Disclaimer: Historia sin fines de lucro basada en la obra de Akira Toriyama. Los personajes usados les pertenecen a sus respectivos autores.
Dragon Ball Z
Miradas
Por Flonne
Capítulo 1: "A su Pasado"
Ahí estaba él, sentado en aparente meditación en su típica posición de loto. Flotaba a escasos centímetros del líquido y la cascada tras su espalda soltaba diminutas perlas de agua que caían sobre la capa de sus hombros adornándolo de un resplandeciente color blanco iluminando su enorme silueta.
Él dejó escapar un sonido grave de burla desde muy dentro de su garganta. Aparentemente yo le divertía de una extraña manera que no podía explicar. Sin más remedio, dejé que la suela de mis zapatillas terminaran por hacer ruido sobre las secas ramas para acercarme a la orilla del pequeño estanque donde él se encontraba entrenando su ágil mente.
No pareció moverse ni un centímetro en lo que me acerqué hacia él. Paré mis pasos de momento sobre el húmedo borde de lodo y mi mirada se centró en su inmóvil figura. La fuerza de la cascada elevaba su capa ondulándola sobre el aire y sus holgadas ropas se movían por la misma razón.
Era difícil dejar de verlo una vez que me concentraba en su contorno, en su persona. Era tan cerrado con los demás y simulaba ser alguien que no era; si bien sabía, él era la reencarnación del que se autonombró la maldad más pura que jamás había habitado en la Tierra, sin embargo, lo que ahora era él tras varios años después dejaba ver que su misión de seguir con los pasos de su progenitor habían desaparecido por completo de su visión; ya no le interesaban.
Dejé que mis labios dibujaran una sincera y cálida sonrisa ante aquel pensamiento. Mis manos se encontraban juntas tras mi espalda y mis pies uno al lado de otro sin moverme de mi lugar. Le sonreía con verdadera alegría sin saber que él me vería en el instante de mi inocente acción.
Pero cuánto me equivoqué ése día.
El extraterrestre verde abrió uno de sus ojos centrando su negra e insensible mirada hacia mí.
Y entonces un bochorno subió con rapidez hacia mis mejillas pintándolas descaradamente de color rojo. Había sido descubierta en pleno acto de descaro al mirarle y sonreírle tras unos pensamientos que quizá él tomaría como ilógicos. Después de todo, siempre los negaba a toda costa.
Miró mi reacción sin emitir juicio alguno aparente y terminó por posar su vista completa en mí.
Borré por completo mi rostro ante su pesada mirada inexpresiva. Aclaré con desdén mi garganta tratando de que la timidez escapara con velocidad de mi cuerpo.
Pero no lo logré.
- Buenos Días – Le pronuncié levemente sabiendo que de todas maneras sus agudos oídos serían capaz de alcanzar mi escaso volumen.
Recorrió de arriba a abajo mi persona y descruzó sus brazos así como sus piernas manteniéndose a flote sobre el horizonte de la hermosa agua. Levitó lentamente hacia mí y con desinterés cruzó caminando mi flanco.
- Nunca aprendiste bien – Anunció con fuerza caminando hacia el interior el bosque que conocía tan bien, de derecha a izquierda. Él conocía la localización de cada roca, planta y animal a su alrededor como si él mismo fuera el que diseñó todo aquello.
Su indiferencia, su impenetrable mente, su indescriptible mirada, su inexpresivo rostro; todo en él me causaba curiosidad por descubrir su verdaderos pensamientos, aquellos que ocultaba tan en el fondo de su inescrutable manera de ser.
Me causaba trabajo seguir sus largos pasos mientras más me adentraba en el espeso bosque, tan acogedor y fresco pero tan profundo y muchas veces aterrador.
En él habitaban criaturas que para alguien como yo, sencillamente sería imposible de enfrentar.
Puesto que yo no era como él, ni como ninguno de ésos guerreros que él conocía.
De madre difunta y de padre irresponsable, mi vida se vio envuelta en la desolada existencia de una huérfana abandonada a su suerte lejos de toda civilización e incapaz de conocer poder humano que me ayudara a encontrar mi camino.
El que se decía mi progenitor, envuelto en una ira tras haber asesinado a mi madre, me subió a su auto y tomó rumbo al ardiente desierto donde sin escrúpulos, abrió de la puerta y tiró mi pequeña maleta con mis pocos objetos de valor en ellas. Recuerdos valiosos de mi madre se encontraban en ella y sabiendo de mi reacción, me permitió ir tras ésa apreciada valija que tanto guardaba. La arena quemaba ferozmente mis pequeños pies mientras caminaba en busca de mi pequeño tesoro; una vez en mis manos, la media vuelta que di me pareció que duró minutos al ver la nave de mi padre marcharse sin remordimiento alguno.
Dejándome sola en el olvido y tras una muerte segura.
Recuerdo haber contado tres días con sus noches, recuerdo la sensación de aspereza de mi piel tronar mientras sostenía todo el tiempo mi maleta. Recuerdo que un buen día caminé hasta lo más alto de una duna para apreciar aquel desolado paisaje amarillo donde me encontraba y donde sabía no encontraría salida jamás.
El sol golpeaba mi rostro desde lo más alto de su cielo anunciándome mi trágico e inevitable final en sus arenosas tierras.
Envolví mi maleta de desgastada tela entre mis brazos, conteniéndola sobre mi pecho. Algún día tenía que suceder; tras mis escasos años de vida sabía que un día llegaría el momento donde todo ser vivo regresaría al río de almas donde todos convivíamos antes de nacer.
Sin embargo, comprender mi situación era de difícil aceptación. Tenía mucho por lo cual vivir, mucho por lo cual sonreír, mucho que ver y apreciar, que hacer y con lo que jugar.
Nunca vi el vasto océano. Nunca vi la helada nieve.
Jamás tuve un amigo.
Mi desgastado cuerpo me anunció su límite y con pequeñas gotas de tristeza recorriendo mi rostro, permití que el cansancio me arrodillara sobre la espesa arena, envolviendo casi de inmediato mis cortas piernas.
La fuerza de mi agarre lentamente se consumió y con él mi visión se tornó en una negrura que no recuerdo haber visto nunca. El ardiente viento golpeaba sin tregua mi cara envolviendo en su fuerza mis cabellos en el aire. Jugaba conmigo, me decía lo que yo ya sabía.
Aquí acabaría todo sufrimiento.
Mis lágrimas seguían recorriendo mi deshidratado rostro sin energía, sin color. El golpe de la arena pronto alcanzó mi rostro y pecho. Desesperada y sin vista palpé con mi mano derecha lo que podía alcanzar, tratando de encontrar aquello que me era preciado.
La correa de tela de la mochila alcanzó a rozar la yema de mis dedos envolviéndose en ellos. Al menos la había encontrado y ya no tendría que preocuparme de que había perdido lo que mi madre me había dado con tanto ensueño.
Entonces, todo cayó de pronto sobre mi mente.
Mí adorada madre, los recuerdos de su sonrisa, la hermosura de su rostro, el satinado de su cabello sedoso, sus ojos que desbordaban infinito amor hacía mí, sus acogedores brazos que me envolvían en la tranquilidad de un hogar.
Con un ahogado llanto permití que todo el dolor que seguía acumulado en mí desbordara libre de mis cegados ojos hacia la arena que me envolvía con rapidez. El aire resoplaba con rudeza y pronto sabía que acabaría mi agonizante infierno.
El sol quemaba con displicencia mi entera piel, sentía el calor de sus rayos calcinarme por completo hasta que de momento, aquel repentino ardor se detuvo. Una amplia sombra detenía la luz abrazadora sobre mi cuerpo.
Todo, entonces, se volvió incierto.
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Existía una perfecta tranquilidad a mí alrededor anunciándome que todo por fin tenía su fin. Había sido liberada de toda preocupación que me tenía atada a la Tierra que me vio sufrir.
Era perfecto, hermoso y casi embriagador. El sentimiento que me envolvía deseaba fervientemente que no acabara nunca y que pudiera experimentar por todo el tiempo que pudiera de aquello.
El hermoso color celeste envolvía mis sentidos a tal punto que no estaba segura que aún los tuviera conmigo.
Sonreía enormemente ante mi hermosa paz hasta que lentamente una pequeña molestia en mi cabeza me estorbó. Quería seguir con aquello, disfrutar en la serenidad que me era brindada toda la armonía que existía en mis proximidades.
Pero de nuevo esa molesta punzada, ése piquete de aguja que me atosigaba en mi cabeza. Llevé mis manos hasta donde el dolor se volvía cada vez más penetrante y la agobiante sensación parecía no acabar. Contrariamente, aquello se extendía cada vez más y el dolor con él. Solté un leve quejido sosteniendo con fuerza mi cabeza entre mis manos.
El hermoso azul que me envolvía se volvió cada vez más oscuro hasta el punto de la ceguera completa.
Estaba nuevamente sola y con sufrimiento a flor de piel.
Aquello se elevó exponencialmente hasta el grado de convertirse en una tremenda migraña que no parecía mitigarse con los segundos.
Un grito agudo salió de mi garganta con aspereza mientras mis manos sin poder contenerlas soltaron mi cabeza cual si les quemara por completo.
El sonido ensordecedor de un enorme cristal romperse en mil pedazos llegó desde mi espalda, con descontento giré para ver que detrás de aquello se encontraba todo por lo que lloré y sufrí.
Sabía entonces que aún me encontraba con vida.
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Abrí lentamente mis ojos acostumbrándome a la luz que por mis pestañas se filtraban. Era cegadora sin duda, fuerte y hacía a mis ojos dolerse. Aspiré con fuerza llenando por completo mis pulmones de aquél fresco y vital aire. Una sensación de pesadez inundaba por completo mi cuerpo pensando que quizá seguía en aquél desesperante desierto.
Mis orbes esmeraldas se acostumbraron a la luz y enfocaron debidamente para permitirme apreciar el lugar donde me encontraba.
Me incorporé en lo que parecía una enorme cama situada a la orilla de una pared gris adornada con una ovalada ventada de marco con un extraño diseño. Mi cuerpo se encontraba cubierto únicamente por aquellas suaves sábanas que se deslizaron de mi torso para revelarme vendajes caseros que cruzaban por todo mi pecho, manchadas por lo que parecía ser sangre, mí sangre.
Contuve un pequeño grito de asombro en mi garganta mientras palpaba con suavidad aquellos pedazos de tela blanca un poco mal cortadas. Pequeños pedazos de hilo salían a relucir de sus extremos, como si hubieran sido arrancadas de una tela mayor.
Tallé mis ojos con el dorso de mi mano, aparentemente había dormido mucho y el cansancio sobre mis hinchados ojos me apoyaba mi teoría.
Deslicé mis pies hacia la orilla de la cama con la intención de salir de ella, en unos largos segundos debatiendo con mi pesado cuerpo, me hallé sentada sobre el borde de la cama con mis pies colgando de ella en dirección al suelo.
Miré a ellos y se encontraban en un estado similar al de mi pecho, cubiertos y con vendajes manchados del mismo líquido vital que se escapaba de mi sistema. Recorrí con la mirada mi entero cuerpo sólo para darme cuenta que me encontraba vestida con unos pantalones cortos que llegaban más arriba de mis rodillas, no camisón, no ropa interior. Me sonrojé un poco ante el hecho pero mi pensamiento no llegó más lejos al escuchar un sonido proveniente del otro lado de la habitación, una puerta.
Mi corazón empezó una carrera de miedo inconsciente e innecesario al ver como la puerta de madera se deslizaba hacia adentro del cuarto. Era un movimiento lento y sigiloso como si alguien tratara de no ser descubierto.
Unos leves pasos se escucharon adentrarse y con ellos la primera visión que tuve del intruso fue una charola que sostenía entre sus manos.
Olía delicioso.
Miré detalladamente la silueta que cerró la puerta tras de sí y entonces alzó su oscura mirada hacia mi dirección. Se sorprendió al verme y una clara sonrisa salió de sus labios.
- Me alegra verte levantada – Dijo con una alegría en su voz aniñada – Estaba preocupado de que no despertaras – Terminó su frase y caminó lentamente hacia mí.
Fue cuando miré su persona que ladeé mi cabeza algo asombrada pero sin hacer gesto alguno.
Él se detuvo de momento al ver mi reacción, como si supiera que algo en él me asustaría, quizá debería de serlo, puesto que su apariencia era demasiado diferente, algo que jamás había visto.
Era un niño quizá de mi edad pero su entera piel era de un color extravagante para ser cierto, se asemejaba al color de mis ojos, al de un vívido bosque. Miré con cuidado sus holgadas ropas, vestía una toga blanca y cinto azul ceñido; un chaleco largo morado adornaba su toga y zapatillas de tela de color naranja cubrían sus pies. Sostenía con algo de timidez la charola entre sus manos de cuatro dedos terminadas en unas afiladas uñas blancas.
Siguiendo lo excéntrico de su figura el pequeño niño tenía su rostro de ojos chicos pero sinceros, sin cejas; no tenía cabello pero de los lados de su cráneo alargadas y puntiagudas orejas adornaban su silueta y como si no fuera suficiente, ésos delgados apéndices que nacían arriba de su frente caían discretamente hacia a adelante, en ocasiones obstruyendo sus ojos.
- N-No te lastimaré...- Me dijo tímidamente al darse cuenta que lo miraba sin la más pequeña muestra de discreción.
Asentí levemente sabiendo de antemano que él no sería capaz de hacer semejante barbaridad; era algo que irradiaba en su presencia, el sentimiento de pureza y tranquilidad. Simplemente era incapaz de hacer daño a cualquier cosa.
Él retomó su camino hacia la pequeña mesilla que se encontraba al lado de la cama donde aún me encontraba sentada y con suavidad, colocó la charola de agradable aroma sobre ésta.
- Te traje algo de comida – Susurró como si temiera que el sonido de su voz me incomodara.
Sonreí incapaz de decir algo pero mirando con asombro la gran cantidad de diferentes porciones de comida que la charola contenía, todo aquello se veía simplemente delicioso.
De reojo, miró mi fascinación y se retiró unos cuantos pasos para que pudiera escoger que comer. Recogí un pequeño tazón con arroz en él y de inmediato comencé a comer desesperada, ingiriendo con fuerza todo lo que podía.
Él dejó escapar una risa al verme de tal manera; quizá como muestra de relajación, o al menos eso logré comprender al mirar su ahora serena mirada hacia mí.
- Iré a decirle que te encuentras despierta – Y como si no esperara respuesta de mi parte, dio media vuelta caminando de nuevo hacia la puerta para salir por ésta.
No tarde mucho en consumir cuanto me dejara mi vacío estómago y pronto me encontré sentada nuevamente mirando hacia la puerta, esperando ansiosamente por la visita del niño que se molestó en traerme tan deliciosa comida.
Unos pasos se escucharon y mi sonrisa se alargó al reconocerlos, entonces otros más pesados se escucharon resonar detrás de los del niño que quizá se dirigía hacia mi habitación.
Él toco la puerta y la abrió inmediatamente, quizá tan ansioso como yo.
- ¡He regresado! – Entró pronunciando alegremente mientras caminaba con prisa hacia la cama y yo entonces le recibí sonriéndole ampliamente, me alegraba verlo de nuevo.
Se sorprendió al ver aquella sonrisa en mi rostro y como siendo motivado por algo, sujetó mis manos entre las suyas. Yo no lo impedí, me sentía a gusto a su lado.
Unos pasos fuertes se escucharon a sus espaldas y él me miró sonriéndome mostrando en el acto un par de colmillos afilados en su dentadura. Cuestionándolo con la vista dirigí mi mirada hacia la puerta sólo para sostener con fuerza sus manos al mirar aquella imponente silueta deslizarse adentrándose al cuarto. El niño sintió mi tensión en sus ásperas manos y regresó su vista mirándome con tranquilidad.
- Está bien, no te lastimará – Me susurró, como no queriendo que la persona lo escuchara – Después de todo él te trajo aquí – Reveló.
Alcé la vista para mirar con detalle a la persona de alta estatura que se mantenía lejos de nosotros.
Era una versión aparentemente adulta del niño que sostenía con tranquilidad mis manos entre las suyas. Sin embargo, algo en él era completamente diferente. No mostraba la alegría que el niño desbordaba, ni la tranquilidad que su presencia brindaba.
Parecía algo completamente opuesto al él.
- Él es Piccolo, te encontró sobre el desierto – Alcé mi vista para mirar al sujeto de nombre extraño y su mirada inexpresiva aparentemente enojada se posó fuertemente en mí, como estudiándome desde su posición recargado en la pared, cruzado de brazos.
Entonces lo vi completamente, su enorme figura tenía patrones de color rosa y rojo sobre sus desarrollados brazos. Llevaba unos pantalones y camiseta sin mangas de color morado oscuro. Un cinturón de tela azul ceñía su cuerpo y zapatillas idénticas a las del niño eran vistas en su gran figura. Llevaba una capa blanca sobre unas anchas hombreras y un turbante blanco con morado opacaba su rostro, cubriendo la mayoría de su cabeza.
Su capa se veía rota del final, como si hubiera sido desgarrada. Parpadeé de momento hallándome en la verdad de aquello.
Solté las manos del niño y paleé mis heridas por encima de las vendas. Bajé mi rostro mirando con detalle los pedazos de tela que me habían sido puestos sobre mi cuerpo y volví a alzar la vista mirando a Piccolo.
Él pareció notar mi revelación sobre el origen de las telas y desvió su fuerte mirada hacia otra dirección.
- Gracias – Dije débilmente por primera vez delante de ellos, refiriéndome al hecho de que fue él quien atendió mis heridas.
Piccolo pareció mover un ojo en mi dirección sin voltear su rostro hacia mí. Dejó escapar un extraño ruido desde su garganta y cerró sus ojos en aparente molestia.
Yo no supe que fue lo que había hecho mal y miré con tristeza al niño. Él me sonrió en respuesta ignorando la pasada situación.
- Soy Dende – Exclamo con ansiedad – Será mejor que nos retiremos y te dejemos descansar –
Dende corrió hacia la puerta y salió de inmediato, dejándome con aquél alto sujeto aún en su posición.
Me sentí un poco incómoda ante su presencia y de momento, ahogué un pequeño grito.
Él posó con velocidad su mirada en mí consternado y yo me tapé de inmediato entre las sábanas. Acaba de recordar que no estaba del todo vestida.
No pareció entender lo que me sucedía mientras una visible muestra de vergüenza se mostraba sobre mis mejillas.
Piccolo era un sujeto adulto y se había tomado la molestia en tratar mis lesiones. Le miré con bochorno aún cubierta con la sábana mientras en sus ojos una pequeña muestra de incertidumbre reflejaba su estado.
- Gracias y lamento lo de su capa – Le dije débilmente sin dejar de mirarlo.
Entonces él regresó a su fuerte mirada y descruzó sus brazos para caminar hacia la salida de la habitación.
- Lo que sea – Dijo impetuoso antes de salir cerrando de un portazo la puerta tras él.
Los días pasaron con rapidez y en poco tiempo entendí la explicación que me habían dado: Me encontraba en el Templo Sagrado muy por encima de las nubes. Dende y Piccolo eran de una raza alienígena llamada Namek. Dende era el encargado de la Tierra o Kami-sama como lo conocíamos nosotros los que vivíamos debajo del templo. Mr. Popo vivía con ellos ahí y cuidaba de Dende.
Un día entre risas lejos del señor Piccolo, Dende me anunció que el fuerte guerrero no solía pasar tanto tiempo con ellos en el Templo Sagrado y que ésa vez era extraño en él. Dende rió y yo giré mi vista hacia Piccolo, que se mantenía en una orilla del templo, levitando a escasos centímetros del suelo cruzado de brazos y piernas.
Los retazos de su capa aún se mantenían en mi cuerpo, cuidando de mis heridas.
Piccolo me había encontrado agonizando en el desierto donde Dende me dijo él entrenaba con frecuencia. En el momento, curó de mis heridas y me trajo al Templo Sagrado donde Dende me curó con sus poderes.
Sonreí levemente tocando un pedazo de su capa que estaba en mi brazo, y decidida caminé hacia él.
Traté de no hacer ruido para no interrumpir su concentración pero una vez que me acerqué él dejó escapar un sonido sordo, sonaba... ¿Divertido?
- ¿Qué es lo que quieres, chiquilla? – Su voz era áspera y no se molestó en moverse a mirarme.
- Señor, le quería agradecer... – Empecé con algo de timidez pero de momento su garganta me hizo callar.
- No lo hice para tener tus agradecimientos – Soltó con fuerza casi en un grito.
Él se colocó de pie y comenzó a caminar. Pequeñas gotas de lágrimas se asomaban de mis ojos ante su respuesta mientras las secaba con la venda de mi brazo. Abrí mis húmedos ojos y miré mi brazo aún cubierto con su capa.
Piccolo siguió caminando hasta que un leve estirón detuvo su andar.
- ¿Qué demonios? – Dijo girando sobre su eje para mirarme sosteniéndole su capa.
Mi mano temblaba ante el agarre, no sabía el por qué lo había hecho pero ya no podía detenerme ahora que él se había dado cuenta.
- ¡Suéltame, insolente! – Gritó sin hacer algo al respecto.
- Yo... – Contuve un espasmo de llanto sin mucho éxito y entonces continué – Quiero quedarme aquí con usted, Dende y Mr. Popo – Sollocé un poco – Me encontró en el desierto porque mi padre me abandonó ahí – Dije y entonces solté su capa para cubrir entre mis manos mi cara llorosa mientras mis lágrimas no dejaban de correr ante aquél pensamiento de abandono.
No escuché sus pasos, así que creo que se quedó ahí, sin saber qué hacer.
Mis rodillas me fallaron y caí hincada sobre los azulejos blancos del templo. Era lo que no había querido pensar desde que llegué a ése lugar. Todo lo que conocía ya no existía para mí, mi hogar, mi familia, todo había acabado trágicamente y ahora me encontraba en un lugar tan diferente a lo que acostumbraba.
Sentí algo pesado posarse sobre mi cabeza y de inmediato paré mi llanto, alcé mi vista sólo para observar sus inexpresivos ojos mirarme con detalle mientras una de sus grandes y afiladas manos se colocó sobre mi cabellera castaña.
Le miré largos segundos y Piccolo retiró con velocidad su mano después de un tiempo mirando a ambos lados como si buscara a alguien; ni Dende ni Mr. Popo estaban presentes.
- Te quedarás aquí en el Templo – Me dijo casi en una orden y entonces su mirada se suavizó un poco mirando mi brazo vendado – Tienes que cambiarte las bandas de tela de tu cuerpo, están ensangrentadas – Dijo despacio.
Le miré y entonces mi mirada de pronto se cambió a una de eterna alegría y devoción. Él pareció sorprenderse un poco pero aprovechando que se encontraba hincado enfrente de mí me levanté para abrazarlo con fuerza del cuello.
- ¡Muchas gracias señor Piccolo! – Grité con alegría.
Su rostro era de completo asombro e incertidumbre ante mi acción y sus brazos se mantuvieron en el aire sin saber dónde ponerlos.
Yo no sabía que al fuerte Namek había que tratarlo con distancia, no tenía la menor idea que el guerrero de anchos hombros no sabría qué hacer ante muestras de afecto.
Tampoco supe la verdadera razón por la cual me había dejado quedarme con él en el Templo.
