Blood+ ni sus personajes me pertenecen.
Prima de Izolare
Sur de Francia. Verano de 1885
Al fin, ese día, había llegado.
Una experiencia que ni Saya ni yo tuvimos planeada desde que comenzamos nuestro largo viajes tras Diva. En aquellos últimos días la confusión de verla decaer a cada momento del día, ataviada de un inusual cansancio, nos hizo pensar en las peores cosas y enfermedades posibles, pero sobre todo –y en Saya, claro esta- mas que nada lo más preocupante era su enorme temor el pensar que podía morir en poco tiempo sin haber acabo con la vida de su hermana, dejando a la mitad una venganza que había prometido consumar dos años tras.
Nuestras dudas se disiparon cuando, por simple instinto, en un momento determinado, ambos nos dimos cuenta de que sencillamente era una hibernación. Una larga hibernación, se atrevió a advertirme mi propia lógica como caballero. No sabía el tiempo exacto que duraría aquello, y tampoco Saya, pero bien, ambos sabíamos que no seria un tiempo corto de espera a su próximo despertar.
Preguntar a Amshel no era opción.
Así que, aun con muchas dudas, entre promesas de fidelidad y muerte, y una silenciosa tristeza que acechaba de cerca nuestras espaldas, nos la jugamos con el destino, a ver cuanto tiempo se le antojaba tener el sueño de Saya solo para él y el tiempo. Y fue en el castillo del hijo de Joel –quien había fundado la organización llamada "Escudo Rojo"- donde, en un ataúd, con Saya dentro de la caja y en medio del satén blanco que la rodeaba, le jure que cumpliría nuestra promesa… cuando todo terminara. Un ultimo "Gracias", fue todo lo que escuche de su boca antes de verla cerrar los ojos, sucumbiendo a su naturaleza, y cerré con mis propias manos la tapa de la enorme caja de madera oscura que serviría como cama a Saya.
De pronto, el ataúd me parecía terriblemente macabro, como si la estuviera enterrando viva, como si la estuviera matando antes del tiempo prometido, pero mi opinión no tenia validez, mas que mi resignación.
Viendo que durante ese tiempo mi existencia prácticamente… era invisible, me deje caer sin pensarlo dos veces a una depresión, la cual me mantuvo aislado en una de las habitaciones que se me habían asignado en el castillo, situado al sur de Francia.
Mis palabras no se cruzaban con la de ninguno otro que estuviera dentro de ese lugar. No tenia ganas de levantarme de la cama y me moría por dormir de nuevo aunque fuera solo una noche. Me sentí terriblemente desesperanzado con respecto al futuro, como si hubiera quedado invalido de la noche a la mañana, y mis manos solo se atrevían a tocar el violonchelo, practicando y mejorando aun las imperfecciones que poco tiempo atrás Saya me había hecho ver, volviéndose casi de una forma tediosa, agonizante, al ver la lentitud con la que avanzaba la agilidad de mis manos, porque yo sabía que no tenia talento, pero soy un alumno muy disciplinado.
Pero… prácticamente, la depresión me estaba matando con el pasar de cada miserable día sin Saya, tanto, que ahora no podía diferenciar entre una nota y otra, y del instrumento, no salían más que bellas obras musicales, destrozadas por desafinadas y chirriantes notas distorsionadas de cansancio y quizás furia. Yo que se.
De pronto, las copas con sangre que me eran dadas de alimento para no soltarme matando humanos por el hambre, no sabían a nada más que a un azufre asqueroso y rancio, a metal viejo, demasiado oxidado. El aire a mi alrededor no existía, porque sentía que no podía respirar, mi imaginación no me lo permitía y la cabeza me estaba envenenando con su carencia de dopamina, serotonina y endorfinas*. El tocar el chelo ya no llenaba mi soledad. Mi propio aislamiento me estaba quebrantando el alma, y aun así, con todo eso encima de mis hombros, era incapaz de llorar.
Simplemente, Saya ya no estaba, y realmente no encontraba una razón por la cual mantenerme despierto durante el tiempo que ella dormía, y anhele dormir junto a ella, y si era necesario, no despertar jamás.
Mientras viví con ella en el Zoológico jamás había experimentado ninguno de esos sentimientos. Lo más desagradable que pude experimentar, fue la confusión que me tomo por sorpresa al ser vendido por mis padres a un completo desconocido, y aunque ese evento me persiguió y atormento tiempo después, las cosas cambiaron radicalmente el día en que ella, Saya, me había dicho que quería viajar con su espada y que yo la acompañara. Eso me había hecho saber que ya no estaba solo y que no había razón para dudar de ello. Toda esa ilusión (y que ingenuo fui al estar tan seguro del destino) termino el día en que vi el ataúd, con ella dentro, cerrándose lentamente bajo mis manos temblorosas.
Mis remembranzas antes de mi vida en el Zoológico no ayudaban nada, puesto que prácticamente, no recordaba casi nada. De alguna extraña manera que ni yo comprendía y que ni siquiera sabía exactamente el momento en el cual sucedió, mi mente había bloqueado los recuerdos de todos aquellos que habían estado conmigo, resumiéndolos simplemente a caras medio borrosas, a nombres extranjeros pero que eran bien conocidos a mi lengua materna, y de lugares de Europa bajo mis pies en los viajes a cada ciudad, pueblo, y país, donde antaño, yo y otros viajeros actuábamos como artistas itinerantes en las calles, y en las ferias, gitanos que jurábamos saber leer la mano y hechizar, y seguido tratábamos de escapar de las autoridades, esperando no ser atrapados para no ser encarcelados por robo y estafa. Eso, era lo único que podía recordar, pero nada especial.
A veces no se si pensar que fueron buenos tiempos… o malos, puesto que muchas cosas me eran imposibles de recordar… hacia ya casi quince años de ello, y estaba seguro de que era muy optimista y había pasado más tiempo, y mientras estuve con Saya, realmente no me interesaba recordar, por que simplemente no tenia caso. Con ella estaba perfectamente complementado…
… Pero ahora… ahora no sabía que hacer. Por primera vez estaba completamente perdido dentro de mi propio ser y el basto mundo.
Incluso trate de dedicar algo de mi eterno tiempo a recordar aquellos viajes y esas caras. No tenia nada más que hacer, pero resultaba siempre en un intento patético que jamás me satisfacía. Era obvio que no podía hacerlo mientras siguiera en la misma condición en la que yo mismo me había apresado.
Por supuesto que bien se sabia que si no se recordaba con exactitud algún acontecimiento o evento, se podía ir al lugar donde sucedió, y recordar mágicamente lo esperado, aun así, me encontraba escéptico a esas posibilidades, me sonaban a un deja vú sin sentido.
De pronto la sola idea de salir me dio una pereza y miedo indescriptible.
Pereza, por qué no sabía exactamente que era lo que quería recordar, y miedo, por qué no quería saber.
Salir solo, fingiendo ser un humano, seria… extraño, sin contar incomodo. Además, solo recordaba algunos aspectos de mi vida, y ni siquiera estaba seguro de saber si eran reales o mi mente me los había inventado. Después de todo mi muerte había resultado ser bastante violenta al caer de ese barranco y golpeándome la cabeza; por supuesto que no dudaba que mis pensamientos se hubiesen revuelto, sin contar mi transformación de humano a quiróptero… ¿Vampiro?
Ni siquiera sabía que era yo, exactamente. Si un quiróptero, o un vampiro denominado de esa forma… o ambas, después de todo, ¿Qué diferencia tenían? Ahora la eterna pregunta de la humanidad sobre "Lo que somos y de donde venimos" –corrección-, "Lo que son y de donde vienen" y "El significado de la vida" me resultaba realmente trivial y aburrido.
El largo e incontable número de meses que habían transcurrido desde el comienzo del sueño de Saya me habían resultado agonizantes, apáticos y tediosos de una forma que jamás pensé en llegar a experimentar. Me parece que habían pasado ya cinco ó seis meses, y durante ese tiempo, había acabado ya con todos los libros de la biblioteca del castillo, devorando las páginas con una rapidez indescriptible, memorizando desde los libros en francés, en alemán, en ingles, en español e italiano, y había ya tocado todas las obras de chelo que mi nivel me permitía, junto a todos los intentos inútiles de recordar algo de mi primer pasado, y nada de eso terminaba de satisfacerme.
Me sentía como un animal encerrado en una pequeña jaula, un encarcelamiento desproporcionadamente injusto, sin contar, la permanente y silenciosa vigilancia que la organización tenía sobre mí, por que estaba seguro de que aunque yo estuviera de "su lado", seguía siendo considerado una amenaza que se podía desatar en cualquier momento contra ellos y sus semejantes.
Tenia que tomar un descanso, si así se le podía llamar.
Lo primero era salir de ahí, y de repente una duda asalto mi cabeza.
¿Tendría que pedir permiso?... realmente no pude evitar que una sonrisa de burla e ironía acudiera a mi boca cuando pensé en ello.
¿Yo, pidiendo permiso? Ni siquiera lo hacia siendo niño, puesto que era bastante rebelde y obstinado en aquel entonces, supongo gracias a mis raíces gitanas, y después, cuando al fin y con esfuerzos había sido educado, solo hacia caso a las ordenes de Saya o Joel, y ahora bueno… después de todo, aun siendo un quiróptero, seguía siendo un sirviente… denominado "Caballero"... Vaya nombre.
Así que, con esa última risa irónica, tome mi violonchelo, la cajetilla de donde sacaba algun cigarro casual cuando estaba extremadamente aburrido, y deje una pequeña y breve nota sobre el escritorio de mi habitación, avisando que saldría de viaje y que no regresaría hasta que Saya despertara. No había saludo, no mencione el lugar al que iría –y es que en realidad aun no sabía con exactitud hacia donde- ni plasme una despedida, después de todo, me sentía demasiado ajeno a todo lo que me rodeaba en ese lugar y realmente esas formalidades no venían a lugar, y salí a escondidas durante la noche por una de las ventanas para evitar a los guardias de la entrada.
Había tenido éxito, por supuesto que jamás lo había dudado, y me dispuse a atravesar el bosque con toda la rapidez que me permitían mis habilidades, llegando hasta Paris en una sola noche, sin siquiera cansarme, y aunque quise quedarme algunos días, sabía que solo estaría perdiendo el tiempo por que no encontraría nada especial ahí, y aunque la pereza trato de ganarme la batalla como los meses anteriores a esa noche, fue, precisamente en Paris, donde me encontré por casualidad con un grupo de gitanos, que me di cuenta de que tenia que comenzar mi búsqueda, tratar de encontrar mis raíces, y con ello, partir hacia Rumania, mi tierra natal.
Ay, Dios… que cosa hice. No se si pensar que este fanfic tiene un futuro, en si, solo lo estoy haciendo por simple y puro capricho de una pequeña teoría mía –la cual aun así encuentro bastante lógica- que habla sobre los orígenes de Hagi, las dudas que quedan sobre él, acerca de por qué el fue elegido para ser el novio de Saya y quienes habían sido sus familiares y que había pasado con ellos, así como, simplemente tratar de disipar, desde mi punto de vista, las incógnitas de su pasado y las dudas que no fueron resultas ni en el manga, ni en la serie, y que yo creo vale la pena intentar responder.
Por cierto, el titulo del fic y el nombre del capitulo esta en rumano. Use un traductor de Google que no se si funcione bien o traduzca adecuadamente, así que seguramente habrá algún error ortográfico
Sobre mi idea de que Hagi es rumano, se vera mas adelante, así como porque llegue a esa conclusión y algunas tonterías más mías.
Ustedes déjenme sus reviews, ya saben que a mi me gusta que me digan que tengo mal, en que me estoy equivocando, así como también –para que me hago tonta- las cosas buenas que pueda tener la historia. Cualquier punto de vista, crítica constructiva, corrección, sugerencia o idea es bienvenida, así que siéntanse libres de decirme lo que piensan sobre la historia.
Sobre todo, muchas gracias a lo que me han seguido y han dejado comentario en mis otras historias y las han leído, y gracias por tomarse el tiempo de leer este nuevo proyecto. Capitulo reeditado.
(El titulo significa: "La primera soledad")
Me despido
Agatha Romaniev
