Nota de Autor: Hola! Nueva historia y espero que les guste. Está dividida en cuatro partes, cada una narrada desde la perspectiva de uno de los protagonistas, en este orden: Rue, Peeta, Snow y Katniss. Si les gusta o no, me encantaría leer sus opiniones. Un beso!


Nuestra Señora de Panem

Inspirado en la novela "Nuestra Señora de París" escrita por Victor Hugo,
y la adaptación al cine "El Jorobado de Notre Dame" de Disney.

Resumen: Rue es la encargada de las campanas de la catedral de Notre Dame, una chica solitaria con una cicatriz deformante en su rostro. Criada por el misógeno y racista Ministro de Justicia, Coriolanus Snow, ha crecido convencida que no es merecedora de recibir amor. Pero una escapada al Festival de Bufones la llevará a conocer a una bailarina de ojos plateados quien le abrirá los ojos al mundo afuera de la catedral. Primera parte de Nuestra Señora de Panem, escrito originalmente para Prompts in Panem, día cuatro: verde.

Advertencia: Esta historia contiene violencia, muerte de un personaje principal, contenido sexual y abuso sexual. También trata sobre temas relacionados con LGBT, racismo y cultura de la violación (fenómeno de normalizar el abuso y culpar a las víctimas en vez de a los victimarios).


Part 1: Rue, la campanera solitaria.

El sol se levanta y yo también. Ya casi es hora para la primera campanada del día por lo que necesito apurarme si no quiero llegar tarde. Y no puedo llegar tarde.

Tomo un atajo por el tejado de la catedral, deslizándome entre la gárgolas y saludándolas a mi paso. —Hola, Thresh—le digo a la grande con expresión seria. —Hola, Chad—le digo a la manca que parece sonreírme con picardía. —Hola, Seeder—le digo a la que tiene bellos ojos, casi femeninos.

Llego a la torre del campanario con suficiente tiempo para observar el amanecer. Los colores en el cielo y el aire frío y fresco hacen que mi corazón se hinche. Nuestra hermosa ciudad de Panem, una cara familiar, aunque desconocida en tantas formas. Porque, pese a haber visto el mismo paisaje por los 17 años de mi vida, nunca he dejado la catedral.

Suspiro y me giro hacia la campanas. Me gusta tocar la campanadas. Siento que es mi forma de comunicarme con el resto del mundo, incluso si nunca nos hemos conocido realmente. Porque, aunque ninguno de los ciudadanos de Panem saben de mi existencia, ellos viven dirigidos por el ritmo de mis campanadas. Se despiertan con la primera del día, van a trabajar con la segunda, saben que es hora de almorzar para cuando la quinta suena, y es la última campanada la que marca la hora de ir a dormir para los piadosos.

Una vez que la música de cuatro notas se disipa en el despertar de la ciudad, regreso a mi habitación. Ya no puedo utilizar mi atajo a esta hora porque alguien podría verme, pero igualmente evito toparme con el resto de las personas de la catedral. Me han dicho que nadie quiere verme, lo que es comprensible considerando mi horrible apariencia. Mi maestro, el benevolente Ministro de Justicia Coriolanus Snow, es el único que se atreve a ver mi asqueroso rostro. En una ocasión me dijo que temía que la gente pensara que la enorme y deformante cicatriz sobre mi frente y ojo izquierdo era una marca del diablo y que pidieran mi ejecución en la hoguera.

Para cuando llego a mis habitaciones, ya es hora de comer así que preparo la mesa y ordeno un poco el lugar. Un suave gorjeo me distrae de mis deberes y corro a la ventana. Un pequeño pájaro tiene su diminuta pata atrapada en el borde de la ventana. Me acerco lentamente, mis manos visibles hasta que aprenda a confiar en mí y deje de intentar escapar. Sonrío mientras acaricio las suaves plumas de su lomo. Luego, rápida y cuidadosamente lo suelto y el hermoso pájaro se aleja volando.

Lo observo un momento, elevado sobre la grandiosa ciudad, completamente libre. Desearía tener alas que me pudieran llevar tan alto y lejos. Desearía ser un pájaro en vez de este horrible monstruo que debe vivir escondido, que vive asustado.

—¿Has estado holgazaneando esta mañana, criatura descuidada? —la voz resuena en mis oídos y mi mente de paraliza. Me giro pero evito hacer contacto visual. No quiero molestarlo más de lo que ya está. —¿Cuál es tu excusa para no estar estudiando ya? —me cuestiona.

—Me disculpo, su gracia—exhalo, teniendo cuidado de no elevar mucho mi voz. —Había un pájaro en la ventana y…

—Suficiente de esas tonterías…—me interrumpe. —Come tu desayuno rápidamente para que podamos comenzar con tu lección. Debo irme más temprano hoy y me estás haciendo perder tiempo precioso.

Corro hacia la mesa, casi botándola pero alcanzando a tomar todo a tiempo. Sigo sin mirar al maestro, pese a que el hecho que deba irse temprano disminuye las posibilidades de que vaya a castigarme hoy.

Como mi comida en silencio, sin atreverme a levantar mi vista de la mesa. Escucho al maestro golpear con su pie el suelo de madera de forma rítmica y suspirando.

—Mi impoluta bestia, no sabes lo afortunada que eres de estar en este precioso santuario. No tienes conciencia del maravilloso regalo que te he dado al mantenerte pura, sin mancha del mundo exterior—el maestro reflexiona.

—Existen tantas tentaciones afuera de las paredes de la catedral, mi criatura. Y un monstruo deforme como tú no habría tenido opción más que sucumbir a las formas de los demonios y sus secuaces, los gitanos.

—Aprecio mucho todas las cosas que ha hecho por mí, su gracia—me atrevo a decir. —Y habla sobre su inmensa misericordia que de tanto por una bestia que no lo merece como yo.

Levanto la mirada y veo que el maestro asiente mientras aprieta sus gruesos labios rojos, como meditando. —Lo hace, verdaderamente. Habla con vehemencia de mi naturaleza benevolente. Pero es por ese mismo motivo por el que debo protegerte de la decadencia que cubre todo Panem.

Se pone de pie y yo termino mi pedazo de pan viejo. Luego, limpio rápidamente la mesa y voy en busca de mis libros para comenzar con mi estudio. Como parte de su regalo para mí, para salvarme de las llamas del infierno y la condenación eterna, he sido educada y sé como leer y escribir. Todos los días debo leer la Biblia y otros libros que el maestro me trae para alimentar mi espíritu.

—Yo, por otra parte, debo asistir a la epítome de la decadencia, obligado por mi posición de alto rango. Festival de Bufones es un nombre muy apropiado, realmente, para esa ridícula demostración de pecado—se queja. —Pero suficientes tonterías, mi criatura. Lee lo que tienes allí. En ese día, más que cualquier otro, necesitamos oír algo sacro.

—·—

Cuando el maestro se va me sorprendo agitada. Todos los años observo el Festival de los Bufones desde la seguridad de la torre del campanario, desde donde puedo oír la música y ver la mayoría de los espectáculos sin exponerme a ser descubierta.

Pero hoy quiero ir y ver todo desde cerca. La gente toma mucho en este día y hay una gran posibilidad de que nadie se fije en mí. Nunca debo abandonar la catedral por mi propia seguridad, pero siempre he soñado con ir a cantar y bailar con el resto de Panem.

Incluso si es sólo un día.

Bajo escalando por el costado de la catedral, esperando que nadie pueda verme y confiando en que, si las gárgolas no son suficientes para ocultarme, las festividades lo harán en su lugar. Mientras más me acerco al suelo, más fuerte es el tumulto de las calles y más rápido salta mi corazón en mi pecho.

El momento en que mis pies tocan el suelo, siento que estómago da un salto. Lo hice. Incluso si escalo de vuelta inmediatamente y vuelvo a mi estudio, incluso si el maestro nunca descubre sobre mi escape, nunca podré deshacer esto. Lo estoy desobedeciendo, deshonrando su confianza después de todo lo que ha hecho por mí.

Realmente soy un monstruo horrible y repulsivo.

Estoy a punto de escalar de vuelta cuando escucho niños corriendo hacia mí. Pueden verme. Si me ven no puedo subir pues alertarían a sus padres. Entro en pánico. Uno de ellos se ha fijado en mí y comienza a acercarse a mí. Ajusto la capucha de mi abrigo y corro en la dirección contraria.

Me encuentro en medio de la celebración. El Festival de Bufones es la festividad más popular en Panem, siendo el único día cuando está permitido vestirse en colores brillantes y expresarse de cualquier forma que uno quiera, sin que los Agentes de Paz te detengan por mala conducta. La visión de los bailes y los gritos es completamente distinta de lo que he visto por años desde la torre del campanario.

Pero no sólo es la gente la que cambia, la ciudad se transforma completamente. La plaza es decorada con papeles de varios colores y se coloca un escenario de madera donde algunas personas hacen variados espectáculos para entretener a la multitud. Los gitanos son quienes prácticamente organizan el festival, otro motivo por el que mi maestro desprecia la festividad.

Un hombre extravagantemente guapo, vestido en un traje ridículo que intenta hacerlo ver como mitad-hombre y mitad-pez, está gritando lo que parece ser poesía. Pero su poesía no suena como nada que el maestro ha llevado a mis habitaciones para que yo lea. Sus palabras hablan de piel y fuego, de color y deseo. Sus palabras hacen que mi cuerpo tiemble en fascinación y miedo al mismo tiempo.

Esta es la tentación de la que su gracia siempre habla.

Ajusto mi capucha y me muevo entre la muchedumbre, tratando de poner más distancia entre el hombre decadente y yo.

De pronto, choco contra un animal pequeño, quien deja escapar un balido en protesta. —Cuidado, amiga. No quieres ser pateado por una cabra. Confía en mí, yo sé lo que es—una voz musical suena a mi lado. Me giro, con cuidado de no mostrar mi rostro, y me hallo mirando a una chica delgada y hermosa, vestida en un vestido rojo brillante. Su cabello es oscuro como su piel, el tono perfecto para recordar una aceituna madura. Sus ojos brillan y bailan, con un tono plateado imposible, intentando ver a través de la capucha.

—¡Y ahora, el show principal del día! —la voz del poeta resuena en la plaza. La chica se pone seria y hace una pequeña reverencia como despedida antes de meterse en la multitud. —La siempre hermosa y realmente deslumbrante, Silver.

El hombre salta a la parte de atrás del escenario, que de pronto parece estar cubierta de humo. La gente grita animada, sin preocuparse por el aparente incendio que ha empezado en medio del show. Estoy a punto de correr hacia la catedral cuando la veo. La hermosa chica con la que me encontré hace un minuto, emergiendo desde el humo, toda de rojo, como si ella fuera una flama de fuego.

La imagen ya es abrumadora cuando la música comienza. La guitarra resuena, y el mismo hombre de antes canta con una voz rasposa una canción taciturna sobre perder seres amados. La chica comienza a moverse, siguiendo rítmicamente los acordes, y su vestido brilla con cada movimiento dando la ilusión de fuego real envolviendo su delgado y agraciado cuerpo.

No soy capaz de moverme de mi lugar, deslumbrada por la elegancia de su baile, las curvas de su cuerpo y el brillo de sus ojos plateados que parecen superar al mismo vestido. Sus manos serpentean por su cuerpo en un ritual que no parece tener fin. De pronto, siento la urgencia de bailar con ella, de abrazarla, de…

Aparto la vista, sintiéndome pecaminosa. Ni siquiera sé que significan esos sentimientos, pero no puede ser nada bueno. Debo regresar a la catedral antes que me desvíe el diablo y me pierda para siempre. Las palabras de mi maestro todavía me persiguen en mi mente, burlándose de mí por este enorme error. Por supuesto que no puedo soportar estar en este festival, lleno de gente que nunca podría mirarme y decir las cosas pecaminosas que el bufón recitó.

Intento seguir la ruta por la que llegué, pero un grupo de Agentes de Paz bloquean mi paso, así que me giro y decido ir por el otro lado, por detrás del escenario. Me muevo rápidamente, con cuidado de no chocar con la gente y evitar que me miren de cerca.

Cuando llego a la parte de atrás del escenario, veo a la chica de nuevo. Silver, mi mente susurra, como si fuera una palabra sagrada llena de magia. Ella está junto al bufón, quien trata con poco éxito de esconder su risa.

—No te burles de mí, Finnick—se queja con esa dulce voz musical. —Creo que todos pudieron ver mi ropa interior…

—Probablemente por eso es que gritaron tan entusiasmados—se ríe el bufón, Finnick aparentemente.

Puedo verla fruncirle el ceño y me sonrío. El bufón es ridículamente guapo y aún así, la bailarina de ojos plateados parece no verse afectada por él.

Los paso tan rápidamente como puedo, corriendo hacia la seguridad de la catedral. Estoy apunto de llegar allí cuando algo brillante cautiva mi mirada. Es un chal rojo. El chal que Silver tenía sobre sus hombros justo antes del espectáculo. La miro a ella y a su compañero, Finnick, absortos en una conversación, sin darse cuenta de mi presencia.

Pasa en un segundo. Voy y tomo el chal, y justo cuando estoy por esconderlo bajo mi abrigo, una voz profunda me detiene en el acto: —No muevas un músculo, asquerosa ladrona.

Levanto la vista para encontrarme con un severo par de ojos de un azul profundo. Son rigurosos, condenatorios, llenos de un cierto fuego que demanda seguir su autoridad. Y, además, un uniforme blanco que lo señala no sólo como Agente de Paz, sino que como el Jefe de ellos.

—Mi señora—dice él, mirando por encima mía hacia donde Silver debe estar. —Esta ladrona intentaba robar su chal.

Mientras dice esto, su mano arranca la capucha de mi abrigo, revelando a él y a los tres guardias detrás suyo, mi rostro horrendo y deforme. Los otros agentes de paz gritan de asco. El Jefe de los agentes paz da un paso hacia atrás en sorpresa, pero no reacciona más allá de eso.

—Capitán Mellark—Silver corre hacia nosotros. Me mira brevemente, sin signos de asco a la visión de mis facciones. Ella toma el pequeño chal de sus manos. —No creo que sea necesario involucrar a la justicia en esto—murmura, con la intención de que sólo él la escuche. Pero los agentes de paz detrás del Capitán se ríen.

—Preocúpate de tus propios asuntos, bailarina—uno de ellos le escupe. —Y agradece la benevolencia del Capitán por no llevarte a ti ante la justicia, asquerosa gitana.

Los guardias se ríen, pero el Capitán frunce el ceño, ignorando el comentario.

—Agente de Paz Marvel, por favor lleve a la prisionera al Edificio de Justicia—el Capitán dice por encima de la risa, ahogándolas. —Su gracia, el maestro Coriolanus Snow verá cuál es su castigo.

—Capitán, por favor, debe haber alguna manera en que podamos dejar esto pasar—Silver grita detrás de mí. Pero ya estoy siendo arrastrada hacia la multitud en dirección al Edificio de Justicia. A mi alrededor, sin la protección de la capucha, la gente mi observa. Hacen caras de asco y desaprobación. Bajo la vista, mirando al suelo, pero el agente de paz me obliga a mirar hacia delante.

—Deja que todos vean tu repugnante rostro, monstruo—escupe en mi dirección.

Poco después de eso, la gente comienza a gritarme obscenidades tirándome basura. Puedo oír a los guardias riéndose de mí. Pero incluso esta humillación no me asusta. Ahora sé que el maestro sabrá de mi trasgresión. Y su castigo será mucho peor que un par de tomates podridos.

—·—

Cuando entro al Edificio de Justicia no lo hago por la entrada principal. Me empujan por una puerta trasera, y luego usan una manguera para mojarme con agua helada, lavando la fruta podrida de mi ropa y cuerpo. Los oigo reírse de mí mientras lo hacen, probablemente intentando apuntar a mi rostro a propósito para no dejarme respirar.

Una vez que terminan de humillarme, me obligan a levantarme a la fuerza. Hace tanto frío adentro de este edificio oscuro y mi ropa mojada se me pega al cuerpo incómodamente. —Tienes curvas debajo de esos trapos, ¿eh? Bueno, podría pasármela bien contigo un rato—se mofa de mí el agente de paz Marvel—, si te pongo una bolsa de papel sobre la cabeza.

Se ríe y con él los demás guardias hacen lo mismo. —Es tan fea. Yo no la tocaría ni con un palo—se burla otro.

Continúan riéndose de mí mientras subimos unas escaleras, la piedra resonando en el espacio vacío. Intento concentrarme en el sonido de sus botas en lugar de sus palabras o de invocar en mi mente la imagen de Silver, bailando en la plaza. Finalmente, me llevan a una habitación enorme, decorada sólo con estatuas grises que parecen observarme, condenándome como lo hizo el Capitán Mellark.

—Su gracia—levanta la voz el agente de paz Marvel. —Encontramos a esta repugnante criatura robando en el Festival de Bufones. El Capitán Mellark decidió que debíamos traérsela a usted para que decidiera su castigo.

—Bueno, eso fue muy sabio de parte del Capitán—su voz repica a través de la habitación. Prácticamente no puedo verlo, tan alto en un podio muy ornado, pero su expresión de decepción es indiscutible. —¿Qué fue lo que robó?—pregunta.

El guardia murmura algo por lo bajo pero lo cubre con una tos, mientras los otros agentes de paz ocultan sus risas. —Un chal de una sucia gitana, su gracia—explica.

Mi maestro me mira con absoluto desdén. Una ladrona. Eso es lo que me he convertido después de todo lo que ha hecho por mí. Casi puedo oírlo en mi cabeza. Bajo la mirada esperando el castigo. Probablemente será una semana con sólo un trago de agua y una escuálida miga de pan para lograr constricción.

—Le sentencio a 30 azotes en la plaza pública y a ser girada por una hora en la picota, seguida por otra hora de exposición pública—declara.

—¡NO! —grito en pánico. Sé bien que es peor darle la contra, pero no quiero volver a enfrentarme a la gente de Panem. Y el látigo me asusta enormemente. Mi maestro me ha golpeado con un palo cuando lo he merecido, pero ser azotada… Empiezo a temblar de miedo. —Por favor, su gracia. Por favor, tenga misericordia. Me disculpo. Fue un error. ¡Por favor, maestro, por favor!

—¿Cómo se atreve a hablarme a mí, una autoridad investida en el poder por el mismo Dios, con tal familiaridad, una monstruosidad como tú? ¡Sáquela de mi vista, agente de paz Marvel! ¡Ahora!—grita.

Lloro desesperada. He perdido a mi maestro, la única persona que me ha protegido en un mundo que me rechaza. Estoy completamente sola. Lloro más fuerte, gritando mis súplicas, hasta que los guardias comienzan a golpearme para hacerme callar. Eventualmente dejo de llorar, cuando un sentimiento de total desesperación llena mi corazón. Me merezco esto. Así que debo esperar mi castigo.

Y quizás después, mi maestro me perdone.

—·—

Me mantienen en una celda fría por el resto de la noche, pero al menos estoy sola. Puedo oír a la gente en las celdas cercanas, algunos de ellos quejándose, otros llorando, todos asustados. Yo permanezco en silencio, meditando sobre cuan diferentes habrían sido las cosas si hubiera escuchado a mi maestro, si hubiera permanecido en mis habitaciones y estudiado como debía hacer.

Eventualmente me duermo por un par de horas, sólo para despertar con el ruido de la puerta abriéndose. Otro agente de paz me agarra del brazo sin mucha ceremonia y me arrastra fuera la celda. Caminamos los pasajes oscuros en silencio, sólo nuestros pasos testigos de nuestro caminar.

Para cuando llegamos a la plaza puedo ver que la mañana está bien avanzada. Por un momento me pregunto si las campanas de la catedral no sonaron hoy, si alguien notó mi ausencia. Pero en ese instante las campanas suenas, como mofándose de mí por pensar que había algo para lo que era necesaria en este mundo.

El agente de paz silencioso me ata las manos al poste y levanta mi rostro a la muchedumbre que se ha formado. La gente me mira con aprehensión, el miedo notorio en sus miradas. Si está allí por mi apariencia física o por mis crímenes, nunca lo sabré.

Siento movimiento detrás de mí y aprieto los dientes, preparándome para el golpe. Intento mostrarme impávida, afrontar mi castigo con coraje como una persona piadosa lo haría. Pero nada me prepara para el dolor quemante que siento en mi espalda una vez que el látigo se hace camino a través de mi carne. Un gemido se escapa de mi boca y veo a través de mis lágrimas que la gente frente a mí se sobresalta.

A penas me he recobrado del primer latigazo, cuando otro me golpea. Esta vez grito. No puedo ver nada, por las lágrimas sin derramar que se agolpan en mis ojos, pero puedo oír a la gente murmurando cerca de mí. Y luego el sonido del látigo golpeando mi carne otra vez. Y otra, y otra, hasta que pierdo la cuenta de cuántas veces me golpea.

Todo es dolor. Estoy completamente sobrepasada, cómo su mi único pensamiento fuera cuánto duele. Nada más existe, no mis brazos, ni mi cabeza o mis piernas. Sólo soy una herida abierta en mi espalda, gritando que los azotes terminan, por un indulto.

Finalmente termina pero mi espalda quema de dolor. Me siento ser arrastrada para ser lanzada contra la picota, donde aseguran mis manos y mi cabeza. Me escucho sollozar mientras la gente a mi alrededor continúa murmurando. Algunos me lanzan fruta podrida de nuevo, pero la mayoría parecen estarme juzgando en silencio.

Pasa el tiempo, que aunque no soy capaz de saber cuánto se siente una eternidad, y empiezo a sentirme acalorada y sedienta. El sol me golpea directamente en la cara y el sudor corre por mi piel hasta el suelo. La posición en la picota es más que incómoda, es agotadora y siento que estoy a punto de desmayarme más de una vez.

—¡Agua!—le grito a la masa sin rostro que tengo frente a mí. Algo le pasa a mi visión porque sólo puedo ver puntos brillantes y siluetas. —¡Agua, por favor!—grito de nuevo.

Y entonces una sombra me cubre. Abro los ojos y levanto la vista, esperando encontrarme con el ángel de la muerte. Es un rostro celestial el que me mira de vuelta, pero es un ángel terrenal de música y belleza. Mi bailarina de ojos plateados me observa con una mirada llena de dolor y compasión.

Ella levanta su brazo y yo intento evitar que me toque, temiendo que ha venido a castigarme también, pero en su lugar me da un vaso de agua para beber. Me trago el agua con impaciencia y ella sonríe con tristeza.

—Mi nombre es Katniss—me susurra—, pero la gente me llama Silver por mis ojos—. Ella se quita el chal, el mismo que intenté robar el día anterior, y limpia mi rostro con él, mojándolo con el agua. La sensación es tan refrescante que las nubes en mi mente comienzan a disiparse un poco. —Tú puedes llamarme Katniss. ¿Cuál es tu nombre?

—Rue—logro decir con una voz rasposa que no suena nada como la mía.

Ella me sonríe. —Es un nombre muy bello…

—¡Suficiente! —escucho un gruñido en la distancia. Katniss se gira y mira hacia el Edificio de Justicia, donde el maestro Snow nos mira con furia. —Está interfiriendo con una sentencia, gitana. ¡Aléjese de la picota!

—¡Sólo cuando suelte a esta pobre chica! —ella responde en un grito, una mirada desafiante en su rostro. —¡Ya ha completado su sentencia! ¡Déjela ir!

—¿Cómo se atreve a cuestionar mi autoridad? ¿Acaso no sabe con quién está hablando? —el rostro de Snow se contorsiona en ira y un parpadeo de algo indescifrable.

—¡Oh, todos saben quién es usted, su gracia! ¡Usted es la razón por la que esta ciudad padece hambruna y miedo! —le vuelve a gritar. El maestro Snow sonríe ante eso, pero no es una sonrisa de felicidad o diversión. Es una promesa de castigo.

—¡Capitán, arreste a esta muchacha! ¡Ahora!—. El Capitán mira a Katniss con miedo en sus ojos, pero se mueve hacia ella de todas formas.

—¡Buena suerte, Rue!—me susurra ella en mi oído después de besar mi mejilla y luego corre hacia la multitud, perdiéndose en el mar de gente. El Capitán intenta seguirla, pero eventualmente le pierde el rastro y llama al resto de los agentes de paz para buscarla. La multitud se disipa eventualmente, revelando que ella ha logrado escapar.

Sonrío, deseando poder tocar el punto en que sus labios acariciaron mi mejilla.

FIN DE LA PRIMERA PARTE