. Miró a su alrededor en busca de apoyo pero en algún punto, todos habían huido.
–Lárgate, mientras aún lo permito. –tajó el encapuchado. No necesito repetirlo, pues el humano ya iba mil kilómetros por hora huyendo de ahí.
Se giró entonces hacia los niños, el más grande estaba de pie, con mirada desafiante, sosteniendo una roca sobre su cabeza listo para lanzarla con todas sus fuerzas. Bear lo miraba horrorizado, si las personas mayores no pudieron contra esa cosa, ellos no tenían ni las mínimas posibilidades. Justo antes de lanzar la primera pedrada, la figura sonrió, y de buena gana removió la capucha revelando no un rostro masculino, sino femenino, de fracciones muy finas, tess exquisitamente blanca. Su cabello rubio plata caía desordenado sobre sus hombros, formando pequeñas ondulaciones al final. Pero de todo su cuerpo fue su mirada la que los desarmó. Había en ella una calidez palpable, con destellos de bondad que ellos creían infinitamente imposible. ¿Cómo puede alguien que asesina a dos personas tener esa manera de mirar?
–Ya pasó –dijo con voz suave–. Esperen la luz del sol y salgan del bosque. –ordenó amablemente, en un tono que movió el corazón del pelinegro, pues le hizo recordar a su madre. Soltó la piedra que hasta hacia unos momentos seguía apretando en su mano. La chica se colocó la caperuza en su sitio otra vez, al tiempo que se dispuso a caminar hacia las profundidades del bosque.
– ¡Espera! –exclamó el niño de ojos grises–. ¡Por favor! –Más no hubo señales cooperativas por parte de la encapuchada, quien siguió su caminó sin molestarse en responder, hasta que algo tiró de su capa. Eso la ofendió. ¿Les salvó la vida y tenían la osadía de tirar de ella? ¿De tocarla? Se soltó del agarre con fuerza provocando que el niño perdiera el equilibrio, aterrizando en sus rodillas.
–No tengo intenciones de trabajar de niñera para niños humanos. Quédense o váyanse, pero no molesten. –Su voz ya no era amable, pero tampoco era hostil. Simplemente estaba irritada.
–No tenemos a donde ir –susurró sin mirarla a la cara.
–Ese no es mi problema –respondió girándose otra vez pero él la sujeto nuevamente. Por Dios, de saber que se pondrían así de pesados los mataba también a ellos. "Los humanos son muy incomodos" pensó.
–Por favor… –comenzó pero su voz se quebró–. Si no nos ayudas… morirá.
Lanzó una mirada a los tres niños a unos metros más de ellos. Ensimismados, rotos y en efecto, el rubio estaba en estado crítico. ¿Cuántos años tendrían estos humanos? Se veían extremadamente débiles.
–Ese no es mi problema. –dijo, esta vez menos firme que la vez anterior.
– ¡Por favor! solo quiero… que estén a salvo– finalizó soltando la capa por fin, con aire derrotado. Ella suspiró.
–No tolerare faltas de respeto a mi persona. –Los niños la miraron con sorpresa–. Mucho menos que traigan otros humanos miserables aquí. –poco a poco, una sonrisa comenzó a hacerse presente en los ojos del pelinegro–. Tampoco toleraré rabietas. Pero sobretodo… queda terminantemente prohibido hacer preguntas. ¿Está claro? –todos asintieron enérgicamente y ella vio en sus ojos algo muy hermoso: esperanza.
*O/O/O/O/O/O*
– ¿Ya casi llegamos? –preguntó un agotado Bear, tratando de distribuir el peso de su compañero sobre su espalada. Habían caminado a través del bosque durante casi una hora.
–Ya llegamos –respondió la encapuchada al tiempo que señalaba una enorme cueva a unos cuantos metros más. Se apresuraron a entrar y una vez dentro los cuatro retoños se desplomaron jadeando. La muchacha caminó unos pasos más hasta ser casi invisible en la penumbra. Azusa quiso llamarla, y entonces cayó en cuenta de que no sabían su nombre.
– ¿Se piensan quedar ahí? –los tres intercambiaron miradas para después levantarse y seguir la voz femenina, quien sostenía lo que parecía ser una cortina de plantas que caían al final de la cueva, cubriendo el borde, pues del otro lado, se alzaba un panorama precioso, ahora alumbrado por las primeras luces del amanecer.
–Es… muy… bello…– murmuró el niño con los brazos vendados. Ella le sonrió ampliamente.
Una pequeña cascada caía en la parte trasera, pegada a las montañas que se alzaban alrededor, formando un riachuelo que se perdía detrás de las rocas y en el medio, había una pequeña cabaña de techo puntiagudo color morado y paredes blancas con enredadores trepadas a los costados, poseía también una rueda de agua que le daba un aspecto fantasioso. La voz del más alto rompió el encanto.
–Kou está muy frio –Estaba agachado con el otro muchachito entre los brazos, y los otros dos se acercaron rápidamente. Ruki toco su frente, no solo estaba helado ¡sus labios se habían puesto azules!
–Entren a la casa, rápido –ordenó la mujer, tomando al humano tieso entre sus brazos, cuando lo levantó se horrorizó. No sabía cuánto debía pesar un cachorro humano, pero seguramente más que eso. Parecía un pequeño trapo ese chiquillo.
Entraron a la casa con estrepitosa rapidez, la entidad se desprendió de su capa mientras gritaba a los niños que despejaran la mesa. Pronto todos los artilugios sobre ella fueron a dar al suelo para que un frio hombrecito de apenas once años tomara su lugar.
–Dentro de ese estante hay un frasco de contenido verde, tráelo –ordenó a Ruki.
– ¡Pronto, arriba de esa repisa, el frasco con el líquido purpura! –comandó, esta vez para Bear.
–Ayúdame –pidió a Azusa con una mirada que aunque él no supo descifrar, lo estremeció hasta los huesos–. Presiona con tus manos su estómago cuando yo te diga.
Los dos hermanos se apresuraron a depositar en las manos de aquella extraña persona lo encargado. La rubia ató su cabello con un listón para después, ante la mirada preocupada de los pequeños, administrar unas gotas del líquido purpura resplandeciente en la boca del aludido. Luego, aplicó generosamente una especie de crema verde sobre sus lesiones más graves.
El pulso del niño se había extinguido hacía ya varios minutos, pero la actividad en su cerebro aún no cesaba. "Mientras eso se mantenga así las cosas estarían bien." se dijo ella, al tiempo que atraía las manos de Azusa al estómago del herido.
–Ahora, presiona con fuerza. Vamos a sacarle la muerte. –susurró la última parte con algo que a los tres les pareció siniestro. ¿Sacarle la muerte? ¿Kou había muerto? Ruki retrocedió unos pasos, expresión indescifrable en su rostro.
Azusa apretó con todas sus fuerzas, mientras que ella sostenía la cabeza del rubio, forzándolo a abrir la boca. Aquello no era algo que no hubiese hecho antes, pero jamás lo intentó con un humano tan pequeño y débil. Generalmente era contratada por señores feudales para revivir a sus soldados caídos, minimizando de esa forma las bajas en la medida de lo posible, si fallaba no importaba, pero por alguna razón, esta vez no podía permitírselo.
Comenzó entonces a soplar dentro de su boca.
"Eko, eko, Azarak Bazabi lacha bachabe Lamac cahi Karrellyos"
Susurró dentro de su cavidad bucal, acto seguido, sopló una vez.
"Lagoz atha cabyolas Samahac atha famolas Hurrahya"
De nuevo dentro de la misma manera. Repitió el proceso tres veces más, mientras Azusa apretaba con todas sus fuerzas. Entonces ella colocó sus manos sobre las del infante, apartándolas suavemente, al tiempo que llevaba la presión hacia arriba. El cadáver comenzó a tener espasmos abruptos en las extremidades, como una convulsión. Ella susurró algo más, algo que ninguno alcanzó a escuchar, y entonces, Kou comenzó a toser una especie de aceite negro muy espeso, bronco aspiró un poco cuando la mujer lo incorporó, dando golpes suaves en su espada. El color había regresado a su rostro.
Estaban seguros de que él no lo había logrado, pero ella lo sanó. Ruki, Bear y Azusa se hallaban atónitos. Luego fue un caos "traigan esto" "saquen aquello" "pónganlo ahí" "muevan allá" todos contribuyendo en la labor de curación, sin hacer ninguna pregunta, muy a su pesar. Después de eso las cosas se calmaron. Los cuatro llegaron a la conclusión de que su benefactora era algún tipo de hechicera, pero nunca mencionaron nada.
–Al llegar aquí nosotros le dijimos nuestros nombres ¡pero nunca oímos el suyo! ¡Ya díganos señorita! –Bear demandó impaciente.
–Dije que sin preguntas –respondió con amabilidad
– ¡Por favor dinos! Desde que llegamos aquí hace seis meses no hemos preguntado nada, y ya estoy hartándome de decirte "señorita" todo el tiempo –se quejó el rubio y ella le dedico una mirada reprobatoria. Tenía unos preciosos ojos heterocromos, uno violeta y otro dorado. La muchacha lo pensó un momento.
–Bien, se lo han ganado. Tengo muchos nombres… pero les diré uno fácil de recordar. Pueden llamarme Chise.
Y así pasaron otros tres meses, sembrando lo que comerían para luego cosecharlo, atendiendo a diferentes personas que venían por sus remedios y medicinas. No alcanzaban a comprender como es que la gente podría tenerle tanto miedo a un ser que te llenaba el corazón de luz con su mirada, pero así era, y aquellos que habían huido esa noche tormentosa de su primer encuentro eran los que más le metían leña al fuego del pueblo. "La bruja matara a sus hijos" "vendrá en la noche" "¡ya se llevó a cuatro niños del orfanato!" "¡hay que quemarla en la hoguera!"
Estuvieron observando, hasta que por fin dieron con el lugar de su escondite. Esa madrugada atacarían.
*O/O/O/O/O*
–Niños, voy a salir al pueblo, ¿quieren algo en particular? –Todos se aglomeraron a su alrededor pidiendo diferentes artefactos. Bear pidió palas de jardinería, Ruki libros de aventura, Kou un caleidoscopio y Azusa un… ¿cuchillo pequeño? Que más daba, los mortales eran raros. Sonrió. Le traería a cada uno lo suyo de buena gana. Los quería. Eran suyos, y ella era de ellos. Había pasado mucho tiempo desde que tuvo una familia y sin casi conocerse los pequeños rufianes se habían convertido en algo muy preciado para ella.
–De acuerdo. Mientras no estoy, vayan a recoger los frutos maduros al huerto. Bear, encárgate de las carpas, al parecer hoy habrá tormenta y no quiero que el huerto muera en el aguacero. –ellos asintieron pero solo se movieron hasta que la vieron desaparecer por las cortinas de plantas.
–Apuesto a que yo subo ese árbol más rápido que todos ustedes –exclamó Kou de forma cantarina.
– ¡¿ah?! –Prorrumpió Bear–. ¡Tú no podrías siquiera alcanzar a sujetarte de las ramas más bajas! –Dijo con sorna, cosa que logró que el ojiazul se ofendiera.
–Bien, si eso crees por que no intentas vencerme –dijo orgulloso.
–No tendré que intentarlo –respondió desafiante el castaño, confiado de su estatura.
–Oigan, ya basta. Las órdenes de esa persona fueron claras. Hay que darnos prisa –tajó Ruki mientras se daba la vuelta para emprender el camino.
–Chise –corrigió Bear por lo bajo. Ya sabían su nombre, no tenían que seguir con estúpidos rodeos como "señorita" o "esa persona".
– ¡Ruki no seas agua fiestas! –replicó Kou. De pronto el azabache se frenó en seco, apunto de reprender a su hermano menor cuando una voz más pequeñita ganó el dialogo.
–Yo… quisiera… ver la… competencia… –Susurró Azusa y Bear de inmediato salió a reforzar el comentario.
–Será muy rápido, no te preocupes, ella ni notara que tardamos un poco más en hacer lo que nos pidió. Además, ¿no sería lindo poder bajar las manzanas más altas del árbol? Con lo mucho que le gustan… –dejó el comentario al aire y funcionó. Un ligero rubor cubrió las mejillas del más serio.
–Bien, pero que sea rápido.
Los tres intercambiaron miradas traviesas para después echar a correr hacia el gran árbol de manzanas. Se encontraba un poco retirado de la casa, detrás de una gran roca que cubría la visión de la entrada. La carrera por la cima comenzó en cuanto ambos tocaron corteza, Kou al ser más pequeño resultaba más ágil, mientras Bear con su gran estatura, se impulsaba a ramas más altas con mayor eficiencia. Estaba muy reñido, y Ruki junto a Azusa, usaban sus manos alrededor de sus ojos para seguirles la pista desde abajo, sin que el sol dañara sus ojos. Al final resultó ser un empate, lo cual no los tuvo felices. Así que esta vez, el ganador seria no el que subiera más rápido, si no el que lograra bajar más manzanas. Empate. Desempate. Empate otra vez, se estaban quedando sin energía y también sin luz de día, pero se lo estaban pasando demasiado bien como para darse cuenta.
*O/O/O/O/O*
El sol acababa de ocultarse tras las montañas, señal para que la multitud enardecida por los cuentos de Santino (el viejo infeliz al que Chise había dejado escapar) sobre brujas come niños en el bosque, se aglutinara en la entrada de este.
– ¡Escúchenme bien! iremos esta noche a buscar a la bruja que se llevó a mis hermosos niños. En cuanto la vean, quémenla viva, arrojen antorchas a su alrededor, pues es capaz de crear vientos, pero no podrá pagar un incendio grande ¿quedó claro?
– ¡Si!
– ¡Acabemos con la plaga de Europa en el nombre de la Reina!*
– ¡Si!
La muchedumbre gritaba tan furiosa como excitada, tomando picos, palos, piedras, antorchas y pistolas. Listos para matar a la bruja, aunque algunos de ellos habían ido por sus medicinas, incluso a sabiendas de que aquella alma había sanado a sus hijos. Otros tantos, simplemente por rellenar un espacio en sus aturdidas vidas aburridas.
Enseguida llegaron al bosque, a la cueva, y luego, tras caminar un poco más se asombraron con el bello claro con cascada de estrellas. Se movían cual ratas por los bracos: sigilosos y rápidos. Atravesaron el pequeño campo abierto unos metros antes de llegar a la cabaña, pero no vieron las luces prendidas o señales de alguien en el interior.
– ¡La bruja no está! –susurró una mujer al anciano, pero él hizo caso omiso.
–Está durmiendo, prendan fuego a la choza y a todo lo que vean –Ordenó inseguro, más la gente no lo cuestionó. Pronto todo era rojo.
*O/O/O/O/O*
Chise caminaba a paso templado, despreocupadamente mirando más las estrellas que si propio camino. El aire frio le golpeaba en rostro y por primera vez en mucho tiempo, se sentía feliz de estar con vida. Tenía el caleidoscopio de Kou, la daga de Azusa, los libros de Ruki y las palas de Bear, todo envuelto en una canasta distinta a la que contenía hierbas y otros alimentos. Esa noche le pediría a los chicos que vieran las estrellas con ella, era un lindo pasatiempo que Kou se había encargado de implementar desde que llego.
Entonces, algo la hizo salir abruptamente de sus fantasías: un enorme torrente de humo color negro con matices gris oscuro, y por sus conocimientos en pyrokinesis* sabía que aquello hablaba de un incendio que ardía con mucho calor, en presencia de poco oxígeno y con una alta concentración de gases tóxicos; pero eso no fue lo más alarmante, sino que el humo surgía de la dirección en la que se encontraba su casa.
– ¡Los niños! –dijo en un susurro horrido antes de precipitarse al lugar de los hechos. Corrió lo más rápido que pudo y cuando llegó se le fue el alma al suelo. Todo estaba en llamas y entre estas se levantaban cuatro estacas de madera, cada una con un pequeño cuerpo atado a ellas. Chise callo de rodillas, boquiabierta por el horror.
–No…No…
Las cuatro figuras estaban tan carbonizadas que apenas se podía distinguir que habían sido humanas. Estaba a punto de gritar cuando sintió una presencia inhumana detrás suyo, pero antes de que pudiera girarse, algo la golpeo dejándola inconsciente.
*O/O/O/O/O*
––El mismo día unos minutos antes––
Los cuatro niños se hallaban perdidos en medio de la conmoción. Estaban jugando y lo siguiente supieron fue que todo estaba en llamas. Todo por lo que habían trabajado, todo lo que habían logrado, todo por lo cual habían sonreído. Todo hecho pedazos. Ni siquiera sabían por dónde empezar a pagar el incendio y el temor de quedar atrapados en las llamas los mantenía paralizados.
– ¡Ahí está la bruja! –escucharon a alguien gritar en medio del caos. Dirigieron la vista en la dirección de la voz y vieron con horror a dos personas sostenido por los brazos a la figura encapuchada, mientras que una tercera le atravesaba el corazón con un picador de piedras.
– ¡Chise! –gritaron al unísono. Cubriéndose el pecho con las manos, la muchacha calló al suelo y rápidamente fue devorada por las llamas. Los niños intentaron correr para ayudarla, pero sus piernas no les respondían.
–Siempre ha parecido abstracto, ¿no es asi? Cuando mueren otras personas. –La voz surgió de la nada detrás de ellos, solo entonces los niños pudieron moverse y lo hicieron para girarse, encontrándose cara a cara con una figura de inframundo. Era un hombre muy alto, de mediana edad y aturdidora belleza. Tenía el cabello blanco, largo hasta el inicio de las rodillas, lo usaba ondulado, enmarcando un rostro de la finura que solo puede pertenecer a la aristocracia.
–Esto es lo que hacen los humanos. Destruyen todo lo que ven, sin importar nada. –Enarcó luego, una ceja–. Deberían sentir vergüenza de pertenecer a su raza.
Pero ellos no le oían, estaban demasiado conmocionados por lo que acababan de ver. Una de las ilusiones que más le había costado trabajo montar, pero al mismo tiempo, la que más orgullo le daba hasta ahora en todo el tiempo que llevaba errando.
–Pero no desesperen, mis niños. Aún tienen una oportunidad para cambiar su destino, solo tienen que venir a mí. ¿No quisieran fuerza para vengarse de los humanos? –estiró si helada mano enguantada hacia ellos. Ya no tenían un rastro de luz en los ojos, solo dolor y furia.
–Si…–dijeron antes de tomar su mano. Sin saberlo, habían cerrado un contrato con el diablo.
*O/O/O/O*
Chise se incorporó de apoco, abriendo lentamente los ojos. Una dolorosa punzada atravesó la parte trasera de su cráneo.
–tch…–murmuro al tiempo que se levantaba del suelo.
–Mi querida niña –dijo una voz suave, extremadamente familiar.
– ¿Leighton?–susurró con sorpresa, tomando la mano de la mujer para guardar el equilibro, pues se hallaba mareada debido a la cantidad de humo que inalado la noche anterior… la noche anterior. El fugaz recuerdo de los cuerpos clavados en las estacas la hizo querer vomitar.
–Mis niños… ellos… –La mujer hizo una mueca de empatía.
–Los aldeanos los quemaron. Envolvimos y enterramos sus cuerpos en la santa madre tierra, y les colocamos una moneda para la parca. Sus almas están bien ahora.
–No… no… –jadeo, cayendo de rodillas de nuevo al suelo.
–Mi querida niña, no hubiera podido hacer nada. Ya has roto demasiadas reglas al habitar en este lugar tan cerca de los seres huma…
–Pagaran… ¡pagaran por esto! –gritó, dejando que pesadas lagrimas se escurrieran por sus mejillas. Esta vez no era un berrinche de una niña que a pesar de haber estado viva por tanto tiempo, aparentaba no más de 14 años; eso lo sabía bien Leighton. Esta vez era enserio.
–Al concejo no le va a gustar esto… –musitó, más para sí misma que para Chise, quien levantó su mirada hetorocromíca hacia el cielo diciendo:
–Y así el señor dijo: "Ay de aquel que haga tropezar a uno de estos pequeñitos que creen en mí, pues mejor le sería que le colgaran al cuello una piedra de molino de las que mueve un asno, y que se ahogara en lo profundo del mar. ¡Tened cuidado Pues, si osan dañar a mis pequeñitos! Porque mejor les fuera no haber nacido"
13 de abril de 1730 en siglo XIII de nuestro señor, el día en que las desgracias en el pueblo cerca del bosque maldito comenzaron a ocurrir para no detenerse si no hasta tres siglos más tarde.
El día más oscuro.
Aclaraciones: Yuma se llama Bear en esta primera parte porque en su historia canónica (dentro del juego) después del incendio provocado por Reiji pierde la memoria y no recuerda nada, ni su nombre. Entonces los niños de su pandilla lo apodan Bear por su enorme altura.
¡Hasta aquí este capítulo! Chicos, nada me haría más feliz que ustedes sintieran deseos de seguir la historia, y dejaran un comentario con su opinión. Debo confesar que es la primera vez en cuatro años que publico un Fanfic y estaba nerviosa de como pudiera quedar, pero al final, me gustó bastante ¡y espero que a ustedes también! los estaré leyendo, hasta la próxima semana bye-bye! ( ◜◡^)っ
