Introducción.

La neblina no dejaba ver con claridad el bosque que se encontraba al comienzo de la pequeña colina. La lluvia de los últimos meses había humedecido el terreno anteriormente seco por lo cálido que había sido el verano ya pasado, y el verde predominaba por encima de todo. La hierba no se había podado en bastante tiempo y su altura superaba la deseable, mas el caminante no se inmutó, o tal vez, no quiso hacerlo, pero por una u otra razón prosiguió hacia delante, rozando con las puntas de los dedos el húmedo prado y con la mirada perdida se agachó. Parecía haber visto algo entre las hojas caídas, algo sólido y brillante, pero al mirar más detenidamente no logró encontrar nada anormal, tan sólo agua y diversas plantas. Volvió a enderezarse y, despacio, observó a su alrededor. Sin más, sonrió y agachó la cabeza.

-Debí de habérmelo imaginado.- Comentó en voz alta. –Sal, se que rondas estos bosques.- Finalizó la frase con la vez más seria y grave.

El silencio que vino después pareció molestarle de alguna manera, y con firmeza arrancó un manojo del arbusto que tenía a su derecha. Sus manos de enrojecieron a causa de las frambuesas que había machacado con el puño, y las espinas arañaron levemente sus largos y finos dedos.

-He pedido que salgas, ¿O acaso la cobardía te corroe como en el pasado?.- Alzó la voz, más de nuevo, nada se inmutó. -¡Maldita seas Alquen! ¡Cómo te atreves a proseguir con esto? ¿Acaso crees que se te otorgó ese derecho? –La rabia comenzaba a notarse en sus palabras, y su tono ya no era el de antes, sino uno más serio, y con un volumen más elevado.

Por entre los árboles apareció un hermoso joven de cabellera plateada, una tez blanquecina y unos ojos tan azules como el cielo en una mañana de mayo. Su porte era espectacularmente bello e irradiaba una tranquilidad superior a la de un hombre normal. Su sonrisa, ahora bien visible, demostró que le divertía aquella situación y que no se sentía nada incómodo, al contrario que su seguidor.

-Ya veo que no te rindes, que eres tan persistente como para poner en juego tu vida, si ese llegara a ser el precio de aquello que deseas. Hacía ya tiempo que la valentía no se enseñaba tanto como en ti. –La dulzura de su voz envolvió su alrededor, y por un instante pareció hasta calmar a aquel que lo llevaba buscando, mas éste pronto recuperó su hostilidad.

-Me enseñaron de esa manera, esta es la diferencia entre nosotros, tú te vales por ti mismo y crees bueno el no confiar en los demás, yo, por el contrario, intento contar con la ayuda de aquellos que me rodean, y a cumplir mis propósitos no importa el precio de tales.

El caballero de melena plateada comenzó a acercarse lentamente mientras agarraba de los arbustos algunos frutos. Los ingirió y prosiguió la discusión que estaba manteniendo con el otro presente.

-Créeme que no hay esa diferencia tan enorme entre nosotros. Si, tu rango, por ejemplo, es mayor que el mío, pero mucho de lo que soy ahora te lo debo a ti y a tus enseñanzas, de eso eres consciente, espero. En el fondo hemos luchado por las mismas ilusiones y los mismos motivos, y hasta hacía poco, servíamos al mismo patriarca. Creía conocerte, mas veo que me equivoqué contigo Shura.

-No exageres, que parece que es lo único que se te da medianamente bien.- Respondió el caballero de Capricornio sarcásticamente. –Mas ambos sabemos que huiste, -prosiguió.- y si mal no recuerdo lo hiciste por habernos traicionado.- La gravedad en su voz regresó.

Alquen sonrió y miró hacia abajo. Su armadura relucía, y sus ojos brillaban maliciosamente.

-Ya basta de habladurías, ¿Acaso para eso me buscaste durante estos últimos meses, para hablar? Lo dudo, viniste para luchar, bien caballero, luchemos pues. –Nada más terminar la frase, la expresión de su rostro cambió por completo, dejando ver una punzante mirada que demostraba enemistad al completo.

El hermoso joven tomó su posición y, elevando ambos brazos, lanzó su ataque.

-¡Vientos del norte!. – Gritó a pleno pulmón.

El aire comenzó a helarse nada más salir las palabras por sus labios, y un fuerte viento procedió a continuación. Las hojas y aquello que no tuviera las raíces lo suficientemente fuertes para resistirlo fue arrancado de la tierra y arrastrado hacia el enorme huracán que se había formado alrededor del caballero dorado, quién, sorprendido, no pudo defenderse de su contrincante. Al igual que las plantas y los arbustos, fue ingerido por las corrientes, y pasó a tomar parte de la mezcla que éstas llevaban en su interior.

Unos segundos después comenzó a calmarse la atmósfera, y el huracán se disipó, haciendo caer a Shura sobre el húmedo suelo acompañado por todo lo demás. Éste se levantó con unos arañazos en la cara, mas al parecer como si nada hubiera ocurrido.

-¿Crees que eso me derrotará?- Preguntó riendo.

-No, pero al menos te habrá mareado un poco, ¿No?- Contestó a su vez riendo también su compañero. –Lo hago para calentarme.- Su sonrisa, al igual que la de su oponente, había desaparecido por completo, y ambos habían adoptado sus respectivas posiciones ofensivas mas a la vez defensivas, y se hicieron a la idea de atacar y herir a un antiguo compañero y amigo, mas a ninguno pareció importarle demasiado. Lo único en lo que parecían pensar es en la batalla que a punto estaba de comenzar.