Esta es una historia escrita sin fines de lucro. Los personajes de Candy Candy pertenecen a Keiko Mizuki y Yumiko Igarashi.
Capítulo 1.
".. tú que tienes ya el corazón como la puerta de Alcalá, de tanta gente como ha entrado por él..."
Fortunata y Jacinta, Benito Pérez Galdós
El sol poniente del atardecer primaveral se reflejaba en tonalidades doradas y rojizas en los ventanales de la Mansión Ardley de Chicago, creando un espectáculo donde lo natural y lo arquitectónico se fundían en casi perfecta armonía que tenía como únicos testigos los capullos del rosedal y una hermosa damisela de ojos verdes. La jovencita se movía entre los arbustos buscando una flor que adornara su cabellera: quería una que, aun sin ser una Dulce Candy, le recordara la primera rosa que le obsequiara Anthony Brower varios años atrás.
Envuelta en la magia del jardín, la muchacha se quedó inmóvil por unos momentos, con una tierna sonrisa en el rostro elevado al cielo. El suave viento, cual dedos anhelantes, despeinaba los cabellos rubios y acariciaba las sonrosadas mejillas de la dama._ Anthony, _dijo quedamente _donde quiera que estés quiero que sepas que sigo luchando por mi felicidad y que no me rendiré, se que el mañana será hermoso junto a la persona a quien amo…gracias por todo Anthony.
Un cuervo graznando la sacó de su ensoñación, pero Candice White no era supersticiosa, así que volvió a sonreír mirando al pájaro, y justamente en el arbusto que el ave se había posado encontró la rosa que deseaba lucir: un capullo azul entreabierto, más que un botón pero sin llegar aún a su pleno esplendor. Ella, al igual que la flor, permanecía en un limbo entre niña y mujer…por dos semanas más.
Con su pequeña y afilada podadora, Candy cortó el delicado tallo tal y como Anthony le había enseñado a hacerlo. La rosa azul complementaría no solo su atuendo para el teatro, sino también su estado de ánimo, inspirándole paz, tranquilidad y confianza. La rubia soltó una risilla al percatarse que, con la flor de los jardines Ardley, esperaba llevar consigo la mirada de tres miembros de esa familia.
_Si tan solo Albert pudiera acompañarme esta noche a la función_ pensó la chica mirando la flor_ pero mi Albert ya forma parte del mundo de los recuerdos: un amor que no fue, como tampoco lo fueron el Príncipe de la Colina y Anthony…y después dicen que los Ardley me han traído suerte, suerte habría sido que Albert no fuese uno de ellos y mucho menos el jefe de la familia: Sir William A. Ardley.
El camino hacia la felicidad imaginado por la joven se volvió estrecho y pedregoso con solo recordar a Sir William: ese empresario cuyo tiempo era dinero que debía ingresar a las arcas del clan Ardley.
_ ¿Cómo sería si Albert-sin-nombre y yo viviéramos juntos todavía en el apartamento Magnolia? ¿Y si fuéramos a casarnos en dos semanas?_ Candy se dejó caer en un banco, sus ojos verdes ahora anegados en lágrimas ya no veían la rosa sino unos irises azules desbordantes de ternura. Se imaginaba vestida de blanco, en una pequeña iglesia, la ceremonia casi concluía y llegaba el momento del beso _ Te amo Princesa Candy_ le decía el joven con dulzura mientras acercaba su varonil rostro al de ella. La rubia cerró los ojos al sentir una suave caricia en sus labios…_Te amo Albert, te amo…
Así, besando la rosa, la encontró Annie Britter.
La recién llegada se aproximó silenciosamente a su amiga, inicialmente planeando gastarle una broma, pero al notar sus mejillas humedecidas se contuvo, limitándose a sentarse a su lado.
_ ¿Qué sucede Candy? Dijiste que venías al jardín por unos minutos y te has tardado casi una hora, no queda mucho tiempo para arreglarte.
_Necesitaba una rosa.
_Claro Candy, necesitabas una rosa para besarla y confesarle tu amor_ Annie rió por lo bajo al ver ruborizarse a su amiga _ y dime ¿te ama o no? Yo creo que sí.
_Por favor señorita Britter, no sabía que el humor del señor Archibald Cornwell era tan contagioso_ ripostó.
_Alégrate que fui yo quien te encontró Candy ¿te imaginas si Archie o el señor William te hubiesen visto o escuchado? Habrías tenido que soportar todavía más bromas. Aunque tal vez hubieses preferido ser descubierta por la Tía Elroy…o por algún periodista buscando una
exclusiva para las páginas sociales.
Sin duda a Candy le gustaba ver a su casi-hermana de buen ánimo, pero no por ello deseaba que la hilaridad de Annie fuese a costa suya, y mucho menos cuando se sentía enfadada, nostálgica y ansiosa, todo al mismo tiempo.
_Por favor Annie, no menciones a los periodistas: ya bastantes problemas han causado esos papagayos desplumados. Además, estaba ensayando para mi boda. Pareces no tener compasión por mis pobres nervios de novia_ esto último lo dijo sacando la lengua en un intento de poner fin a la conversación.
Desafortunadamente Annie, como buena novata, malinterpretó el gesto como una invitación a seguir la guasa.
_Parece que otras personas no opinan lo mismo, hasta la señorita Pony y la Hermana María conservan los recortes de esos días.
Silencio. Al cabo de unos segundos Annie continuó su cháchara.
_Y si estabas ensayando para tu boda te recuerdo que, una vez más, equivocaste el nombre.
La tolerancia de Candy estaba llegando al límite: con su mano izquierda arrugaba desesperadamente la tela de su falda, mientras con la derecha apretaba las espinas de la rosa hasta el punto de hacerse daño.
_Cada vez te pareces más a Eliza, Annie Britter_ dijo dándole la espalda a la morena y comenzando a caminar rumbo a la mansión.
Anonadada, Annie se mantuvo inmóvil, de pie en medio de los rosales, con la mirada fija en la espalda de su amiga. En otros tiempos la tímida muchacha se habría echado a llorar, pero a sus diecinueve años la señorita Britter sabía que el llanto, a pesar de ser un arma poderosa, no servía para enfrentar todos los desafíos de la vida. Candy también había cambiado, por tanto, hacerla entrar en razón requeriría de tacto e ingenio, no de lágrimas.
A pesar de su buena voluntad, a la linda morena se le hacía difícil ponerse en el lugar de Candy: sentir verdadera empatía por otros era casi tan nuevo para Annie como hacer chistes. Cientos de señoritas americanas educadas para brillar en sociedad y conseguir maridos de buena posición y disposición envidiaban, y con suficientes motivos, la suerte de Candice White: la sencilla enfermera huérfana se casaría dentro de dos semanas con uno de los caballeros más cotizados de Chicago, y posiblemente de todos los Estados Unidos. Lo que muy pocos sabían era que Candy habría cambiado todo eso por vivir junto a un humilde vagabundo sin casa, fortuna ni apellido.
El episodio de la rosa le confirmaba a Annie que, como a menudo sucedía, su amiga tenía dificultad para reconciliarse con el pasado, una parte del cual, Terruce Graham, actuaría esa noche en Chicago…y encima estaban atrasadas: los señores Britter no tardarían en pasar a buscarlas.
Sin perder un ápice de refinamiento, la muchacha recogió un poco su elegante vestido y a paso rápido se encaminó a la casona. Quería ayudar a Candy, pero no podía hacerlo si la muy testaruda continuaba enfurruñada. Una idea surgió en la mente de Annie, brillando como una joya en medio del pasto _El Príncipe de la Colina, eso siempre funciona_ dijo para sí misma.
Hola y bienvenidas a mi primer fanfiction en el universo de Candy Candy. Para escribir esta historia me estoy inspirando en el manga, el anime y varios fictions que he leído, y digo "me estoy inspirando" porque todavía no he terminado: sus comentarios, sugerencias y críticas serán bien recibidos aunque no siempre pueda poner por escrito todas sus ideas.
Como habrán notado, he catalogado mi fiction de "romance" pero no he especificado quien será el interés final de Candy, pues lo más probable es que a partir de cierto punto comience a escribir dos historias paralelas: Terryfic y Albertfic.
Es un verdadero reto escribir cuando unas amigas me han pedido "no hacer sufrir mucho a Terry" y otras dicen que "la tristeza de Albert es la suya propia": espero que mi fiction pueda cumplir con los propósitos que tuve en mente desde un principio y aun así no decepcionarlas…si acaso decepcionaré a mi pobre corazoncito Archiefan.
