"TENTACIÓN"
Lady Sakura Lee
Se refugió en el convento para evitar el mundo exterior, pero fue obligada a ayudar a un extraño hombre que la hará enfrentarse a sus más profundos temores... una novicia que intentará no caer en la "tentación"...
Capítulo 1: "Misión"
Miró con desazón su reflejo por primera vez desde hacía meses en el tiesto de agua y luego frunció el ceño. Tenía la nariz pequeña, los ojos grandes, castaños y oscuros, con aquellas sombras negras bajo ellos, los labios muy rosados y algo prominentes, sobre todo el labio inferior, el cabello negro y largo que caía más abajo de sus caderas y tan rebelde que se le formaban rizos en las puntas. Estaba muy pálida y no parecía saludable, al contrario, lucía enferma... pero cómo no estarlo, su alma atormentada no se lo permitía, los fantasmas del pasado la agobian demasiado, deseaba encontrar la paz... pero aún ahí, en aquel lugar, no la encontraba.
Se incorporó rápidamente mordiéndose el labio y contuvo las lágrimas de sus ojos, tomó la extensidad de sus cabellos, los amarró con prisa y luego recogió la cofia azul oscuro y de tela áspera de su hábito y la acomodó en su cabeza. Cuando estuvo lista volvió a mirarse en el reflejo del agua. Bien, a pesar de no poder encontrar la paz que deseaba, no se iba a dar por vencida, ansiaba quedarse siempre ahí, resguardada bajo los altos muros del convento, alejada de todos, de las miradas lascivas de los hombres, de sus instintos, de él...
- Niña mía... ¿no deberías estar dormida?... ¿a dónde vas?
La muchacha cerró la puerta tras su espalda y enrolló el rosario en su muñeca, sus ojos apagados y tristes se detuvieron luego en la mujer que estaba en frente suyo, la Madre Superiora.
- Voy a... la capilla, madre...- Respondió.
La mujer frunció levemente el ceño.
- ¿Tan tarde?
- Lo siento...- Se excusó débilmente agachando algo la cabeza. La mujer suspiró pesadamente contemplándola en silencio. Finalmente le tocó con suavidad el hombro y cuando ella alzó sus ojos le hizo una señal para que se marchara, antes que se arrepintiera, puesto que esa era la hora de la oración vespertina en sus celdas y los horarios eran muy estrictos en el convento.
La joven novicia hizo una leve mueca y volteó caminando en silencio por las penumbras del pasillo, alejándose de la mujer que aún seguía contemplándola.
Sus vestidos oscuros y gruesos se mecieron al igual que su cofia cuando el viento de la noche la recibió. Sus ojos recorrieron la oscuridad del jardín y luego alzó la cabeza al cielo, negro y siniestro que indicaba que se avecinaba una tormenta, tormenta de proporciones, pensó frunciendo levemente la frente, porque desde donde estaba podía escuchar el rugir escalofriante del mar. Se estremeció de sólo pensar en los rayos y truenos, les temía, qué cobarde, igual como a la gente... a los hombres en realidad. Sacudió la cabeza ante el pensamiento y se encaminó a paso rápido hasta la capilla que estaba cruzando el amplio jardín. Cuando entró, la luminiscencia tenue de las velas y la tranquilizadora siletud reconfortó su corazón. Sí, ahí estaba bien, resguardada y protegida, sin molestias, sola. Caminó lentamente aferrando más el rosario en su mano y cuando llegó al altar cayó de rodillas con la mirada fija en la imagen del crucificado.
- Oh... si pudieras hacerme olvidar...- Murmuró con los ojos húmedos y entrecerrados-... olvidarlo... ayúdame... ayúdame por favor... dame la luz que necesito... la paz...
Su mirada bajó al rosario que sostenía su mano enguantada. ¿Por qué tenía que recordarlo otra vez? Había pasado ya más de un año desde que había ingresado al convento, un año que era novicia, aún sin recibir los votos definitivos para ser religiosa por culpa de sus tormentosos recuerdos.
- Lo siento niña...- Le dijo la Madre Superiora aquella mañana-... no estas preparada aún... para ser religiosa debes abandonar todo lo que te liga a lo cotidiano, lo terrenal... y sé que no lo estas... además... aunque intentes reprimirte eres orgullosa y voluntariosa... intentas hacer lo posible tu voluntad... una religiosa no puede ser así... veremos... veremos...
La muchacha tragó fuertemente con amargura y desilusión por ella misma. Muchas veces las otras monjas le habían dicho directamente a la cara lo que la amorosa Madre no le decía: No tienes vocación, estas aquí porque tienes miedo del mundo, te aterra... y seguramente porque no quieres dar la cara ante la gente...
Las mejillas enrojecieron de pura vergüenza y su cuerpo tembló como las hojas de los grandes árboles allá afuera. Su frente se perló de sudor al recordar aquella noche. Sintió el nudo en la garganta y el dolor en el pecho que la sofocaba, dejándola sin aliento. Deseaba arrancar, correr lejos, muy lejos. Cayó completamente al piso y su pecho sintió la frialdad de las baldosas. No importaba cuanto rezara, cuanto suplicara, el tormento de la humillación y vergüenza siempre estaba ahí, como una herida lacerante que jamás cicatrizaba... el paso del tiempo no ayudaba... ¿qué iba a hacer?
No supo cuanto rato había dormido sobre el piso, aunque supuso que no era medianoche aun. Tenía lágrimas secas en sus mejillas y el cuerpo casi agarrotado de frío. Se levantó apenas y suspiró pesadamente, luego pasó la mano por su traje y sacudió el polvo de el. Cuando miró la suciedad de sus guantes imaginó que su rostro también estaba así, su primer impulso fue limpiarlo pero luego hizo un gesto con sus labios y sonrió apenas ¿a quién le importaba como ahora estaba? Ya se lavaría en su celda.
Cerró las puertas de la capilla tras su espalda y el viento sopló tan fuerte que estuvo a punto de perder su cofia. Llovía demasiado, estaba muy oscuro y casi no podía ver al otro lado del jardín. Cielos... parecía el fin del mundo, pensó. De pronto un trueno fuerte y potente casi la ensordeció, palideció entreabriendo los labios y vio casi de inmediato el haz de luz surcar el cielo y luego caer. Ella respiró forzosamente y su mano se aferró más al rosario. Qué tonta era, sí sólo era una tormenta. Se mordió el labio una vez más y dio un paso fuera, la lluvia cayó en su cabeza y la joven se echó a correr, tan rápido como sus piernas se lo permitían.
El ruido de cascos de caballo la hizo detener en seco ¿visitas a esa hora de la noche? La joven volteó al ver el carruaje tirado por un caballo negro y un cochero que se cubría por completo, acercándose a las fachadas del convento. La novicia retuvo la respiración por un segundo. No, nadie debía verla, ni siquiera había querido ver a sus familiares, la gente del pueblo no¡jamás! El carruaje se detuvo cerca de ella y la muchacha corrió entre los árboles para entrar al convento por la puerta trasera. Suspiró pesadamente cuando se sintió a salvo, reconfortándose de la lluvia y el viento y suspirando agotada. De pronto, un escalofrío le recorrió el cuerpo y recordó entonces lo empapada que estaba. Se enderezó, apartando la espalda de la pared y caminó con lentitud por el pasillo mientras sus zapatos rechinaron debido al agua. Sentía un frío horroroso y deseó no enfermarse, tenía en la retina la agonía de una religiosa muerta de pulmonía, unas semanas atrás. Sus ojos castaños se entrecerraron al recordar aquella vez, se volvió a estremecer y sus pies tropezaron con el altar de la virgen que tambaleó y ella lo alcanzó a sujetar.
- ¿Quién esta ahí?- Escuchó a la Madre Superiora y la chica fue consciente que había pasado ya su celda y que estaba nuevamente en la entrada del convento, junto a la puerta del despacho de la madre. Se sobresaltó al ver la puerta abrirse, quiso escapar pero sus pies no se movieron, tensó el rostro y su mano apretó más el rosario.- Ah... niña querida, eres tú... ¡pero qué mojada estas!
No la escuchó, sus ojos estaban puestos tras ella, en el hombre anciano que se volteó a mirarla con curiosidad.
- Lo... lo siento madre... iba a mi cuarto y... no sé...- Tartamudeó-... estaba pensando y... no me di cuenta que estaba por aquí...
- Ve a...- La mujer la miró con detenimiento como si se le hubiera iluminado el cerebro. La muchacha parpadeó deseando pronto salir de ahí pero se vio firmemente sujetada del hombro y obligada a entrar.-... creo que tú eres la adecuada... sí... pasa, pasa... debo presentarte a alguien...
- Pero Madre...no...- Protestó con debilidad y no supo porqué se dejó arrastrar tan fácilmente. El anciano le brindó una sonrisa cariñosa y ella no le respondió, aunque intentó devolverle la cortesía sólo por su edad. Se quedó inmóvil a la entrada mientras veía a la mujer sentarse tras su escritorio y mirar no a ella, sino a su lado. Un carraspeo fuerte y ronco la hizo estremecer, ladeó rápidamente el rostro y abrió sus ojos sorprendida. A su lado, sin haberse dado cuenta, un caballero de largo cabello negro atado a una cinta, ojos dorados, con una elegante capa se ponía de pie y la observaba por completo. La chica retuvo el aliento ante la mirada de él, a pesar de su palidez, sus mejillas se encendieron súbitamente y su corazón latió con fuerza.
- Quiero presentarte al señor Inuyasha Taisho... señor Taisho, ella es Kagome... novicia del convento.
El joven hombre le sonrió de medio lado, de forma divertida al observarla con detenimiento pues ella tenía el rostro sucio y el flequillo que se colaba por sobre su cofia, desordenado. La novicia no comprendió al instante y bajó los ojos otra vez completamente turbada. Aquel hombre con una mirada que parecía del demonio le provocaron casi pánico. Sintió que la frente le ardía, también los ojos, tal vez enfermería o sólo lo imaginaba, de cualquier forma, necesitaba salir pronto de ahí, de su presencia, del escrutinio e insolencia de su mirada.
- Buenas noches señori... perdón, hermana- Sonrió burlonamente y estiró su mano enguantada a modo de saludo. La mirada glacial de ella y la nula recepción a su saludo, lo hizo retirar rápidamente y voltear hacia la Superiora. - No me recomendará a ella... ¡es una niña!- Exclamó con voz grave y la joven novicia tensó más el rostro y bajó la vista, sintiéndose humillada.
- La hermana Kagome es mayor de edad... para nada es una niña... ¿no dijo que quería darle instrucción a su protegido? Ella es la adecuada, siendo novicia, aun puede salir del convento.
La joven levantó rápidamente el rostro, entreabrió los labios y sus piernas temblaron de pavor ¿dijo salir?... ¿Salir del convento?
- Ma... Madre Superiora...- Musitó abriendo más sus ojos que brillaron por primera vez en meses-... pero...
- Perdón querida niña... creo que debo explicarte primero.- Dijo la mujer. El hombre que estaba a su lado la miró justo en el instante en que ella ladeó el rostro, su sonrisa burlona le erizó la piel y pensó que si no hubiera llevado hábito le hubiera abofeteado- Kagome... – La llamó la monja y la joven volteó rápidamente el rostro. – El señor Taisho tiene a su cargo un niño pequeño que le esta dando más problemas de lo que puede tolerar... necesita instrucción, urgente, por eso ha venido a estas horas...
- Cierto...- Dijo el joven y ella no lo miró-... tal vez pensará porqué no contrato una institutriz pero la respuesta es sencilla... ninguna lo tolera... además creo que al enseñarle un poco de religión le hará bien... y nada mejor proviniendo de una monja... – Se explicó con cierta debilidad aunque esas no eran las verdaderas razones. Su cochero carraspeó pero el hombre no se inmutó.-... de verdad la necesito... – Ella levantó apenas los ojos sonrojada hasta la médula-... la ayuda...- Corrigió el hombre a punto de reír.
La chica respiraba con dificultad, miró luego a la Madre Superiora con ojos aterrados y llenos de pánico. Si hubiera estado sola se hubiera arrodillado y se hubiera echado a llorar ¿porqué?... ¿Por qué la castigaba de esa forma?
- Kagome es una novicia responsable y amorosa... estoy segura que le hará bien a su protegido... mañana mismo se presentará.
Sus palabras la pasmaron, tanto que se quedó inmóvil, con los ojos fijos en la mujer, los labios semi abiertos y completamente pálida. El joven hombre se levantó del asiento suspirando satisfecho e inclinó un poco la cabeza a modo de despedida.
- Muchas gracias, Madre Superiora... no sabe lo que ha hecho por mí...
- No es nada señor Taisho- Respondió con una leve sonrisa la mujer.
El hombre le devolvió la sonrisa realmente agradecido y luego miró de soslayo a la joven novicia que parecía estar en estado de shock, sin decir nada. Parpadeó contrariado pero luego volteó al tiempo que el anciano cochero lo seguía no sin antes inclinar la cabeza a las dos mujeres en señal de despedida. Cuanto la puerta se cerró tras su espalda, Kagome cayó de rodillas al piso y se cubrió el rostro con ambas manos.
- Madre¿porqué?... ¿porqué me hace esto? No quiero ir... no quiero... – Se estremeció de sólo imaginar salir de los muros del convento, horrorizada ante la idea las lagrimas cayeron de forma abundante y la garganta se llenó de un gusto amargo y doloroso- Déjeme aquí, por favor... por favor... que vaya otra... por favor...
La Madre Superiora se levantó de su asiento y caminó hasta ella tocándole el hombro. Al instante la muchacha alzó el rostro y su mirada llena de dolor le conmovió el corazón. Sufría demasiado, lo sabía, le sonrió a la joven inclinándose a ella con ternura.
- Mi querida niña... sé que te aterra salir al exterior... pero los fantasmas del pasado hay que enfrentarlos de una vez... si no lo haces ¿crees que se quedará tranquila tu alma?... – La muchacha dejó de hipear y se secó las lagrimas con manos temblorosas-... ¿ves que tenía razón al decir que eras voluntariosa?... irás a la mansión de ese señor... e instruirás a su protegido... es un alma que busca nuestra ayuda y no podemos negársela... tú eres la única que aun no ha hecho los votos, por lo tanto puedes salir y cumplir con esta misión...
- Madre...- Gimió una vez más-... por favor...
- Aprende a obedecer, Kagome- Dijo la Madre con seriedad, sabiendo que era la hora de ponerse firme con ella. Antes la había hasta casi mimado, no sabía porqué, le guardó un cariño maternal desde que la vio llegar allí - No tendrás problema... es un hombre de clase... apenas llegado hace poco al pueblo... tampoco irás sola, encomendaremos a una joven del pueblo para que te acompañe, aunque seas una novicia, él es un hombre soltero y... bueno...
- No, por favor...- Suplicó una vez más tomando con fervor las manos de la mujer.- Por favor... déjeme aquí, le prometo haré lo que usted quiera, haré las cosas que me encomiende, ayunaré, limpiaré todas las celdas, pero no me deje salir, por favor...
La Madre Superiora acarició su rostro y luego se puso de pie, su mirada se endureció esta vez y Kagome supo que su destino ya estaba echado.
- Es tu misión ayudar a quienes lo soliciten... si lo haces bien, podrás volver y te esperaremos con los brazos abiertos... no debes temer mi niña...
La joven novicia se levantó lentamente, tragó con dolor y luego bajó el rostro. ¿Acaso esta había sido la respuesta de Dios? Ella había suplicado luz y tranquilidad... no, realmente esto no podía ser... cerró los ojos sintiéndose débil y afiebrada y percibió que le dolía la mano, entonces se dio cuenta que la cruz del crucifico de su rosario estaba casi clavado en su piel, aflojó el agarre y luego alzó la vista a la mujer, fría.
- El mundo allá fuera es peligroso, Madre... por eso no quiero ir.
- Lo sé, mi querida niña...- Respondió la mujer con seriedad-... y sé que estas aquí buscando refugio, más que amor a Dios...- La chica iba a protestar pero ella levantó una mano-... no digas nada, no todo el mundo tiene vocación, ya te lo he dicho... nuestra vida es dura y sacrificada... estoy segura que tu destino es otro... eres diferente a nosotras... pero aún así te daré una oportunidad...
- No, Madre... – Respondió ella con dolor-... mi destino es este...
La mujer le sonrió y pensó que lo voluntariosa nunca se le quitaría.
- Ya esta decidido, Kagome... es la voluntad de Dios.
La muchacha suspiró pesadamente y volteó, apoyó la mano en la puerta y sintió que las piernas le temblaban, estaba aterrada, ella no quería salir de ahí, llevaba meses sin asomar las narices fuera del convento ¿por qué ahora? Iba a tener que enfrentarse a la vergüenza, a las miradas de las personas...
- Kagome...- La llamó una vez más la mujer. La chica ladeó apenas el rostro para mirarla-... si quieres volver, ya sabes que te recibiremos... sólo debes cumplir lo encomendado y... cuidarte de no caer en "tentación"...
¿Tentación? Pensó cuando volteó. ¿Tentación?... ¿Tentación por volver a la vida cotidiana?... ¡Jamás! Y se mordió el labio con fuerza. Bien, le demostraría a la Madre Superiora que ella cumpliría su misión... que volvería al convento y recibiría los votos finalmente... ¿tentación? No caería en ella, fuera cual fuera.
Continuará...
N/A: Hola otra vez. Quiero aclarar desde el principio que esta historia es mía, de mi creación, no es ninguna adaptación, y aun estoy trabajando en ella, tampoco sé de cuantos cap. será, eso se verá más adelante, como siempre digo, yo sólo escribo, nada más. Como me gustan las historias de época, me imagino esta en los años 1800 aprox. Ya saben que me gusta el romanticismo :)
Gracias por leer y por el apoyo como siempre, nos vemos.
Lady Sakura Lee.-
