Disclaimer: El mundo de Owari no Seraph, su trama y personajes no me pertenecen; la idea original y las ilustraciones pertenecen a: Takaya Kagami, y Yamato Yamamoto.


Mi alma está atada a la tuya, por el resto de la eternidad...


El camino de sus lágrimas ardía con cada lento palpitar de su pulso doloroso, cada vez más fuerte conforme transcurrían los segundos; su garganta trataba de cerrarse ante el áspero contacto de aquel líquido viscoso y agridulce, inconfundible, sin embargo, su cuerpo lo deseaba intensamente y sus dedos se hundían con más fuerza a la piel de porcelana que permanecía firme y fría contra sus labios. Hundió más los colmillos recién revelados desde su renacimiento, y cerró los párpados con fuerza sintiendo la impotencia cernirse sobre él, al comprender que no tenía control sobre si mismo, siendo sólo un vampiro... que no podía controlar sus instintos mundanos y se doblegaba ante el repugnante dulzor de la sangre.

Una suave e interminable elixir de vida inundó sus papilas gustativas, un hormigueo electrizante estalló en su espalda y envió calor por todo su cuerpo; y mientras la inmunda terrenidad y deseo aún impregnado en su cuerpo le hacía percibir cada vez más borrosos los límites de su visión, poco a poco se desprendía de la tensión y estaba a un suspiro de alcanzar la plenitud. Mikaela, con la cordura colgando aún de los bordes del discernimiento, revivió como una cinta en vivo dentro de su cabeza, la pérdida de Akane, y la del resto de sus hermanos; los cuales fueron decapitados como animales, amargos colmillos se hundieron en sus cuellos cremosos, colmillos como los suyos. Su alma endeble de cristal se agrietó, y sus ojos se oscurecieron ante la espesa nube de desprecio hacia si mismo; porque aunque lo quisiera negar, esa nueva sensación que corría por sus venas era placentera y adictiva. Les estaba fallando a ellos, a Yu, a si mismo, porque se transformó en aquello que destrozó sus esperanzas, aquello que pisoteó sus sueños.

Un vampiro.

Brazos delgados lo rodearon, y un ligero aroma a cerezos y otoño rodeó su olfato; Krul, hundió la nariz en las ondas de oro de Mika, y él, temblando hundido en la confusión e ira, se dejó llevar por esa acción mientras seguía palpando con su lengua, la tersura de su piel y la calidez de su sangre.

Bebe...—invisibles cadenas teñidas de carmín se aferraban a sus tobillos—.Y me pertenecerás por siempre—se hundían más en su carne—.Hyakuya Mikaela—y ataron finalmente su alma.

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