Esta es una historia que nace de la necesidad de expresar, aunque solo fuera en mi soledad, lo que me sucedió y cómo mi corazón se partió en mil pedazos. Quizás escribo para comprender yo misma qué ha sucedido, quizás escribo para soltar este peso que no me permite caminar erguida. Tengo demasiadas dudas, demasiados cambios, demasiado dolor, demasiada soledad. Quizás escribo simplemente para no volverme loca. He aquí mi historia, la historia de una elfa que en muy poco tiempo vivió muchas emociones, situaciones y peligros que la dejaron al borde de la locura, y en búsqueda de sanidad mental, ha decidido escribir, aunque solo fuera un modo de acariciar su alma. Este es mi camino de caída y recuperación, donde comprendí que el amor, a veces mata, y que los amigos a veces reviven... Mi nombre es Elentari Lavellan, y ésta es mi historia.
Capítulo 1: La vida sorprende al más distraído.
Este primer capítulo me permitiré hablar sólo de mí, y espero no aburrirlos, porque supongo que de aquí a muchos años, se encontrarán estas palabras y comprenderán que esta historia pertenece no solo a una elfa desconocida, sino a una mujer que marcó la historia de todo un mundo: Thedas, y no solo hizo temblar a las naciones de esos tiempos con sus amigos, sino que sacudió el corazón de una divinidad élfica. Así que comprenderán que conocerme, es algo que les servirá para comprender mis actos...
Ser una elfa perteneciente a un Clan de elfos dalishanos, era todo cuanto yo conocía. Mi clan era el Clan Lavellan en el norte de Las Marcas Libres.
Había tenido épocas muy felices con mi clan. Comenzaré contando que mis padres del corazón eran cazadores talentosos y mortíferos, aunque como habrán notado los llamé "padres del corazón", esto es así porque más tarde, durante mis años de juventud descubrí que en realidad yo había sido rescatada de los bosques, durante una excursión de mi clan, al lado del cuerpo calcinado de dos elfos, que supusieron, fueron mis verdaderos padres. Explico esto, porque yo desarrollé el talento de la magia más tarde, y eso no es frecuente cuando no se lleva magia en el linaje de la sangre de los antepasados. Cuando ésta se manifestó, finalizando mi niñez y entrando a mi juventud, comencé a hacer preguntas, que posteriormente me llevaron a la verdad. En aquel momento fue caótico, me puse como una fiera, fui injusta con ellos, pero poco a poco, el amor que me habían brindado hizo que comprendiera que habían tomado la decisión de ocultarme la verdad, con el afán de cuidarme.
Los eventos del desarrollo de mi magia hicieron que cuestionaran mi futuro en el clan, pero mientras nuestra Custodia Deshanna Istimaethoriel Lavellan me enseñaba a controlar mis dotes, notó que tenía un gran poder y dominio para las fuerzas del Más Allá, por lo que decidieron que sería la Primera de mi Clan, y así comencé a ser instruida en el uso de la magia, y más que nada en el saber perdido de los elfos, nuestra historia y la responsabilidad de continuar con la prosperidad del Clan.
Desde mi juventud hasta mi madurez, fui desarrollando paulatinamente el deseo de conocer el mundo exterior. Mi Custodia lo comprendió y gentilmente accedió que nuestro clan comenzara a interactuar con mayor frecuencia con el exterior, descubriendo poco a poco un mundo fantástico del que nos alejábamos por miedo a lo desconocido. Aunque en lo que a mí respecta, no me dejaban interactuar directamente con los shemlen, pues decían que debía ser resguarda de su lujuria y maldad, ya que era poderosa y bella para ser comprendida en el mundo de los humanos. Por lo tanto, no tuve mucho contacto en la relación con ellos, excepto a través de mis amigos que me contaban historias apasionantes.
Cuando mi Custodia consideró que había alcanzado las condiciones necesarias para ser considerada una adulta dentro de mi Clan, atravesé el Rito de Madurez, que implicó dibujar la Vallaslin en mi rostro. Llevo… emm… llevaba la vallaslin de Ghilan'nain, madre de las Hallas, ya que durante toda mi vida había desarrollado gran apego por estos seres hermosos y gentiles, y tuve mi gran amiga de viajes, con quien desarrollé un cariño profundo: Erëa, mi Halla favorita y amiga de aventuras.
Siempre me consideré una elfa con carácter, dispuesta a experimentar cosas nuevas, osada, intrépida, dispuesta a la risa, y confiada de los demás. Tanto mis padres como mi Custodia se habían encargado de plantar en mi corazón la semilla de la bondad, lealtad, justicia, confianza y entrega, pues decían que eran características fundamentales para cualquiera que tuviera la responsabilidad de ser Custodia algún día, en nuestro Clan.
Bien, ahora contaré la primera historia que se sucedió cuando alcancé la edad adulta. No sabría explicar por qué, pero a partir del momento en que me dijeron "eres adulta" sentí que era momento de enfrentar todo. He aquí mi historia, será una tontería, pero la comparto: Un día, estrenando mi vallaslin sobre mi rostro me escapé del Clan por la madrugada, guiada solo por los pasos fieles de Erëa… Aquella noche estrellada y fría mi corazón palpitaba con locura, pues era la primera vez que solo mi magia, Erëa y yo nos enfrentaríamos a un mundo nuevo y con la valasllin sobre mi rostro, lo cual me llenaba de orgullo y generaba unas ansias implacables de presentarme a los demás como una verdadera elfa dalishana, custodia de las tradiciones ancestrales de mi pueblo, y Primera de mi Clan. Comprendía sobradamente que era peligroso que interactuara con los shemlen, pero no creía que fuera necesaria la sobreprotección de mi clan, y creía que tenía derecho a mis propias aventuras.
- Erëa, querida amiga… - dije mientras acariciaba a mi Halla – Hoy haremos historia. – subí sobre su lomo y caminamos apaciblemente por los bosques. Mi cabello era negro y largo, llegaba un poco por debajo de mi cintura, tenía unas ondas que me encantaban, pero por el largo de éste y el peso de su caída, parecía que fuera lacio. Siempre lo llevaba bien recogido, conformando un rodete, aunque unos cabellos rebeldes caían sobre mi rostro, formando unos pequeños bucles. Mis cabellos eran oscuros como la noche más cerrada, y cuando el Sol lo iluminaba, parecía absorber la energía misma de éste, o eso decían en el Clan. Mis ojos, por otro lado, eran amarillo, encerraban al Sol en ellos, y por la parte más exterior una franja ligeramente violeta los circundaba, captada por la magia de este mundo, según me habían dicho. Thengal siempre jugaba diciendo que era una verdadera hija de Elgar'nan, incluso hubo un tiempo en el que pensaron que elegiría la vallaslin de Elgar'nan, pero en mi corazón, siempre supe que mi lugar estaba con las Hallas, o al menos lo estaba con Erëa.
¡Oh! Me olvidé de aclarar. Thengal era un gran amigo mío, discípulo de mis padres en la práctica de la caza, y muy bueno en combate. Además, era mi prometido, cuando los dos fuéramos adultos podríamos contraer nuestra Alianza y perpetuar descendencia en nuestro clan.
El objetivo de aquella noche era encontrar la carretera que estaba a una gran distancia de donde habíamos instalado el Clan, no es que nos quedaríamos allí, estábamos moviéndonos hacia Ferelden, pero tomando paradas. En una de las paradas, nos habíamos establecido demasiado cerca de las carreteras, pero el bosque que nos resguardaba era tupido y muchas leyendas tontas se decían de él, por lo que los forasteros le temían. Como pensábamos quedarnos solo por un día, decidieron armar el campamento. Yo me enteré de todo esto porque eran mis padres los exploradores y cazadores más experimentados, y los había oído discutir al respecto de este tema, además Thengal tenía gran debilidad por mí y siempre me contaba todo lo que le preguntaba.
Por supuesto que el campamento estaba bien custodiado, pero por supuesto que yo sabía cómo distribuían las guardias, pues era hija de mis padres y prometida de Thengal… Siempre oía sus planes y decisiones… Pero esta sería la primera vez que traicionaría su confianza. Quería estrenar mi vallaslin, quizás ahora que lo pienso era un sentimiento desconsiderado y egoísta, incluso infantil, demostrando que aún no era la adulta que pretendía ser, sino la joven que estaba dejando atrás.
Aquella noche hacía mucho frío, la brisa helada congelaba con rapidez si uno no se cuidaba, pues ya estábamos cerca de Ferelden, y estábamos atravesando el invierno. Yo llevaba una capa mágica sobre mi cuerpo, que me resguardaba y conservaba el calor, era una capa amplia, que ayudaba a cubrir a Erëa también. Había sido el regalo de Istimaethoriel por mi adultez. Era hermosa, tenía un color grisáceo penetrante, que cuando los rayos de Sol la tocaban, dibujaba exquisitas hojas de Raíz élfica en un verde tenue, que brillaban delicadamente, y en algunos sitios, colocada de manera estratégica, se podía ver flores de Embria brillar con timidez con un suave color naranja. La confección de este detalle lo había hecho mi mejor amiga Idril, quien el año anterior ya había alcanzado la edad adulta y era devota de Sylaise, pues adoraba todo lo relacionado con el hogar ¡Y vaya si era buena! Verdaderamente, no había conocido a nadie que fuera mejor que ella a la hora de confeccionar atuendos: era creativa y muy delicada, precisa y rápida para la confección. Era la envidia de cualquiera que en nuestro Clan quisiera tener la delicadeza de Sylaise, desde temprana edad su madre había notado su talento y había sembrado en su corazón paciencia y gentileza para que ayudara a nuestro Clan a vestir los mejores atuendos.
- Tú eres una maga con gran poder… - me había dicho cuando junto con nuestra custodia me entregaron la capa. – Dotaba para sanar cualquier corazón enfermo y con penas, por eso puse el detalle de las hojas de Raíz élfica – sonrió. – pero a la vez, tienes un gran dote para la magia, una magia poderosa que corre por tu ser… Es por eso por lo que, si te fijas con atención, encontrarás algunas flores de Embria… Pero no son muchas y están ocultas, para que guardemos tu secreto en estas épocas tan peligrosas contra los magos. – ambas nos abrazamos y me sentí muy agradecida por el gesto.
Luego de una larga caminata bajo las estrellas Erëa y yo llegábamos a la carretera. Bajé con el corazón palpitando y solté mi cabello para que el viento de la noche tocara mi rostro adulto en libertad y las brisas elevaran mis cabellos. Sonreí con el corazón exaltado y giré en un círculo, sin poder guardar las carcajadas de felicidad. - ¡Erëa! ¡Soy adulta! – dije tomando su rostro y dándole un tierno beso. Erëa miró con sus ojos también amarillo y me acompañó solemnemente en aquel momento de dicha.
De pronto sentí un ruido a mis espaldas. Me giré rápidamente y me encontré con un Shemlen, y peor aún: Templario. Mi cuerpo reaccionó de manera instintiva y mis manos manifestaron mi magia, sin tomar mi bastón, que estaba sobre Erëa.
- Tranquila, tranquila… - dijo el Templario, con cierta dificultad, o aquello fue lo que percibí. Yo me alejé un paso, luego dos. – Tranquila. No voy a hacerte daño. – En mi clan siempre nos habían advertido de los Shemlen, y de los Templarios. Sin embargo, noté que este shemlen se tambaleaba, y luego noté que había sangre sobre su abdomen.
- ¿Estás herido? – dije queriendo acercarme para ayudarlo, pero no estaba segura si aquello sería prudente. Él asintió con dificultad. Una nube había tapado la luz de la Luna, pero de repente, como si de magia se tratara, se alejó dejando que volviera a bendecirnos con su luz. Noté que el shemlen estaba muy pálido y tiritaba. Era inofensivo. Me acerqué a él con piedad y lo tomé en mis brazos. - ¿Qué ha sucedido? – pregunté y noté cómo el hombre dejaba caer su cuerpo sobre mí, casi sin poder mantenerse en pie. Rápidamente lo sostuve y apoyé mi mano sobre el hocico de Erëa, quien comprendió que esta noche lo cargaríamos a él. Ella se acercó gentilmente y agachó su cuerpo, permitiendo que apoyara al shemlensobre su lomo. Así lo hice, él intentó quejarse, pero no le quedaban fuerzas y perdió el conocimiento.
Nos adentramos en el bosque para cubrir el cuerpo del shemlen del frío viento, a mi pesar me quité la capa y se la coloqué a él, mientras caminé al lado de Erëa de regreso al Clan, preguntándome cómo explicaría la presencia de este Templario. Caminamos en silencio hasta adentrarnos nuevamente en lo profundo del bosque, por lo menos una hora de caminata, durante la cual había estado pasando magia al cuerpo del shemlenpara mantenerlo con vida. De repente se me ocurrió curarlo. Si lo curaba él no tendría que venir a mi Clan y yo volvería antes de que el Sol saliera y nadie se enteraría de esta travesura… o imprudencia.
Erëa, entendida como siempre e inteligente como ninguna, agachó su cuerpo y dejó que acostáramos al Templario sobre el suelo. Comencé a curarlo, por lo menos lo suficiente para que pudiera volver al camino y no corriera peligro de morir. Si bien mi magia se centraba en los ataques elementales, pues en estos días todo mago debía saber defenderse, yo tenía facilidad para renovar energías y sanar, era algo que aprendía con rapidez y surgía natural.
Se sucedieron unos minutos cuando el shemlen despertó. Asustado se alejó de mí, pues notó mi magia y se puso de pie con dificultad. - ¡Atrás, apóstata! – dijo titubeante. Yo me puse de pie y extendí mi mano. Él me miró con desconfianza, pero no llevaba arma ni escudo, solo la armadura Templaria. – Solo quiero que me devuelvas mi capa. – le dije. – Te he curado, por si sabes agradecer el uso de magia. Ahora camina hacia tu destino, no morirás esta noche. – le dije. Él pareció perplejo. Se tocó el abdomen y notó que la herida no era fatal como anteriormente.
- ¿Por qué lo has hecho? – preguntó entregándome mi capa. Yo la coloqué sobre mi espalda y la cerré sobre mi cuello.
- ¿Por qué no lo haría? – le dije y monté sobre Erëa. – Agradece a tu Hacedor la casualidad de haberme encontrado, y vive tu vida con la mayor dignidad posible. – él seguía sorprendido.
- ¿Sabes que soy Templario? ¿Sabes cuál es mi trabajo? – preguntó, yo asentí.
- Estás en deuda conmigo: una vida por otra. – le dije. – Tu vida, por la mía, si te parece un trato justo. – el joven shemlen sonrió y me miró intensamente, no supe describir su reacción.
- Me parece justo. – me dijo y tomó mi mano delicadamente, dándome un beso. – Nunca olvidaré este gesto, señorita. – y se alejó.
Aquella fue mi primera experiencia con shemlens, y no la última. Debo agradecer que fue cordial y no desastrosa. Más tarde comprendería que aquella noche todo podría haber terminado en tragedia. Así como también más tarde comprendería que aquel Templario era un joven que se había alejado de la orden para ayudar la causa de los magos, pues en el círculo de Ferelden había encontrado el amor en manos de una maga, y aquella herida había obtenido defendiendo a su amor para que no la convirtieran en Tranquila, lo habían descubierto destruyendo su filacteria, y bueno, terminó en un combate. Pero es otra historia.
Por la mañana yo me encontraba en mi Clan, descendiendo de Erëa mientras nadie sospechaba de mis andanzas nocturnas; nadie excepto Thengal, quien tenía predilección por saber qué hacía.
- ¿De dónde vienes? – preguntó mi amigo al verme llegar con Erëa.
- De una caminata por el bosque, Thengal. – dije sonriendo. – Estuve estrenando mi vallaslin. – él sonrió, aunque sabía que mentía, pues era explorador y había custodiado por la noche.
- Pues si es como dices… - comenzó diciendo y pasando una mano para que la tomara. – Vayamos al arroyo que corre aquí cerca a limpiar tu capa, que tiene sangre. – Yo miré mi capa con sorpresa y encontré restos de sangre. Le sonreí, agradecida por su comprensión, tomé su mano, saludé a Erëa y nos alejamos hacia el arroyo.
Todos sabían que eventualmente Thegal y yo nos uniríamos en La alianza, pues estábamos comprometidos. No sólo éramos amigos desde niños, sino que él estaba perdidamente enamorado de mí, o eso decía Idril, y la verdad era que durante nuestra juventud su complexión había cambiado, su rostro había madurado, y comenzó a atraerme de un modo que antes no lo había hecho. Experimentamos todo cuanto deseábamos con nuestros cuerpos y sensaciones, y compartimos nuestros lechos más de una noche, haciendo el amor y disfrutándonos. Por supuesto que, de esto, nadie sospechaba, no los ancianos al menos. Era un elfo bello, de tez levemente tostada, ojos del color de la miel, cabello marrón oscuro como la ruda corteza de los árboles ancestrales, mandíbula ancha, y un cuerpo trabajado con músculos bien marcados, pues su familia era de guerreros, así que la fuerza la llevaba en su sangre. Sin embargo, muy a pesar de sus padres, había elegido el camino de la exploración, y no era un guerrero en el Clan. Ya había alcanzado la edad adulta, junto con Idril, el año anterior y veneraba a Elgar'nan, entre los dioses creadores.
Corrimos riendo hacia el arroyo donde me ayudó a limpiar mi capa. – Dime, ¿dónde has estado? – me preguntó mientras fregábamos la capa.
- Te lo cuento, pero no te enojes. – le dije con una sonrisa pícara.
- Sabes que nunca harías que me enojara. – me contestó devolviendo la sonrisa.
- Lo sé. – dije y reí, aprovechando la ocasión para tirar un poco de agua sobre su rostro. Me miró con malicia y su mirada penetró mis ojos, y comprendí que, si lo hacía de nuevo, terminaría sumergida en el agua. Reí alegremente y luego me puse seria, desviando la mirada. – Pues… Había decidido estrenar mi vallaslin en un rito que lo charlé con Erëa… Cuando decidimos acampar tan cerca de la carretera… - estaba diciendo y notaba cómo su cuerpo se tensaba a mi lado - … comprendí que era mi única oportunidad de hacer algo intrépido. – lo miré, Thengal estaba serio. - ¿Ves? Ya te has enojado y ni siquiera te he contado. – me quejé.
- Sigue, por favor. – me dijo, conservando su seriedad. Yo dejé escapar aire de mis pulmones a modo de queja, pero sabía que se lo contaría, pues compartíamos todo cuanto hacíamos.
- Bueno. Decidimos caminar por la noche por la carretera para sentir el aire helado sobre nuestros cuerpos.
- ¡¿Has estado sola en la carretera?! – me dijo casi levantando el tono de su voz. - ¡Elentari! Eres inconsciente… - resopló frustrado.
- Y tú un mentiroso, te has enojado. – le dije. Él dejó de lado la capa y tomó mi rostro con ambas manos para decirme lo siguiente.
- Eres imposible, Elentari. Te contaré una cosa, pero promete que no le dirás a tus padres que te he contado esto. Sólo te lo diré para que sepas lo inconsciente de lo que has hecho. - mis ojos curiosos se abrieron un poco más y asentía con mis machetes sobre sus manos. – Nuestro Clan parte hacia un lugar remoto de Ferelden, donde adoran a Andraste con gran devoción. – Thengal soltó mi rostro y yo continué viéndolo con gran curiosidad. - Las guerras entre los shemlen aparentemente han llegado a un punto álgido en el que se está decidiendo el futuro de los magos y cazadores de magos. Quieren que ciertos miembros del clan acudamos a un Cónclave que se celebrará pronto. Istimaethoriel ha decidido que vayas tú como representante, y yo me ofrecí a ser tu guía, pues no dejaré que lo hagas sola. – sonreí. – Idril también solicitó acompañarnos, ya sabes como es ella. Y Mornegil será nuestro guerrero. Esto lo haremos en sigilo y sin ser detectados, pues nuestro clan no ha sido invitado.
- ¿Por qué no me han avisado nada de esto? – pregunté.
- Istimaethoriel no quería que lo supieras hasta ser adulta. – me molestó un poco que no confiara en que superaría el Rito de Adultez.
- Bueno, no te he terminado de contar. – dije, siguiendo con mi relato. – Te enojarás aún más cuando termine. – le dije sonriendo, él rió a mi lado. – Caminé con Erëa por el bosque tupido y por fin encontré la carretera. Llevaba mi bastón, pero como no tenía pensado usarlo, lo dejé sobre el lomo de ella. Dejé que el viento soplara sobre mi rostro y eso era todo cuanto deseaba experimentar. – Thengal me miró algo extrañado, quizás le pareció poca cosa. Yo sonreí. – Ya sabes que yo no he tenido oportunidad de asistir a guerras y luchas – dije empujándolo suavemente por la expresión en su rostro. – Siempre me sobreprotegen.
- Es que tú eres especial. – me contestó. Yo reí.
- Sé que lo soy para ti, pero ¡vamos! Mira que tenerme encerrada todo el tiempo aprendiendo sobre nuestra cultura y mi magia no es exactamente divertido.
- Pero es lo que te corresponde como futura custodia. – me dijo. Yo miré hacia arriba, algo molesta por que me recordara mis obligaciones, las cuales nunca olvidaba.
- De repente, sentí un sonido que se acercaba a mi espalda y adivina qué ¡Un shemlen Templario estaba a mi lado! – dije levantando los brazos y tirando un poco de agua. El rostro de Thengal empalideció y yo reí con ganas al ver su reacción. Lo abracé con ternura y sentí que él me alejaba molesto.
- ¿Te ha hecho daño? – la seriedad en su rostro no era propia de él.
- No, tonto. – le dije. -Verás, resulta que el shemlen estaba herido, así que lo curé. He hicimos un trato justo. Una vida por otra. Yo le devolví su vida, y él me permitió vivir.
Thengal se enojó mucho conmigo. Me llamó egoísta, nunca lo había visto así. Me dijo que no entendía la mitad de las cosas y que no estaba preparada para ser una adulta. Recuerdo que lastimó mi corazón y no comprendí por qué tenían tanto miedo, si el shemlen que había conocido no era como los describían en mi clan. Le rogué que no contara nada, hasta que finalmente accedió de mala gana a guardar mi secreto, pero me dijo que no me recomendaría para ir al Cónclave. Ese día nos enojamos y no nos hablamos por varios días más.
La realidad es que nuestra amistad era mayor que cualquier discusión, así que eventualmente terminamos arreglando el malentendido. Y todo volvió a la normalidad.
Nuestro Clan marchó hacia Ferelden, para asistir a la celebración del Cónclave. Y nuestro grupo fue el elegido para asistir.
La noche anterior al inicio del Clónclave, Deshanna Istimaethoriel nos reunió a todos alrededor de una fogata que habíamos establecido en el bosque donde acamparíamos los siguientes días. Allí estaban mis padres, con sus arcos sobre sus espaldas, y flechas lascivas custodiando a los elfos. Los niños estaban sentados sobre el suelo, en mi clan había ocho niños, era un número interesante, pues en realidad en los últimos años los jóvenes decidían esperar más y más antes de conformar una familia.
Detrás de los niños estaban los recién madurados y sobre troncos los adultos y ancianos. Por debajo de un gran árbol, sobre un tronco de mayor tamaño yacía sentada Deshanna Istimaethoriel, hermosa como el día y cálida como la brisa más suave. Sus cabellos eran de plata, sus ojos grises, tu tez pálida con la valasllin de Mythal y sus dedos largos y delicados, en sintonía clara con la magia de este mundo. Yo estaba a su lado, de pie, con ropas ligeras y mi cabello oscuro suelto, contrastando con mi Custodia.
- Hermanos del Clan Lavellan… - comenzó. – Nuestro pueblo ha sido sometido a los humanos, y traicionado en el pasado, incluso olvidando las hazañas y deseos de Andraste y Shartan. Hemos perdido nuestros saberes ancestrales y nos hemos visto obligados a someternos a los shemlen o, vagar errantes, como orgullosamente lo hemos hecho los elfos dalishanos, Custodios del Saber Perdido. – todos a nuestro alrededor asintieron. – Sin embargo, alguno de nosotros hemos comprendido que la semilla del odio y del rencor no nos llevará a ningún sitio, y hemos decidido que era hora de olvidar viejas historias y comenzar a dialogar con los humanos. – volvieron a asentir algunos, pero esta vez, no todos. – Nuestro Clan no solo se enorgullece de preservar nuestras creencias y de luchar incansablemente por adquirir conocimientos ancestrales, sino que también nos enorgullecemos de interactuar con los humanos y de haber conocido personas de gran corazón y confianza.
Gracias a nuestras interacciones no nos hemos visto apartados de los problemas de los humanos y somos conscientes de las peleas entre Magos y Templarios, afectan a Thedas y hacen derramar lágrimas a nuestra tierra. Hemos sido testigos de las atrocidades a las que han llegado con aquella forma tan represora de accionar y sabemos que ellos se encuentran hoy, buscando un cambio a su propia historia y un comienzo más justo para todos. Para aquellos dotados de magia y aquellos que no. Poco a poco los humanos comienzan a comprender que la magia no se teme, sino que es un don y un regalo. Como lo sabemos nosotros desde el inicio de nuestra propia existencia.
Mañana se celebrará una reunión muy importante entre los humanos, donde se decidirá el futuro de los shemlen. Esto traerá consecuencias para ellos y para nosotros, así como para nuestros hermanos de las elferías. – hubo algunas caras de descontento, pues entre los dalishanos, a veces los elfos de elferías eran considerados débiles y nos avergonzaba que hubieran renunciado a sus saberes ancestrales y olvidado a nuestros dioses Creadores. – Por ello he decidido que un grupo de jóvenes prometedores de nuestro Clan, participe del encuentro y nos traigan información de lo que se decida. – todos se asombraron por sus palabras y se oyeron murmullos. – Nuestra querida Primera, Elentari Lavallen, nuestra bella Reina de las Estrellas, y sus fieles compañeros: Idril, Mornegil y Thengal, asistirán secretamente al Cónclave y nos traerán las buenas nuevas que se decidan los shemlen. – Deshanna Istimaethoriel se puso de pie en su silla y pasó su mano para que la tomara. Yo tomé su mano y caminamos juntas hacia el fuego cálido. Ella representaba el día y yo la noche, y el contraste de nuestros cuerpos era algo envidiado por otros clanes y alabado en el nuestro. Se habían hecho canciones de nuestra belleza y nuestro contraste. Istimaethoriel era una maga poderosa, con gran facilidad para la Entropía, para debilitar al enemigo en el campo de batalla y jugar con su cabeza, yo, por el contrario, tenía velocidad y maestría en el dominio de la magia espiritual, pues me gustaba ayudar a mis aliados y fortalecer sus corazones.
Ambas nos situamos frente al fuego, una frente a la otra, cerramos nuestros ojos y levantamos nuestras manos, esta vez sin tocarnos, modificando la realidad del bosque. Yo manifesté mi aura de color violeta, como el rayo, y ella su aura amarilla como el fuego, hicimos que la fogata ardiera con fuerza, mientras que el Anciano del Clan tiró unas hierbas sobre la fogata que hizo que explotaran pequeñas luces saltarinas a nuestro alrededor: habíamos sellados nuestros destinos. - Que Mythal nos proteja a todos. – dijo Istimaethoriel. Todos estuvieron de acuerdo.
Por la mañana, nos esperaría la asistencia al Cónclave...
