Dolor.

Siempre, desde que tengo uso de razón, el dolor me ha acompañado en este oscuro abismo con forma de una habitación con rejas mugrientas al que llamaba casa.

Todos los días ellos me obligan a hacer pruebas tanto físicas como psicológicas , si lo hacía bien, podía retirarme a mi celda para descansar y esperar para que horas después tuviese otras sesiones de agonía sin descanso. Si no cumplía con sus expectativas, era duramente castigada, prueba de ello son varias de las cicatrices que adornan mi cuerpo.

Casi se podría decir que me había acostumbrado a aquella "vida".

Pero… un día, todo cambió.

Entraron en mi celda y me llevaron literalmente arrastras hasta lo que sería la sala de operaciones de aquella base.

Me tumbaron sobre una camilla de sabanas que antaño debían ser blancas ahora color marfil. Nunca se me permitía hablar a no ser que ellos me dieran permiso, pero me aterrorizaba el comportamiento de mis captores, iban apresurados, demasiado, y aún no me habían insultado, y eso no era normal.

-¿Qué es lo que ocurre?- llegué a preguntar con voz queda. Los "doctores" dejaron lo que estaban haciendo y me miraron con ira en sus ojos. El que parecía el jefe de la que iba a ser mi inminente intervención se giró hacia uno de mis instructores con los que entrenaba artes marciales y le dijo que había hablado. Rápidamente el se acercó a mí y me abofeteó tan fuerte como pudo.

-¡No vuelvas a abrir esa asquerosa boca, zorra!- Y salió de la habitación. Me inmovilizaron y me inyectaron suero. Lo último que llegué a ver antes de sumirme en ese torbellino de oscuridad, fue un ser, de color azul, realmente extraño, alto y esbelto a su manera hermoso que estaba colocado a mi lado en una urna llena de un líquido azul claro, el humanoide tenía una especie de cordón umbilical artificial y estaba totalmente dormido. "¿Qué pretenderán hacer con este ser?"… y luego oscuridad.