Author's note:
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Salut, ça va ?ㅤ🌹ㅤGracias por haberte pasado por aquí. Me presento, me llamo Şeh'razat. Soy un pseudo-escritor. Me gustan las novelas referentes a la guerra mundial, así que de ahí surgió PRÆY. No es ni será mi mejor obra, pero, ojalá y sea de su gusto. Tenía hartas ganas de escribir con éste tipo de temas. Nevertheless, no quiero responder las molestias que puedan ocasionar mis escritos, pero aunque me pese, el lector tendrá que darse siempre por satisfecho. So, peleémonos a gusto por PM. Ciao, ciao ! ❤
"Escribir es una manera de estar en otra parte".
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Edición: (29/Abril/2019).
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ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤShingeki no Kyojin (進撃の巨人) y sus personajes pertenecen a Hajime Isayama.
ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤPor el contrario, PRÆY y cualquier otro personaje ajeno son de mi propiedad.
ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤDisclaimer/Advertencia. At your own risk!
ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤ・ㅤContenido explícito (Abarca: violento, gráfico, sexual,...).
ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤ・ㅤAlerta de Spoiler.
ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤ・ㅤOOC (Out of character).
ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤ・ㅤSlow burn*.
ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤ・ㅤ"_._._._._" (Nombre de lectora).
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Prólogo.
fall yet again
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"La muerte es un proceso que ocurre en seres vivos, se inicia cuando los cambios son irreversibles,
se caracteriza por la pérdida de la complejidad de su organización y por la disminución en el contenido de energía,
y termina cuando la diferencia de este contenido energético con el medio ambiente es cero".
El final de la vida.
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ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤ"¿Por qué te asustas, [inaudible]?
ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤNo tienes derecho a perder tu aplomo y tener miedo.
ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤTú y sólo tú eres responsable del [inaudible] que has provocado.
ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤEstás aquí voluntariamente, no lo olvides. Nadie te ha obligado a [inaudible].
ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤHas aceptado el compromiso de cumplir con [inaudible],
ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤy has cobrado una fuerte suma por ello.
ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤApechuga las consecuencias.
ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤY sé valiente. "
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Sentí un intenso dolor, como si unas manos enormes atenazaran y oprimieran todo mi cuerpo. Mis músculos se desgarraron, los huesos crujieron y rechinaron. El chasquido del hueso al romperse no había sido muy fuerte. Como ruido, apenas lo suficiente para abrirse paso como una flecha a través de la bruma roja; pero en vez de dejar entrar la luz del sol, ese ruido había dejado paso a las nubes oscuras del remordimiento y la vergüenza, del terror, de la angustiosa convulsión del espíritu.
La ira estremeció mi cuerpo. Ira por haber cedido la vida contra la bestia monumental que me sostenía. Y esa ira se transformó en un líquido espeso que rezumaba lentamente de la médula exprimida. Los pulmones se convirtieron en dos fuelles enloquecidos; el corazón se aceleró igual que un motor al que aumentan de revoluciones. Y envió la oscura sangre efervescente a todos los terminales de mi cuerpo. Siento que estoy incubando una criatura deforme que busca desesperadamente el aire exterior.
La idea de la muerte era algo que trascendía los límites de la imaginación.
Y del dolor, hasta el momento de experimentarlo, tampoco tenía conciencia.
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ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤMi organismo se negaba a ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤasimilar una muerte inminente.
ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤPero estoy aterrada, ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤlos dientes me castañetean sin parar.
ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤEn los oídos resonaba todavía el tremendo contrapunto
ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤretumbante de ese ruido y
olí mi propia orina que no había ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤpodido controlar por el terror. ㅤㅤㅤㅤㅤ
ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤSiento ganas de llorar. ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤPero, aunque llore, nadie vendrá a ayudarme. ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤNadie...ㅤㅤ
ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤDeseé que alguien ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤ
ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤestuviera ㅤㅤㅤㅤㅤ
ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤremoviendo cielo y tierra con ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤtal de encontrarme.
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El verdugo movió sus ojos inyectados de rojo y me miró. Su mirada era acerada e inexpresiva, alrededor de la boca tenía adheridos pequeños jirones de carne pegajosa. Su cráneo se dobló hacia arriba y proyectó su mandíbula. La lengua, rojísima, asomaba entre los dientes como una llama temblorosa. Apestaba a vísceras. El viento olía a sangre, soplaba muy fuerte pero las ramas de los pinos no se movían un ápice.
En ese instante descubrí que había unos cuervos asidos a las ramas. La silueta de las oscuras criaturas volando surcaron los cielos ennegrecidos. Entre la hierba florecían incontables flores blancas, azules y amarillas, y por todas partes se oían los lamentos y los aullidos de dolor. En algún sitio se estaba derramando sangre. Y hay muchísima sangre. Ante mis ojos, una hilera de dientes se recortaba nítidamente en una insania sonrisa.
El gigante movió sus labios con dificultad, cortando el aire con un maligno susurro sibilante:
—...Aunque cam…biemos... de forma y a…pariencia...
Más que hablar, expulsaba el aire seco que tenía en el fondo de la garganta en forma de palabras.
—La batalla… no terminará.
Y los cuervos fueron cayendo a la tierra ensangrentada con estrépito. Suave, dulce, tibia, la canción volvía y se demoraba, hundiéndose conmigo en un sueño cada vez más profundo, donde el pensamiento se interrumpía y los rostros que aparecían en los sueños desaparecían en el olvido.
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ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤEntonces lo
ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤentendí.
ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤO lo intuí:
ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤEn ese preciso momento ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤ
ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤ...ansiaba la muerte.
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(...)
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Desperté presa de una gran agitación, aún tenía la sensación de seguir soñando. El cielo era de un penetrante azul y unas nubes blancas se difuminaban en lo alto del cielo como brochazos. Tardé un rato en comprender que había sido un sueño. No sólo era incapaz de mover el cuello: todo mi cuerpo entero estaba paralizado. No era entumecimiento. Simplemente no podía ejercer fuerza. Había perdido la coordinación entre la mente y los músculos, y éstos no obedecían. No podía mover los labios ni la lengua. Sólo mis párpados con largas pestañas se abrían y se cerraban en vez en cuando. Tenía una percepción distinta del viento al soplar, del ruido del agua al correr, de la luz que se cuela entre las nubes, de las tonalidades de las flores de temporada.
La lucidez regresó de golpe. Me quité casi a tirones la gabardina que había sido cuidadosamente arropada en mi cuerpo empapado en sudor.
Una corriente subterránea constante fluía entre mis pensamientos.
Tan pronto me incorporé, mis ojos se deslumbraron al ver un amplio pasto y doce o trece casas en ruinas. La hierba crecía por todas partes, algunas casas estaban completamente derruidas; algunas de ellas sólo quedaban en pie los pilares. Parecía una aldea abandonada entre campos. A lo lejos se veía un camino que discurría entre casas silenciosas, sin rastro de vida y un limitado rebaño de caballos pastando en un prado.
Pensé que si algún lugar había que debiera tener fantasmas, era aquí mismo.
Me dio la sensación de estar viviendo, yo sola, entre ruinas cuidadas con esmero.
¿Cuánto tiempo permanecí así? Estaba tan inmersa en aquel torrente imprevisto de imágenes sin sonidos que se reproducían en mi mente como un bucle de tiempo infinito —parecía una grieta que brota líquido entre los bloques una pared— que no me di cuenta de la sombra una persona cubriéndome la punta de mis botas de combate. Al levantar la mirada, me encontré con ojos oscuros.
—Dormiste como un lirón.
Al escuchar su voz, la duda que traslucía en mi rostro se disipó de golpe. La voz no había cambiado. Me impresionó al verlo, su aspecto habitual era el de un forajido de edad madura. Alto, fuerte y robusto, su rostro era intimidante y era cubierta casi por completo por una una barba grisácea y bastante espesa. La escasa superficie de piel que no quedaba oculta por la barba era atezada.
— ¿Elías? —pregunté entrecerrando los ojos.
El hombre hizo un gesto afirmativo con la cabeza, frunciendo ligeramente el ceño. Me miró de arriba a abajo, como repasándome. Cuando volvió a levantar la mirada, dijo —más para sí mismo—:
—Remo tenía razón. No estás en condiciones de seguir con el trayecto.
— ...Jefe, ¿qué ha ocurrido? —pregunté.
De pronto, la expresión de su rostro cambió. La severidad en su mirada se suavizó.
—Caíste noqueada durante tu turno de vigía —respondió.
Sobrevino un instante de silencio.
«¿Estaba en guardia? No lo recuerdo...».
No respondo. Inspiré aire y lo expulsé con un leve movimiento de hombros. Elías hizo una mueca y continuó:
—Todo es normal. No te pasa nada fuera de lo ordinario —me tranquilizó y relajé los músculos—. Toma.
Luego de rebuscar en su cintura, me entregó una cantimplora de aluminio. Tomé un sorbo de la poca agua tibia que resguardaba, aliviando la sequía en mi lengua y garganta. Al poco me atraganté y empecé a toser, poniéndome un poco colorada. Elías sólo me observó, su mirada amenazante emanaba un brillo diferente al habitual. Luego de tranquilizarme a bocanadas y secarme los labios con el dorso de la mano, abrí mis ojos.
Y entonces surgieron dos pupilas llenas de curiosidad a la expectativa de Elías.
Creí detectar un suspiro, o quizá un resoplido, de exhaustividad o de tristeza, o de ambas cosas a la vez.
—Siento que he dormido mucho tiempo. ¿Dónde estoy? ¿Ha pasado algo? —pregunté. Decidí no indagar en él—. No llevo desvanecida aquí siglos. A lo mucho debió haber pasado unas horas desde que la conciencia abandonó mi cuerpo.
—Cuatro horas —afirmó Elías, frunciendo un poco la boca antes de responder—. No ha ocurrido nada especial. Este día se ha repetido lo mismo de siempre y de la misma forma. No nos hemos movido de Malbork.
Echo un vistazo a la aldea silenciosa. Había recobrado mi conciencia, pero sentía que mi cabeza se había vaciado por completo. Como si hubiera regresado a este mundo como una hoja de papel en blanco. Ni siquiera recordaba cómo me llamaba. No podía acordarme de dónde vivía, de la cara de mis relativos, de cómo terminé despertando en una carreta, de nada. Ni siquiera era consciente que estaba temblando.
El hormigueo se extendió por mi cuello y las sienes; imaginé miles de pequeños insectos penetrando por mis oídos, miles de polillas hambrientas cavando túneles hasta el cerebro.
— ...No nos hemos movido de Malbork —repito sus palabras como si estuviera sopesándolas sobre la palma de la mano.
Intento recomponerme a mí misma. Levanto con gran esfuerzo la mano izquierda e intento frotarme los ojos. Murmuro una maldición y gimo. Siento un dolor sordo en el hombro izquierdo. Junto con la percepción sensorial, el dolor ha vuelto a mi cuerpo. Es el mismo dolor que cuando chocas con fuerza contra algo. Me acaricio la zona por encima de la camisa con la mano derecha. Al parecer no hay herida, tampoco está hinchado.
«Tal vez sea una contusión, pero... ¿sólo por haberme desmayado?».
—Las historias largas no me van: Deimos te tiró de la montura y acabas de comprobar que no fue buena idea caer colina abajo —dijo Elías, interpretando mis movimientos—. No sé qué diablos habrás hecho para hacer enojar a ese animal.
—Ni yo misma lo sé —admití.
—Ni siquiera tú lo sabes —Elías exhaló con pesadez, poco a poco se agravaba su voz—. Me imagino que tampoco sabías dónde estabas, Remo te ubicó a dos kilómetros al sur del campamento.
— ¿Deimos regresó? ¿Está bien?
—Diría que el caballo es el menor de tus problemas.
—Pero —repetí—. ¿Deimos está bien?
Elías asiente, malhumorado. Me permito respirar aliviada.
—Sé que no hace falta recordarte que aquí afuera no es lugar para estar deambulando a tu gusto —continúa el hombre—, pero fueron dos malditos kilómetros.
Arrugué el entrecejo y me limité a no contestarle mientras reflexionaba. Elías no era nada de mí, en un sentido sanguíneo. Mucho menos era mi padre, pero era lo más parecido a ello. Y como tal, le permitía tener el derecho de corregirme si era necesario.
Sin embargo, esta vez no lo sentía así. Durante un momento, la furia que emanaba del mayor fue tan grande que, literalmente, no pudo hablar. Podía sentir como la sangre le latía con fuerza en los oídos.
—En realidad, no creo estar pidiéndote tanto —Su voz era firme, cortante—. No seas imprudente.
Elías cesó su reprendimiento. Luego retornó su semblante hacía un punto vacío, hundido en sus propios pensamientos. Exhala algo parecido a un suspiro que llega a materializarse en palabras:
— ...En fin, lo importante es que aún sigues coleando.
—Perdón —digo finalmente, desviando la mirada—. No era mi intención preocuparlos.
Desearía hacerle entender la gravedad de mi situación por la falta de memoria. Para conseguirlo tendré que ir de aquí para allá buscando los fragmentos de mi ser. Como si fuera reuniendo pacientemente, una tras otra, las piezas desordenadas de un puzzle.
«No es la primera vez que me ocurre», pienso.
En el pasado, en algún otro lugar, ya he experimentado esta sensación.
¿Cuándo fue? Vuelvo atrás en mis recuerdos. Pero el frágil hilo se rompe enseguida.
—Recupera fuerzas para la cena. Hasta entonces, tenemos que hablar de muchas cosas —dictó el mayor mientras se vestía con la gabardina—. Y no olvides agradecerle apropiadamente a Remo.
—Es lo menos que puedo hacer en mi condición, ¿no? —hice el amago de sonreír mientras él se levantaba de la carreta, a su vez, echó una mirada furtiva por encima del hombro a la impenetrable alba que olía a césped y a madera recién cortada.
Como esperaba, Elías no regresó el gesto.
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(...)
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Duermo un rato, me despierto, vuelvo a dormirme, me despierto de nuevo. Esto se repite una y otra vez. Algo me incomoda, pero no sé si sea la carreta. Los golpes seguían retumbándome en los oídos, pero no eran más que los de mi corazón palpitante. Me remuevo entre las coberturas de lana y termino boca arriba. Hoy no hay luna. Gruesos nubarrones cubren el cielo, incluso es posible que más tarde empiece a lloviznar.
¿Qué debía de mirar en aquella soledad infinita del cosmos?
A veces las cosas simplemente se ponían inciertas y nebulosas durante un minuto y después se aclaraban... la mayoría de las veces, en realidad. Pasa cierto tiempo hasta que mis ojos se acostumbran a la oscuridad de Malbork.
Cuando arreciaba el viento, las nubes bajas y dispersas que había sobre las montañas flotaban como almas errantes que regresaran al presente desde tiempos remotos en busca de una memoria ya perdida. A veces caía una lluvia blanquecina como la nieve, que danzaba silenciosa a merced de las corrientes de aire. Casi siempre soplaba el viento y el frío del otoño se soportaba. Malbork se encontraba junto a un estrecho valle, en el que durante los veranos llovía sin parar a pesar de que un poco más allá estuviera despejado. El campamento estaba instalado en lo alto de la planicie, a un lado de la aldea abandonada, y desde la colina orientada al sudoeste se atisbaba el mar a lo lejos entre las cordilleras de montañas.
Elías no entendía el por qué mi tanto afán por ver el mar. Solía decirnos que desde aquella distancia, tan solo parecía un "trozo de plomo de color apagado". A Remo le resultaba indiferente. Yo prefería contemplar el océano que las montañas.
De hecho, me alegraba el corazón.
Saliéndome de mi propia cabeza, opté qué mejor debería estar con los demás. Sentada en la orilla de la carreta, ajusté las agujetas de mi botas y abroché el porta cuchillos de cuero en mi muslo. Saqué una navaja plegable de acerado filo. La usaba para despellejar animales, noto un gran peso cuando la sostengo sobre la palma de la mano, la hoja medirá unos doce centímetros. Elías debió de comprarla hace muchísimo tiempo atrás.
A lo lejos distinguí una tenue luz avanzando lentamente hacía mi locación.
Tras el candil había un muchacho trigueño de constitución alta, hombros y pecho ensanchados. Descubría en sus ojos azulinos la frialdad de los ojos de un lagarto, veía cómo reflejados en mi rostro se había vuelto más duro e inexpresivo. Su voz alcanza mis oídos:
—No tenía intención de ir a buscarte —declaró Remo. Ásperamente, se pasó la mano sobre los labios—. Sí he hecho de chulo, ha sido únicamente para quedar bien con él.
— ...Ya veo —asentí, con tono neutral. Y por "él", imagino que hablaba de Elías—. No quería causarte ningún problema.
Remo torció una sonrisa con los ojos entrecerrados. Una que reflejaba la vergüenza y la repulsión.
—Pobre criatura. Es que no querías ocasionar más problemas —resumió secamente—. ¡Cuánta consideración! Mira, se me salen las lágrimas.
—Lo digo en serio —replico.
— ¿Es que no lo entiendes? —masculló, con las mandíbulas fuertemente contraídas, los músculos de las mejillas destacados por la tensión—. ¿Estás segura de que puedes darte el lujo de compadecerte de ti misma, _._._._._?
«...Está perdiendo la paciencia», pensé y me puse en ojo avizor.
Desde hacía tiempo Remo no me había tocado con enojo, pero en ese momento parecía bastante alterado como para no hacerlo.
— ¿Y qué pretendes? —me enderecé, con intención de encararlo y troné los huesos de mis nudillos con un gesto altivo—. Sinceramente, no sé qué cuentas tienes que ajustar conmigo ni a qué vienen tus provocaciones. Pero, desde luego, no creo que sea bueno dejar los problemas como están.
Remo se acercó más, acribillándome con su mirada, e inconscientemente retrocedí, en guardia. Estaba mentalizada y preparada para otra de sus palizas imprevistas hasta que, de pronto, la expresión de su rostro cambió en un santiamén al analizar mi cara.
—Te sangran los labios —señaló él, con un tono curiosamente inexpresivo.
— ¿Qué?
Me llevo la mano a la boca y di un pequeño respingo, dolorida. Al retirar el dedo, vi sangre. Tenía el labio inferior hinchado al doble de su tamaño y rastros de sangre seca en el mentón.
—Has estado frotándote la boca —señaló. Enarqué una ceja, confundida, ¿no me quería pegar hace unos momentos? Su voz me trajo al presente, sobresaltándome: —Ese hábito tuyo me exaspera bastante. De hecho, ya hace tiempo que me estás causando molestias.
—A estas alturas, tengo la sensación de que es el único entretenimiento que puedo darme —respondí, más relajada. Remo no se inmutó. Sólo entonces me aventuré a pregunar: — ¿Se te perdió algo? Pareces más cabreado que de costumbre.
—No importa —dijo él ásperamente—. Hoy me he levantado con el pie izquierdo.
Puse los ojos en blanco.
—Yo diría que te has caído de la cama.
Remo se limitó a gruñir. Reí un poco y me fijé en sus gestos.
Siempre me ha agradado el rostro de Remo. No era uno especialmente aniñado. Sus pómulos salientes daban una impresión de seriedad, tenía la nariz fina y un poco respingona. Pero en esos rasgos había algo que atrajo mi atención. Sus ojos eran como los de un gato salvaje, atentos y desafiantes.
Sin embargo, a través de él, un fantasma cobraba vida. Tan lejano como un recuerdo difuso.
Parpadee, bajé la vista y encogí mis hombros.
—Me recuerdas a un chico de catorce años a quien yo conocía.
El de tez trigueña no logra pronunciar palabra, hasta yo misma me sorprendí comentando aquello. Quise retractar mi comentario y restarle importancia, pero después Remo preguntó, en una voz pequeña:
— ¿Se parecía a mí?
Asiento con un único y claro movimiento de cabeza. Cierro los ojos. Remo se queda contemplando mis párpados cerrados. Como sí a través de ellos pudiera ver las tinieblas que estoy contemplando. Extrañas figuras se dibujan en la oscuridad. Emergen y desaparecen. Luego abro los ojos:
—Tú eres más alto y más fuerte. Pero si, en algo te pareces.
No me responde y lo miro con aire de extrañeza. Algo lo llevó a detenerse, sin que durante un momento supiera bien que. Me quedé quieta, como esperando a que pase algo especial. Una especie de curiosidad morbosa me había atraído.
—En definitiva, tu vagabundeo no había sido sin rumbo… —murmura para sí mismo. Y, como si quisiera aludir al paso del tiempo, permanece unos instantes en silencio. Se echa un poco para atrás para leer la expresión en mi cara antes de echar a andar regresando de donde vino—. Elías quiere que vengas a cenar con nosotros. Yo no tengo ninguna obligación contigo. Haz lo que quieras.
Emití un ruido estrangulado que pretendía ser la palabra sí.
Suspiré cuando se fue, silenciosamente, y mi cuerpo se aflojó sobre la carreta como si de pronto se hubiera quedado sin músculos. Y no odiaba a Remo Majorek, de eso estaba segura. Pero no lo comprendía. En absolutamente nada. Tampoco a Elías.
«¿Por qué actúan de forma tan extraña?», pienso.
Hubiera querido decir algo. Pero no me atreví y me quedé allí plantada, mirándolo irse mientras la oscuridad me envolvía entre sus brazos.
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Quemaron la leña que hace días había cortado en el cauce de un río seco que discurría a lo largo del valle. Remo había reunido palos, paja y hojas secas, las esparció en abundancia por encima de un círculo de piedras y le prendió fuego con un encendedor que Elías le prestó. De pie junto a la hoguera, los tres contemplamos en silencio cómo las llamas iban devorando, hoja tras hoja, las pequeñas ramas crujientes. Las cuales yacían bajo un recipiente cerrado. Apenas había viento. La columna de humo se alzaba recta hacia el cielo oscurecido y se disipaba, sin un sonido, entre las nubes bajas de color gris que lo cubrían.
No parecía que fuera a llover pronto.
De en vez en cuando, un pajarillo se posaba en las ramas para enseguida alzar el vuelo. Entonces las ramas se estremecían suavemente, como un corazón turbado, y al poco rato volvían a aquietarse.
Como queriendo decirme algo.
—Ve abriendo el apetito. ¿Te gusta el conejo, niña? —me preguntó Elías, rompiendo el silencio. Sonrío un poco, él nunca ha sido un hombre de dos palabras—. No hay nada como un buen estofado de conejo cuando hace frío, acompañado con un poco de verduras también.
— ¡Me encanta! —contesto inmediatamente, jamás lo había comido.
—Estaba seguro. El conejo es bueno para el estómago; es una carne sin pleitos —respondió el mayor solemnemente y siguió prestando atención al recipiente. La caldera era vieja, estropeada, con pegotes de grasa, pero que todavía funcionaba.
Aparté los ojos de la ancha espalda del veterano para mirar a Remo. ¿Cuánto tiempo había estado ahí sentado, mientras fingía leer a su vez un libro, pero en realidad estaba mirando por encima de él a Elías? Había visto una extraña amalgama de las maneras que tenían él y Elías de mirarse.
Sometimiento.
Tenía una sensación extrañísima, como si entre los dos hubiera pasado algo que no había terminado de entender.
—La carne de conejo no me gusta —declaró Remo, frunciendo la nariz.
—Bueno, pues aquí la comerás hasta que te parezca una delicia —Elías se volvió a Remo, mirándolo desafiante—. No tienes elección. Dejarás tu plato limpio.
—No empezaré lo que no voy a poder terminar —respondió el muchacho, parecía que toda la conversación lo cansaba.
Y en inconsciente imitación mía, se frotó los labios con la mano izquierda y nos dio la espalda.
—Su opinión no me sorprende. No es forma de comportarse —dijo Elías a nadie específicamente, pero su voz sonaba espantosamente fría—. En fin, no insisto.
A sus espaldas, la caldera se sacudía: emitiendo una especie de gruñido sibilante.
Más tarde, cuando ya había dado las dos de la mañana, los temas de conversación se habían agotado y el silencio reinó alrededor de la fogata. Remo se encontraba hecho un ovillo junto al fuego, abstraído en su libro de lectura. Cualquier otro día habrían dado por concluída la jornada y dos de nosotros tres se habrían preparado para acostarse mientras el otro hace de vigía. Teníamos la costumbre de levantarnos temprano.
Pero seguía sentada con las piernas cruzadas sobre el tronco, inmersa en tratar de recordar un no-sé-qué de lo que era antes de despertar, porque parecía que sólo lo hacía pero en partes.
En mi conciencia reinaba la confusión absoluta, mientras que en el presente prevalecía una atmósfera de suficiencia beligerante.
Me quedé junto a Elías, mirando cómo oscilaba el pequeño resplandor de las brasas en el fuego. La mayor parte del tiempo hacía frío y lleno de corrientes de aire, pero el círculo alrededor de la fogata era de una tibieza agradable, que se hacía difícil abandonar.
—Es hora de hablar con ustedes —dijo el veterano sin dejar de mirar el fuego apagándose, como quien no quiere la cosa. Su agitación era visible en las brillantes manchas vítreas que le cubrían la cara y los repliegues de su cuello—. Escuchen, hablemos dejando las molestias en paz. ¿Tienen prisa?
—No, qué va. A nosotros lo que nos sobra es el tiempo —Remo puso una marca en el libro y se levantó.
—Ya, ya —intervine—. ¿Qué sucede, Elías?
—Iré al grano —empezó articular el mayor, en el mismo tono—. Eran de suponer que llegaría en la próxima semana la siguiente operación de reasentamiento.
Flotaba en el aire una especie de presentimiento inquietante. Elías se le sentía demasiado intranquilo desde temprano. Eso significaba que, por el momento, algo no estaba resultando según sus planes.
—Quiero que me escuchen con atención.
En ese momento, Elías había vuelto a cerrar los ojos y suspiró entre sus labios resecos:
—Divisé al sureste residuos de un campamento militar marleyano. Las cenizas se veían todavía calientes. Deben irse inmediatamente: esta misma noche.
— ¿Irnos? ¿Hacia donde los titanes? ¿A sólo dos horas de estar bajo plena luz del día? —bramó Remo al instante, deshaciéndose de su postura y adoptado una más agresiva, luego escupió con sarcasmo: —Qué estupenda idea… desfilar al matadero.
—No se preocupen, está todo pensado —dijo Elías sin perder la inquietante parsimonia en su tono de voz—. No muy lejos hay un lugar seguro.
— ¿No sería mejor que supiéramos las condiciones en las que estamos antes de aceptar tu plan? —pregunto y lo miro con perplejidad—. Tan repentino…
—Las reservas de comida se están agotando. No tenemos más que agua para tres días —respondió Elías, sombrío—. ...Y ellos lo saben. Nos atacarán cuando estemos vulnerables por desnutrición.
—Entonces redujamos nuestra comida dos al día, eso nos daría más tiempo, ¿no? —pregunté, agarrándolo por su fornido brazo en una acción inconsciente. Como una hija ilusa buscando palabras esperanzadoras de los labios de su padre—. Pensaremos en algo y saldremos de ésta, ¡cómo siempre lo hemos hecho en estas tierras!
Pero Elías me miró con tristeza y vi en sus ojos un brillo de culpa cuando se zafó de mi mano.
—Incluso racionadas, sólo durarán pocos días. ¿Y luego qué crees que vaya a pasar? —Sus palabras me dejaron descorazonada—. No los dejaré morir de hambre aquí. Y mucho menos dejarlos ser atrapados vivos por esos demonios. Para eso…
— ...Te quedarás aquí —finalizó Remo por él—. Piensas quedarte para hacer de cebo mientras nosotros huímos.
Sentí un mórbido escalofrío ante la idea.
—Ese es el plan —confirmó Elías, cabizbajo. Luego añadió: —Llevaré veneno. Tampoco a mí me cogerán con vida.
¿El suicidio? Durante un momento me pareció que mi vida entera se mostraba abierta ante esta decisión, no en un sentido complejo de entender, sino mi vida tal como era en este momento. Nada de esto me ha inquietado mucho. Ya sabíamos que los soldados marleyanos denotaban satisfacción por cazar desertores; no sólo querían acabar con sus víctimas, sino sobre todo humillarlas para demostrar hasta el último momento la supuesta infrahumanidad del que moría.
Supuse que nuestro equipo era un blanco adecuado.
ㅤㅤㅤㅤㅤ
ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤEra así como íbamos a morir.
ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤOía un sonoro llanto y sollozos convulsos. ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤVolví la cabeza y, a la luz cruel de las linternas, vi a nuestro padre de rodillas
ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤsobre el pavimento mojado,
ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤsollozando y suplicando a los policías por nuestra vida.
ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤOcurriría en pocos segundos y
ㅤㅤluego quedaríamos tirados sobre la acera en un charco de sangre,
ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤcon el cráneo destrozado, hasta el día siguiente.
ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤSería entonces cuando se enteraran nuestra madre y
ㅤㅤㅤㅤㅤhermanos de lo que había ocurrido,
ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤy vinieran desesperados a buscarnos.
ㅤㅤㅤㅤㅤ
Todos estos pensamientos llegaron a mi cabeza de una forma rara, como si pertenecieran a otra persona.ㅤㅤㅤㅤㅤㅤ
Miré por encima del hombro buscando los ojos de Remo: él estaba mirándolo expectante, en silencio. La cara de Remo daba la impresión de estar desmoronándose, cambiando, convirtiéndose en algo arruinado que dio paso a la cólera cuando se acercó a Elías. Sus ojos azules se resquebrajaban y gruñó:
—Divagas como un demente… ¿Acaso sufres de fiebre encefálica? —inquirió, inclinándose para escrutar al mayor con mirada acusativa—. Elías, tú nos convertiste en desertores desde el momento en que, prácticamente, nos raptaste de Liberio. ¿Esperas que nos adaptemos a la mierda que estés haciendo? Nos has condenado también a nosotros.
—Sin embargo, tienen alternativa —interrumpió Elías y se enderezó, sobreponiéndose ante Remo—. Les quedan dos posibilidades: quédense y juntos moriremos lentamente de inanición o hagan frente al peligro y salgan trotando en sus caballos hasta llegar a la sociedad amurallada.
En mi corazón destrozado, imaginé que Elías optaba por darlo todo para que lo segundo se cumpliera. El mundo no se pone de patas arriba tan fácilmente, los que están patas arriba son las personas.
—Yo tomo mis propias decisiones —susurró Remo.
—Pero debes ocuparte de _._._._._ —sentenció Elías.
Quise decir algo, pero las palabras simplemente no salían de mi boca.
—Así lo haré.
—Y con firmeza.
—Naturalmente.
—Un hermano que no puede encarrilar a otro, ¿puede considerarse como tal? Más aún sí no asume el cargo de responsabilidad en una operación de esta magnitud. Si...
—¡Ya dije que me ocuparé de ella! —gritó súbitamente Remo, furioso.
El grito se había oído perfectamente en el intermedio de la noche y pareciera que todo sonido se extinguió de pronto a sus espaldas. Sentí como un fuego en toda la piel y tuve la absoluta seguridad de que esto ya lo había vivido antes.
—Muy bien, por fin me obedecerás en algo en tu vida. Ya has tomado una decisión, sólo te falta llevarla a cabo —sonríe levemente el barbón, achicando los ojos bajo sus párpados arrugados—. ¿Ya no tienes nada más que decir? Bueno, será mejor que te vayas andando. Necesito hablar a solas con la niña.
El chico encajó sus ojos azules en mi por un breve momento. Se pasó el dorso de su mano por los labios y sorpresivamente, acató la orden del veterano: retirándose hacia la penumbra.
Me miré los brazos, que a pesar de la cálida caricia de los restos calientes de la fogata seguían mostrando la carne titubeando. De pronto, me pregunté si era posible que haya un lugar donde no transcurriera el tiempo.
«Pero, en este mundo, no existe ningún lugar así. Por eso vivo aquí».
En un mundo donde las cosas no dejan de perderse, los sentimientos no dejan de cambiar, donde el tiempo transcurre sin pausa. Y, como si quisiera aludir al paso del tiempo, permanezco unos instantes en silencio. Era inevitable que hubiera problemas sí queríamos vivir en paz.
Elías posa con suavidad una mano sobre mi hombro, al instante espantando a los insectos que zumbaban en mi mente.
—Sí te lo pidiera —empezó a decir—. ¿Morirías a mi lado?
El veterano formuló la pregunta sin dejar que en su voz asomara compasión alguna, pero lo sentía vibrar por debajo de la epidermis. El apretón de sus dedos alrededor de mi hombro era fuerte y recio.
—Ni hablar —respondí con convicción, sin ápice de retrajo. Intento sonreír, pero sólo salió una mueca—. Sí las cosas se ponen feas, huiré. Si quieres morirte, lo harás tú solo.
La risa de Elías retumbó como un trueno. Me costaba hablar con el nudo que apretaba mi garganta.
—Naturalmente —dijo él, con satisfacción.
Con su pulgar me brindó tenues caricias en el extremo de mi clavícula. Sus ojos me ven como si fuese de su sangre. Mi mente y corazón ya se están desgarrando el uno con el otro. Y finalmente lo entiendo.
«Quiero morirme con él».
Elías se retiró en el acto y surgió una pequeña decepción.
«Pero él no me crió de esa forma».
—Hueles como si fueras un leñador —comenté—. Vaya día hemos tenido.
—...Vaya día hemos tenido —repitió el más alto. Elías extendió el brazo para mostrarme las picaduras de insectos y los raspones a medio cicatrizar—. Entre los condenados mosquitos y los malditos arbustos espinosos me han destrozado los brazos.
Estuve un momento callada y luego pregunté, casi tímida:
— ¿Algún día pronto terminará toda esta masacre?
El hombre me miró para ver si esperaba una respuesta sincera, o simplemente una que dejara esperanzas.
—No —dijo—, sólo los optimistas incorregibles abrigan esa ilusión. Todavía no hay pruebas concluyentes, pero es lo que creo.
Mi optimismo se manifestaba, tal vez de modo subconsciente, como oportunismo: una convicción profunda, contraria a toda lógica, de que aunque la guerra iba a llegar —eso estaba decidido desde hacía tiempo—, pero su estallido se retrasaría y se podría vivir en plenitud un poco más.
Después de todo, creía que la vida era buena.
—Ojalá te equivoques —susurré.
Durante un momento, los dos nos quedamos en silencio, escuchando los chillidos y corridas que se oían en las sombras.
—...Mundo.
— ¿Cómo? —Me costó casi un esfuerzo físico regresar al presente.
En ese momento, Elías se sentó en el tronco como si le costara un esfuerzo. Repitió:
—Deberías saber un poco más de qué va el mundo dentro de las murallas —dijo—. Si se quedan allí, estaré mucho más tranquilo, pero ten en cuenta que quizás, en función de cómo evolucionen las cosas, dentro de un tiempo deberán marcharse.
Asentí.
—Pero marca mis palabras, _._._._._ —Hizo una pausa—. Se trata de tu vida entre las murallas. En cualquier caso, ni siquiera ha empezado. Básicamente, la única vía es hacer lo que tú creas correcto.
El espectáculo era deslumbrante. La luna del final de verano, atrapada en los árboles de la ribera, pintaba a través del agua una senda de plata. En el silencio de la aldea abandonada, oía el débil gorgoteo espumoso del agua al verterse por las esclusas de algún embalse. Hablé con dureza:
—Exacto. En definitiva, es mi vida.
Y nadie me la arrebatará. Estaba acostumbrada a mantener a raya los malos pensamientos, sin embargo esta vez no podía hacer nada contra la sensación que se apoderó de mí con una fuerza tan salvaje.
—De aquí en adelante, para poder sobrevivir tendrás que ser muy fuerte —continuó.
— ¡Yo me esfuerzo todo lo que puedo! —exclamé, determinada.
—Sí, seguro que sí —dijo Elías, notando cómo hablaba con más vivacidad que antes. No lo disgustó—. Durante estos últimos años te has hecho muy fuerte. No es que no lo reconozca, ¿sabes?
Me permito sonreír de manera altiva, algo somnolienta. De tarde en tarde, Elías raramente daba reconocimiento a mi esfuerzo, al igual que a Remo —para evitar ponernos competitivos, imaginé—, por lo que la satisfacción fue inevitable al oír esto salir de sus propios labios.
—Sin embargo, sólo tienes quince años. Tu vida, en el mejor de los casos, no ha hecho más que empezar —continuó el veterano—. El mundo está lleno de cosas que todavía no has visto. Cosas que tú, ahora, ni siquiera puedes imaginar.
Ahora estábamos sentados el uno junto al otro, como siempre. No hace falta decir que, cuando Remo está presente, ni se acerca. En verdad estaba exhausta. El sueño va a engullirme de un momento a otro.
Elías posa con suavidad una mano sobre mi hombro y me acerca a él. Cierro los ojos y siento cómo la tibieza de su gabardina me envuelve. Olvido cualquier otra cosa. Incluso del peligro inminente que nos acechaba. Me quedo en blanco.
—Tú, ahora, tendrás que ser la chica de quince años más fuerte del mundo. Sólo así lograrás sobrevivir. Y, para ello, deberás comprender por ti misma lo que significa ser fuerte de verdad. ¿Entiendes?
Me limito a permanecer callada y continúo con los ojos cerrados. Me gustaría hundirme poco a poco en el sueño sintiendo su ancha mano sobre mi hombro.
—Tú, ahora, pronto te convertirás en la chica de quince años más fuerte del mundo —me repite al oído en voz baja el desertor llamado Elías mientras me dispongo a dormir. Como si tatuara con tinta azul oscuro estas palabras en mi corazón.
Esa noche fue nuestra última cena juntos.
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Fin del prólogo.
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Author's note:
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Espero haya valido la pena leerlo hasta acá.
¿Review, favoritos? S'il vous plaît !ㅤ❤ㅤ¡Me animaría mucho! ¡Espero leernos pronto!
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*Slow burn: El término se refiere a fics donde los personajes de la pareja principal no empiezan juntos enseguida, al contrario, la relación se desarrolla lentamente.
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