-Nombre de la autora: Maricarmen Bolívar.
-Nombre de la beta: Manue Peralta, Betas FFAD.
-Categoría: Virgen.
-Nombre del OS: Verano Inolvidable.
-Summary: Dicen que el primer amor nunca se olvida, y estoy segura que Edward Cullen nunca desaparecerá de mi vida. Hace cinco años, en este mismo muelle, lo conocí, y desde ese momento supe que ya nada sería lo mismo.
-Disclaimer: Todos los personajes pertenecer a Stephanie Meyer. La historia sí es completamente mía.
Capítulo beteadopor Manue Peralta, Betas FFAD; www facebook com / groups / betasffaddiction.
Verano inolvidable
Dicen que el primer amor nunca se olvida, y estoy segura que Edward Cullen nunca desaparecerá de mi vida. Hace cinco años, en este mismo muelle, lo conocí, y desde ese momento supe que ya nada sería lo mismo.
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Estaba en mis vacaciones de verano. Viajé a California con tal de pasar unos días con mi mejor amigo Jake y Charlie, mi padre, puesto que hace mucho no salíamos de Forks.
Un viernes por la tarde me encontraba en la playa, me dirigí hacia el muelle, quería estar sola, respirar el aire puro de la tarde y ver cómo se ocultaba el sol.
Últimamente me sentía distraída, ya había terminado la escuela y pronto entraría a la universidad, en la NYU para ser exactos; estudiaría Literatura Inglesa, tendría mi departamento y viviría sola.
Lo sé, suena emocionante, sin embargo, algo me aterraba. Nunca encajé en ningún lugar, ni siquiera en mi escuela de Forks. Siempre estuve sola, excepto por Jake, mi mejor amigo.
No quería seguir siendo Isabella la tímida. Deseaba no estar sola y que nadie nunca me tomara en cuenta. Trepé a la barandilla con el objetivo de observar mejor la manera en que las olas colisionaban contra el muelle.
Olvidé que soy muy descoordinada y me resbalé de la barandilla. Cerré los ojos, aguardando el duro impacto con el agua.
En lugar de eso, unas fuertes manos me detuvieron, tomándome por la cintura y halándome hasta que pudiera poner los pies en el muelle.
Me enredé igualmente y caí encima de él, nuestras miradas se cruzaron y sentí una corriente eléctrica viajar por todo mi cuerpo.
Me levanté rápidamente y él también lo hizo; me quedé perpleja con quien estaba frente a mí. Era un muchacho más o menos de mi edad, alto, tez blanca, un poco desgarbado, ojos verdes y cabello color cobrizo hermosamente despeinado.
Me tomó de la mano y sentí cómo esa corriente eléctrica se concentró en nuestras palmas.
―Sea cual sea tu problema no tienes por qué acabar con tu vida ―dice él todavía viéndome a los ojos.
Me revuelvo. ―Lo siento. No trataba de saltar, fue un accidente.
Él suelta mi mano y a continuación, pasa las suyas por su cabello cobrizo. ―Disculpa, no quise malinterpretar las cosas ―declara en un tono apagado.
―No, no es tu culpa. ―Me echo a reír. Ofreciéndole mi mano digo―: Gracias por ayudarme. Me llamo Isabella Swan, mucho gusto.
Sonríe y toma mi mano. ―Encantado de conocerte, Isabella. Me llamo Edward Cullen.
Rio y él se queda viéndome fijamente. Ninguno suelta el agarre de nuestras manos. Me percato de ello y me deshago de él. Edward también se ríe.
―¿Eres de por aquí? ―cuestiona.
―No, la verdad estoy de vacaciones con mi familia. ¿Tú sí?
―Tampoco lo soy, vengo de Arizona.
―Qué bien ―exclamo sonriendo.
―¿De dónde vienes, Bella? Disculpa el diminutivo.
Me ruborizo. ―Vengo de Washington, Forks para ser exactos. Y gracias por el diminutivo, me fastidia que me digan Isabella todo el tiempo.
―Bella. Sí, Bella me gusta ―dice en un tono muy dulce. Yo me ruborizo más de la cuenta.
―¿Qué te parece caminar por la playa? ¿O estás ocupado? ―propongo desviando la mirada a otro lado que no sea su hermoso rostro.
―Claro, vamos ―acepta con una sonrisa torcida que hace que todo dentro de mí de vueltas. Caminamos en silencio, hasta que bajamos de los escalones del muelle.
―¿Te quedas cerca de aquí? ―inquiero tímidamente.
―Sí, en esa casa blanca ―revela apuntando con el dedo.
Yo me sorprendo, pues es la casa justo al lado de donde me estoy quedando.
―Qué bien, somos vecinos.
Él se muestra sorprendido. ―Eso está muy bien.
Seguimos caminado por la playa hablando de todo un poco, le cuento de mi vida tan insignificante comparada con la suya.
Vive en Arizona, se acaba de graduar de la escuela y es el menor de cuatro hermanos, con los cuales vino junto con sus padres. También me contó que toca el piano y estudiará en una de las mejores universidades de Chicago para ser doctor.
Cuando nos damos de cuenta ya se ha hecho de noche y estamos alejados de todas las personas que transitaban por la playa.
Me levanto y sacudo la arena de los pantaloncillos.
―Creo que es mejor que entre a casa, papá debe de estar preguntando por mí.
Él también se levanta.
―Está bien, yo también tengo que entrar a casa. ―Caminamos en silencio hasta llegar.
―Bueno, que tengas linda noche ―digo.
Él levanta la cara. ―¿Volveremos a vernos, Bella? ―susurra en tono bajo.
―Claro, Edward ―exclamo muy entusiasmada―. Nos vemos mañana en el muelle.
―De acuerdo ―accede, al parecer más entusiasmado que yo.
―Bueno, hasta mañana.
Él me ve fijamente a los ojos, se acerca y planta un beso en mi mejilla. ―Hasta mañana, mi Bella.
No digo nada y entro a la casa, ni siquiera soy capaz de voltearme. Corro a mi cuarto, ubicado en la segunda planta, y me lanzo en la cama. He conocido al chico perfecto. No paro de reírme, por lo que cubro mi cara con mis manos.
Me levanto de la cama de un tirón y observo por la ventana la casa de Edward, hay una habitación frente a mí, así que espío un poco y ahí está él, de pie, sonriendo y agitando su mano en forma de saludo.
Me estremezco y me ruborizo al instante. Le repito el gesto de saludo. Luego doy media vuelta y bajo a la sala de estar, donde encuentro a Jake con la mirada fija en su celular.
―¿Dónde has estado todo el día, Isabella?
―Por allí y por allá ―expreso con Edward todavía rondándome la cabeza.
Levanta la mirada. ―Te vi con un muchacho.
―¿En serio? Digo, se llama Edward.
―Me parece bien ―expone en tono frío.
Ruedo los ojos. ―Puedes escribirle a tu novia más tarde, necesito a mi mejor amigo conmigo. ―Él se ríe y arroja el celular en el mueble.
―¿Qué necesita mi mejor amiga? ―Me acerco a él y me siento en el piso.
―Este muchacho que conocí, bueno, creo...que me gusta ―explico agachando la cabeza.
Jake se ríe.
―¿Tú, Isabella Swan, gustando de un chico? ―Ruedo los ojos.
―Los milagros sí existen. ―Ambos estallamos en carcajadas―. No, es enserio, Jake. Él me gusta.
―Bella, ¿cómo te puede gustar alguien en tan solo un día? ―cuestiona Jake burlándose.
Yo resoplo. ―¿Estás familiarizado con la sensación de que, cuando conoces a esa persona, todo se vuelve diferente? Su voz, su aspecto, hasta la manera en que huele te hace andar en las nubes. Pues hoy me sentí así.
Me levanto y corro hacia mi habitación.
Al llegar, apago la luz y me acuesto en mi cama sin cambiarme, al poco rato me quedo dormida.
A la mañana siguiente me despierto muy rápido y caigo al suelo. Veo el reloj de la habitación y marca las nueve. Me apresuro hacia el baño a darme una ducha, lavo mi cabello con mi shampoo olor a fresas y me relajo. Salgo del baño y me visto con unos shorts, camiseta blanca y mis sandalias blancas. Dejo mi cabello suelto, ya que todavía se encuentra húmedo. Desciendo a la cocina y encuentro a mi padre desayunando.
―Hola, hija. Ayer no tuvimos oportunidad de conversar, ¿qué tal la playa? ―interroga dándole un sorbo a su café.
―Todo bien, papá. ―Tomo un poco de jugo y salgo de casa.
Me siento en las escaleras del porche. La única forma de que papá salga de "vacaciones" es por negocios, no viajamos desde que murió mi mamá.
Me levanto y veo a alguien parado detrás de mí. Es Jake.
―¿Qué quieres? ―gruño.
―Alguien despertó de mal humor.
―Pues sí ―digo sacando la lengua.
Jake me ve divertido. ―En ese caso, yo sé cómo hacerte sonreír.
A continuación, me carga en sus hombros y empieza a darme vueltas a toda velocidad por la playa, me tira en la arena y me hace cosquillas hasta que no puedo respirar.
Cuando me levanto diviso a Edward. Se dirige hacia mí con esa sonrisa torcida suya.
―Pensé que nos veríamos en el muelle.
―Y es así ―manifiesto con mucha energía. Ignoro a Jake y me dispongo a caminar con Edward.
―¿Y ese muchacho? ―curiosea.
―Tan solo es mi mejor amigo.
Suspira. ―Bueno, ¿qué quieres hacer hoy? ―consulta viéndome fijamente.
Me encojo de hombros.
―Lo que tú desees hacer hoy ―digo ruborizándome un poco.
Mira su reloj. ―¿Qué tal si nos sentamos a platicar un poco y después te llevo a almorzar? ―Sonrío.
―Está bien ―cedo. Edward sonríe pero no dice nada.
Caminamos por la playa y a medida que avanzamos, descubrimos que nos gusta la misma música clásica, somos amantes de los libros, nos gustan las películas viejas y amamos la poesía.
Estoy analizando toda esta información cuando él me saca de mis pensamientos.
―Sabes, Bella, me encanta estar contigo ―dice viéndome a los ojos.
Titubeo pero le respondo: ―A mí también me gusta estar contigo, Edward. ―Me toma de la mano, pero rápidamente la suelta. Ambos permanecemos en silencio por un rato.
―Ven, vamos a comer. ―Asiento y continuamos caminando, cada quien con sus pensamientos. Llegamos a una feria de comida, había muchas personas ahí.
Edward me toma de la mano para que no me pierda. Nos sentamos en una mesa en la esquina y tomamos los pequeños menús. Lo miro detalladamente hasta que llega un chico a tomar nuestra orden. Edward me hace señas de que ordene primero.
―Quiero una hamburguesa con queso, una ración de papas fritas y una merengada de fresa.
El chico anota en su libreta. Ahora es el turno de Edward.
―Quiero lo mismo que la señorita, excepto por la merengada de fresa. Prefiero una de chocolate. ―El chico asiente y se va.
Ubico mis manos encima de la mesa y Edward también lo hace.
―Me gusta cuando sonríes ―musito pensando en voz alta. Él se impresiona y yo me pongo más roja de lo normal.
―A mí me encanta cuando te sonrojas. ―No digo nada. Nos quedamos absortos el uno con el otro. Cuando me doy cuenta, nuestras manos están juntas.
No supe cuando sucedió. Él se percata de nuestras manos unidas y se ríe, sin soltarme. Yo tampoco lo hago. Llega nuestro pedido y sí tuvimos que alejarnos.
Comenzamos a comer en silencio. Aún no lograba entender cómo un chico tan perfecto podía estar en frente de mí en estos momentos, y no creo que esté exagerando, es el chico más amable, cariñoso y cortés que he conocido.
Terminamos de comer en silencio. Él pagó la cuenta y me toma de la mano. No protesto. Caminamos en silencio hasta la playa; me había quitado las sandalias y las sostenía en la mano, al igual que él.
Nos acercamos al agua y una pequeña ola llegó a nuestros pies.
―Me gustas mucho, Bella ―dice el viendo hacia el mar. Yo aprieto su mano inconscientemente.
―Tú también me gustas, Edward ―manifiesto en voz baja.
Me da un giro y quedamos frente a frente. Nuestros ojos nunca apartan la mirada. Nos hallamos a menos de quince centímetros del uno al otro, estamos a punto de besarnos pero hay algo que me frena y no sé qué es. Él nota mi reacción y me da un beso en la frente, se separa de mí y me ve fijamente a los ojos, yo hago lo mismo, y así nos estuvimos por un buen rato.
He escuchado por ahí que el primer beso que se le da a una persona no es con los labios, sino con la mirada.
Me gusta Edward y sé que él también gusta de mí, no obstante, no sé qué podría pasar de aquí en adelante.
En la tarde regresamos al muelle, seguíamos en silencio; me doy vuelta para hablar con él, pero se me adelanta.
―Te invito a cenar hoy con mi familia a las siete ―dice viendo cómo rompen las olas en el muelle. Yo no digo nada―. Dime que sí, por favor.
Me acerco a él y tomo su mano.
―De acuerdo, ahí estaré. ―Edward me da un abrazo corto y yo se lo correspondo. Nos quedamos así por varios segundos y después me suelta.
Caminamos a nuestras casas tomados de la mano, sin decir una palabra; los silencios entre nosotros no eran incómodos.
―Nos vemos dentro de un rato.
―Está bien.
Entro a la casa y encuentro a Jake hablando por teléfono. Me hace señas de que le espere unos minutos, pero no tengo tiempo, en una hora conoceré a la familia de Edward.
Subo las escaleras apresurada y lo primero que hago es cerrar la ventana, no quiero que Edward me vea tan emocionada. Brinco de aquí para allá pensado en qué me pondré.
Saco mi maleta y me decido por unas sandalias negras, una bermuda blanca y una blusa azul rey. Dejo todo en la cama y tomo mi toalla para darme un baño.
Corro al baño y me doy una ducha rápida. Salgo envuelta en mi toalla, entro a mi recámara y me visto. Rápidamente me trenzo el cabello y me observo en el espejo. Bueno, estoy presentable, digo sonriéndome a mí misma.
Bajo las escaleras y Jake todavía sigue hablando por teléfono. Me siento en el sofá y veo el reloj: 6:30 de la tarde. Todavía me restan media hora.
Jake se aleja y va a la cocina. Lo ignoro y trato de relajarme. A las 6:50 salgo de la casa. Respiro profundo. Solo voy al lado de mi casa, no tengo de qué preocuparme.
Subo la escalinata del porche y cuando estoy a punto de tocar el timbre, Edward sale.
―¿Qué haces parada ahí? Ven, pasa.
Me abre la puerta y entro la casa. Es igual a la que me estoy quedando. Me toma de la mano y en la sala están sentados al parecer sus hermanos, me quedo impresionada, todos son diferentes pero una con una misma belleza que los une a todos.
En ese instante viene bajando las escaleras su padre y también me impresiono. Genes perfectos, pienso para mis adentros.
―Ella es Bella. ―Me presenta Edward sin titubear―. Bella, ellos son mis hermanos y mi padre.
Su padre se acerca a mí. ―Mucho gusto, Bella. Me llamo Carlisle ―dice extendiendo la mano. Yo se la acepto.
―Mucho gusto, señor.
Los hermanos de Edward se acercan a mí y me saludan tendiéndome la mano. Sus nombres son Emmett, Jasper, Rosalie y Alice.
Cuando ya me he relajado un poco, de la cocina sale una mujer muy hermosa que reconozco como la mamá de Edward.
―Hola, cariño. ―Me saluda―. Mucho gusto, soy Esme. Edward me ha hablado mucho de ti.
Yo le sonrío a Edward.
―Bueno, pasemos a cenar ―indica y así lo hacemos. Ya en la mesa, las preguntas abundan. Esme me pregunta de dónde soy y qué edad tengo. Las bromas no tardan en llegar y noto que Edward es igual a su familia.
Terminamos de cenar y su madre nos sirve el postre: tartaletas de fresas con chocolate. Edward me toma de la mano bajo de la mesa y me sonrojo; comemos el postre y después nos levantamos.
Al poco rato me despido de su familia y Edward me acompaña hasta afuera.
―Maravillosa cena, gracias por invitarme ―digo bajando la voz.
Él me toma del mentón y me acaricia la mejilla.
―Tú hiciste que fuera maravillosa. ―Se acerca y me da un beso en la frente.
―Nos vemos mañana ―digo a lo que él asiente. Estoy a punto de entrar a casa cuando lo escucho todavía detrás de mí.
―Te quiero, Bella ―declara.
Me doy de vuelta y voy hacia él y lo abrazo; su cuerpo es cálido.
―Te quiero, mi Bella ―me repite Edward al oído.
―Yo también te quiero, Edward.
Me deshago de nuestro agarre y entro a la casa. Me conduzco a mi cuarto y me cambio rápidamente, me tiro en la cama todavía emocionada, no puedo creer que le dijera a Edward que lo quería.
A la mañana siguiente me di un baño, me vestí con un short y una camiseta verde. Bajé y no encontré a nadie, así que salí de la casa y ahí estaba él. Me sonrió.
―Hoy te levantaste tarde. ―Me fijo en mi reloj y en efecto, son las 11:00 am.
―Tuve problemas para dormir ―musito disculpándome y en realidad es así, no tuve sueño en toda la noche.
―Tranquila, Bella ―dice tomándome de la mano.
Nos sentamos en la playa, muy cerca el uno al otro, y me doy cuenta que Edward tiene una cámara en sus manos.
―Bella, quisiera que todos estoy días que vamos a estar juntos tenga un recuerdo, una fotografía, si no te molesta ―explica viéndome fijamente.
Sonrío y le quito la cámara de las manos, la enciendo y le tomo una foto.
―Esta es la primera ―digo riéndome.
Edward me quita la cámara y me toma una foto. Saco la lengua para la misma y él se ríe. Luego me acerco a él y le doy un beso en la mejilla para que tome otra fotografía. Momentos después todas las fotos se vuelven de todos los ángulos: riéndonos viendo al mar, parados, sentados.
Me acerco a él, tomo su mano con la mía y le tomo una foto. Después de tomar la foto, se levanta y me toma de la mano.
―Ven, vamos a comer. ―Asiento.
Caminamos en silencio hasta el mismo lugar donde comimos ayer, pedimos lo mismo y continuamos tomándonos fotografías. Debo admitir que nunca me gustaron, pero con él es diferente.
Pasamos la tarde en la playa, hablando de todo un poco; de vez en cuando nos quedábamos callados, contemplándonos mutuamente.
Se hizo de noche, nos encontrábamos en el muelle tomados de la mano, viendo el viejo faro a lo lejos.
Me acerco a Edward y él me estrecha en sus brazos, permanecemos en esa posición largo rato; cada cierto tiempo planta pequeños besos sobre mi cabello. Levanto mi cara y le observo. Él también lo hace, pero no se queda ahí, sino que se va acercando lentamente a mí; sé lo que trata de hacer, está intentando darme un beso. Todo dentro de mí reacciona, así que me acerco un poco y antes de lo esperado nuestros labios están unidos y creando un beso tierno y puro, en los que no existen las palabras.
Él me hacía sentir de una manera muy diferente y eso me gustaba. Nos separamos cuando ambos quedamos sin aire, juntando nuestras frentes.
Mantenía mis ojos cerrados, pero sabía que él me estaba observando. Esta vez fui yo quien tomó la iniciativa, lo agarré de la cara y acerqué nuestros labios; el beso era simplemente perfecto. Me separé de él y Edward procedió a abrazarme.
Caminamos hacia nuestras casas en silencio. Cuando estuvimos en frente de mi puerta, me di la vuelta y me sonrió, yo hice lo mismo y entré.
Subí a mi cuarto y me senté en la cama, no podía creer que lo haya besado. Me acuesto y cierro los ojos, sé que suena loco, pero una parte de mí podría decir que lo amaba. Pongo mis manos sobre mi cara y suspiro; estaba segura de que amaba a Edward.
Teníamos tres meses de vacaciones así que la disfrutábamos juntos. Todo iba de maravilla: en la mañana una que otra caminata, por las tardes en el muelle conversando de todo un poco y en las noches, la pasábamos en mi casa, cenando, o en casa de él; no teníamos una rutina fija.
Todos los días hacíamos cosas diferentes, las fotos nunca faltaban, Edward nunca dejaba esa cámara.
Pero, pasados dos meses de nuestras hermosas vacaciones, algo empezó a cambiar, Edward siempre se notaba molesto o estresado y eso también me afectaba a mí.
Era de noche y nos hallábamos sentados en la playa, conversando sobre cómo el tiempo pasaba tan rápido, cuando de repente se molestó.
―¿Por qué siempre tienes que hablar de tiempo? ¿No ves que nuestras vacaciones pronto llegarán a su fin? ―dijo casi gritándome.
Me levanté y me di media vuelta dispuesta a alejarme de él, pero Edward me lo impidió tomándome del brazo.
―Lo siento mucho, Bella, es que…no sé qué hacer. ―No le respondí. No quería verlo. Amaba al Edward tierno, no a este Edward frustrado y molesto―. Mírame, Bella ―suplica.
Lo veo y él estampa sus labios con los míos. Pega su frente de la mía y dice: ―Te amo, Bella. ―Yo me sorprendo enormemente. En los dos meses que tenemos, Edward nunca me había dicho eso. Él ve mi reacción y se explica: ―Lo sé. Sé que puede sonar tonto pues hace poco que nos conocemos, pero esto ha sido lo mejor. Te amo, Bella. Eres mi vida, y nunca lo negaré.
Me reservo las palabras y en su lugar lo beso. Él me alza y yo enredo mis piernas en su cintura. Me separo y lo abrazo.
―Yo también te amo ―expreso.
Puedo escuchar su melodiosa risa. Nos quedamos así hasta que me lleva hasta el porche de la casa; hoy no hay nadie, Jake salió a una cita y papá llegará tarde. Me bajo de él y lo veo a los ojos.
―No quiero que suene con otra intención pero, ¿te quedarías a dormir conmigo? ―Edward lo piensa―. Mejor olvídalo, Edward, fue algo tonto de mi parte ―asevero más roja de lo normal y golpeándome internamente por llegar a pedirle eso.
Él sonríe y niega con la cabeza. ―Dame cinco minutos. ―Sale corriendo en dirección a su casa y a los pocos minutos viene con un bolsito y una manta bajo su brazo. Se acerca a mí―. Listo, mi Bella. ―Me rio y pasamos a la casa, subimos las escaleras hasta mi cuarto. Cierro la puerta detrás de mí mientras él deja sus cosas en una pequeña silla.
Yo me senté en la cama y él también lo hizo. Al parecer ambos nos encontrábamos nerviosos. Me acosté de un lado y él me imitó. Parecíamos dos desconocidos, y creo que en verdad lo éramos.
No obstante, podía sentir que él estaba hecho para mí. Momentos después, me pegó a su pecho y empezó a acariciarme el pelo. Yo me estaba quedando dormida. Me di vuelta, quedando frente a él, nuestras miradas nunca se apartaron; lo abracé y de pronto caí en un profundo sueño.
Cuando me desperté, sentí a alguien a mi lado. Efectivamente era él, se veía perfecto hasta cuando dormía. Me levanté con cuidado, con tal de no despertarlo. Sin embargo, cuando estoy por salir de la cama unos brazos me toman muy fuerte y me retorna a mi lugar. Estallo en carcajadas y él abre los ojos.
―Buenos días. ―Saluda dándome un beso en los labios.
El mes transcurrió y solo nos restaban tres días juntos. Desde esa noche Edward siempre se quedaba a dormir conmigo. Además salíamos y nos divertíamos; puedo decir que todo había sido perfecto junto a él.
Pero ahora debíamos enfrentar la dura realidad, tendríamos que separarnos esta noche. Edward y yo hablaríamos sobre eso. Salgo de la casa y él se encuentra afuera, esperándome.
―Ven, vayamos al muelle. ―Lo sigo sin decir una palabra. Cuando llegamos allí me siento en el piso de madera y él también lo hace.
―Entonces… ¿Qué haremos? ―pregunto huyéndole a su mirada penetrante. Él respira profundo y pasa rápidamente sus manos por su cabello.
―No lo sé, Bella. ―Me toma de las manos―. Lo único que sé es que no quiero dejarte.
―Yo tampoco quiero dejarte, Edward ―digo casi en un sollozo. Él tira de mí y me siento en su regazo; empiezo a llorar, no podía retener mis lágrimas ni un día más.
Al poco rato me calmo y seco mis lágrimas, veo que él también se las seca.
―Y bien, dime qué haremos ―repito.
Él me mira. ―No sé lo que haremos, Bella, pero quiero que me prometas algo.
―Con gusto ―respondo expectante.
Coloca su mano en mi mejilla y empieza a acariciarla. ―Quiero que me prometas que, pase lo que pase, trataremos de estar juntos. ―Asiento―. También quiero que me prometas que, cada año, en vacaciones, regresaremos acá sin falta; si alguno de los dos no retorna, esta relación se dará por terminada y haremos como si nunca nos hubiéramos conocido ―dice esto último con los ojos llorosos.
―Te lo prometo. Aquí estaré sin falta ―sollozo.
Me abraza y así nos permanecemos hasta casi quedarnos dormidos.
Vamos a mi casa, sin embargo esta noche él decide no quedarse. No protesté, pues quiero esta noche solo para mí y pensar las cosas.
A la mañana siguiente salí en busca de Edward, pero no lo encontré en ningún lado. Me conduje hasta su casa y le pregunté a su madre, Esme, pero me dijo que salió desde temprano.
Me regresé hasta mi casa enojada, subí a mi cuarto y lloré como nunca antes lo había hecho. Al final me quedé dormida, para cuando me desperté el sol se había ocultado.
Salí corriendo con la esperanza de encontrarlo en el muelle, y no me equivoqué. Caminé hacia él, se dio la vuelta y su mirada era fría, sus ojos estaban hinchados, al parecer de tanto llorar.
Llegué a su lado y me abrazó fuerte. Quería reclamarle, pero todo eso se desvaneció. Mañana nos iríamos, y no deseaba pensar que esto se acababa aquí. Estuvimos en silencio hasta que me separó de su cuerpo.
Extrae algo de su bolsillo, eran dos sobres. Me los extiende.
―Quiero que tengas esto ―dijo en tono frío.
Los tomé en mis manos desconociendo su contenido. Él se pudo imaginar mi pregunta no formulada porque contestó:
―En el primer sobre hay una carta, quiero que la leas cuando vengas el próximo verano.
―¿Por qué me la estás dando ahora? ―pregunto un poco sorprendida.
―Solo quiero que la tengas, ¿sí?
―Está bien ―acepto rodando los ojos.
―Y en la otra hay algo que quiero que abras cuando estés en Nueva York. Es una parte de los dos ―explica, esta vez con un tono más dulce.
Asiento.
Me toma en sus brazos y me abraza, lo siento como si fuera el último y no quiero pensar eso. Edward se ha convertido en todo para mí.
Me acuerdo que anoté mi número y dirección de Nueva York, también mi correo electrónico, en un papel, lo saco de mi bolsillo y se lo entrego.
―Ten, por si alguna vez quieres visitarme o escribir.
Lo toma y lo pega a su pecho. ―Lo cuidaré con mi vida.
Yo me rio de esto y él aprovecha y me besa.
Estuvimos hablando toda la noche, no queríamos ni podíamos despedirnos. Fuimos a nuestras casas cuando el alba ya se asomaba.
Ya había hecho mi maleta con anterioridad, así que me di una ducha caliente, lavé mi pelo para relajarme y no llorar. Me vestí con un jean negro, blusa azul rey y mis tenis negros. Dejé mi cabello de un lado y me puse mis lentes negros, con tal de que no percibieran la hinchazón en mis ojos.
Bajé a la sala y allí se hallaban mi papá y Jake, quienes acordaban con el chofer para que nos recogiera. Las lágrimas comenzaron a derramarse y me precipité fuera de la casa. Edward estaba en frente. Corrí hacia él y le salté encima; él me sostuvo y me abrazó intensamente. Empecé a llorar más fuerte, podía sentir cómo el pecho de Edward retenía los sollozos.
En un buen rato no quise ni pude bajarme de él. Llegó nuestro chofer y papá y Jake salieron con todas las maletas, se sorprendieron al verme en ese estado pero no dijeron nada.
La familia de Edward salió a despedirse de mí, solo ahí me separé de Edward. Esme me dio un dulce abrazo. ¿Cómo pude encariñarme tanto con esta mujer? Talvez porque se parecía de cierta forma a mi madre.
Mi papá y Jake aguardaban dentro del auto, me acerqué a Edward y él me besó como si nadie nos estuviera observando, luego nos abrazamos muy fuerte.
―¿Cuándo te irás tú? ―inquirí.
Se encogió de hombros. ―En un par de minutos, no te preocupes. Te amo, Bella ―dijo llorando.
―Yo también te amo, Edward.
Lo besé y lo abracé rápidamente, luego corrí al auto, me monté y cerré de un portazo. No quise ver atrás. Debía seguir adelante, y tenía la esperanza de que Edward me escribiría.
Todo el viaje me la pasé llorando. Ni Charlie ni Jake decían nada, y era mejor, quería llorar sola.
.
Ahora me encuentro donde empezó, en un simple muelle de una simple playa de California.
Como prometí he venido todos los veranos desde hace cinco años, y en todo ese tiempo no he sabido nada de él. Incluso pronunciar su nombre me duele.
Nunca escribió, nunca llamó, y mucho menos me visitó. Pero mi vida en la universidad me ayudó a sobrellevar las cosas.
Hice muchos amigos, salía y me divertía, pero nunca volví a ser llamada Bella. En ningún momento le hablé a alguien sobre él, y Jake nunca volvió a preguntarme qué había pasado.
Hace poco que me gradué de la universidad y estoy trabajando en una de las mejores editoriales del país. Todavía vivo en Nueva York y creo que estoy bien, tan solo me llegan los recuerdos de lo que un día fue.
El sobre que me entregó y pidió que lo abriera en Nueva York contenía todas nuestras fotografías. En aquel tiempo suspiraba cada vez que las veía, más ahora solo me provocan un nudo en la garganta.
El primer verano en que vine esperé todo el día en el muelle y él nunca apareció. Ese día abrí la carta y ésta afirmaba que me amaba y muchas mentiras más, porque eso eran sus palabras, puras mentiras.
En todo ese verano lloré desconsoladamente. No sé por qué todavía vengo, creo que tengo la esperanza de que vuelva.
Hoy es el primer día de verano y estoy como siempre en el muelle, hace rato que empecé a llorar y no he podido parar.
Este será el último verano que regrese. Aún mantengo su promesa en mi cabeza y sus palabras tan explícitas de que si alguno de los dos no retornaba, la relación estaba por terminada.
Qué estupidez. Yo todavía no acepto que esto se acabó.
El sol se está ocultando y las olas chocan más fuerte contra el muelle.
Respiro profundo.
Estoy a punto de derramar unas cuantas lágrimas más cuando algo me detiene.
Puedo sentir a alguien detrás de mí. No es cualquier persona. Reconozco que ha pasado mucho tiempo, pero no me puedo equivocar.
―Hola, Bella. ―Escucho detrás de mí esa voz. Está un poco más profunda de como la recuerdo, pero es él.
Como puedo me doy la vuelta y lo veo. Es él. Ojos verdes con mirada penetrante. Ya no está con el cuerpo desgarbado, pero sí su inconfundible pelo cobrizo hermosamente despeinado.
No puedo articular palabra. Él no se acerca, me estudia con esa mirada penetrante tan suya. Yo estoy empezando a sudar y mi corazón quiere salir por mi boca. Abro la boca y digo:
―Hola, Edward.
¿FIN?
