Disclaimer: ninguno de los contenidos del siguiente relato me pertenecen, todos han sido extraídos de la saga Canción de Hielo y Fuego de George R. R. Martin. La finalidad del relato es el puro entretenimiento.


Este relato participa en el Reto #10 "¿Qué harán en la intimidad?" del foro Alas negras, palabras negras.


CATELYN

Cada noche, llegaba a la cama y se tendía en ella desnuda, helada, con la mirada perdida en la luna gris. La escarcha cubría el cristal, pero dejaba a la vista el rosal marchito, los últimos pétalos azules perdiéndose en la nieve.

No era su hogar. No había fuego que pudiese calentarla en aquella mole de hielo. Catelyn ya era toda una mujer, debía cumplir con su deber; pero, precisamente, en sus encuentros nocturnos con Ned había más deber que amor. Sobre todo, por parte de él.

Ella... hubiese querido que las cosas fueran diferentes.

Ned entró.

- Mi señora - Tenía la voz ronca. No había bebido, nunca bebía. Esa misma tarde, se habían sentado junto al arciano y, cuando se miraban, Catelyn sentía que algo estaba cambiando... ¿o era sólo una ilusión? ¿Acaso se dejaba engañar por sus propios deseos?

- Mi señor - Replicó en un murmullo. Lo vio quitarse el jubón a oscuras, desprenderse de la camisa; la silueta de su torso recortada contra el ventanal la dejó sin aliento. Tantas veces lo imaginaba así, desnudo como en el día de su nombre, ávido de ella...

Cuando Ned apartó las mantas, se estremeció.

Entonces, le vio la cara.

Había en ella algo nuevo. Algo diferente. Algo que no hubiese podido describir con palabras.

Él gimió al sentir su piel y luego se mordió el labio, como si se castigase a sí mismo por ello. De día, Catelyn fantaseaba con sentir el cuerpo de su esposo aprisionándola contra la cama, pero Ned mostraba escaso entusiasmo. Esa noche, en cambio, parecía agitado. Su pecho ascendía y descendía con fuerza, sus manos la buscaban como si, por fin, esperasen encontrarla...

Eran adultos, pero jóvenes. Ninguno de los dos estaba seguro de lo que hacía. Quizá Ned notó la turbación de su mujer. Por primera vez desde que compartían el mismo lecho, le sujetó las muñecas contra el colchón y la besó en la boca, torpe y ardientemente.

Catelyn abrió las piernas tan deprisa que se avergonzó, pero el señor de Invernalia la penetró con la misma urgencia. Estaba tan húmeda que lo recibió dócilmente en su interior. En vez de gritar, se contentó con murmurar su nombre.

Era la primera vez que lo hacía. La primera vez que sentía todo aquello. Se habían acostado antes, pero nunca antes había sentido que yacían como hombre y mujer, como esposo y esposa. Dos corazones latiendo como uno solo.

Eso decían en el norte.

Quizá, después de todo, él pudiera ser su hogar.