CAPÍTULO 1. Una maltrecha partitura

Aioria sintió la urgencia de salir de su templo. Era un día de verano, de los más calurosos que habían tenido. La humedad en el ambiente se le pegaba en el cuerpo. Salió y tomó asiento a la sombra de una de las columnas de la entrada. Sus pies colgaban en los escalones que daban acceso al templo, su capa se extendía por el suelo de piedra, el cual estaba demasiado caliente. Tomó una gran bocanada de aire y se secó la frente, de la que amenazaban caer gotas de sudor. La armadura era caliente al tacto, pero por suerte aún podía lidiar con ello.

Estaba siendo un día horrible, y únicamente porque hacía ese calor insufrible. Más que en Grecia, parecía que el Santuario entero hubiese sido trasladado en medio del desierto del Sahara.

Aioria trató de fijar la vista en las praderas cercanas. Los rayos eran intentos y le molestaban, pero logró comprobar que, como era más que evidente, no había nadie entrenando ¿Quién iba a estar lo suficientemente loco para hacerlo? Sus labios se tensaron en una sonrisa al recordar que Shura solía entrenar bajo cualquier condición. No importaba si hacía sol, llovía, granizaba o había una niebla que no se podía ver más allá de la nariz. Allí estaba él, en el campo de entrenamiento, procurando perfeccionar sus técnicas.

El recuerdo de Shura lo condujo a una nostalgia que se le hacía extraña. Siempre había sido repudiado en el Santuario, así que tampoco era el apego que podía tenerle a sus compañeros dorados. Sin embargo, debía reconocer que los doce templos se veían solitarios. Ahora únicamente había 5 de ellos: Mu, custodiando el templo de Aries; Aldebarán, guardando Tauro; él mismo en el templo de Leo, Shaka en Virgo y Milo en Escorpio. Es cierto que el Santuario jamás había estado completo: Mu no estuvo allí hasta después de la batalla de las doce casas, el maestro estaba en los 5 picos cumpliendo con su misión; Saga se daba por desaparecido y luego…

A pesar del calor y de la pereza que este le producía, Aioria se levantó. Hipnotizado por el sonido de sus pasos, cruzó el templo de Leo y se recostó contra una de las columnas. Ahora, su vista ya no eran las casas previas a Leo, sino las posteriores. Con su mirada recorrió Virgo, Libra, Escorpio y se detuvo en el noveno templo: Sagitario. Su corazón dio un vuelco al mirar aquel templo, al revivir los recuerdos que tenía de aquel lugar y su guardián.

Hipnotizado por los recuerdos, Aioria empezó a ascender a través de los templos. Su mente únicamente podía centrarse en las imágenes que recorrían su memoria: cuando llegó por primera vez al Santuario, cuando entrenaba con su hermano, sus compañeros aspirantes… Incontables memorias lo acompañaron en su ascenso. Finalmente, llegó al templo del Centauro.

Era curioso, pero a diferencia del de Leo, aquél era mucho más frío. Su piel se erizó tan punto accedió al interior de la construcción. Puede que fuera por el hecho que estaba abandonado, dotándolo de una sensación fantasmagórica que el resto de templos carecían.

A pesar que Aioria detestaba en desmesura todo lo paranormal, accedió a las estancias privadas de Sagitario. El polvo se había apoderado de su basto mobiliario. Lucía tan triste que sintió la urgencia de aguantarse las lágrimas; mientras, más recuerdos acudían a su mente. Caminó en silencio, recreando en su mente como se veía aquel lugar antes de que su guardián lo abandonara.

Se acercó a un pequeño mueble, donde unos marcos de fotos lo decoraban. Tomó una de ellas y limpió el polvo del cristal. No pudo evitar sentir una opresión en el pecho al ver el retrato. En sus labios se dibujó una sonrisa cargada de tristeza, sus ojos se tornaron de un azul más brillante y acuoso. Aquella imagen se la tomaron su hermano y él el día que fueron de viaje a Roma. Aioros tenía una misión simple y decidió que Aioria podía acompañarlo. Aquél era uno de los mejores recuerdos que tenía sobre su hermano, y él lo tenía retratado en su templo, para no olvidarlo jamás.

Aioria optó por dejar el marco de regreso a su sitio, sintiendo que sus sentimientos empezaban a aflorar con demasiada rapidez. Buscó en la estancia otra cosa en lo que centrarse, pero no encontró nada interesante. Fue entonces cuando decidió pasar a las habitaciones. Primero recorrió el despacho, donde montones de libros se amontonaban al lado de un escritorio, situado en el centro. Las repisas que decoraban los laterales estaban maltrechas, pero aún aguantaban el gran volumen de libros que contenían.

Cerró aquella puerta y fue a la siguiente, era el turno de la sala. Aioria recordó como solía jugar allí. A veces construía castillos con figuras de madera, otras simplemente dibujaba mientras estaba tirado en el suelo. Mientras, Aioros ocupaba la butaca roja que había en unos de los laterales y se enfrascaba en una lectura que Aioria no lograba entender.

Otra puerta que cerraba, para abrir aquella que la conduciría a la habitación del caballero de Sagitario. A diferencia de las anteriores salas, donde solo las contempló desde el umbral de la puerta, esta vez accedió al interior. Miró la cama de matrimonio que yacía en el centro, como la corcha estaba dañada por el poco cuidado que recibía. El armario parecía estar apunto de desmoronarse. No obstante, a Aioria le llamó la atención el libro que reposaba en la mesita de noche. Se apresuró a cogerlo, curioso por saber que leía su hermano en aquel momento. Cuando tomó el libro, una hoja cayó de su interior. Instintivamente la tomó y la examinó, viendo que se trataba de la partitura de una canción de cuna.

Aioria trató de hacer memoria, pero aquella nana no le sonaba en lo más mínimo. Dejó el libro de nuevo sobre la mesita, pero decidió quedarse con la partitura. Por alguna razón, tenía la sensación que su hermano la tenía allí para alguna razón. Eso o simplemente la usara de punto de libro.

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Milo salió al exterior de su templo. El calor que hacía en Escorpio era insufrible. Lo había probado todo y aún sentía que en cualquier momento se convertiría en el hombre en llamas. Jamás lidió bien con el calor, a pesar de la ironía que suponía porque era griego. Y el calor en Grecia, en pleno verano, no era para tomárselo a broma.

Suspiró profundamente y alzó la mirada. Sus ojos cayeron inconscientemente en Acuario. De estar allí Camus, hubiera ido a darle una visita y a disfrutar del frío de su templo. Ahora que el undécimo templo estaba deshabitado, se apostaba que era una parrilla como el resto, por lo que no haría el esfuerzo de subir los escalones ¿Para qué?

Volvió a suspirar, esta vez con más fuerza, y se recostó contra uno de los pilares. Cruzó sus brazos y permaneció en esa posición mientras trataba de dejar en blanco su mente. No obstante, algo captó su atención. Había una figura dorada que descendía desde los templos superiores a Escorpio. Las alarmas se dispararon en la cabeza de Milo ¿Cómo iba a bajar un caballero dorado? Se puso en guardia, pero rápidamente entendió que era una falsa alarma cuando reconoció el cosmos: era Aioria.

— Dime que has encontrado el remedio a este calor del demonio —le saludó Milo una vez Aioria alcanzó su templo.

El caballero de Leo alzó la mirada; Milo entendió rápidamente que estaba decaído. No entendía el porqué, pero tampoco se molestó en averiguarlo. Más que nada porque algo más captó su atención: allí, en la mano de Aioria, un papel maltrecho con algo escrito en él. En un rápido movimiento, Milo lo tomó. Aioria pareció despertar en ese instante y, a pesar que trató de recuperarlo, Milo ya lo había desdoblado y ya estaba leyendo el interior. El caballero de Escorpio se sintió decepcionado al ver que no eran más que notas.

— Estás demasiado aburrido si ahora te has puesto a componer canciones.

Aioria enrojeció al mismo instante de escuchar su comentario.

— ¡¿Cómo quieres?!

Milo soltó una risa antes de regresarle el papel. No entendía porque reaccionaba tan a la defensiva, pero le gustaba molestar al quinto custodio. Y siendo sincero consigo mismo, cualquier distracción era buena en ese momento.

— La encontré.

— Pues ya me dirás donde. No creo que crezca de los arboles como las manzanas.

Aioria lo fulminó con la mirada. Milo sabía cuanto le molestaba a su compañero su sarcasmo, y eso solo hacía que el caballero de Escorpio se animara más a seguir chinchando al león.

— La encontré en el templo de Sagitario.

— ¿Qué se te ha perdido ahí? —Aioria lanzó otra mirada fulminante que Milo ignoró— Es que de verdad que no entiendo tu afán de subir escalones ¡Y más con este calor! —dramatizó.

El caballero de Leo soltó un largo suspiro y extendió su mano.

— Necesitaba despejarme ¿Podrías devolverme la partitura?

Milo hizo una mueca y le regresó la hoja de papel. El custodio de Escorpio quería molestar a Leo por un poco más, pero si el león no estaba de humor, mejor no hacerlo. Se cruzó de brazos en un gesto infantil y miró en otra dirección.

— Venga, sigue hasta Libra.

Aioria asintió y cruzó el templo de Escorpio. Milo no se movió hasta que sintió que Aioria estaba fuera del templo. Acto seguido volteó y se paró en la entrada de Escorpio. Agradeció que al fin soplara algo de aire, aunque en ese momento su mente estaba en otras cosas. Por alguna razón, sentía un poco de malestar. Le preocupaba la lúgubre aura que había alrededor de Aioria.

Aunque, siendo sinceros, todos tenemos derecho de tener un día nostálgico.

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Eran las 4 de la madrugada cuando Aioria miró el reloj. Sentía su corazón latir rápidamente, un sudor frío empapaba su cuello. Se pasó las manos por la cara, dando un pequeño masaje que le recordó que ya estaba despierto. Estaba asustado, inquieto, pero no lograba recordar que había soñado que lo trastornara tanto. Se sentó en el borde de la cama y se quedó allí, disfrutando del silencio y del fresco de la noche que se filtraba por la ventana. Una ligera brisa ondeaba su cortina blanca, mostrándole breves destellos de la luna menguante que aquella noche coronaba el cielo.

Respiró profundamente, calmando sus pulsaciones. Poco a poco, fue entrando en un estado de calma. Todo estaba en silencio, todo estaba tranquilo hasta que la escuchó. Aioria examinó la estancia, pero estaba solo. Como debía ser.

Cerró los ojos, convenciéndose de que aquello debían ser imaginaciones suyas. No obstante, aquella nana regresó a sus oídos. Volvió a examinar la sala: no había nadie. Se levantó de la cama y caminó por los oscuros pasillos del templo de Leo. Buscó por un cosmos que no encontró, sin embargo seguía sintiéndola cantar.

Ella tenía una voz melodiosa y dulce, agradable y cálida. La nana que entonaba lo abrazaba, lo calmaba y lo transportada a un espacio de reposo. Sus pasos empezaron a mezclarse con la canción, siendo así que por un momento dejó de escucharlos. ¿Quién era ella? ¿Por qué la escuchaba? ¿En dónde estaba?

Cuando recorrió el templo de Leo al completo, se dirigió a la entrada. Recostó una mano sobre una de las estatuas que había allí, acariciando al felino de mármol como si fuera real. Mientras, los ojos del guardián de la quinta casa se dirigían al horizonte. Más allá de las luces del pueblo, donde el mar y el cielo se fundían en un color oscuro muy parecido.

La voz se diluyó con el final de la melodía, conduciendo a Aioria en un estado de meditación que no lograba entender. Esa melodía… Juraría que la entonación era la misma que leyó en la partitura que encontró en Sagitario pero ¿Por qué la escuchaba? El caballero se dejó caer sobre el león de marfil y suspiró profundamente antes de murmurar:

— Me estoy volviendo loco —se dijo a sí mismo con un ápice de amargura.

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Eventualmente, escuchar aquella melodía se convirtió en algo normal para Aioria. Empezó a escucharla únicamente por las noches; luego durante el día, pero únicamente cuando estaba solo. Después, la cosa incrementó y la escuchaba incluso cuando estaba en compañía de alguno de sus compañeros.

La melodía, lejos de molestarlo, lo inducía a un estado de calma que agradecía; lejos de todas las preocupaciones, obligaciones y problemas que ocupaban el día a día de un caballero dorado.

— Aioria ¿Me estás escuchando?

El caballero de Leo regresó en sí, sintiendo como aquella hermosa voz se diluía en sus oídos. Una sensación similar a la que tenía después de despertar de un sueño placentero.

— ¿Eh? ¡Si!

Shaka frunció el ceño y se cruzó de brazos; Aioria aún seguía aturdido.

— Entiendo que tengas otras cosas en las que pensar, pero esto es importante.

— Te estaba escuchando —insistió Leo—. Me has dicho que notabas una presencia extraña merodeando el Santuario ¿verdad?

Shaka no tuvo oportunidad de replicar, puesto que justamente aquello era lo que le estaba explicando al caballero de Leo. No obstante, Aioria se había olvidado la mitad de los detalles.

— Sí, pero te has olvidado decir que esa presencia la noto mayoritariamente en tu templo ¿Estás seguro que no has sentido nada extraordinario estos días?

Aioria negó; a ojos de Shaka el quinto custodio seguía aún en las nubes.

— Tengo la sensación que estoy perdiendo el tiempo —suspiró Virgo.

— Es que no te sabría decir. Yo no he sentido nada fuera de lo normal. Puede que solo tú puedas. Tú tienes un cosmos muchos más sensible que el de la mayoría.

— A veces es bastante obvio. Como si quisiéramos que lo descubriéramos.

— Te repito que yo no he sentido nada. Sabiéndolo, iré más atento de ahora en adelante.

Shaka apretó los labios, denotando su falta de confianza en lo que Aioria decía. Desde hacía algunos días notaba al caballero de Leo más distraído que de costumbre. Esa conversación y sus reacciones solo le estaban confirmando esa sensación.

— Está bien —aceptó Shaka en vistas que no lograría sacar nada más de Aioria.

— ¿Hay algo más que quieras comentarme?

— No, nada más.

— Entonces seguiré hasta Leo. Estoy algo cansado últimamente —comentó mientras posaba su mano en la frente por unos instantes—. Debo estar incubando algo.

— Si te sientes mal, Mu tiene algunos remedios bastante eficaces para curar el refriado y las enfermedades más comunes. Siempre puedes acudir a él.

— No me dará esas hierbas tan amargas ¿Verdad? —Shaka calló— Eso imaginé. Creo que prefiero unas pastillas cargadas de químicos. Al menos algunas tienen gusto a naranja.

— Como prefieras.

— En fin —Aioria volteó y agitó su mano en señal de despedida—, nos vemos pronto.

Aioria cruzó el templo de Virgo, sintiendo como la atención de Shaka estaba puesta en él. Sabía que el sexto custodio percibía algo, y por alguna razón ese algo le inquietaba. ¿Sería algo peligroso? ¿Estaría relacionado con la nana que escuchaba?

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Aioria se despertó nuevamente al escuchar aquella nana. Era la misma voz de siempre, aquella tan dulce y agradable. Gozaba del canto, pero le frustraba no encontrar a la autora. Lo había intentado en varias ocasiones, pero jamás encontró a nadie. Del mismo modo, tampoco percibía ninguna sensación. Era como si la autora se esfumara. Eso o todo aquello no era más que un producto de su cabeza y realmente se estuviera volviendo loco.

Por alguna razón, Aioria estaba convenido que el estar volviéndose loco era la opción más posible. Sin importar lo que Shaka pudiera decir. De otro modo ¿Cómo solo él podía escuchar la canción? No tenía sentido.

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Cuando Aioria abrió los ojos, pensó que seguía atrapado en sus sueños. No obstante, todo se sentía demasiado real. Las paredes del templo ya no estaban ahí, sino que habían sido substituidas por un cielo gris, encapotado y aterrador. Los árboles estaban pochos, carentes de cualquier vida. Pocos de ellos aún conservaban alguna hoja en sus ramas.

Aioria sintió la humedad filtrarse por la palma de su mano. Ladeó la cabeza, comprobando que yacía tumbado sobre tierra negra y húmeda. Tan húmeda que su ropa empezaba a mojarse. Su cabeza se sentía pesada y aturdida, tal como si le hubieran propiciado un fuerte golpe.

Trató de incorporarse, sintiendo como todo le daba vueltas por algunos minutos. Miró a su alrededor y no reconoció aquel lugar. No obstante, aquello era desolador.

— ¿Dónde estoy? —logró balbucear.

— ¡Tú!

Aquella voz rompió el silencio del lugar. Aioria miró a todos lados, pero no logró encontrar a la propietaria.

— ¡Tú! ¡El que está ahí tumbado!

Un poderoso cosmos se presentó delante suyo. Aioria alzó la mirada a uno de los árboles; allí apareció una chica. Tenía una melena larga y abundante, de color plateada, la cual mantenía recogida en una cola de caballo alta. Sus ojos, a pesar de la oscuridad del ambiente, pudo ver que eran de un intenso color rosado, muy peculiares y místicos. Sin embargo, a pesar de sus atributos físicos y su indudable atractivo, lo que más llamó la atención de Aioria fue su vestimenta. Más bien, la armadura que portaba. De color dorado.

— Géminis… —murmuró Aioria preso en la sorpresa.

— ¡¿Se puede saber qué haces aquí?! —demandó ella. A pesar de su apariencia refinada, Aioria podía percibir que aquella chica tenía carácter.

Aioria no reaccionaba, no sabía que creer ¿Era aquello un sueño? Tenía que serlo porque sino ¿Quién era la chica que ocupaba la armadura de Géminis?

— ¡Tú! —ella saltó del árbol donde estaba y caminó con paso seguro hacía él. Aioria no podía hacer nada más que ver como se acercaba. Con los aires de grandeza que dotaba aquella armadura solo la hacían lucir más impresionante, más inalcanzable, más inhumana— ¿Me has escuchado? —demandó en tono autoritario.

Las palabras no lograban formarse en su boca, lo cual sabía que lo iba a meter en más problemas de los que ya podía estar.

— ¿Quién eres? —le preguntó ella ante el silencio que obtuvo como respuesta— Te advierto que es mejor que empieces a hablar. No tendré piedad en mandarte a otra dimensión, que lo sepas —lo amenazó—. ¿Quién eres y que haces fuera de la SSA?

— ¿Qué es la SSA?

Ella quedó desconcertada un instante, aunque rápidamente lo ocultó. Frunció su ceño y se cruzó de brazos. Aioria percibió como el cosmos de la chica empezaba a ponerse a la defensiva. La estaba haciendo enfadar y a juzgar por su cosmos… Ella bien podría tener un cosmos y poder similar al que Saga tenía.

— ¿Me tomas el pelo?

— ¡Hayley!

Aioria examinó su alrededor rápidamente en busca del propietario de aquella voz. Rápidamente lo localizó. Se encontraba a unos metros de ellos, había aparecido en la luz de un relámpago. Era otro caballero dorado, este perteneciente al signo de Aries. Su capa estaba manchada de sangre, así como él mismo. Su cabello, el cual era alborotado y de color crema, tenía mechones rojos; su rostro, pálido y enmarcado por aquellos dos puntos morados en su frente, también tenía rastros de sangre seca. Sus ojos, azules como el mar, era lo único que no estaba corrompido por el rojo.

— ¿Qué haces aún…? —el caballero de Aries detuvo sus palabras en ver a Aioria— ¿Quién es? —preguntó.

Aquello no pintaba bien. No solo no sabía donde estaba, sino que tenía a dos caballeros dorados desconfiando de él y capaces de atacarle. Podría hacerles frente con su armadura, pero sin ella tenía las de perder. Aioria tragó en seco, maquinó distintas respuestas pero, dijera lo que dijera, aquellos dos podían chamuscarlo ahí mismo.

— ¿En dónde estoy? —se atrevió a preguntar Aioria.

— ¿Ahora nos harás creer que tienes amnesia? —se indignó ella. Aioria percibió el cambio en su cosmos, pudiendo distinguir como su desconfianza hacia él únicamente hacía que crecer. De seguir así no tardaría en cumplir su amenaza.

— Os prometo que no sé donde estoy. Mi nombre es Aioria, ¡También soy un caballero de oro!

Apretó los labios, sintiendo que había metido la pata estrepitosamente en decir aquello. Ambos caballeros permanecieron estáticos por unos segundos, digiriendo la información. Aioria, por otro lado, los observaba con atención.

— Claro que sí —aceptó ella fácilmente. La amazona dio un paso al frente, el aire empezó a girar en espiral a su alrededor. Ella extendió su brazo en dirección a Aioria, quien se encontraba demasiado expectante como para reaccionar—. Si ese es el caso… — el cosmos de aquella chica incrementó hasta el infinito en cuestión de segundos. Se equivocó, ella bien podía ser mucho más poderosa que Saga— ¡Demuéstralo!

Alrededor de Aioria se instauró una burbuja negra. De pronto, perdió la percepción del espacio e incluso del tiempo. Quedó navegando en la deriva de la nada. Por suerte, aquello solo duró unos segundos y, para cuando regresó a la realidad (si es que podía llamarlo así), el caballero de Aries sujetaba la mano de la amazona, impidiendo que ejecutara el ataque. Ella lo miraba con furia y frustración, sujetando su mirada con una expresión desafiante.

— ¡¿Se puede saber qué haces?! —le recriminó.

— No percibo que sea un enemigo.

— Sí, claro —respondió ella cargada de sarcasmo—. Por mi perfecto que tú no percibas nada ¡Pero me vas a decir que no es sospechoso que este fuera de SSA! ¡¿Y un caballero?! ¡¿Estamos locos?! ¡Eso sí que es sospechoso!

Aioria frunció ligeramente el ceño, sin terminar de entender la situación. Puede que lo más inteligente hubiera sido callarse que era un caballero de oro, pero ellos también lo eran ¿No se supone que debería ser una ayuda ser del mismo grupo? Aunque la amazona lo miraba más como una amenaza que como un compañero. No obstante, el ser caballero no parecía ser lo más grave, sino el que hubiera aparecido fuera de la SSA ¿Qué era eso? Ella ya lo había mencionado con anterioridad.

— Son cosas distintas ¿Y si dice la verdad?

— ¡Cómo si quiere mentir!

— Hayley —pronunció Aries en tono de advertencia.

— Yagura —le replicó ella en la misma entonación. La amazona se libró del agarre del caballero con un simple gesto y condujo su mirada de regreso a Aioria—. Ya he tenido bastante por hoy. Sinceramente no estoy de humor.

— Eso no es razón. Tiene el aura clara, aunque se me hace difícil describírtela —afirmó el caballero de Aries mientras miraba a Aioria fijamente.

Aioria prestó atención a los ojos del lemuriano. Podía decir que veían más allá de sus características físicas. Además, estaba hablando del aura ¿Sería ese caballero capaz de verla?

— ¿De qué constelación eres, caballero? —preguntó el guardián de Aries. La amazona prestó atención.

Aioria los observó unos instantes, tragó en seco y se aventuró en decirlo. De todos modos, poco podía hacer para que la situación no empeorara más.

— Leo.

Aries ladeó la cabeza; ella soltó una risa indignada y burlona.

— Sinceramente, ha tenido suerte —comentó ella. Aries le lanzó una mirada reprobatoria— ¡Todo el mundo sabe que no tenemos caballero de Leo!

Aioria se incorporó.

— ¿Nadie ocupa la armadura de Leo?

— Ese suele ser la consecuencia de que no haya un caballero —le preguntó ella irónicamente.

El caballero de Aries seguía en silencio. Aioria lo miró, demandando por respuestas al que parecía más accesible y centrado de los dos. Aries siguió en silencio. A Aioria se le hacía curioso, aquella mirada tan profunda era muy similar a la que Mu tenía cuando estaba meditando y valorando los acontecimientos.

— Pareces sorprendido —comentó el caballero de Aries.

— ¡Mira qué bien! —dijo ella sarcásticamente— Encima le servimos de entretenimiento. A mi Yagura ya puede decir lo que quiera, que a mi parecer me quedo corta llamándote 'sospechoso' —la amazona extendió su mano de nuevo sobre Aioria. El cosmos que se concentraba allí empezaba a ser aterrados.

— Hayley —le llamó la atención el caballero de Aries mientras la miraba de reojo.

— En serio, si es un caballero dorado, esto no sería un problema.

— No tiene la armadura.

— Detalles sin importancia.

— ¡Espera! —pidió Aioria.

En la palma de la chica había lo que parecía un pequeño agujero negro. La materia era absorbida a su interior y desaparecía en la nada. Fuera lo que fuera aquello, no podía ser nada que tomarse a la ligera.

— ¡Hayley! —exclamó el caballero de Aries más alto. Su voz sonó algo más violenta, logrando que la amazona se desconcentrada por unos instantes.

"Hayley ¡Espera!"

La amazona detuvo su ataque, ambos caballeros miraron hacia el cielo. Aioria siguió la trayectoria de sus miradas, pero tampoco encontraba nada extraño en aquellas nubes que los cubrían. Fue entonces cuando dedujo que a lo mejor hubiera algo ahí que solo ellos pudieran ver.

— ¿Por qué todo el mundo insiste en detenerme hoy? —se quejó ella. Su carácter autoritario y sarcástico se relajó increíblemente. Tanto que Aioria quedó hasta desconcertado.

— ¿Qué deberíamos hacer con él? —preguntó el caballero de Aries al cielo.

"Es mejor que lo traigan."

— ¿Está segura? —preguntó la amazona— ¿Puedo atarlo?

"No creo que eso sea demasiado gentil."

La amazona hizo una mueca algo infantil; el caballero de Aries la fulminó con la mirada antes de conducir su mirada de regreso al cielo.

— Lo llevaremos de inmediato —dijo él.

"Traedlo al templo del Patriarca. Queremos hablar con él."

— Como ordene —respondió.

La mirada del caballero de Aries cayó sobre Aioria, poco después lo hizo la de la amazona.

"Por favor," —dijo aquella voz nuevamente— "¿Te importaría acompañar a mis caballeros?"

Aioria sintió como su corazón daba un vuelco al entender que la voz le estaba hablando. Ambos caballeros lucían completamente perplejos, aunque no eran los únicos. Aioria cada vez entendía menos que estaba ocurriendo allí.

— ¿Puedes escucharla? —preguntó ella completamente perpleja.

Aioria asintió lentamente. Los caballeros de Aries y Géminis intercambiaron una rápida mirada que Aioria no supo interpretar. Aunque a esas alturas, ya no sabía que era bueno o que era malo. Por alguna razón, se sentía en una situación de clara desventaja.

"Os estaré esperando."

—…

El caballero de Aries se había sumido en silencio, mientras que sus ojos azules no se apartaban de Aioria.

— Venga va —suspiró la amazona girando sobre sus talones—. Llevémoslo. Si ella lo dice, que así sea.


Hola a todos!

Estoy de regreso después de esta larga pausa. Debo admitir que me ha costado ponerme de nuevo en modo escritor (además que tengo menos tiempo del que disponía anteriormente). No obstante debo reconocer que echaba de menos el dejar mi imaginación suelta como ahora. Así pues, este es el resultado que ha salido.

Los eventos se sitúan en futuro alternativo, a unos dos siglos más allá de la historia clásica. Todo lo relacionado con aquella época y todos sus personajes son de creación propia. El resto de caballeros son propiedad de Masami Kurumada ¡No mía!

El capítulo he tratado que sea algo largo (para lo que soy yo). El segundo está en camino, así que esperado por él ;)

Espero que os haya gustado y veros de nuevo por aquí en el próximo capítulo

No olvidéis dejar algún review :3

¡Hasta pronto y gracias!

Enna