Dissclaimer: -man no me pertenece, si así fuera ya les habría dicho que pasó entre el Conde, Mana y Neah
Advertencias: Lenguaje inapropiado -sí, por parte del buen Kanda-, universo alterno y yaoi -hombre x hombre- a futuro
Sin más los dejo con el capítulo
Capítulo 1
Otro día jodidamente… ¿Quién es éste?
El sol apenas hacía presencia en el horizonte, indicando que un nuevo día comenzaba. Un día que resultaría igual de jodidamente monótono, como los últimos días correspondientes a los 13 meses que el joven Yuu Kanda llevaba en ese lugar. Su rutina comenzaba por levantarse, realizar un ligero aseo personal, dirigirse al comedor a desayunar soba, practicar un poco de kendo, darse una ducha y finalmente sentarse frente al estanque artificial, bajo la sombra de un árbol, para meditar e intentar, de esta manera, hacer que el tiempo que faltaba para la hora de la comida fluyera más rápido. Terminada la comida tenía dos opciones: retirarse a vagar por aquel lugar en el que ahora vivía, actividad que rara vez realizaba porque le resultaba demasiado deprimente, y la otra era hacerse cargo de un abandonado jardín de rosas, cosa que realmente le gustaba, pues el pequeño jardín se encontraba aislado del resto del complejo arquitectónico, además ningún alma pasaba por ahí. Asimismo, la jardinería, aunque no lo pareciera, lo hacía sentirse mejor consigo mismo. Así que con los primeros rayos de sol, filtrándose por las cortinas de su blanca habitación, pegando levemente en su rostro, abrió cansinamente sus parpados, mostrando unos hermosos ojos negros que no mostraban sentimiento alguno. Salió de la cama y cambió su ropa de dormir por un atuendo completamente blanco. Realmente odiaba ver ese color en todos lados: en las paredes, en el piso, en su ropa, en la ropa de las personas que le cuidaban, en la ropa de los otros enfermos... Enjuagó su rostro y a su largo cabello negro con destellos azules a la luz, lo acomodó en una coleta alta y se dispuso a salir de su reconfortante habitación.
Sin gana alguna, comenzó a caminar pesadamente por uno de los tantos pasillos que albergaba ese sitio. Afortunadamente la mayoría de los enfermos todavía no se levantaban y, por lo tanto, aquellos corredores estaban exquisitamente vacíos. Pero ese día, además de ser igual de monótono que los demás, sería más jodidamente molesto. Simplemente porque ese día no era como cualquier otro, era el día que había marcado su futuro dos años atrás, el día que se convertiría en el peor de su vida, el día que lo llevaría a ese lugar. Inmóvil, mientras contemplaba una de los cuadros que se hallaban en el pasillo, le vinieron a la mente una gran cantidad de escenas correspondientes al trágico y doloroso incidente ocurrido dos años antes. Ese incidente le había demostrado el tipo de ser humano que realmente es, o por lo menos eso es lo que él creía: una maldita escoria, a pesar de que su situación lo excusase. Estar en esa institución era el castigo más adecuado para él, o por lo menos eso es lo que creía el de inexpresiva mirada, no había manera alguna que después de haber cometido aquello pudiera seguir viviendo en la sociedad como si nada. Él era un tipo peligroso, lo sabía, y por eso siempre concluía que ese sitio era lo mejor para él, que esa tortura y culpa que lo carcomía todos los putos días, pero que jamás le mostraría a alguien, era la única manera para pagar por su pecado y, de alguna manera, purificar su alma. Así que con una cara de completo fastidio y enojo, pero con una mirada que denotaba tristeza, se dirigió con grandes zancadas al comedor, no sin antes chasquear la lengua.
El ambiente de aquel lugar donde preparaban los alimentos no le hacía sentirse mejor, solamente la idea de desayunar su tan amada soba le hacía relajar un poco el rostro de amargado, más de lo normal, que tenía ese día. Sin embargo, la dicha de la hora del desayuno se desvaneció tan pronto como vino, ya que otro incidente, ocurrido tres meses atrás, le hizo perder gran parte del apetito. Aunque jamás lo admitiera, extrañaba la compañía de cierto peli rojo, que por más molesto que fuera, era una de las dos personas a las que podía llamar amigos. Ese conejo idiota, como el japonés lo llamaba, se había suicidado sin razón alguna. Una mañana mientras realizaba un paseo matutino, antes de que comenzaran a poblarse los edificios que frecuentaba, encontró el cuerpo del peli rojo inerte y sin vida, colgando de un árbol, muerto a causa de asfixia, la cual fue provocada por la sabana que enrollaba el cuello del cadáver y que era lo que lo mantenía colgando del árbol. Sabía que aquel joven que poseía una mirada color esmeralda había terminado en aquel lugar debido a sus tendencias depresivas, las cuales siempre incluían un intento de acabar con su vida. Pero desde que el oji negro había llegado a esa sección del lugar, nunca había visto deprimido a su amigo. Todo lo contrario, era un joven lleno de vida, muy alegre, con una novia que le hacía inmensamente feliz y, sobre todo bromista, cosa que fastidiaba irremediablemente a Kanda. Realmente el pobre asiático no lograba entender por qué su amigo decidió acabar con su vida, cualquier cambio en la personalidad de éste no habría pasado desapercibido para el pelinegro, pero ese cambio nunca sucedió y, gracias a ello, no pudo evitar la muerte del oji esmeralda. Pero eso no fue todo lo que ocurrió ese día. El otro ser al que denominaba amigo, una chica china de verdosa cabellera corta y azulina mirada, quien era la novia del conejo, al enterarse de lo ocurrido a su amante, intentó suicidarse también pero, afortunadamente, no logró su cometido, gracias a la oportuna intervención del de fría mirada; por lo menos pudo salvar a uno de sus amigos. Sin embargo, la enfermedad que padecía la china empeoró a tal grado que fue necesario trasladarla a la otra sección del hospital. Ese día fue el segundo peor de su vida. Perdió a las dos personas que consideraba importantes en su nueva vida, personas que lo aceptaron sin juzgarlo después de lo cometió, personas que le querían, personas que le hacían agradable su estancia en ese maldito lugar… La vida es bastante cruel, ¿no? Cuando quiere joderte, te jode y bastante bien.
Definitivamente, gracias a ese estúpido recuerdo, su semblante se ensombreció aún más y las ganas de saborear su soba desaparecieron, quería largarse del comedor lo más pronto posible, importándole poco dejar el platillo intacto. Sin embargo, no podía huir de ese lugar, no hasta probar bocado, ya que las personas que cuidaban el comedor no le permitirían abandonarlo, su deber consistía en vigilar a los enfermos para que se alimentaran adecuadamente, sino lo querían hacer se les obligaba. Malditas personas, maldito lugar, maldita su suerte, maldita su puta enfermedad mental, maldito el sentimiento que la desató, maldito el hospital psiquiátrico que decidió tratarlo, maldita su jodida vida. Efectivamente, el joven Kanda Yuu se encontraba en un hospital psiquiátrico porque su enfermedad mental se salió de control dos años atrás, enfermedad que no sabía que padecía, enfermedad que le arruinó la vida, enfermedad que le quitó a su mejor amigo y a su amada, enfermedad que le hizo ver el tipo de persona que era en el fondo. Así que sin muchas ganas, tragó la comida lo más rápido que pudo para poder abandonar esa estancia la cual solamente le traía recuerdos de mejores tiempos.
Ese día sí que se estaba volviendo putamente molesto, los recuerdos no dejaban de invadirlo y eso solo provocaba que la ira y desprecio sentidos a sí mismo aumentaran. Afortunadamente le quedaba una actividad que le permitiría deshacerse de todos esos sentimientos, hasta cierto punto y, casi corriendo, importándole poco su recién adquisición de comida, se dirigió al gimnasio. Para su suerte, la conducta observada durante los trece meses de estadía en esa sección del hospital era bastante buena, llegando al punto de creer que su presencia ahí fuera un error, dando como resultado una confianza absoluta por parte de los doctores hacia su persona. Por eso, le dejaban utilizar cualquier artículo deportivo para su recreación. Y su objeto favorito era un shinai ya que con él podía practicar kendo, deporte que amaba y en el cual era demasiado bueno, tanto que antes de ingresar a la institución mental había ganado el primer lugar en una competencia nacional. Así que, sin más tiempo que perder, se puso a practicar un poco y por medio de los movimientos realizados, hasta cierto punto con una agresividad exagerada, comenzó a canalizar todos los sentimientos que lo abordaban ese día igual de monótono como los otros, pero más molesto.
El tiempo pasó volando y cuando el japonés se percató de la hora decidió que era tiempo de terminar por ese día. Realmente la práctica de kendo le había resultado bastante relajante. Su enojo había disminuido considerablemente, ahora solo le restaba la ducha y su tiempo de meditación para sentirse mejor consigo mismo y repetir la rutina de todos los días. Sin embargo, las cosas no irían como lo planeado, ya que un ser había osado interponerse en su camino a los vestidores y, por si eso no fuera suficiente, se había estrellado con él.
–Fijate por donde caminas, imbécil –soltó furioso, conteniendo la rabia de la que no se había deshecho en su sesión de entrenamiento, mientras las ganas de golpear a cualquiera aumentaban.
–El que debería de fijarse es otro, idiota –contestó desafiante el ser que chocó con aquel joven al que todos temían, con un deje de superioridad y arrogancia en su mirada. Kanda definitivamente no pasó desapercibida la altanería con la que ese tipo, quien era más pequeño que él, le hablaba. Así que, desasiéndose de la poca paciencia que era capaz de acumular, tomó al enano por el cuello de la prenda que llevaba y notó que poseía un cabello color blanco ¿cómo es posible que alguien pudiera tener el color que más odiaba en el cabello?, continuó examinando al chico, tenía unos ojos grises y una cicatriz en el ojo izquierdo, apretó el agarre en la sección de la prenda que tenía entre sus manos y le dijo en un tono nada amable
–¿Quién demonios te crees para hablarme así, Moyashi?
–Soy Neah, tipo con cabello de mujer –Respondió altaneramente el peli blanco ignorando el sobrenombre recién puesto, sin siquiera pensar en las consecuencias que su comentario había provocado. Por su parte el ojinegro quedó un poco sorprendido porque ningún individuo, en lo que llevaba en ese lugar, se había atrevido a hablarle de una manera poco cortés y mucho menos alguien había tenido el suficiente valor para enfrentarlo. Por unos instantes se tomó la molestia de contemplar al ser de ojos grises que tenía entre sus manos, esbozando un gesto que él consideraría una leve sonrisa. Sin embargo, debido al comentario hecho a su cabello, no pudo perdonarle y como no había sido un buen día, decidió soltarle un golpe directo a la cara.
–Oh, te atreviste a golpearme idiota, por lo menos me gustaría saber tu nombre antes de dejarte inconsciente –soltó el chico que había quedado en el piso debido a la fuerza utilizada en el golpe, mientras se reincorporaba y limpiaba un poco de sangre que tenía en el labio.
–Hmp, no cualquiera puede levantarse después de uno de mis golpes, creo que mereces saber mi nombre. Y ni creas que alguien como tú Moyashi, podrá ganarme… Mi nombre es Kanda… –Y apenas hubo terminado de decir su nombre, sintió como un puño iba directo contra su estómago, con una fuerza que creía el enano no poseía y cayó de un sentón al suelo, sintiendo como le faltaba el aire
–¡Ja!, pensé que eras resistente. Mira que terminar en el piso por un golpe como e… –Le fue imposible terminar de hablar al peli blanco porque otro golpe directo a la cara le fue dado, seguido por una patada en la espalda que definitivamente le dolió, y mucho, para terminar directo en el suelo boca abajo, sintiendo el penetrante sabor a sangre que había en su boca. Y solo entonces pensó que meterse con aquel chico de negra cabellera había sido un error, pero por lo menos disfrutaría el tiempo que la pelea durara. Así que levantándose lo más rápido que pudo y, con una gran agilidad, atestó un rodillazo a la cara de su oponente y decidió repetir el golpe en el estómago. Kanda algo mareado, sin aire y con un terrible dolor en la cara, cayó de espaldas al suelo, tratando de respirar por la boca, ya que su nariz fue rota con el último ataque del albino. Pero tan pronto como cayó se levantó, ¡no señor!, no dejaría que un mocoso como ese le ganara, eso no era nada comparado con todo lo que había vivido y, dejándose llevar por la ira, se abalanzó contra el albino, logrando derribarlo y, posándose sobre él, comenzó a golpearle la cara. Por su parte Neah, después de recibir algunos puñetazos en la cara, quién sabe cómo, se quitó al pelinegro de encima, posándose ahora él sobre éste y decidió repetir el golpe de su contrincante, dejándose llevar también por la ira. Unos golpes después, empujando con una gran fuerza, el japonés se quitó de encima al enano y, como pudo, se puso de pie, acto que fue imitado por el inglés.
–Maldito Moyashi –gruñó Kanda tratando de limpiar un poco de la sangre que escurría por toda su cara, tiñendo de rojo la polera que portaba.
–BaKanda bastardo –refutó el peli blanco, respirando con dificultad, escupiendo la sangre que se había acumulado en su boca.
–¿Có-cómo me llamaste?
–A parte de afeminado, sordo, BaKanda
Al momento de escuchar lo último que dijo su actual enemigo, el cual puso un énfasis especial en la última palabra, unas venitas resaltaron sobre la frente del asiático ¿Realmente ese enano se había atrevido a decirle afeminado, sordo y le había inventado un mote? Era obvio que no podía darse el lujo de pedirle al enano que repitiera lo dicho y confiando en lo escuchado, con una cara que mostraba molestia, demasiada molestia, se lanzó sobre el otro chico sin razonar ya dónde y cómo golpeaba. Ese maldito día sí que había tenido un giro inesperado. Por su parte el de grisácea mirada, al ver la reacción del mayor, supo que su vida estaba en peligro. Aunque amara las peleas y los problemas, ese tal Kanda era demasiado para él y sin muchas ganas, intentó huir, pero al instante fue alcanzado y entonces recibió un montón de golpes que no obedecían algún orden o fin, pero que respondió de igual manera. De lo que no se habían percatado los peleadores, los cuales estaban muy ensimismados en lo que hacían, era que un grupo de enfermos se acomodaban en un lugar seguro para observar la pelea, unos instantes después, la multitud había crecido y los cuidadores no tardaron en llegar al lugar de conflicto.
Era una escena realmente increíble, un joven que a simple vista se veía estaba fuera del nivel del japonés, aguantaba casi al mismo nivel que el mayor la ola de golpes, que se veía no tenía final, mientras también golpeaba a su oponente, pero no en la misma intensidad que lo hacía éste. Ambos ya comenzaban a mostrar lo síntomas del cansancio, pero parecía que su encuentro duraría tanto como sus cuerpos se los permitiesen. Ambos comenzaban a jadear, su piel se encontraba completamente perleada debido al sudor, sus cuerpos presentaban heridas, la sangre ya manchaba de manera notoria las prendas que portaban, y éstas se encontraban rasgadas y maltratadas. Los cuidadores no daban fe a lo que veían, a un Kanda segado por la ira y a un desconocido que intentaba seguirle el paso. Ellos debían de parar aquello antes de que perturbara a los demás habitantes del hospital, así que, en un rápido movimiento, sacaron una especie de pistolas que contenían dardos tranquilizadores. Los contendientes no repararon el momento en el que la gente se aglomeró a su alrededor, lo único en lo que pensaban, y lo que les interesaba en ese instante, era sacar todos los sentimientos que habían acumulado, dando golpes no estructurados a su oponente. Bajo un extraño acuerdo con la mirada, decidieron parar unos instantes para intentar limpiar sus caras y fue entonces cuando notaron que estaban rodeados de personas, francamente no les interesaba mientras los dejaran seguir peleando, pero esa línea de pensamientos se vio interrumpida cuando ambos sintieron un leve piquete en sus cuerpos. El dardo que iba dirigido al peli blanco terminó en su brazo izquierdo, mientras que el que iba dirigido al peli negro terminó en una de sus piernas.
–Hmp, parece que hasta aquí llegamos –masculló el inglés cuando se precipitaba al suelo y antes de perder la conciencia le lanzó una mirada de ¿ternura? al tipo de negra cabellera, la cual se encontraba suelta gracias a la pelea.
–¡Tsk!, maldita sea –alcanzó a susurrar el japonés antes de caer al suelo inconsciente, dirigiéndole una mirada indescifrable a su compañero de batalla que ya estaba en el piso.
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Sus ojos se abrían lentamente, dejándole observar un cuarto que, estaba seguro, no era su reconfortante habitación –¿Dónde diablos estoy? –cuestionó el oji negro, que recuperaba el conocimiento e intentaba sentarse en la cama donde se encontraba. Una vez hecho, sintió un tremendo dolor en todo su cuerpo, y notó que estaba lleno de vendajes, curaciones y leves heridas –Pero ¿Qué demo… –su frase se vio interrumpida debido a una cogestión mental ocasionada por recuerdos, seguida de un agudo dolor de cabeza
–Estúpido Moyashi –soltó enojado, mientras masajeaba su cabeza y lidiaba con el dolor del resto de su cuerpo
–Es Neah, idiota con cabello de mujer –respondió en un estado semi consiente la otra persona que se encontraba en la enfermería, oculta tras una cortina, mientras lidiaba también con todos los malestares que su batalla anterior le provocó, tratando de incorporarse. El japonés al oír esas palabras no pudo contenerse y, como pudo, tragándose todo el dolor que sentía (gracias a su orgullo), se puso en pie, llegó donde la cortina, la recorrió y se acomodó a un costado de la cama del oji gris
–Repite eso, Mo-ya-shi –mustió retador el pelinegro, logrando usar una de sus altaneras y orgullosas poses, matando con la mirada al albino.
–Que es Neah, tipo con cabello de mujer –espetó el chico con la cicatriz en el rostro, lográndose poner de pie, con un gran esfuerzo que tuvo que disimular, para hacerle frente a Kanda. Por su parte, el asiático simplemente no soportó la insolencia del enano y, con ambas manos, olvidándose de la condición en la que estaban, lo tomó por el cuello de la bata que portaba, dispuesto a soltarle otro buen golpe en la cara y comenzar una nueva pelea, cosa que, irónicamente, no le importaba. Desde el momento en el que ese oji gris le hizo frente algo en él lo aceptó inmediatamente, estar con ese enano le hacía sentir tranquilo, justo como cuando estaba con el pelirrojo y la oji azul, además sentía que con él su mísera y patética existencia se hacía más soportable, pues le hacía olvidar el motivo de su estancia ahí. Viendo el rumbo que llevaban sus pensamientos, decidió que era hora de soltar al chico e ir a descansar por un rato pero, debido a su posición, sus ojos se encontraron y comenzaron una inevitable batalla de miradas, todo por el orgullo de no ser derrotado. Neah, como se hacía llamar el joven peliblanco, trataba de ponerse a la par con la mirada de su contrincante, la cual era completamente asesina y que podría congelar la habitación si así lo desease su portador. Sin embargo, después de mantener fija la vista por algunos momentos, retándolo descaradamente, la mirada del pelinegro le resultó atractiva y entonces se dedicó a apreciar aquellos negros ojos que intentaban no expresar sentimiento alguno, pero mostraban un gran dolor y un ligero rayo de felicidad. El menor de ambos quedó, prácticamente, embobado mientras se perdía en los orbes del mayor, tratando de descifrar todo lo que esa mirada trataba de decirle, además de que realmente le parecían bastante hermosos. El japonés notó cómo la mirada del enano dejó de ser retadora, mostrando ahora una gama de sentimientos que rogaban por ser descifrados y, sin tardarse más, lo soltó y con su característico chasquido de lengua, regresó a la cama en la que debería estar descansando, no sin antes notar que su corazón se había agitado un poco. No podía permitirse entablar de nuevo lazos con alguien, pues solo le traerían problemas y más dolor. Por su parte, Neah al darse cuenta de su comportamiento, con un leve sonrojo en sus pálidas mejillas, imitó la acción de su compañero de habitación y se recostó en la cama observando el techo del lugar, pensando en todo lo que acababa de acontecer, mientras el sueño lo hacía su presa.
Kanda no quería seguir pensando en lo recién ocurrido, estaba seguro de que si continuaba interactuando con ese enano inevitablemente terminaría entablando una amistad, aunque le agradaba la idea no era lo correcto, porque eso significaría olvidar el propósito de su estancia en ese lugar. Debía de pagar por lo que hizo. Suspiró y giró la cabeza en dirección a la cama del peliblanco, no pudo evitar esbozar algo parecido a una sonrisa. Por fin su repetitiva rutina diaria había sido diferente y eso le agradó, el trágico día no resultó ser tan jodidamente molesto como creyó al inicio del día. Tratar de hacer tu patética existencia algo más llevadero no era malo ¿verdad? Cerró los ojos y comenzó su ejercicio de meditación, dándose cuenta que el blanco no era un color tan odioso después de todo.
Bueno gente, este es mi primer fanfic de DGM, así como mi primer Yullen, realmente espero que les haya gustado esta historia tan loca que surgió en una de mis clases de psicología, creo que es una idea bastante original este rollo de un hospital psiquiátrico xD
Sé que es bastante presuntuoso de mi parte, pero al ver tan abandonado el fandom de DGM (?) he decidido continuar esta historia en base a los comentarios que reciba. El plan original es actualizar cada dos semanas sin embargo, si antes de ese tiempo se juntan cinco reviews actualizaré en cuanto se junte dicha cantidad. Así que si desean que continúe con esta loca historia dejen su review ya sea con jitomatazos, critica constructiva o alguna otra cosa que deseen decir.
Realmente me siento muy feliz publicando esto, a pesar de tener unos capítulos adelantados no me atrevía a publicarlo y en un impulso de medianoche me armé de valor xD
Creo que es todo lo que tengo por decir. Nos leeremos en la próxima actualización -si creen que este trabajo merece ser continuado-
Abrazos virtuales desde México
Mabo-san~
