Espejo del destino.

Episodio 1: La batalla del mundo rojo.

Ese mundo lucía árido, con tan solo algunas escasas ruinas que luchaban por mantenerse en pie surcando los horizontes. El viento caliente se agitaba constantemente levantando grandes nubes de polvo seco y cortante capaz de lastimar a cualquiera que tuviera la mala suerte de encontrarse con ellas. Una tierra aparentemente sin vida, sin razones para tenerla. Un lugar maldito en el que era casi imposible encontrar algo habitándolo, pero que, sin embargo, todavía existían criaturas que lograban subsistir de alguna manera.

El cielo, de un color rojo intenso, se cernía sobre unas ruinas que eran el testigo de una batalla sin descanso entre un par de personas. A ninguna de ellas parecía afectarle el horrible calor que azotaba sobre ambas, como si la guerra fuera lo único de lo cual preocuparse.

Japón esquivó por poco la patada que iba dirigida a su rostro echándose hacia atrás y con los ojos fijos en su enemigo, quien mantenía una sonrisa maliciosa curvando sus finos labios, cayendo en una mala posición y provocando así que uno de sus tobillos resultara lastimado una vez que sus pies hubieran golpeado el suelo. Hizo una débil mueca de dolor intentando incorporarse rápidamente antes de que el otro aprovechara ese momento en el que tenía las defensas bajas, pero desafortunadamente no lo logró a tiempo.

El puño de América impactó con fuerza contra su rostro antes de que lo consiguiera, y salió despedido hacia atrás hasta caer al pie de unas viejas ruinas que a duras penas se mantenían firmes sobre el suelo. La espalda de Japón impactó contra las paredes de la ruina y permaneció inmóvil por unos instantes, sintiendo que su cuerpo estaba tardando en responderle.

Los ojos carmesí del oriental se posaron sobre los llenos de malicia y burla del occidental. Ambos estaban cansados y malheridos, pero ninguno de los dos se detendría en esa lucha que hacía mucho tiempo había dejado de tener sentido, una lucha en la cual se ponían en juego el honor y el orgullo de ambas naciones, y que no tendría fin sino hasta que uno resultara ser el vencedor definitivo.

Japón lo odiaba, incluso más que a China. Ese maldito mocoso hablador se había cruzado en su camino rumbo a la conquista mundial y ahora tenía que derrotarlo para regresarlo todo a la normalidad… O más bien, a como era todo hace al menos cien años atrás. Japón ya tenía varios años encima y sus conocimientos bélicos eran superiores, pero América era mucho más joven y fuerte que él, así que las estrategias que la nación oriental realizaba generalmente resultaban en vano y tenía que valerse de su instinto para poder vencerlo.

Su lucha parecía no acabar nunca, aunque Japón a veces debía admitir que América tenía más ventaja que él, como la situación que ambos estaban viviendo en esos precisos instantes. Pero Japón jamás se rendiría, era demasiado terco y orgulloso para hacerlo, y así le cueste la vida, iba a derrotar a América de alguna manera u otra.

América se había acercado a él dispuesto a asestarle el golpe final, pero Japón consiguió hacerse con su katana justo a tiempo e infringirle una herida en el pecho, provocando que el occidental retrocediera un poco observándolo con los ojos llenos de odio. El imperio oriental clavó la katana en el suelo y la utilizó para volver a ponerse en pie. Ambos estaban cansados, pero estaban decididos a continuar con esa batalla.

Japón deseaba con ansias acabar con aquél enemigo, pero sabía que dejarse llevar por la furia no era una buena elección, así que dando un salto hacia atrás, se introdujo dentro de las ruinas y corrió dispuesto a buscar un lugar oculto en el cual podría dormir al menos un poco.

Tal movimiento tomó por sorpresa al occidental ¿Acaso era alguna especie de broma? ¿O quizás Japón se había dado por vencido? Si lo hiciera, no lo dejaría escapar. Acabaría con él a toda costa para así no tener que preocuparse por alguien que fue su enemigo por tanto tiempo. Soltó una risa seca y cargada de burla, caminando con el fin de internarse en las ruinas también, pero se detuvo luego de que un pensamiento cruzara su mente.

¿Y si eso era una trampa?

Apretó los labios con enojo notando la gran ventaja que tenía Japón dentro de esas ruinas, más teniendo en cuenta que el sol se había ocultado casi por completo y la oscuridad comenzaba a reinar el lugar. Sabía que así él no podría hacer gran cosa con Japón oculto en alguna parte dentro de unas tierras que le pertenecían y que conocía a la perfección, así que prefirió permanecer allí, armar una fogata y comerse un conejo que tuvo la fortuna de encontrar oculto en una madriguera bajo un viejo y seco árbol.

Japón por su parte consiguió hallar unos bloques que habían caído estratégicamente formando un lecho de difícil acceso en el cual podría mantenerse oculto y descansar. Al menos América tardaría bastante en hallarlo, lo que consistía en un punto a su favor, y así al día siguiente podría enfrentarlo con todas sus fuerzas tras haber descansado como debiera.

Cerró los ojos con una sonrisa cansada y se acurrucó en el frío lecho maldiciendo mentalmente al grillo desgraciado que comenzó a cantar cerca de su oído.

Y entonces lo sintió.

Sintió que por un momento la respiración se le iba y el pecho le apretaba. Ya conocía esa sensación, pero su mente no era capaz de elaborar un pensamiento coherente. Se preguntó internamente si aquello volvería a suceder, pero tras unos momentos en los que no ocurrió nada pensó que tal vez no sería así, que probablemente fuera un producto del cansancio que llevaba a cuestas desde hacía varios meses.

Pero la sensación regresó, y más fuerte que antes, hasta sentir casi como si se ahogara con el propio aire.

Hizo un esfuerzo descomunal y finalmente consiguió respirar con normalidad, sintiéndose vivo y ligero por alguna razón.

Había cerrado los ojos en su lucha por la supervivencia que no había notado lo cómodo que estaba sobre algo mullido y que el dolor físico prácticamente se había marchado. ¿A-Acaso de verdad estaba muerto y estaba ahora en el cielo? No, alguien como él jamás iría al cielo.

Y entonces se dio cuenta de lo estúpido que estaba siendo tras creer que un simple "ataque" acabaría con su vida luego de pasar décadas luchando contra el maldito América.

Abrió los ojos topándose con un techo del cual colgaba una lámpara que se hamacaba con suavidad gracias al viento que se colaba a través de las ventanas que permanecían abiertas. Alzó el brazo y se quitó de la frente un incómodo paño húmedo para luego arrojarlo a otro rincón y luego tomó asiento con cuidado.

Sus ojos se toparon con un objeto plano de color negro que ocupaba una buena parte de la pared, un armario, algunos estantes con figuras que parecían ser humanas pero que lucían desproporcionadas y otros tantos cachivaches que no lograban llamarle tanto la atención. A un lado se encontraba un uniforme (militar quizás) muy diferente al que él estaba habituado.

Entonces no tuvo más opción que admitir que había retornado nuevamente a esa dimensión, a aquél mundo en el que todavía existían manantiales corriendo por las tierras, en el que los árboles continuaban en pie, y en el que el cielo mantenía un color precioso.

Se puso en pie y se acercó hasta un espejo.

La apariencia que mantenía era la misma que tenía normalmente, pero la diferencia consistía en que ese cuerpo estaba libre de cicatrices y heridas provocadas por las intensas batallas que vivía constantemente.

Podía decir que ese cuerpo le pertenecía y a la vez no.

Al menos haría lo posible para aprovechar su vida mientras estuviera allí.

─ Conquistaré este mundo.