Hola! Bueno, no quiero aburrir con una nota larga, solo quiero decirles que he comenzado a editar la historia en tercera persona. Tengo beta *hace ojitos de emoción*. Ahora sí debe estar sin tantos horrores mortales a la vista. Un enorme abrazo a Zaida, mi beta, de Élite Fanfiction, por aceptar betear esta locurilla mía.
Disfruten, muchos besos.
Disclaimer: La Saga Crepúsculo pertenece a S. Meyer. Personajes que conozcas de la sagga son de ella; el resto, como la historia y otros personas son de mi autoria.
Capítulo 1
Una mirada.
Capítulo beteado por Zaida Gutiérrez Verdad
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Durante sus cortos veinte años, Edward Cullen sabía que lo único que le movía en el mundo era la música. El piano era su amor, las teclas eran el placer, y aquellas notas, el gemido alcanzado luego de un arrollador clímax. De niño nunca se detuvo a considerar qué quería hacer cuando fuera grande, porque él, a los siete años, ya sabía que sería músico. Su adolescencia fue como al de todo chico. Muchas primeras veces y bastantes locuras. Tuvo los famosos momentos de independencia y algo de rebeldía. Cuando comenzó la universidad, mientras su amigo Emmett estudiaba leyes, Jasper estudiaba pediatría y Alice periodismo, él estudiaba para convertirse en un pianista. Quería ser profesor de piano, pero no cualquier profesor; quería ser profesor de aquellos que no tenían acceso a un piano, aquellos marginados por una posición social, aquellos que son denigrados por alguna discapacidad. Los padres de Edward, comprendiendo la pasión infinita que nacía del joven, terminaron pagando todos los gastos. Nuestro chico jamás se dio cuenta de que vivía en una burbuja llena de amor y optimismo, hasta que conoció a Chloë Langs, una mujer que le enseñó muchas cosas diferentes. Y entre todo lo malo, le dejó una lección muy importante: que todo sucede por una razón. La conoció de la forma más inesperada...
Edward iba camino a la farmacia. Rose, su hermana menor, tenía calambres. Crecer con una mujer le hizo comprender lo que sufren cuando llegan a esos temibles días de mierda, o al menos hablaba por experiencia propia. Con un padre ginecólogo y una madre cardióloga, Edward estaba consciente que los adultos estaban ocupados salvando vidas, haciendo de ambos los típicos padres ausentes en diferentes momentos de sus vidas. Por esa razón él era lo más cercano que Rose tenía en situaciones donde una mujer habría sido de mucha ayuda. Sin embargo, como el hermano mayor, tomó las riendas en momentos de suma incomodidad en un pequeño intento de ser lo que Rosalie necesitaba. Y con orgullo podía decir que lo había logrado. Era la una de la madrugada cuando la más pequeña del hogar Cullen necesitaba ibuprofeno. Esme y Carlisle estaban ocupados en una emergencia con un parto que no se veía muy bien, necesitando de ellos dos para salvar a los pacientes. Edward llegó a la droguería con la mente en otro lado. Un parcial importante sobre las composiciones más famosas del siglo XVIII le tenía el pensamiento ocupado. Edward estaba tan concentrado que poco le importó que el cielo de Chicago estuviera descargando su furia. Cuando entró al lugar aún estaba haciendo un recuento mental de dichas composiciones. Había una mujer delante de él, hablando en susurros a la farmacéutica. Edward no era cotilla, así es que esperó tranquilo su turno, distrayendo su mente de los estudios, buscando en los diferentes artículos de los alrededores por la mínima distracción.
—Quisiera una caja de Modafinilo de cien gramos —dijo la mujer muy bajo.
La señora la miró estrechando los ojos. Estaba cansada, prefería estar en casa, terminando de llorar por el decimoquinto aniversario que su esposo había olvidado.
—Lo siento, no puedo venderlo sin prescripción médica.
—Lo sé, pero es urgente —respondió la mujer sacando algo de su billetera y dejándolo en el mostrador.
Los ojos de la farmacéutica brillaron, pero se mostró insegura. Podría meterse en problemas por unos cuántos dólares.
—Es un fármaco para personas que padezcan Alzheimer, entre otras condiciones, y disculpa, pero no pareces tener ninguna de ellas.
La mujer suspiró, claramente necesitaba de las pastillas... Podría rogar si fuera necesario.
—Peter me dijo que la conocía, que usted era de confianza. Incluso me recomendó las pastillas —susurró muy despacio. Dejó caer el último cebo que le quedaba, si no resultaba, debería ir debajo del torrencial por las pastillas.
En ese momento aborreció una vez más a su padre y al nivel de acoso que él poseía. Mientras, la dependienta sopesaba las opciones. Suspirando, dio una rápida mirada a la farmacia, el lugar no estaba precisamente atestado de consumidores, pero ella prefería mantener las precauciones. Asegurándose de que el supervisor no estaba cerca, la farmacéutica le hizo una señal a la compradora para que esperase. A los minutos, volvió con una caja de comprimidos, y luego de cobrar, se los entregó a la mujer. Ella se dio vuelta, sin darse cuenta de que Edward estaba esperando su turno para ser atendido, chocando contra él. Edward quiso reír por la reacción de la mujer de ojos grises que había tropezado con él, pero al final terminó ganando la preocupación.
—Hola —dijo, logrando que la mujer se estremeciera. Pasaron unos minutos y ella seguía en un extraño mutismo—, ¿estás bien? —Volvió a preguntar moviendo un poco sus hombros. Ella salió de su trance, siendo consciente de la vergüenza que había pasado.
—¡Disculpa! —exclamó al aterrizar de su limbo, sintiéndose como la idiota más grande, porque debía ser honesta, el hombre frente a ella era un manjar.
—No te preocupes, no pasa nada —aseguró Edward restando importancia al suceso. Avanzó a pedir el ibuprofeno para su hermana, olvidando rápidamente a la extraña de ojos grises, que, completamente apenada, caminó a la salida preguntándose cómo saldría del local con semejante diluvio. Y en lo que la extraña formaba un plan para salir sin mojarse una sola hebra de cabello, Edward ignoraba a la dependiente que le atendía, siendo más servicial de lo necesario. Después de todo el proceso de espera y paga por el medicamento, fue a paso tranquilo a la salida y, para su sorpresa, se encontró a la mujer de ojos grises que había tropezado con él. En las calles de Chicago continuaba lloviendo de forma implacable. Él se cuestionó por qué aquella mujer seguía en el local, llegando a una conclusión que le llevó a preguntar lo siguiente:
—¿Quieres un aventón?
Ella siguió la voz, maravillada por tan hermoso espécimen. Rápidamente comenzó a inspeccionar al hombre frente a ella. Además de su seductora voz, enseguida vio sus ojos verde bosque. Una mirada amistosa, intensa, pero sin duda espectacular. Jamás había visto una mirada tan profunda, sin ningún atisbo de maldad. El extraño le sonreía con esos labios carnosos sin caer en lo exagerado, de un tierno color rosa. Su cabello rebelde color cobre, justo como alguien que recién ha follado. Era alto, más de metro ochenta. Musculoso, pero lejos de ser grotesco. Pestañas largas y hermosas. Si Chloë no tuviera un sensor gay, juraría que aquel chico usaba mascara en las pestañas. Sí, estuvo impactada por él. No perdió más tiempo y le sonrió.
—Serías mi salvación —dijo aun sonriendo. Edward devolvió la sonrisa a la mujer. Abriendo la puerta de la farmacia y, como todo un caballero, dejándole pasar primero. Ella no recordaba cuándo fue la última vez que una persona, inclusive un hombre, abrió la puerta para ella. Ambos se acercaron al BMW. Le ofreció su chaqueta de cuero color crema para refugiarse de la lluvia. Chloë le miró sorprendida por tal gesto, pero no dijo nada, no podía negar el asombro, pues aquel espectáculo de ser humano, además de hermoso, estaba siendo gentil. Edward abrió la puerta del copiloto para ella y nuevamente sonrió. Chloë estuvo deslumbrada. Una cosa que jamás le había pasado, no de esa forma tan arrolladora.
Edward no estaba muy lejos. De pronto sintió un calor diferente en su interior. Él se calentaba de una forma similar a estar frente a una chimenea en pleno invierno. No reconocía ese tipo de calidez, pero decidió que se sentía bien, así que, ¿por qué manchar el momento buscando un nombre a lo desconocido? Sin embargo, hizo algo diferente.
—Edward Cullen. —Se presentó antes de encender el auto.
—Chloë Langs —dijo ella, ofreciendo la mano. Él la tomó, volviendo a sonreír de lado, una sonrisa que ella jamás había visto.
—¿A dónde te llevo? —preguntó tranquilo, Edward no sentía incomodidad.
—A los apartamentos de la universidad —anunció ella, embelesada con el sonido de su voz, experimentando cómo cada vello de su piel se erizaba. Edward asintió, emprendiendo el camino mencionado.
Se hizo un silencio bastante cómodo para ser dos extraños. Pero ella no estaba dispuesta a abandonar aquella sublime sensación al escuchar la voz de Edward, por lo que habló nuevamente, sobresaltando a Edward con su voz.
—¿Estás en la universidad? —preguntó esperanzada en que la respuesta fuera positiva.
—Sí, estudio música —dijo sin darle importancia.
—¿Músico? —murmuró más para ella misma. Edward asintió. No estaba acostumbrado a dar detalles de su vida, pero Chloë parecía ser una mujer amistosa, así que no le importó compartir un poco de información con ella.
—¿Qué tocas? —Inquirió interesada en cualquier dato suministrado por él.
—Piano. Quiero ser profesor de piano, y tú, ¿qué estudias? —preguntó ya en el parking del edificio de Chloë.
—Estudio leyes. —Edward hizo un silbido por la carrera. Él era un joven inteligente, que fácilmente podría estudiar cualquier cosa que deseara, pero su pasión era el piano. La añoranza de plasmar en los demás el amor hacia la música le invitaba a seguir su sueño.
—Entonces nos veremos por ahí —dijo él, intentando no parecer indiferente y fallando inmensamente. Chloë asintió, decepcionada, pues quería saber más de él, pero tampoco quería parecer una mujer desesperada. Ella no era ciega, sabía que Edward estaba entre los dieciocho o veintiuno, demasiado joven para ella. Resignada, le dio un beso en la mejilla y bajó del auto apresurada. Chloë no pudo evitar el revoloteo de mariposas en su estómago cuando vio que Edward se quedó ahí para asegurarse de que ella entrara al edificio.
Los rayos del sol entraban por la abertura de la cortina azul oscuro de su cuarto. Edward no estaba dispuesto a abandonar la cama, así que cubrió sus ojos con una almohada. Pero esa era una escena de todos los días, ya que Rose entraba como perro por su casa, abriendo las cortinas de un tirón. Para él no hubo diferencia, la almohada amortiguaba la luz. Aunque el que conocía a Rosalie Cullen sabía que no se dejaba doblegar, así que encendió el iPod a todo lo que daba, sonando de una forma estridente It's My Life de Bon Jovi, que, por supuesto, logró levantarlo de un brinco.
—¡Rosalie! —gritó por encima de la música.
Rose sonrió satisfecha. Aún iba al Instituto, siendo su hermano mayor el único capaz de ser la salvación para llegar temprano.
—Buenos días, querido hermano —dijo ella, dejando un sonoro beso en la mejilla de un gruñón Edward, para luego ir directo al comedor, donde Esme y Carlisle les esperaban para desayunar.
En el camino al instituto Edward estaba pensativo. Sabía que había olvidado algo, pero no recordaba qué era. Rose bajó del auto, no sin antes recordarle que saldría con sus amigas, y que ellas la llevarían a casa. Él asintió, manejando rumbo a la universidad para otro día de estudio. Ahí todo estuvo como cualquier día. No tenía problemas con la carrera elegida hasta que comenzaban a hablar sobre la historia del piano. Pero al fin, después de tanto escuchar hablar de tantas cosas aburridas, Edward ponía fin al día de estudio. Al salir, se encontró con Emmett y Jasper, sus mejores amigos.
—¡Hermano! —gritó Emmett con su característica voz convertirse. Edward estaba seguro de que la vibración que sintió fue a causa de las palabras de Emmett.
—¿Qué hay Emmett? —Saludó palmeando su hombro. Emmett era unos cinco centímetros más bajo que los impresionantes metro noventa de Edward, pero lo que no tenía Emmett en tamaño, lo compensaba con sus músculos. Ambos contaban con una musculatura bien definida. Les gustaba el gimnasio, sólo que a veces Emmett abusaba de la estadía en dicho sitio—. ¿Qué hay Jazz? —dijo dándole la misma palmada en el hombro a Jasper.
—Vinimos para planear tu cumpleaños —explicó Jasper.
Edward frunció el ceño.
—Eh... ¿Esa no es tarea de Alice, Rose y Esme? —preguntó extrañado.
—Sí, pero estábamos pensando en ir a Las Vegas después... una salida de machos, testosterona pura, ¿qué dices? —Inquirió Emmett.
—No sé... —dijo rascándose la barbilla. No tenía miedo de ir a Las Vegas, tenía miedo de ir con esos locos.
—¡Edward! —exclamó una voz dulce. Los chicos y él vieron a Linda acercarse, ella era compañera de clase de Edward y era muy guapa, pero definitivamente no era del tipo de nuestro chico de ojos verdes. ¿Cuál era su tipo? Bueno, tenía que ser cariñosa, arriesgada, con pasión por lo que hiciera, inteligente, desinteresada y sincera. Linda tenía algunas cosas buenas, pero era de las chicas que no querían nada serio. Le decía a Edward que su amor lo guardaba para el piano, y que un día escucharía de ella en grandes conciertos. Él no tenía duda de ello, porque la ambición en Linda era grande, pero por esa razón prefería conservar su amistad. Si algún día necesitaba de un polvo para desahogar las ganas, ella sería la primera en su lista.
—Hola Linda. Te presento a Emmett y Jasper —dijo desviando la atención de la rubia hacia sus amigos. Con suerte Linda podría ganar interés en uno de ellos, o en ambos, y así dejaría de provocarlo y coquetear con él todo el tiempo.
Ella sonrió a Jasper.
—Linda, un placer conocerlos —dijo guiñando un ojo a un incómodo Jazz.
Bueno, Edward esperaba que el problema se convirtiera en el de Jasper, aunque sentía pena por Alice. Iban hablando y riendo hacia el camino a la salida del edificio. Emmett dijo algo que hizo a todos estallar en carcajadas, porque para Edward era una locura lo que estaban planeando para su cumpleaños. Fue entonces que la vio.
Ella estaba sobre un Toyota color negro, seguramente esperando que Edward saliera de la facultad. Él llegó rápidamente a esa conclusión, porque nunca la había visto por esos lares. Ahí, con una sonrisa coqueta, se encontraba Chloë. Él no se sorprendió de ver a la chica allí, porque debía ser realista, y había notado cómo babeaba por él, pero tenía que reconocer que jamás pensó que llegaría hasta la facultad.
—Emm, hablamos cuando llegue a casa —dijo a su enorme amigo—. Jazz, viejo, deja de buscar pelea con Alice, recuerda que Emmett puede cortarte las bolas. —Esta vez se dirigió a Jasper, que miró enseguida a Emmett, intimidado por la sonrisa maliciosa que él le regaló—. Linda, también te llamo luego para lo de la composición. Y tranquila, la profesora Vivian es inofensiva —dijo guiñando un ojo a la rubia.
—Es fácil para ti decirlo, no la tienes oliendo tu culo toda la clase... ¡Tramposo! —exclamó fingiendo molestia.
—Bebé, no soy tramposo, utilizo los atributos que la vida me ha regalado. —Y así se alejó de sus compañeros. Caminó sin prisa, con una sonrisa ladeada donde la misteriosa visita—. Hola, acosadora —dijo extendiendo la mano.
—No soy una acosadora, vine a devolverte tu chaqueta —aclaró extendiendo la prenda.
¡Sabía que había olvidado algo!, se dijo mentalmente e hizo un puchero, tratando de hacer reír a Chloë, logrando el objetivo.
—Y yo que pensaba que venías a verme porque me extrañabas. —Hizo una carita de perrito recibiendo un baño, que era digna de ser lo más adorable que ella había visto. Edward notó que ella apreciaba el gesto, por lo que hizo una nota mental para agradecer a Alice por haberle enseñado algo de utilidad.
—Y si fuese eso también, ¿no pensarías que estoy loca? —preguntó Chloë sonriendo coqueta.
—Todos tenemos algo de locura en nuestro interior, sólo quienes la expresan a pesar de sonar dementes merecen llamarse valientes —dijo Edward guiñando un ojo.
—No me suena esa frase... —Chloë frunció el ceño, haciendo un esfuerzo titánico para recordar la procedencia de aquel dicho.
Edward negó con una sonrisa traviesa. Le gustaba a dónde se estaba dirigiendo la conversación.
—Es propiedad de Edward Cullen. Tengo derecho de autor sobre ella, así que nada de plagio. —Ambos sonrieron… y ese fue el comienzo de algo, Edward no estaba seguro de qué, pero sabía que marcaría su vida para siempre.
