En un mundo erizado de prisiones

Sólo las nubes arden siempre libres.

-José Emilio Pacheco


Cierto día de invierno, hacia 1828, Francis Boneffoy paseaba por las calles del centro de París cuando a lo lejos escuchó la melodía de una alegre canción. Mes petits fils–pensó- me alegro y me conmueve que aun puedan encontrar pequeños momentos para ser felices ; su corazón se llenó de calor y una pequeña sonrisa apareció en su rostro. Siguiendo aquellas voces que cantaban a todo pulmón, cruzó la calle y vio que en la esquina de enfrente había un par de jóvenes recargados en la pared, llegó justo a tiempo para escucharlos finalizar la cancioncilla con una estrofa en la que se burlaban de su suerte diciendo que se estaba bien ser pobre siempre y cuando tuvieran alegría en sus corazones. ¿A quién le recordaban?

Un grupo de muchachas de aspecto humilde aunque todas ellas bonitas pasó frente a los dos jóvenes, quienes al parecer les lanzaban cumplidos y piropos al tiempo que hacían una que otra reverencia que Francis no sabía muy bien si era en serio o si era parte de alguna especie de sátira al cortejo. En eso, una carreta atravesó la calle y al momento en que hubo pasado los jóvenes habían desaparecido.

Continuó yendo a diario al mismo lugar por casi una semana pero no encontró señas del par de alegres amigos, finalmente, un jueves, se dio por vencido y habiendo ido a los jardines del Luxemburgo a buscar algo de paz mental, reconoció en un grupo de varios jóvenes a uno de los cantantes de aquella esquina. Los siguió por un momento pero luego no se creyó con el derecho de espiar y acosar a sus ciudadanos así que buscó una banca para sentarse a estar un rato solo con sus pensamientos. Anochecía, un viento helado sacó a Francis de sus no muy alegres contemplaciones e hizo que se pusiera en marcha rumbo a su casa, su casa… ¡Como le hacía reír esa expresión!

Habían pasado quince días desde su caminata en el Luxemburgo siguiendo a aquellos jóvenes y sinceramente casi se había olvidado de la canción que le había hecho sonreír aquella tarde hacia ya ¿Un mes? Sí, algo así, cuando una tarde caminando sin rumbo volvió a ver a ambos jóvenes, esta vez algo pasó, uno de ellos, el que había visto en el Luxemburgo, se aproximó a él.

―Buenas tardes señor espía ―saludo amablemente.

― ¿Señor espía? ―Francis no entendía y el joven se sorprendió.

―Perdone, tal vez me equivoqué ―inclinó la cabeza hacia un lado y esta vez lo miró directo a los ojos―. No, no me puedo equivocar, a usted lo vi hace tres semanas, un viernes por la tarde y luego hace dos en los jardines del Luxemburgo ―una pequeña pausa―. ¿Va a negar que me ha estado siguiendo?

―No ―respondió Francis, casi automáticamente.

―Entonces lo admite… ―susurró el joven, más para sí mismo que como una acusación.

―Admito que quería volver a escucharle cantar.

Media hora después, Francis se encontró sentado en una mesa del Café Musain junto a nueve jóvenes que en su mayoría lo miraban con recelo y precaución pero al mismo tiempo como diciendo Siento que lo conozco y siento que le debo respeto. Por fin, uno de ellos tomó la iniciativa de preguntar quién era el desconocido:

―Prouvaire, Laigle, ¿Por qué no presentan a su amigo?

Los aludidos, que eran aquellos dos jóvenes que Francis había estado siguiendo voltearon a ver a su líder.

―Al parecer Prouvaire es quien lo conoce, a mi no me preguntes nada ―dijo Laigle con una sonrisa sincera.

―Se equivoca, lo conocí hoy ―admitió Prouvaire―, pero no por eso deja de ser menos interesante. Le pregunté cual era su opinión política de Francia y ¿saben que me contestó? ¡Yo soy Francia, la gente es la fuerza que me mantiene vivo! Ahh, que bello, ¿no les parece? ―Prouvaire se había levantado de su sitio y se había ido a colocar detrás de Francis― ¡Él es Francia porque todos somos Francia! Ni el gobierno ni la política hacen a un país, ¡lo hace su gente!

―Y la gente hace la política y entonces eso también es Francia ―replico una voz en un rincón.

― ¡Grantaire!

Prouvaire se sintió insultado por haber sido interrumpido en su momento de inspiración más que por la misma replica. Ahora apoyaba sus manos en los hombros de Francis quien tenía una vaga sonrisa ya que todo aquello le causaba cierta gracia y también, tal vez para su propio mal, empezaba a sentir algo de cariño a aquellos jóvenes, mas el cariño a jóvenes en aquella época siempre terminaba causando dolor.

―Como iba diciendo ―siguió Prouvaire―, este caballero tiene las cualidades para entrar en nuestro pequeño club…

― ¿Que te hace pensar eso? ―Preguntó Enjolras, el líder.

―El hecho de que unos cuantos minutos de hablar con él me hayan inspirado tantas cosas que aun ni siquiera sé cómo expresar.

―Eso, mi querido Prouvaire, podría ser explicado por toda una suerte de sentimientos que nada tienen que ver con nuestros ideales ―sentenció, con una sonrisa en los labios, un joven de nombre Courfeyrac.

El aludido, que no se daba cuenta de que estaba casi abrazando a Francis, no comprendió.


Espero que no haya sido tan malo... en realidad no se muy bien lo que quiero en este fic, solo se que tengo muchas ideas sobre Francis y los amigos del ABC que necesito escribir.

No esperen mucho orden o lógica xD