Introducción

Jugueteaba con algunos mechones negros del cabello de su amiga, asintiendo de vez en cuando ante la notable exasperación de Lily. Después de culminar el horario de clases había sido arrastrada—en palabras más explícitas, secuestrada— por una iracunda adolescente de dieciséis años en busca de consejos amorosos.

Bufó internamente. Consejos. Lo único que escuchó en las siguientes horas fueron simples insultos y calumnias dirigidas hacia el profesor de educación física, el simio vigoréxico de Geun-Tae. El eterno enamorado de su mejor amiga. Y, por desgracia, el maldito foco de atención de la mayoría de las pláticas en los últimos meses.

—Como te decía, corrí al gimnasio para pedirle su opinión sobre qué arma sería la adecuada en caso de matar mi padre —parpadeó un par de veces, atónita por el repentino giro en los hechos—, ¡y me lo encontré besándose con la señorita Yun-Ho! ¿Puedes creerlo?

Suspiró, incómoda al tener que remarcar lo obvio… otra vez.

—Claro que lo creo, Lily. Son marido y mujer.

—¡Ya lo sé!

Lily continuó despotricando en contra de la feliz pareja, ajena a la creciente irritación que trataba de ocultar Yona. La pelirroja se tumbó en la cama para mirar al techo e ignorar el bullicio al que estaba acostumbrada, dejando que la enamorada dialogara con el aire. Se sumió en sus propios pensamientos y problemas, que eran mínimos, a decir verdad. Lo más relevante era el inusual estado de ánimo de su cariñoso padre y las incontables citas al "médico" a elevadas horas de la noche. O al menos esas eran sus excusas.

Arrugó el ceño, molesta con que le vieran la cara de idiota; y a la vez feliz y esperanzada al saber que el terco Il volvía a disfrutar de la vida. Desde la muerte de su madre —una década y pico atrás—, ninguna mujer fue capaz de avivar la llama en el interior del cincuentón que aún permanecía fiel a su difunta esposa. Hoy, por fin, el cuento era otro. Y Yona no podía estar más emocionada.

La puerta de la recámara rechinó con suavidad, mostrando a los pocos segundos la perezosa figura del sereno Joon-Gi.

—¡Tu estúpido parloteo despertó a Tetora, Lily! ¡Te he dicho un millón de veces que en esta casa no se grita! —mencionó con unas cuentas venitas palpitándole en la frente.

Okey, tal vez sereno no era el adjetivo correcto en esta ocasión.

Lily se viró, indignada.

—¡Pues que se despierte todo el mundo, no me interesa! ¿Quién diablos duerme a las siete de la noche?

Yona conocía del caótico estado de una de las mucamas favoritas de los dueños de la mansión, quien recién salía de un riesgoso parto de quintillizos que duró una eternidad. También tenía conocimiento del voluble temperamento de padre e hija; tarde que temprano la pelea terminaría en cosas rotas y su nerviosismo como espectadora llegando al tope máximo para cualquier persona normal en el mundo.

Con la ruidosa ambientación de fondo se colocó los zapatos y cogió su mochila, gustosa de tener la oportunidad de irse a descansar después de una larga jornada que la dejó mentalmente agotada. Sólo tenía que despedirse y sería libre.

—Ehm, Lily, ya me voy —llamó inútilmente—. Se-señor Joon-Gi, Lily, me tengo que ir… oigan, escúchenme, hey… ¡Agh, mierda!

Omitió el protocolo y maldijo al par de idiotas que discutían por nimiedades, caminando enardecida por los pasillos de la exuberante casa. En un escenario distinto estaría embelesada con la decoración azul y el brillo constante en las paredes, pero no estaba de humor. Un vigilante abrió el gigantesco pedazo de madera destinado para la entrada principal, apurado al ver su semblante enojado. Le murmuró un leve agradecimiento que de seguro el buen samaritano no alcanzó a oír.

Cerró los ojos y llenó sus pulmones del aire puro y frío, sonriendo al saberse fuera de peligro. Lo primero que visualizó fue el porte indiferente de su vecino, recostado en una moto de infarto, taladrándola con la mirada. Tragó en seco, desconociendo qué hacía esa persona en ese lugar.

—Hasta que te dignas a salir, princesa. Me iba a morir de una hipotermia por tu demora —comentó con sarcasmo. Yona lo observó con desconfianza.

—¿Por qué estás aquí, Hak?

El moreno le pasó uno de los cascos con una sonrisa de medio lado.

—Tu padre me envió a recogerte, él y el viejo tienen algo importante que decirnos —ambos se abrocharon el casco. Yona se cuestionaba porqué seguía sorprendiéndose después de tanto tiempo, si para ella era claro que Il trataba a Hak como alguien más de la familia, como su hermano. Se aferró a la cintura del moreno ante la sensación que le produjo la idea—. Princesa, será mejor que se agarre fuerte. No querrás arruinar aun más tu fea cara al caerte por accidente.

—¡Idiota! Arranca de una vez.

—Como ordene, princesa.

La pelirroja pegó un pequeño grito debido a la velocidad, sacándole una carcajada a Hak.

En el interior de la mansión una adolescente y su padre degustaban tranquilamente un par de galletas y un delicioso té, cortesía de la buena voluntad de Ayura. Habían zanjado la discusión jurando que no gritarían de una forma tan estruendosa de nuevo. La pelinegra recorrió con la mirada la habitación, sintiendo la ausencia de Yona.

—Padre, ¿a dónde fue Yona?

Joon-Gi le agregó un poco más de azúcar a su té de limón, restándole importancia.

—Con Hak, supongo.

Lily asintió conforme. El vecino de su mejor amiga era una buena compañía para la pelirroja.

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Un nervioso Il caminaba de lado a lado en el comedor principal; lo que sucedería a continuación no lo podría predecir ni el oráculo más eficiente del mundo. Intentó respirar profundo y calmarse un poco antes de que llegaron sus dos verdugos. Envidió por un momento a Mundok que permanecía sin inmutarse, trinchado cada dos por tres la carne en su plato. El anciano dejó de picotear la comida al sentirse observado.

—Cálmate, por un demonio. No te van a morder.

—Lo sé. Sólo es que temo que reaccionen mal —se sentó en la silla contigua al Son mayor, cansado de ir de aquí para allá—. Es un tema… complicado.

—Si el plan a no funciona, siempre podemos recurrir al plan b —sacó del bolsillo de su abrigo un par de tiquetes aéreos y los volvió a guardar al ver que Il por fin sonreía—. Con esto los mocosos no dirán nada.

Mundok le acarició la mano por debajo del mantel con algo de tosquedad y un tinte de comprensión, queriendo traspasarle la confianza y seguridad que le sobraba en esta situación. O más bien, que luchaba por demostrar. Il supo por el sudor excesivo en las palmas de su amante que los dos morían de nervios. Sí, amantes. Un chisme que nadie, jamás, en la existencia de la humanidad pensó posible. Polos extremadamente opuestos atraídos por la ironía del mundo, tapando el amor mutuo con patéticas excusas y mentiras piadosas.

Una relación que se haría oficial en contados minutos.

Se sobresaltaron al distinguir las voces de Hak y Yona retumbar en las paredes de la mansión del regordete. Se pararon de inmediato, esperando con sigilo y zozobra la aparición de sus respectivos hijos.

—¡Te odio, Hak! ¡Te odio, te odio, te odio!

—Deja el escándalo, princesa. La gente normal se salta semáforos a cada rato, hasta tú deberías saber eso.

—¡Maldito subnormal! ¡¿Qué estúpido concepto tienes por gente normal?! ¡Y para de tratarme como una frívola ricachona!

—Ah, ¿no lo eras?

—¡Hak!

—Las arrugas anulan tu escaso atractivo, Yona.

Silencio sepulcral.

—N-no me digas Yo-yona.

Un carraspeo de parte de Il evitó que el moreno lanzara otro comentario mordaz y venenoso. Una apenada pelirroja y un insatisfecho Hak —que se quedó con las ganas de incrementar el sonrojo de Yona— miraron con curiosidad a las figuras paternas más gratas en sus vidas. En el camino a casa formularon hipótesis y teorías acerca del motivo de la reunión, sin saber a ciencia cierta el por qué.

El pulso se les disparó por los cielos debido a la presión.

—Padre, señor Mundok. ¿Qué era eso tan importante que nos tenían que decir? —cuestionó Yona al ver que ninguno iniciaba la plática.

Un suspiro emanó de los labios de la pareja. Intercambiaron miradas antes de proseguir con la charla y el anciano le cedió la palabra a Il. Se aclaró la garganta, tenía que hacer a un lado su cobardía.

Era ahora o nunca.

—Primero, siéntense —invitó el dueño de la casa. Comenzaron a probar a degustar los deliciosos platos preparados por Min-Soo con parsimonia—. Sé que es algo repentino, pero los asuntos del amor son impredecibles. Simplemente se da, es…

Mundok le pegó un puñetazo a la mesa, furioso por la indecisión de Il. Los demás estaban perplejos, incluso varios sirvientes espiaban detrás de la puerta del comedor por el descomunal ruido. El Son agarró de las solapas al regordete y le dio un beso en la boca con pasión.

—¡Este enclenque y yo nos vamos a casar!

Yona se atragantó con una espina de pescado, Hak escupió su jugo de mora, los sirvientes se fueron de culo al piso y el trueno que cayó estrepitosamente sin ninguna razón enfrió más el ambiente.

Il tragó en seco. Ni en el peor de los escenarios se imaginó enfrascado en tal incomodidad.

Mundok era un completo bocachancla.

Continuará…