DISCLAIMER: Todos los personajes le pertenecen a Suzanne Collins, sólo la trama nació de mi perversa cabeza.
Aclaración: Este fic es una adaptación. La misma historia la escribí originalmente para Twilight y pueden encontrarla en mi perfil.
CAPITULO 1: UFF QUÉ CALOR
Me sofocaban las paredes de este departamento de mala muerte, ya no lo soportaba más, a veces quería salir de aquí, correr a algún antro y pagarle a uno de esos muchachotes por sus servicios. Servicios sexuales.
Yo no quería un amante, sólo necesitaba sexo. Verdadero sexo. Vivía frustrada y a la vez con culpa. Mi esposo era una un sueño de hombre, un par de años mayor que yo y me consentía en todo… menos en lo que más anhelaba.
Me casé con Gale… la verdad porque está muy bueno, cuando me pidió matrimonio salté en una pata por días. No podía creer que el buenote quisiera casarse. Siempre fuimos amigos, desde la escuela pero apenas saliendo de la secundaria nos hicimos más cercanos debido a que nuestros padres eran amigos y murieron juntos en un accidente de coches. Los dos iban más borrachos que Homero Simpson.
Por ese entonces mi madre me abandonó y me quedé sola. Literalmente se largó. Dijo que no soportaba la ausencia de papá y regresó a su natal Vancouver. Quizás fue que no quise seguirla, no quería dejar mi escuela y a mis amigos para refundirme en una ciudad extraña. Me quedé con el poco dinero del seguro de papá que se acabó cuando cumplí 18. Desde entonces tuve que trabajar para mantenerme. Fue duro al principio pero luego me acostumbré. Tenía el apoyo de Hazzele, Gale y sus demás hermanos, eso fue de mucha ayuda.
Que ilusa fui al pensar que todo sería perfecto. Me vine a enterar en la noche de bodas que él tenía un pequeño problemita.
Era impotente.
Sí, era impotente. ¿Cómo no me di cuenta? Fácil porque nosotros no… nunca… o sea yo creí que él quería que esperáramos hasta casarnos. Un poco rara esa idea pero me lo creí. Siempre me frenaba cuando me le tiraba encima. ¡Porque no probé el pastel antes de comprarlo!
No había nada que lo ayudara. Y lo peor de todo era que apenas quería ver al médico, decía que el matrimonio no se basaba en el sexo y que me amaba mucho.
Llevo 6 meses en esta agonía y me repito siempre que el sexo no es importante pero en días calurosos como hoy en donde cada canal de la maldita televisión muestra escenas eróticas me enfado más. Y no sé con quién sentirme más molesta, conmigo o con mi marido.
Mi vida era un asco.
Recordé entonces el día en que me enteré del pequeño problemita de Gale, la noche de bodas.
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Después de una sencilla recepción a la que asistió mamá, tomamos un vuelo a Miami, nos registramos en un bonito hotel y llegó la noche. Esperaba ansiosa, algo de miedo tenía pero sabía que sería maravilloso. Gale se veía cansado, se dio un baño y se durmió. ¡Se durmió!
Esperé pacientemente a que fuera de madrugada, lo deje descansar varias horas, creí que si esperaba a que él estuviera descansado todo iría mejor que bien. Apenas se movió, lo abracé. Yo traía puesto un pequeño camisón blanco y con eso quería decirle que estaba dispuesta a que me iniciara en esos terrenos desconocidos. ¡Que hiciera conmigo lo que quisiera!
Mi esposo era un hombre enorme y de buen ver. Fuertote y grande eso me hacía imaginar noches enteras llenas de pasión.
—Catnip ¿estás despierta?—preguntó apenas abrió los ojos. ¿Qué creía, que me iba a dormir cuando lo que necesitaba es romper la cama?
—Sí. No he podido dormir— dije pasando una de mis largas piernas entre las suyas.
Se volteó a abrazarme pero segundos después me di cuenta de que no trataba de hacer nada más. Así que decidí insinuarle que yo estaba lista. Me subí sobre él.
—Catnip…— gruñó. Yo estaba en mi gloria, esperando por él.
Busqué sus labios y aunque su aliento no era tan agradable a esas horas no me importó. Seguí besándolo cada vez con más pasión. Él me apretó más a su cuerpo y logró que se me escaparan algunos gemidos.
—Gale—susurré a su oído. Sus manos se movieron por mi trasero y me humedecí, fue algo inesperado pero seguro sería parte de todo esto. Yo no era tan inocente había leído mucho los últimos días antes de la boda e incluso visto algunos videos en YouTube: las escenas eróticas de las películas más taquilleras.
Las manos de Gale empezaron a recorrerme, ávidas, bruscas. Eso me gustaba. Siguió besándome y tocándome por varios minutos, yo me mojaba con cada nueva caricia, esperando por más.
Pero algo me empezó a parecer raro en todo eso, a pesar de estar así de cerca, con nada más que un ligero camisón y su pijama no sentí ningún bulto entre sus piernas. No esperaba que fuese grandote como una manguera, es más no sabía que me esperaba pero definitivamente la que no hubiera nada de nada me inquietó. Empecé a bajar mis manos a la altura de sus caderas, acercándome a su pubis, cuando mis manos estaban por llegar a su ingle, él tomó mi mano y me detuvo.
—Lo siento— dijo apesadumbrado. Vi desesperación en sus ojos y se volteó para que no lo viera.
— ¿Gale? ¿Qué va mal?— pregunté.
—Es sólo que yo… no puedo…
— ¿No puedes qué?— abrí mis enormes ojos como platos.
—No me excito— dijo aun dándome la espalda.
Me sentí extraña ¿No estaba excitado? A mí me excitaba el sólo hecho de estar en una cama con él. ¿Acaso yo no lo excitaba? ¿Acaso no me deseaba?
— ¿No te excito?—pregunté.
—No eres tu nena, es que yo, tengo un problema… no puedo…
—No entiendo— ¿estaría enfermo?
—Debí decírtelo antes pero tenía miedo que me dejaras. Yo te quiero mucho— dijo muy triste.
— ¿Decirme que? ¿Gale me asustas, estás enfermo? ¿Tienes algo?
—Tengo disfunción. No puedo lograr una erección. Pensé que quizás contigo podría hacerlo pero parece que no funciona— dijo más apenado aún.
Automáticamente traje a la memoria lo aprendido en el colegio. Disfunción, no hay erección. ¿Impotencia?
—Gale debiste decírmelo, hubiéramos buscado ayuda profesional, vamos no te sientas así. Mañana podemos ir con un buen médico…
—No Katniss, no me gustan los médicos— dijo molesto.
—Pero quizá se pueda solucionar, vamos no perdemos nada.
—Tú no pierdes nada, pero yo pierdo mi dignidad— dijo algo fuerte.
—Amor, esto es cuestión de dos, no sé mucho pero seguro algún médico o tal vez un psicólogo nos puede orientar.
—No iré a un psicólogo, no estoy loco. Y no quiero un médico riéndose de mí— gritó.
—Lo que te sucede no es para reírse Gale— le dije, quería que se calmara.
—Claro, si no es para reírse. Es para sentir lástima— no dijo más y no tocamos estema hasta una semana después cuando volvimos a la ciudad.
Fue difícil convencerlo de asistir al consultorio de un buen médico al otro lado de la ciudad para que no pensara que podrían reconocerlo. Yo fui previamente para que me informara los posibles problemas de mi esposo. Pero Gale se mostró esquivo y receloso. Aceptó hacerse algunos análisis y tomar medicamentos.
Nada parecía funcionar. Cuando nos dieron los resultados me indigné. Gale tenía diabetes, enfermedad que me había ocultado. Cuando le reclamé me dijo que era hereditario y que un hombre no tenía por qué contarle sus debilidades a nadie.
Su forma tan machista y anticuada de ver las cosas me estaba matando. Discutimos varias veces por ello pero claro discutir era yo sola gritando mientras él desde el sillón apenas me tomaba atención.
Yo soy diseñadora gráfica, así que me dediqué mucho a mi trabajo, mientras eso sucedía, algunas noches me sentía tan sola. Durmiendo con mi esposo al lado pero sin que intentara nada conmigo. Era una almohada más, un cojín en su gran cama.
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¿Por qué harían tanto calor? Oh Dios era un verano caliente, menos mal que tenía el aire acondicionado. Me acerqué a la rejilla para sentir frescor pero no funcionaba, con razón estaba achicharrándome.
Maldito edificio viejo al que había accedido a venir. Hacía poco nos habíamos mudado por un año a esta ciudad, debido a un ascenso que Gale había perseguido desde hacía tiempo en la compañía de seguros para la que trabajaba. Además, no quería dejarme sola, algunos de sus amigos ya me habían echado el ojo.
¿Qué se hace cuando se malogra algo en un edificio? ¿Llamo a un técnico o al conserje? No iba a molestar a Gale por una cosa tan tonta, seguramente estaría en una junta importante, me dijo que llegaría tarde hoy.
Entonces, llamaría al encargado del edificio, si él no solucionaba esas cosas me diría quien podría hacerlo. Levante el intercomunicador y marqué el 1, al lado decía Administración, bonito nombre para la conserjería.
— Buen día ¿En qué puedo ayudarle?— escuché una sexy y varonil voz del otro lado.
—Hola, soy la señora Hawthorne del piso 4, departamento 5, mi aire acondicionado no funciona, ¿Quién puede solucionar eso?— pregunté.
—En cinco minutos estoy allí señora Hawthorne, yo mismo lo arreglaré— dijo aquella voz.
Vaya a eso le llamo yo eficiencia, lo esperaré sentada para conocer al dueño de esa voz tan sensual.
Ya por favor Katniss, deja de pensar en sensual, sexy y todo lo que te recuerde que existe el sexo en el mundo. Parece que el calor te alborotan las hormonas.
—Ok, lo espero— dije y colgué. Debía ponerme algo más de ropa para recibir al conserje, después de todo no era dable que una señora esté en baby doll a medio día.
Me puse un vestido corto y coqueto, tapaba más que mi ropa de dormir. Esperé con una bebida helada, para al menos enfriar mis ideas. A los cinco minutos exactos tocaron el timbre.
— ¿Señora Hawthorne? Soy Peeta Mellark, de la administración, vengo a solucionar su problema con el aire acondicionado— dijo sonriendo un joven, de cabello rubio y mirada tierna. Era la viva imagen de un ángel, o tal vez un demonio tentador. Era adorable, con hoyuelos que daban ganas de pellizcar. No era muy alto pero tenía unos bíceps duritos. Y una cola redondita. Pero lo que más destacaba es su sonrisa. Sentí un frío recorrerme pero era… ¿El conserje? Madre santa, de dónde los sacan.
—Sí, adelante— contesté como pude, dejándole paso libre para que entrara.
Noté su olor, era raro, nunca había olido algo así, como a vainilla. Algo dulce, varonil pero muy poderoso.
Ya me estaban afectando las neuronas mi celibato obligatorio. Quizás sí estaría aguantada como decía Magde, mi mejor amiga.
—La máquina funciona bien, está succionando correctamente— me dijo subido en una silla, revisando el aire acondicionado, mientras que yo sólo lo miraba abstraída, si había algo más sexy que ver a un hombre arreglando algo, era escuchar las palabras técnicas que usaban. Vi que estaba empezando a transpirar, el calor era insoportable.
— ¿Entonces que tiene?— pregunté algo molesta.
—Creo que le falta gas, estas máquinas antiguas necesitan mantenimiento pero tengo gas refrigerante en mi oficina. Iré por él— dijo bajando de la silla, pero trastabilló cuando puso un pie en el suelo porque la silla se movió, no sé cómo pero nos enredamos ya que él buscó en qué apoyarse y yo era lo más cercano que tenía. Al caer me llevó consigo, terminé sobre aquel extraño, todo mi cuerpo sobre el suyo que se sentía muy duro y bien trabajado. Era musculoso, sin llegar a perecer chico de gimnasio. Al instante mi piel se erizó y me humedecí.
—Perdóneme señora— dijo tomándome de la cintura para moverme, lo que me ocasionó unas cosquillas terribles y una sensación de placer, no pude evitar retorcerme y reír.
–Lo siento, lo siento. Quédate quieto— le rogué, todavía riéndome. Puse mis manos a los costados y suavemente traté de ponerme de pie. Maldición, mi vestido se había enganchado a su cinturón. Quise soltarlo pero, sin querer, rocé sus partes más sensibles, él gimió y se sentó de golpe.
—Traigo enganchado mi vestido— le dije otra vez mirándolo. Qué situación más bochornosa.
—Tranquila, lo quitaré— dijo mirándome, sus ojos eran azules como un cielo de verano sin nubes. Nunca había visto nada parecido y olía tan bien. Al tomar la suave tela de mi vestido una de sus manos rozó mi muslo y me estremecí.
—Si no sale… rómpelo— le dije viendo que tenía parte de mi cortísimo vestido atascado en su hebilla, con mis muslos al aire y sus manos temblando, romperlo sería lo más rápido para acabar con esta tortura. Traté de tirar de mi vestido.
— ¡No!— gimió él, tratando de ocultar algo que hasta el momento no me había dado cuenta.
¿Sus pantalones habían crecido? ¿Ay no, porqué a mí? ¿Por qué ofrecen pan delante de los pobres? Giré mi rostro hacia un lado para que no viera mis mejillas rojas como fresas maduras. Yo huyendo de todo lo erótico y vine a caer justo encima de un adonis. Este hombre era perfecto. De pies a cabeza, de arriba abajo, por delante y por detrás.
—Ya está— dijo él alejándose un poco, también estaba ruborizado. El silencio fue incómodo. Me incorporé y me fui hacia la ventana.
—Regreso enseguida con el gas— dijo él. Ni siquiera le respondí. Estaba hiperventilando. Ésta había sido la experiencia más erótica de mi vida. Qué patética me sentía.
Lo escuché tocar la puerta minutos después. Le indiqué que pasara. Estuvo trabajando un tiempo más y terminó.
—Está listo señora, ahora el aire acondicionado funciona perfectamente— me dijo sin mucho entusiasmo.
—Gracias Peeta ¿Cuánto te debo?— pregunté, no sabía si pagarle por su trabajo o por la experiencia que me había brindado.
—No es nada señora, llámeme cuando me necesite— me giré a verlo antes de que se fuera. Me dio una ligera sonrisa y salió del departamento.
Ahora si iba a necesitar un desfogue, a lo mejor leería uno de esos escritos para adultos que tanto circula en Internet y terminaría tocándome y masturbándome como una colegiala.
A lo que había tenido que recurrir. Pero no había llegado tan bajo para necesitar un consolador, eso sí sería mi aceptación como fracasada sexual. Al menos la temperatura descendía y con ella mi ardor.
"Ay Conserje Mellark, estás para comerte" pensé.
Ducha fría, si, una larga y apaciguadora ducha fría nada mejor para calmar las pulsiones.
Gracias por leer amigas, espero que la historia sea de su agrado.
Patito
