Sigyn…

Sus posibilidades no eran buenas en lo absoluto. La primera vez que la había visto pensaba que ella estaba fuera de su alcance.

La luna reflejaba su manto lleno de plata en el espejo de agua, frente al palacio de la belleza del paisaje de Asgard.

Como las esmeraldas en su rostro fijaban la vista en la cúpula de cristal, acarició las hebras de oro de su compañera. Pensó mientras sus pulmones se hinchaban de aire. Los dedos perfectos y elegantes insertos en sus manos blancas acariciaban la espalda de ella como una reflexión amarga volaba sobre su mente.

Él era un monstruo. El monstruo del cual los padres les hablaban a sus hijos acerca en las noches. ¿Qué le hacía pensar que ella fijaría su mirada magnífica, pacífica hacia un monstruo como él?

Si él era un ser maligno, ¿por qué ella yacía en sus brazos, devota a él y al sueño?

Porque él no era una entidad abominable. Sólo la necesidad de que la gente a su alrededor lo entendiera se abrigaba en su corazón y a través de los muchos soles y lunas que volaban cada día, él le había mostrado que no era un santo en lo absoluto y por la mañana él se sorprendía de que ella aún estaba ahí para él.

Sus labios esbozaron una sonrisa pequeña. El amor y la comprensión que ella le daba en su día a día era una prueba de que las cosas buenas aún existían.

El suave sonido de su respiración adornaba su sueño, silencioso pero íntimo. Las estrellas espiaban morosas y la luna se acercó al cielo.

Su abrazo era una fortaleza, en toda su oscura tristeza, una rosa caida que traía pequeños pedazos de cielo, para calmar su dolor y tormento...

Con ese pensamiento iluminado con ternura y alegría, intensificó el abrazo que los mantenía juntos, cubriendo los labios de su complemento con los suyos y susurrando amorosamente a su oído.

Mi amiga...mi mayor victoria...

Sigyn...