Miraculous Ladybug no me pertenece.
Advertencia: Mención del tema de suicidio. Gore y descripciones de dicha índole. Lees bajo tu propio riesgo.
Adrien Agreste is dead
. . .
Adrien Agreste estaba muerto.
La noticia fue como un cubetazo de agua fría para todo aquel que la escuchó una mañana cuando las nubes y el cielo no se ponían de acuerdo y el día resultaba nublado. Triste, y nublado. En el mundo de la moda todo resultaba un caos post apocalíptico después de recibir el primer millón de publicaciones en todos los medios acerca del supuesto hecho. Olas enormes de etiquetas al usuario de la persona en cuestión se elevaban por todas las redes mientras las revistas más famosas de París se organizaban para comenzar a especular sobre ello.
El mundo no sólo de Francia, sino de otros lugares como Estados Unidos, Inglaterra, México, Brasil y Rusia parecía ponerse patas arriba con una noticia que bien podía resultar en un rumor falso y desmontable. Pero el problema era que nadie hacía nada por desmentirlo, ni siquiera Gabriel Agreste, el padre del fallecido. Y es que, ¿cómo? ¿cuándo? ¿por qué? Eran las preguntas que englobaban las mentes de todos. No faltaban los morbosos que se atrevían a decir en voz alta que se había tratado de un suicidio. Y sí, es que, aunque muchos no quisieran admitirlo era lo que resultaba más terriblemente obvio. Un chico famoso que lo tenía prácticamente todo: dinero y belleza (porque en este mundo contemporáneo eso lo significaba) y que se quitaba la vida era la explicación más cuerda para todo ese barullo, la gente se deprimía, al fin y al cabo la vida personal era un misterio bíblico que sólo salía a la luz una vez muertos. Algunos lo daban por hecho, otros, como los amigos de Adrien, preferían enviarle mensajes como locos y no dar crédito a lo que sus ojos veían y sus oídos escuchaban.
"¡ADRIEN! ¿QUÉ PASÓ? ¿ESTÁS BIEN?"
"¿Adrien?"
"Amigo, por favor, dime que estás bien"
"Contesta, por favor"
"ADRIEN"
"ESTÁS BIEN, ¿VERDAD?"
Y los mensajes seguían, pero nadie contestaba. La desesperación hizo lo suyo y miles de llamadas entraron al smartphone de Adrien. Este sonó y vibró tanto, mostrando varios nombres registrados como números desconocidos, que comenzó a rozar el borde de la mesa donde su dueño lo puso horas atrás. Cuando amenazaba con caerse una mano algo aturdida lo tomó. Nathalie observó la causa de tanto alboroto sin sorprenderse por el escándalo que se tenía montado en las notificaciones que se mostraban en la pantalla aun bloqueada.
Apagó el celular y salió de la habitación con el ruido de sus pasos apresurados.
El olor a desinfectante era intoxicante. Su jefe había torturado a las sirvientes para que tallaran el suelo hasta desgastarse los dedos, hundidas en su propia pena y sentimiento.
La sangre había sido borrada del suelo y todo rincón por donde hubiera salpicado.
La ciudad siempre había sido una colmena. Lo que había pasado ahora es que alguien la había sacudido con un palo hasta alborotar el enjambre. Miles de periodistas y corresponsales se arremolinaban alrededor de las rejas de la mansión Agreste suplicando por respuestas. Todo el mundo estaba exasperado. La noticia era una metanfetamina para la prensa y una moneda de dos caras para la industria de la moda: habían perdido a su mejor figura pública, pero al mismo tiempo, habían ganado una creciente publicidad que hasta resultaba inquebrantable.
Para este punto, llevando 21 horas de vida, el rumor había provocado que incluso la cadena televisiva TVi comenzara un reportaje siguiendo el caso. La Mode, Magazine y Numéro ya se encontraban escribiendo artículos sobre ello valiéndose de las mejores fotos del modelo juvenil. ¿Pero quién iba a culparlos por esa ostentosa reacción? Adrien era la cara principal de la compañía de moda de Gabriel Agreste y atracción número uno de esas y cientos más de revistas. Era un chico que gozaba de un atractivo natural que no requería de maquillaje. Era normal que se alteraran tanto. La ciudad entera estaba llena de personas ansiosas, asustadas y desesperadas por saber la verdad. Si Hawk Moth estuviese presente, seguro pensaba que era su cumpleaños; tantas emociones negativas creaban una cortina espesa de oscuridad que bien podría utilizar a su favor.
Pero Hawk Moth no estaba.
Sólo Gabriel Agreste, en la penumbra de una oficina solitaria. Sentado frente a su escritorio, observando el dibujo de trazos torpes y colores brillantes que un Adrien de seis años le había hecho en algún momento de algún tiempo atrás. A pesar de su corta edad el niño ya reconocía el sentido perfeccionista de su padre porque había intentado no salirse de las líneas ni estropear la hoja con arrugas. Para entregárselo se había colado a su oficina, Dios sabe cómo, y dejado en el escritorio para después marcharse con pasos apresurados. Lo había sorprendido al salir, eso lo recordaba, y luego le dio una reprimenda acerca de entrar a su lugar de trabajo sin permiso. Adrien sólo había agachado la mirada para después mirarlo con sus preciosos y brillantes ojitos y pedir perdón.
Dejó el dibujo de lado.
Incluso ese recuerdo no alcanzaba. Nada lo hacía. Ni el alcohol, ni las memorias eran lo suficientemente fuertes para quitarle de la cabeza la imagen de los ojos opacos y sin vida de Adrien. La naturaleza vivaz del muchacho se había extinguido y había dado lugar a un cuadro cruento donde protagonizaba la peor de las masacres. Y lo peor de todo es que él mismo había sido su verdugo.
Gabriel no iba a desmentir ningún rumor.
No había nada que desmentir, después de todo.
Adrien estaba muerto.
Adrien se había ido.
Adrien se había suicidado y joder,
como le dolía, como le quemaba.
¿Cómo es que un chico comete una atrocidad así, de todos modos?
Él recordaba haber hablado con él hace 22 malditas horas. Adrien le había dicho que no quería ir a la sesión de fotos del día siguiente y Gabriel le respondió que no le estaba preguntando. El chico no había dicho más después de eso, se había volteado y con pasos pesados se había dirigido a la salida.
− Padre – Se había detenido como si de repente se hubiese arrepentido de algo.
− Retírate, Adrien. – Le respondió con indiferencia porque estaba enojado, pero más que eso, asombrado por la actitud que su hijo presentó cuando se impuso ante él. – Ya escuché todo lo que tenías que decirme.
− Eso no es verdad. – Y joder, que cierto era. – Aún hay algo que quiero que sepas.
− Que sea rápido, entonces.
− Tenía un deseo – Comenzó, volteándose y dándole la cara. Se veía decaído, como si estuviera cansado. – Pero creo que no va a poder cumplirse.
Idiota, Gabriel había sido un idiota. No entendió el significado de sus palabras en ese momento ni en las horas siguientes hasta hallar su cuerpo muerto, porque si lo hubiera hecho, habría comprendido que esa era la despedida. Su despedida.
− Si es una salida, ya sabes que tengo que decir al respecto.
− No, no es nada de eso. Yo… − Pero se calló. Adrien se rindió. – No es nada. Buenas noches, padre.
Y se fue.
Lo dejó ir. Y luego lo dejó desaparecer.
Nadie se lo esperó. Adrien se mostraba como un chico mentalmente sano. Aun después de tener un itinerario atiborrado de cosas, un padre indiferente que no le hacía ni la mitad de caso y una madre desaparecida. Por supuesto, Adrien estaba lo suficientemente sano como para, a media noche, colarse en la cocina y seleccionar del juego de cuchillos el que tuviera la hoja más afilada y larga que pudiera encontrar para después irse a su habitación y, tras lo que pareció ser una larga hora de llanto y posible arrepentimiento, practicarse un seppuku*. Su cuerpo había quedado tendido sobre el suelo debajo de un enorme charco rojo de sangre que provenía de la abertura en su vientre. El chico se había desentrañado a sí mismo, maldición.
Nathalie había llegado para cuando la sangre se había vuelto marrón, para cuando era demasiado tarde. La mujer pegó el grito al cielo y su voz resonó en toda la mansión. Cuando irrumpió en su oficina con el rostro pálido y los ojos desorbitados, Gabriel tuvo un mal sabor de boca y un dolor en el centro del estómago. La asistente balbuceó un par de cosas antes de que las palabras salieran intactas de su garganta y casi le gritó:
− Adrien está muerto.
Y los escombros que quedaban en el mundo de Gabriel Agreste se derrumbaron.
No recordaba cómo había logrado haberse levantado tan rápido de su asiento para correr a la habitación de su hijo.
¿Cómo sabía que era un suicidio? No hizo falta demasiado. Ver las manos ensangrentadas de Adrien era suficiente para que lo entendiera todo. Aun así, los médicos llegaron y después de unos minutos realmente cortos, el forense salió de la habitación, que ahora era la zona de roja, para darle el veredicto estúpidamente obvio que él ya se imaginaba.
− Murió hace tres horas, aproximadamente. Lo lamento mucho, Señor Agreste.
Gabriel pasó de él y se adentró en el lugar. Corrió a todos de allí con un grito firme y el demás cuerpo médico entendió sus razones. Se retiraron de allí y con la puerta cerrada, deslizó el cierre de la bolsa negra para cadáveres. Adrien merecía más que eso. Y ahí estaba, por cierto. Su cuerpo frío y rígido, gracias a la acumulación del rigor mortis* en los músculos, y un semblante que le resultó agobiante pero tranquilo. Era como si Adrien estuviese dormido.
Las manos y el vientre ensangrentados mancharon su ropa de marca y el penetrante olor de la sangre se volvió su perfume. Abrazó a su hijo como nunca antes lo hizo mientras este estaba vivo.
"Tenía un deseo… Pero creo que no va a poder cumplirse."
Las palabras de Adrien calaban en lo más hondo de su alma, destrozada y paralizada, mientras sentía como la impotencia lo llenaba, como la rabia lo consumía. Primero Emilie y luego Adrien. Ya no quedaba nada que amara en ese mundo cruel y terriblemente contradictorio. El hueco en su interior no era algo que la riqueza o la fama pudiesen llenar. Las únicas dos personas con el poder de hacerlo estaban muertas.
Un grito que desgarró las paredes de su garganta salió de él cuando menos lo esperó. Dolor, dolor y más dolor. Gabriel Agreste era un saco de sufrimiento ardiente que no podía describir la intensidad con la que deseaba morir en ese instante. No había más, ya no quedaba nada. Gritó mientras golpeaba el suelo con un puño, exigiéndole a Dios que le diera un porque que pudiera creer y rogándole por desaparecer del mundo también.
El sonido de un mensaje pasó desapercibido entre su arranque de ira descontrolada.
Cuando Gabriel salió de la habitación como si nada y todo hubiese pasado allí adentro, le dirigió la palabra a Nathalie sólo para decir:
− Que nadie se entere.
La muerte de su hijo, como la de su esposa, sería su propio y doloroso secreto.
Sin embargo, no pudo mantenerse así. La boca floja siempre ha existido y siempre lo hará. Al contrario de lo que sucedió con Emilie, la noticia se expandió por todo París apenas el sol salió. No todos sus empleados le eran leales, no todos podían mantener la boca cerrada.
El forense había sugerido una autopsia, pero Gabriel se lo denegó apenas escuchó. No iba a permitir que abrieran a su propio hijo como una maldita rana disecada. A pesar de que fuese necesario, a pesar de que nadie más que él se mostrara convencido de que en verdad se había tratado de un suicidio.
En realidad, la mayoría del personal y los médicos no lo creían. Se había tratado de un acto feroz y violento que no consideraban que un adolescente fuera capaz de hacer, pero la naturaleza de esos tiempos y las excentricidades que se presentaban a diario supieron decirlo todo; los adolescentes eran despiadados incluso consigo mismos, la inocencia de los años jóvenes se había perdido.
Además, el cuchillo que Adrien utilizó tenía todas sus huellas sobre el mango. Los vídeos de las cámaras de seguridad de la cocina y los pasillos hablaban por sí mismos y el estudio de la herida lo confirmó todo: sí era un suicidio. Un jodido suicidio. No hubo una nota de despedida que registrar, Gabriel se encargó se quedársela para sí mismo. Y no se trataba de una nota, de todos modos. Era un mensaje de voz que se había mandado en automático a su celular.
"Yo tenía un deseo, padre. Era pequeño: quería una familia, que, aunque fuera pequeña y estuviese rota, me quisiera. Tu y yo queríamos lo mismo, pero de alguna forma, tu deseo anulaba el mío. Este mensaje es para mi padre, Gabriel Agreste. Por lo tanto, él es quién debe enloquecer, él es a quién debe dolerle. No a Hawk Moth. Mi padre era Gabriel Agreste, no Hawk Moth."
Palabras entrecortadas, suspiros acelerados. Adrien llorando, Adrien sufriendo.
El pesar de uno se había convertido en la carga del otro.
El secreto del padre había matado al hijo.
Adrien Agreste estaba muerto. Y no, no era un rumor sensacionalista del cual lucrarse.
Algo corto y, en mi opinión, poco detallado de una idea que me había estado rondando desde hace un par de días. Ayer me la pasé leyendo acerca de Gabriel y Adrien y su relación hasta las tres de la mañana. Hoy desperté con la idea en la cabeza y decidí escribirla antes de ir a trabajar, pero probablemente eso a ustedes no les importa. LoL.
Todo fue escrito desde la perspectiva de Gabriel, es por eso que Ladybug no es mencionada, tampoco lo que pasó con Plagg. Maybe después lo añada como un bonus.
Seppuku*= Ritual de suicidio japonés realizado por los samuráis y la nobleza. Significa, en español, "corte del vientre". También suele llamarsele harakiri, pero en Japón esto es un término muy vulgar.
Rigor mortis*= Líquido que suele aparecer una hora y media o dos horas después de la muerte. Se caracteriza por causar rigidez en los músculos del cadáver.
¡Muchas gracias!
