¿Qué ocurre? – preguntó Isabel, fingiendo una calma que ni de lejos podría sentir

¡Nos han rodeado! – exclamó el vigía - ¡Capitán!

Antonio lanzó una maldición y trepó rápidamente por el mástil. Necesitaba verlo por sí mismo. Decenas de barcos ingleses se aproximaban a ellos, a una velocidad considerable. Antonio lanzó un rugido y regresó al suelo de madera.

¡Escuchadme! – gritó con voz autoritaria - ¡Los primeros sectores, bajad a los cañones! ¡Y llevad más hombres a los remos! ¡Rápido!

Isabel se acercó a él, preocupada.

Antonio, ¿Qué ha pasado?

Lo han descubierto… - masculló furioso - ¡Maldita sea! ¡Nos han traicionado! ¡Isabel, vuelve al camarote!

¡No! – replicó, disgustada - ¡Si he venido contigo no ha sido para esconderme debajo de una mesa mientras os jugáis la vida! ¡Yo me quedo! ¡El tercer sector es mío! ¡Ordena al cuarto y al segundo que se reorganicen, ahora están bajo mi cargo!

Antonio parpadeó, sorprendido ante la fortaleza de la chica. Asintió e interceptó a uno de los oficiales. Tras unos minutos de puro caos, los barcos ingleses finalmente aparecieron bajo el horizonte. Isabel cargó una pistola y se ajustó el hacha a su espalda. Antonio hizo lo propio. Los galeotes ingleses comenzaron a asaltar las galeras españolas. En cuanto la primera escalera se posó sobre el casco del barco donde se encontraban los dos hermanos, Isabel atravesó la pasarela sin dudarlo.

¡Isabel! – gritó Antonio, fuera de sí -¡Isabel, vuelve!

Pero no tuvo tiempo de más, otras tres escaleras aparecieron en el maltrecho barco y Antonio se obligó a encarar a sus enemigos. Solo podía confiar en las dotes de su hermana y rezar porque todo fuera bien. Las tropas españolas lucharon con fiereza, pero las escaleras parecían venir por doquier. Incluso ya antes de empezar, las tropas estaban bastante mermadas, aquellos soldados no estaban listos para luchar… Y menos así.

Lanzó una maldición y atravesó otro cuerpo inglés con su hacha. La sangre manchó su capa. Antonio se frotó el rostro con el brazo, limpiándose la sangre y el sudor. Miró a su alrededor, aguardando al siguiente adversario.

Pero de pronto, hubo un instante de tensa calma. Las escaleras se retiraron lentamente. Antonio comprendió con horror lo que los ingleses se proponían.

¡Retirada! – bramó - ¡Retirada!

El primer cañonazo confirmó su sospecha. Debían huir de allí. Antonio bajó rápidamente a las entrañas del barco, donde los hombres remaban en tanto les permitían sus brazos. Antonio se acercó al oficial a cargo de los cañones

Tenemos que empezar a atacar – dijo Antonio – Ahora es el momento. ¡Usad toda la carga, no importa, ya conseguiremos más!

¡Pero hay tropas españolas en barcos ingleses, capitán! – exclamó - ¡Además de todos los prisioneros!

El tiempo se detuvo por un instante. "Isabel" musitó. Antonio se abrió paso a empellones entre la gente del barco. Maldita sea, Isabel seguía en uno de esos barcos. ¡¿Pero en cuál? Escuchó otro cañonazo y varios gritos que confirmaron la puntería de los bucaneros. Un barco inglés cayó, al igual que otros dos barcos españoles. Notaba su corazón latiendo desacompasado, a punto de salírsele del pecho. Tenía que encontrarla. Ya.

¡Isabel! – la llamó. No hubo respuesta - ¡ISABEL!

Solo escuchó el bramido de las olas y el retumbar de los cañones. Así sería imposible dar con ella. Los barcos ingleses comenzaron a retirarse. Antonio esbozó una sonrisa sarcástica. Apenas quedaban dos buques españoles en pie y otros dos más amenazaban con naufragar en cualquier momento.

- ¿Pretenden humillarnos aún más? - gruñó, apretando los puños

Antonio trató de reprimir las lágrimas a duras penas. Solo un barco inglés permanecía varado. Antonio observó que incluso tenía el ancla echada… ¿Qué significaba aquello? De pronto palideció y se dirigió al timonel.

¡Dirígete a ese barco! – le ordenó -¡Aprisa!

¡¿Qué? – exclamó - ¡Es un suicidio!

¡En ese barco va mi hermana! – replicó con furia mientras sostenía el hacha ante el hombre - ¡Si no pones rumbo hacia él ahora mismo, hazte a un lado!

El hombre asintió con nerviosismo e hizo virar al barco. Antonio miró con ansiedad al buque inglés, que seguía estático, con las velas replegadas. Cuando apenas faltaban unos metros, la galera aminoró la marcha. Antonio hizo un gesto a los soldados supervivientes y les ordenó coger las escalas. Antonio oteó el barco enemigo. Un destello, y luego una capa roja le informó de la presencia de su hermana en el navío. Cogió rápidamente una escala y conectó ambos barcos.

Los soldados españoles se abalanzaron sin piedad sobre los agotados ingleses. Antonio fue abriéndose paso hasta llegar a su hermana. Esta, agotada y sudorosa, le dedicó una sonrisa con objeto de tranquilizarle.

¡Ya casi hemos tomado el navío! – dijo Isabel, intentándose hacer oír por encima del ruido - ¡Si tomamos este barco no se atreverán a atacarnos!

¡Tenemos que huir, Isabel! – repuso Antonio - ¡No tenemos tiempo! ¡Solo contamos con cuatro barcos!

¡Entonces márchate! – dijo Isabel – Márchate y por a salvo lo poco que nos queda.

¡No! – ladró - ¡Tú te vienes conmigo! ¡Isabel, esto no es un juego!

¡¿Y te crees que no lo sé? – replicó mientras ensartaba a un inglés - ¡¿Crees que no sé lo que hago? – replicó, furiosa, clavando sus ojos verdes en los de su hermano

Antonio retrocedió, intimidado. Jamás había visto así a su hermana. Con el pelo alborotado, la ropa sucia y rota, el rostro lleno de sangre y cortes… Parecía más un mercenario sediento de sangre que su dulce hermana, que hasta hace unos días jugaba con las flores del jardín del Palacio Real. Antonio frunció el ceño y apretó los puños.

¡Está bien, maldita sea! – rugió - ¡Acabemos con esos perros ingleses y hagámonos con este navío! E Isabel… - dijo muy serio, cogiéndola por los hombros – Esta es la última vez ¿me oyes? La última vez que me acompañas

Será la última para todos si no nos damos prisa – repuso mientras se zafaba de su hermano y se lanzaba de nuevo al ataque

Antonio la secundó y ambos se sumergieron de nuevo en la batalla. El barco prácticamente les pertenecía cuando de pronto un cañonazo sacudió el navío. Varios soldados cayeron al agua. Los españoles se apresuraron a rematar a los pocos ingleses que quedaban en pie.

¡¿Qué significa esto? – rugió furioso Antonio

¡Nos atacan capitán! – dijo uno de los soldados

¡¿Quién nos ataca? – gruñó, temiendo un ataque de sus propias tropas

¡Los ingleses! – repuso, alterado - ¡Ya han hundido uno de sus barcos! ¡El barco nodriza se dirige a nosotros!

Antonio se quedó paralizado. Eso solo podía significar una cosa…

¡Isabel! ¡Isabel! ¡Tenemos que huir!

¡¿Huir? – replicó, casi sintiéndose insultada - ¡El barco es nuestro! – repuso mientras extraía el hacha de un nuevo cadáver - ¡¿Por qué íbamos a abandonarlo?

¡Nos han dado! – replicó, mientras la cogía de la muñeca - ¡Y el barco del capitán se dirige hacia aquí!

¿Ah, sí? – repuso con una sonrisa siniestra - ¡Mucho mejor entonces! ¡Así aclararemos cuentas con él!

¡No tenemos tropas! – dijo mientras la zarandeaba - ¡Deja de hacer el idiota!

Isabel apretó los dientes y asintió de mala gana. Ordenó replegarse a los soldados y poco a poco abandonaron el navío. Antonio observó el barco, cada vez más próximo a ellos. La sangre llamaba a la sangre… El barco estaba lo suficientemente próximo como para distinguir la figura de los enemigos. Antonio no tardó en localizar al comandante. Apretó los dientes, esbozando una sonrisa feroz y enarboló el hacha.

Así que ahí te escondías – gruñó entre dientes, con un tono peligroso – Acércate…

¡Antonio!

El joven volvió la cabeza, como si despertase de un sueño. Alzó la mano para indicar a su hermana que todo estaba bien. La chica saltó al otro barco. Antonio inspiró. El barco se hundiría con su capitán… Claro que sí. Ese miserable no vería un nuevo amanecer. El barco chocó contra el maltrecho navío, lo que hizo a Antonio tambalearse. Este recuperó el equilibrio y se apartó en el último momento para evitar los disparos. Antonio se ocultó tras un barril y aguardó al momento oportuno.

Pero este nunca llegó. Un dolor agudo y penetrante se acomodó en su sien y se desplomó al suelo. Notó cómo alguien tiraba de él. Intentó defenderse o al menos articular palabra. Una figura roja pasó delante de él. Antonio abrió los ojos, aterrado.

Isabel sonrió.

No te preocupes, todo irá bien

El barco se convirtió en un amasijo de madera y metal, lamido por el fuego, que fue hundiéndose poco a poco en el agua. Antonio miró con impotencia el macabro espectáculo que se desarrollaba ante sus ojos.

Isabel... hermana - fue lo último que pudo decir antes de caer en un profundo sopor