"…Debido a su asociación innata con la demonología, los Brujos han desarrollado una conexión con las más oscuras energías fel. Gracias a sus conocimientos demonológicos, son capaces de dominar a ciertos agentes de la Legión Ardiente, como los caminantes del vacío, los súcubo y los cazadores fel, así como esclavizar demonios como infernales o guardias de la perdición."

La tenue luz del globo fatuo menguo y la habitación quedo parcialmente a oscuras. El libro mostraba grabados en tinta roja de las distintas bestias infernales que mencionaba. Sus nombres grabados en Thalassiano se resaltaban al estar escritos con más delicadeza. Amoena cerró el libro mientras acariciaba distraída el cuello de su diablillo Pipnip. En la casi oscuridad sus ojos refulgían con una luz verdosa y la silueta de su sonrisa se delineo con el fulgor. Sus blancos dientes brillaban aperlados y su lengua los recorrió lentamente mientras saboreaba sus pensamientos. Algún día aquellas bestias estarían a su servicio. Algún día poseería el poder suficiente para doblegarles y usarlos como ahora lo hacia con Pipnip. Dejo el libro al lado del sillón y se levanto estirándose y ronroneando como si de un gato se tratara, sus largas orejas se agitaron momentáneamente y su cabeza se inclino hasta mirar al techo a la par que estiraba sus brazos. Había durado largas horas hojeando y leyendo el tomo sustraído cuidadosamente de la biblioteca arcana. Delineado en oro y con un hechizo de fulgor permanente el nombre "Grimorio de Leilouich" había atraído su atención irremediablemente y valiéndose de un poco de persuasión y triquiñuelas logro llevárselo fuera de la zona de libros restringidos. Si la bibliotecaria se daba cuenta de la falta posiblemente ni siquiera la influencia de su padre lograría salvarla de un buen castigo. Pero había sido tan tentadora la posibilidad de ampliar sus conocimientos que el riesgo merecía la pena. Pipnip jugueteo alrededor del libro y la miro de reojo mientras la elfa de sangre comenzaba a cambiar sus ropas. Se quito la pesada túnica de aprendiz, los guantes y botas y por ultimo los pesados pantalones, todos tejidos con intrincados diseños rúnicos para mejorar su calidad y las capacidades de quien los portaba.

Se coloco una suave capa de seda y tomo un pequeño cristal de tono azulado que reposaba en la mesilla de noche. El cristal era energía arcana en puro, cristalizada mediante algunos artes oscuros para servir como reserva. Dada su necesidad de canalizar magia para alimentar su sed arcana aquellos cristales servían como paliativos para saciar su adicción. Normalmente habría usado el cristal al amanecer para poder llevar el día sin preocuparse por la sed, pero el tiempo que había invertido leyendo el libro y usando algunos conjuros menores para descifrar algunos pasajes o practicar algunos hechizos sencillos despertaron su ansia antes de tiempo. Tras consumirlo dejo la piedra opaca en que se convirtió a un lado y tomo del tocador el cepillo de dientes metálicos que usaba para alisar su corta melena. Adoraba el roce del metal con su cabello y tarareo una antigua tonada que su madre usara en su infancia para dormirla. Pipnip levanto ligeramente la tapa del libro y un chispazo del hechizo protector colocado en el lo hizo alejarse chillando de ira, Sus pequeños ojos porcinos se estrecharon mientras los dedos de su garra se regeneraban. Amoena sonrió maliciosamente al observar la ira en los ojos del diablillo.

- Déjalo ya Pipnip, si el libro se daña retorceré tu pequeño y asqueroso cuello hasta que chilles pidiendo clemencia – el diablillo se alejo temeroso conocedor de la crueldad que era capaz de mostrar su ama – será mejor que te envié de regreso a tu particular infierno hasta que me seas útil nuevamente – agito sus manos y el diablillo se difumino dejando un ligero olor a azufre flotando en el ambiente.

Amoena era una bruja de talento, aunque su padre Jeshua, un arcanista al servicio del Magíster Astalor Bloodsworn, desaprobaba abiertamente que hubiera elegido ese camino en lugar de seguir sus pasos y dedicarse a la magia arcana.

En su habitación abarrotada de artilugios mágicos, grandes espejos, algunos objetos conseguidos en sus correrías personales, libros de distintos contenidos y ropa lujosa y banal su menuda figura se distinguía resaltando su natural belleza elfica. Se sabia hermosa y le divertía coquetear con algunos jóvenes elfos haciendo promesas que no pensaba cumplir y deleitándose con los enfrentamientos entre sus jóvenes pretendientes. Dejo a un lado el cepillo y tomo los aceites que cada noche colocaba en su piel. Observo su rostro y los tatuajes arcanos que se había hecho poco después de comenzar su educación. Los intrincados diseños estaban pensados para proteger a su portador de las entidades demoníacas a las que debían enfrentarse y manipular. Su propio maestro Alamma había creado el diseño y lo enseño solo a aquellos que considero dignos. El dibujo realzaba sus ojos haciéndolos el centro del mismo y estéticamente estaba complacida.

Se acerco a su cama donde se hundió en el suave colchón de plumas. Sobre su cabecera reposaba una pintura donde aparecía su familia. Su padre Jeshua, alto y orgulloso, un mago de cierto renombre que aun seguía aprendiendo pero que era mas diestro que muchos otros. Su madre Tereshie dedicada al sacerdocio hasta hace unos años. Sus hermanos menores Amy una arcanista y Davias un caballero de sangre parecían algo descontentos de posar con su hermana. El fondo del cuadro era su propio jardín, una extensa arbolada en el lujoso palacete de su padre.

Amoena disfrutaba de los lujos que su posición le daban conciente que hasta hace solo unos años tales lujos eran una fantasía. Su familia, ella misma, se habían unido a la marcha del Príncipe Kael'thas Sunstrider al abandonar la alianza definitivamente pero siendo aun débiles se habían quedado en Azeroth ayudando a la reconstrucción de la ciudad de Lunargenta bajo la protección de su Lord Lor'themar Theron. Los lujos llegaron después como recompensas a los logros de su padre. En poco tiempo su familia se encumbro a una posición privilegiada.

Amoena cerró los ojos y suspiro. Había sido un largo camino hasta obtener todo aquello y dentro de poco debería abandonarlo. Su formación había acabado y su objetivo se veía truncado por las limitaciones de la educación dentro de Lunargenta Aunque había poderosos brujos viviendo en la ciudad había un limite al que estaban dispuestos a llegar para entrenar a los jóvenes elfos que deseaban seguir el sendero del demonólogo. Además solo saliendo al mundo, recorriendo los senderos de Azeroth y Kalimdor podría conseguir aquello que anhelaba. Los augurios, leídos de las entrañas de un dracohalcon le indicaban la ruta a seguir. Al oeste hacia Los Baldíos en el centro de Kalimdor, hacia las desoladas tierras donde los salvajes orcos residen. Debía buscar ahí a quien le seguirá guiando en su cacería de el pliego de pergamino que descansaba en su mesa de noche y observo el sello de armas de un gremio de la horda. La respuesta a la carta enviada a su viejo "amigo" Polux habia llegado esa mañana. La esperaria en la torre del dirigible a las afueras de Orgrimar y si sus obigaciones lo permitian la escoltaria hacia la ciudad portuaria de Trinquete donde se rumoraba vivia un grupo de demonologos interesados en mantener tratos con cualquiera que deseara seguir la senda. Era tan oportuno; sonrio mientras doblaba y guardaba el pergamino en un cajon de la mesa. Aunque habian pasado ya algunos años desde su marcha, el joven caballero de sangre seguia tan prendado de ella como la primera vez cuando la conocio en uno de los bailes de la corte.

Había elegido su senda y el ansia por poder supero el amor que sentía por los suyos. Conocía el destino que le deparaba a su raza la sed arcana y solo llegando hasta Terrallende, la lejana tierra mas allá del tiempo, y uniendose a las huestes que se habian asentado en ella podría aprender a controlarla y domar a la bestia que residía dentro de ella. Mientras el sopor la hundía poco a poco en el descanso que su cuerpo anhelaba su mente planeaba el siguiente movimiento que haría en el gran juego cósmico, un juego en que prevalecería.