Sabe que lo que piensa es estúpido.
Digo, después de todos los posibles errores que emanan de su cabeza ¿Cómo sería posible no equivocarse? Siempre se ha sentido como algo mal, algo que no debió haber existido, no comprende la autoestima, y el miedo siempre se encuentra ahí, a dónde sea que va, le acecha en sus decisiones; la incertidumbre lo convence y acaba cayendo en un espiral sin remedio.
Caer era difícil, por supuesto, no entendía por qué le pasaba, simplemente prefería evitar todo lo que le podría hacer caer. La cobardía lo sujetaba sin dejarle libre, claro, pero era su salvadora del fracaso, para los ojos de Tweek Tweak, inminente.
Ahí estaba aquel tembloroso muchacho, apretando sus propios antebrazos con fuerza, moviendo los dedos un tanto alterado. Su respiración, ni se mencione, iba con sus latidos, fuertes y continuos. Su rostro sí que era un desastre, sus grandes cuencas posaban unas ojeras bastante pronunciadas, un tic se paseaba por su ojo derecho en algunas ocasiones. Sus manos estaban llenas de bandas curativas. Su nivel de ansiedad había aumentado bastante en los últimos ocho años. Todo se había complicado desde aquel momento.
Se estremecía frecuentemente, su cabello estaba bastante desmarañado. Tragaba saliva.
No dejaba de pensar en esos cálidos recuerdos cuando aún todos sus amigos se encontraban en South Park, jugaban en la primaria, y a pesar de los conflictos, todo resultaba más o menos bien. Sentía un nudo en la garganta, se tomaba de su cuello, ponía fuerza en ello, así sentía como si ese nudo se deshiciera y ya no le molestara. Ya no se presentaba esa sensación de ahogamiento.
Tweek no lo soportaba, sus párpados se humedecían cuando, por sus imaginaciones se veía con sus amigos de hace tiempo. Actualmente ya le costaba volver a encontrarles. Clyde seguía en el pueblo pero ya ha estado ocupado con sus labores católicas y económicas. Token, con el dinero que tenían sus padres, se mudó a Cambridge a estudiar en la mejor Universidad, y por último… Tucker…
Craig Tucker.
Suspiraba al escuchar ese nombre. Trataba de enterrarlo, no lo quería oír más. Le ponía alterado, le hacía querer gritar, no lo soportaba, no quería saber nada de él ni de lo que vivieron. Tucker se habría mudado a otro estado, sin avisar, sin despedirse, ni si quiera sabe ya de su existencia, ni procura pensar en averiguarlo.
Así que ahí se encontraba, con su cabello despeinado tomándose de la garganta, buscando algo para calmar sus nervios, quitó sus manos del cuello y empezó a rascarse la mejilla. Maldición que detestaba que los ataques de ansiedad le llegaran de esa forma brusca. No quería llorar, no quería que esas lágrimas pasaran por su rostro porque sabía que eso le pondría peor.
Eso le haría caer.
—¡Baja un momento, Tweek!
Oyó su nombre, en la cocina, con la dulce voz de su madre, de inmediato se levantó a ver qué podía necesitar aquella mujer. Extraño, pues no le solía pedir algo si era su día libre. Insólitamente, la señora Tweak estaba vistiendo su chamarra y su esposo había abierto la puerta, además de que el mayor movía las llaves del automóvil. El hombre se dirigió a su carro.
—¡G-gah! M-mamá ¿qué necesitas ahora?
—Ay, cariño, necesito pedirte un favor de última hora. —Le tomo con las manos su mentón, Tweek había crecido bastante, como era de esperarse, hasta ya estaba más alto que su madre. Desafortunadamente, la mujer notó, justo dónde se había rascado hace un momento, que ya tenía una herida leve. Ella fue por agua y le puso un pañuelo de dónde brotaba un delgado hilo carmesí, el de ojos claros se sacudió al tacto. Pronto de su bolso, su madre sacó una bandita y se la puso encima. Al principio quería observarle al rostro, pero al ver la falta de cuidado que tenía su hijo, optó por mover la vista a otro sitio.
De nuevo, evitaba el culparse a sí misma de lo demacrado se hallaba su único hijo, se preguntaba a sí misma ¿Realmente le habían afectado los cambios drásticamente al crecer? No se puede curar a alguien de melancolía, menos si ha surgido desde hace tanto tiempo y a edad tan temprana.
No es nuevo, la señora Tweak siempre ha tenido que lidiar con los trastornos de su hijo, pero nunca admitió que en parte fue por las malas costumbres que le heredaron.
—…¿Puedes cuidar la cafetería por un par de horas? Tu padre y yo saldremos por una emergencia que surgió con la distribuidora del grano. ¿Está bien?
—¡Yo! ¡Solo, cuidándola! ¡Estás de broma, no puedo!
—Por favor, volveremos pronto, te lo aseguro. En serio necesito que tomes el turno hoy. Puedo darte tu día libre mañana.
—N-no lo sé. No creo que sea buena idea ¡Es demasiada presión! ¡¿No se lo pueden pedir a alguien más!?
—No podemos, este compromiso se nos vino de repente y no podemos avisar a nadie ahora. Quédate, no tardaremos, te lo prometo.
Afuera se escuchó a Richard Tweak espetar algo desesperado "¡Querida, corre que se hace tarde!".
—Anda Tweek, no seas así. Es urgente. Sabes que tienes que hacerme caso. —La mujer empezaba a tomar una actitud parecida a la de su esposo.
—Bien ¡BIEN! Lo haré como sea. —Se alteró un poco al responder. No le gustaba lidiar con responsabilidades pero si tenía que, tenía que.
—Gracias, te quiero cariño. Ya volvemos.
Segundos después, la señora Tweak miró a su pequeño con preocupación. No le gustaba dejarlo solo aunque ya fuese mayor de edad, estaba consciente de que le podrían ocurrir daños en el tiempo en el que se iban. Cerró la puerta sin muchos deseos de irse.
El chico de camisa mal abotonada esperó hasta oír al auto arrancar. Se sentó en una de las sillas de la cocina, recargó sus codos. Gritó con todas sus fuerzas. Cómo lo detestaba, el éxito no estaba destinado para él, sin futuro universitario, quizá familiar ni social. Había ocasiones en las que sentía que todo le atormentaba, se sentía impune y al final sólo se resignaba. Golpeó la mesa con sus puños, se odiaba tanto.
Se levantó enseguida de unas cuantas profundas respiraciones. Sintió por última instancia la madera de la mesa y recurrió al centro de trabajo. La cafetería en verdad que cada vez se hacía más famosa, a pesar de las grandes empresas que se anunciaban aún en el pueblerino South Park.
Incluso le costaba aceptar que el pueblo había crecido de igual forma que todo cambia al caminar del tiempo.
Fue a vestirse con el mandil que decía muy orgullosamente "Manager of Tweak's Coffee", palabras que había mandado a colocar su padre sólo para lucirse de forma «profesional».
Admiraba con intranquilidad lo plagado que se hallaba la cafetería. Presumiendo por aquí y por allá su supuesto apoyo a las desconocidos negocios del país. Casi sentía la vivencia en otro mundo: todos los jóvenes no eran del tipo que se llevaba con Tweek, sólo les importaba actualizar estados, centrarse en el celular y nada más. Ni si quiera hablaban entre ellos aunque viniesen en grupos. Las amistades que él solía hacer eran más agradables, más cálidas y no tan materialistas.
Pese al sólo haber contemplado el ambiente unos cuantos minutos, ya se estaba arrepintiendo. En serio ¿Por qué la distribuidora de los granos de café debe de tener tantos problemas? Estaba reflexionando seriamente en a mandar a la mierda todo el trabajo de su "día libre" y luego disculparse por no haber soportado más atendiendo el sitio por su cuenta.
Eso hasta que alguien abrió la puerta.
Fue de inmediato a atenderle, era una chica que aparentaba unos dieciséis años. Usaba dos coletas y su cabello era un rubio cálido pegándole a lo pelinaranja. Hablaba por su teléfono y se veía apurada. Le intrigaba el que sus facciones se le hicieran tan conocidas.
—Ya cállate, joder. Ya dije que iba para allá sólo pasé por un frappe. ¡No estés molestando, jódete zorra! — Colgó y fijó su mirada con la de Tweek, al que paulatinamente le estaba consumiendo el miedo ya que ésta se veía bastante enojada. —¡Eh! ¿Qué no oíste?
Respingó de pronto el rubio al escuchar las palabras dirigidas a él. —¿¡Q-qué!?
—¡Tengo prisa! ¡Necesito un frappe de oreo, YA!
—¡A-AGH! N-no vendemos frappes aquí.
—¡Entonces qué carajo es esto! Afuera claramente dice que es una CA-FE-TE-RÍA.
Sentía, el de enormes ojeras un sudor pasar por su frente, la cliente se ponía difícil. —¡Gah! A-así es. Tweak's Coffee es una cafetería orgullosa de usar sólo café americano-
—Ahórrate el discursito. —Movió la muñeca de forma desdeñada. —¿Qué venden aquí?
—Ah, eh, ah. C-café.
—¿Sólo eso?
—Sí, y algo de pan. EN SERIO LAMENTO NO PODER DARTE UN FRAPPE.
—Ah, lo que sea… qué extraño que eres. Sólo dame un café americano, sencillo y me iré.
—¡V-voy!
Corrió hacia dónde se encontraba el café ya hecho, agarró una taza para servirlo, de inmediato recordó que lo quería para llevar. Fue por un vaso de cartón y empezó a servir el líquido, anonadado, se estaba preocupando debido a que cada vez se encontraba más seguro de reconocer el rostro de la muchacha de algún lado. Sin notarlo derramó el café sobre su mano. Aguantando el dolor, tiró el vaso teniendo que ir por otro y llenarlo rápidamente. Su presión se notaba bastante, la cliente más reciente sólo observaba con los brazos cruzados y alzando una ceja el como hacía el espectáculo completo, atareado.
Él le cedió su pedido bastante nervioso. —¡Servido y listo!
De nuevo, le echó la muchacha unos ojos que muy dentro de él creía ya haber visto. —Gracias. —Le dejó dos dólares en la mano, costo del café.
—¡D-de nada!
—Bien, me iré. —Algo asustada, se propuso a abandonar velozmente el sitio.
—E-e-e ¡ESPERA!
Paró de pronto, ya estaba tocando la puerta de salida. —¿Sí?
Lo pensó demasiado desde que había llegado y pues, después de lo ocurrido ¿qué más podía pasar? —¿Cuál es tu nombre?
—Serena T- —Su celular le interrumpió en media plática y ella sólo sabía que eso era señal de ya irse. —¡Se me hace tarde! —Salió con un portazo. Después se oyó el unísono de las risitas de los pseudointelectuales que presenciaron el alboroto.
—…Serena…¿T? Th ¿T QUÉ? — En medio de todos los extraños, Tweek se agarró de su muñeca, mientras soltaba un aullido de dolor por el ardor de su mano. Todos callaron, no era precisamente la reacción que esperaban.
Cayó el anochecer y la hora de cerrar el local.
Sus padres aún no llegaban. Estuvo trabajando casi un cuarto de día, que no parece mucho si contamos que es fin de semana, cuando más gente viene, y se sentía bastante desgastado. Colgó el mandil de "Manager of Tweak's Coffee" con una de sus pobres manos ya vendada. Dejó caer su pobre cuerpo sobre el sofá. Obviamente la preocupación rondaba su cabeza ¿qué habría pasado para que sus padres se tardaran tanto?
Y todavía más frustrante ¿Cuál era el apellido de aquella chica con mirada y mala lengua tan reconocible? Pasaban muchas cosas por su pobre cerebro, sin embargo prefirió ignorarlas y hacer como si esa joven nunca hubiese pisado la cafetería esa tarde. Algo que sí necesitaba era dormir, lo estaba logrando, el cuerpo cortado, el sueño y el poco entretenimiento de la televisión le estaban convenciendo rápidamente. Hasta que se escuchó un ruido de fuera que le obligó a ver qué pasaba ahora.
Divisó a sus padres bajando de su coche, con caras de absoluto disgusto. Les abrió la puerta de la casa, mala idea salir sin un suéter, aunque casi siempre así lo hacía, pasó una brisa nada agradable, de las típicas de Colorado.
El tiriteo involuntario comenzó de nuevo. —¡Q-qué pasó!
—Fue una larga historia, ahora no quiero hablar de eso. —Pronunció la señora Tweak y entró a su hogar.
—Tranquilo, Tweek. Sólo hubo una tonta confusión y pues, nos quedamos sin gasolina y tuvimos que esperar bastante tiempo por allá. Nada grave.
—A-ah… —No supo qué responder, mejor dicho, no había respuesta alguna.
Esa noche nadie cenó, bueno, en el caso de Tweek, ni si quiera pensó en comer. Esto se convirtió en un gran problema al tiempo de acostarse, en el que notó una tremenda hambre y sin remedio, tuvo que volver a la cocina ya con el pijama, dispuesto a comer tan tarde. En el trayecto notó algo que reconocía y pronto detestó. Los gnomos de la ropa interior habían regresado después de tanto.
—¡Eck! ¿A dónde llevan eso?
—Oh, Tweek, hace tanto que no nos vemos. —Contestó uno. —Tú sabes que la recolectamos, para negocios.
—¡G-gah! — Trató de calmarse así mismo el rubio. —¡¿Por qué vuelven a atormentarme?! ¡Ya me habían dejado en paz!
—No tenemos fechas fijas para las recolectas ¿cierto?
—Es cierto. — Contestó otro gnomo, siguieron su camino.
No dudaba que todo lo que acontecido no era más que algún presagio de que algo malo le iba a pasar. Dudó si sería buena idea quedarse despierto para saciar su hambre, sin embargo posteriormente lo pensó dos veces y pobre, no pudo resistir sus deseos de ingerir algo. Acabó de cenar por las dos de la madrugada.
La noche oscura, silenciosa más el brillo lunar era lo único que necesitaba. Terminó por satisfacer su apetito con última galleta del tarro que su madre siempre guardaba, acompañada con algo de café rebajado, para ya irse a la cama.
Ya hubiese salido el Sol, más tarde que mañana, alguien le habló por teléfono. No quería ni moverse un poco pero el sujeto parecía insistente, así que se resignó a tomar el móvil.
—Ugh… ¿Quién habla?
—¡Tweek no me lo vas a creer! ¡Tienes que venir ya mismo! —Comentó Clyde muy extasiado. Extraño el que él le hablara.
—¡Clyde! … ¿Y si no me quiero levantar?
—Oh, vamos, tienes que venir, a mi casa ¡corre!
—Ugh, no lo sé, no me siento bien. Me tomaré el día, quizá mejor vaya mañana o no sé.
—Aaagh, ¡Tweek! Justo hoy no, casi nunca nos podemos ver. Pero está bien, mañana quedamos, yo te aviso, mejórate.
—¡Gah! ¡Perdona! Uhm, adiós. —Colgó y dejó caer su celular en su cómodo colchón.
No cerró los párpados, sólo se quedó viendo al techo, como si mantuviera una conversación mental con éste. La gran mayoría del tiempo se le podía ver estresado y angustiado por cosas típicas, pero también solía mantener lapsos de relajación absoluta. Por muy tonto que se oiga esto, le costaba trabajo, la tranquilidad sólo duraba un pequeño plazo de tiempo, y era cuando sólo se enfocaba en las cosas simples y que le gustaban, como ya le había recomendado un médico hace mucho.
Se sentó en su cama y se talló la cara tratando de ahuyentar el poco sueño que aún tenía. Abrazó sus rodillas, ahora notaba claramente su error ¿Por qué le dijo a Clyde que no quería ir a dónde quiera que estuviera? ¡Vamos! Que es su verdadero día libre y ni siquiera le parece usarlo para divertirse con el único amigo de la infancia que tenía cerca de él.
Se sentía estúpido por haberse dejado llevar por ese momento de deseos de relajación. ¿Y ahora qué? No podía regresarle la llamada a Clyde y decirle que fue una equivocación, se vería muy contradictorio e ilógico.
Ya decidiría luego que hacer. Hace mucho que no salía, igual anhelaba pasear fuera de su hogar que podría jurar que a veces le sofocaba. Así que, primero que nada, puso a calentar el agua para tomarse una ducha que le volviera a despejar.
Luego de haberse quitado toda la ropa, venía lo peor. Quitarse cada una de las banditas que tenía en su piel. Quizá le protegían pero no podía usarlas mientras se bañaba, también le pasó con su venda nueva. La pegatina de las bandas curativas se adhería con eficacia y desprender tantas llegaba a ser doloroso.
Listo esto, al meterse bajo la regadera, se percató de que puso el agua tan caliente que al mojarse se le enrojeció levemente la piel, soltó un gritito hasta que movió desesperadamente la llave de agua fría y se templó.
Acabando de bañarse se puso a secar su cabello, en primera instancia, con la toalla. Así mojado era de la única forma en la que lo veía a su largo verdadero, justo al cuello. Nunca podía mantenerlo así de estable y ya ni le importaba, se ahorraba trabajo usando la secadora.
Fue por una camisa, se la colocó. Intentó por milésima vez en su vida abrocharse correctamente la prenda, y como era de esperarse no lo pudo concretar bien. Le causaba mucha angustia no poder hacerlo como se debería, siempre tenía que errar en una u otra cosa. Después, se puso sus pantalones.
Del botiquín sacó la cajita de bandas curativas y se puso una en todas las heridas que todavía no habían cerrado, además de que se volvió a colocar la venda en su mano ya más recuperada.
Antes de salir, se tomó unas cuantas tazas de café para "desayunar" (ya eran más de las dos de la tarde), junto con unos panqueques que él mismo se hizo.
Cuando estuvo afuera, caminando ya por unos minutos se dio cuenta de que no tenía ni la menor idea de a dónde ir. Vio lo que le quedaba más cerca: el parque. Lo observó con nostalgia y se sentó en un banco a ver cómo jugaban en la cancha de baloncesto.
Centró su mirada en el pavimento, no paraba de pensar en la chica de ayer, estaba seguro de que en algún lado la había visto ya. Recargó su mentón en sus manos, hilaba ideas pero aún no comprendía qué era lo que le hacía reconocerla, estaba intrigado.
Todo iba normal hasta que le golpearon con el balón en la cabeza.
—¡Aighh! Qué demo-
Un muchacho fue a buscar la pelota y miró a Tweek. —¡Hey! ¿Eres el enamoradizo torpe que cuida la cafetería?
—Err, yo…
—JAJA es ese estúpido. Chico, sí que necesitas hablar más con la gente, maldito antisocial.
Le estaba haciendo enfurecer, le estaban presionando a replicar. Metió las manos en sus bolsillos y se dirigió a otra parte, no le gustaban los problemas, sabe bien que puede pelear, pero no es algo que le agrade hacer. El jugador siguió diciendo aún más cosas para provocarle enojo mas él dejó de escucharlo.
Caminó rápido, lo más lejos posible que pudo, hasta que perdió de vista aquel parque. Ahora es cuando entendía por qué no salía, acababa sin rumbo y dando vueltas por todo el pueblo.
Durante su seco trayecto divisó la casa de Clyde e imaginó que no sería mala idea ir a visitarle, con un pretexto inventado del por qué en un principio dijo que no podía. Se acercó a la puerta principal, tocó algo emocionado.
Al otro lado escuchó lo que parecían murmullos. Viró hacia la calle y observó un coche estacionado en el territorio de los Donovan. No parecía ser el del padre de su amigo, por eso es que se sintió extrañado y nervioso ¿Habrían tenido visitas? ¿Estaría estorbando demasiado? ¿Sería preferible irse y regresar mañana?
De repente notó una voz singular que le interrumpió sus pensamientos.
"Me pregunto si será él…"
"Pero dijiste que no vendría."
"Lo sé, pero en realidad no me lo aseguró del todo."
Empezó a calibrar las cosas ¿podrá acaso ser?…
Su corazón paró por un segundo, de repente percibió un golpe mental. Aceptarlo aún no era una opción, mas estaba casi confirmado en su mente que lo que estaba pasando era «aquello». Su respiración se aceleró, su cuerpo empezó a temblar descontroladamente, la vista se le nubló, caminó lentamente hacia atrás, sin dejar de quitar la mirada en la puerta. Ladeó un poco hacia la ventana y pudo observarle.
Luego de tanto… estaba ahí. La trayectoria de sus pupilas chocó, el contacto visual sólo le alteró más, muchos recuerdos, muchas cosas desafortunadamente pasaron frente a sus ojos. Cada vez se alteraba en mayor nivel, comenzó a caminar más rápido y sin fijarse pisó una estorbosa malconstrucción de la banqueta que le hizo tropezar. Oyó frustrado que el seguro de la puerta había sido desbloqueado y ésta paulatinamente mostraba a la casa de Clyde. Asustado se quedó congelado, vio a su amigo, dueño del lugar, llegar a auxiliarle. No percibía ya ningún sonido sólo no lo dejaba de mirar, con los ojos desorbitados y el otro a él, con vista preocupada desde la entrada. En escasos segundos percibió todo como si estuviese en un túnel, que se estrechaba hasta dejarle en la oscuridad.
Los vaivenes de su respiración eran los únicos que le confirmaban que algo había pasado. Abrió sus párpados poco a poco, la luz se tardó en llegar a su área de visión, sin embargo aún con ésta todo estaba borroso. Abrió y cerró los ojos, podía notar con más claridad, ahora descansaba en una cama que no era suya. Se fue levantando, ¿qué había pasado? No recordaba algo al inicio de despertarse. Frunció el ceño, le dolía un poco la cabeza, se sobó las sienes ¿estaba en casa de…Clyde? ¿Por qué? ¿No hace unos minutos estaba fuera…? Confundido, suspiró.
—¿Ya te sientes bien?
Abrió bien los ojos, las ideas arribaron bruscamente, incluyendo el pánico. Viró rápido hacia quien le espetaba con palabra suave. Los latidos de su corazón, órgano bastante abatido luego de excesivas conmociones, le pusieron en situación de alerta. No podía cerrar sus labios de la sorpresa, intentó pronunciar una contestación.
—…C….Cr-…Cra-…
—Tweek.
Dijo el otro antes de que terminara de enunciar. El de pupilas olivadas pudo experimentar, que con que simplemente el otro gesticulara su nombre, le recorría una ráfaga eléctrica por su espina dorsal. Esa voz, que añoraba inmensamente. Desvió la mirada de él lo más pronto posible, por la presión de tenerle de frente, se puso a frotarse la nuca y a jugar con sus cabellos dorados.
—…¿Cómo estás? —Se atrevió a preguntarle, a pesar de la obvia inquietud del de incontables lesiones.
—Estoy perfectamente, no te preocupes. —Replicó dinámico. Se mordió el labio inferior, el ambiente estaba denso.
Se presentó un breve silencio, que a la percepción de ambos fue lo suficientemente largo para ocasionar incomodidad.
—Hace mucho que no hablamos…—Comentó, con tono mohíno, el chico de característico gorro azul.
—Ah… mm. —El rubio tragó saliva. Empezaba a sudar, su cabeza estaba en blanco, ¿qué se supone que debería contestar? —A-así es…mngh…—Paseó su mirada por la pared. —¿Qué hora es?
—¿Eh?...No estoy muy seguro, creo que poco más de las cinco de la tarde. —Respondió el joven de ojos y pelo oscuros.
Tweak se procuró levantar aprisa. —Tengo que irme ya.
—¡Eh! No vayas tan rápido, estás débil todavía.
—En serio m-me necesito ir de aquí ya. —Se paró y trató de caminar velozmente.
—¡Espera! Debes descansar más tiempo Tweek.
Esa voz regresaba a decir su nombre, se estremecía de nueva vez. Craig Tucker posó sus manos por los hombros de Tweek, con intención de detenerle. —¡GAH! ¡NO ME TOQUES! —Gritó desesperado mientras Tucker, temeroso, se alejaba lo más posible por esa reacción tan repentina.
—Tweek…
—Y-yo… ¡GAH! ¡Jesús Cristo! —Se tapó la cara. — ¡No puedo hacer nada bien! ¡N-NO PUEDO SEGUIR AQUÍ! —La adrenalina tomó su cuerpo, sólo pensaba en huir. Salió de la casa de Clyde y corrió, ni si quiera se enteraría si en ese instante estuviese yendo para la dirección equivocada, debía apartarse de esa situación, apartarse de él.
Todo el viento chocaba en su rostro, cada paso tenía que ser más largo que el anterior.
Llegó el momento en el que salió de todo rastro de civilización, estaba en el bosque, dónde se acumulaba la nieve en demasía. Ahí, sus piernas se rindieron, su aliento era tibio comparado con lo frío que se había vuelto la tarde. Observaba como el sol descendía lentamente, era obvio que la noche sería rígida. Ahí, sus cuencas no lo resistieron más, las saladas gotas cayeron, se encaminaron por sus mejillas y se sumergieron en la tela de su camisa mal abotonada. Cerró sus párpados, lloró con todas sus fuerzas.
Las montañas eran las únicas que le oían. Pero no obtenía ayuda de ninguna parte.
Sólo lo volvía a arruinar. Sólo volvía a desmoronarse.
