Me encontraba mirando fijamente por la ventana, viendo cómo la nieve cubría lentamente el amplio jardín de mi casa, reviviendo recuerdos dolorosos, recuerdos que creía ya olvidados.
Con lentitud me levanté de la silla y bajé la persiana, no quería pensar más, no podía permitirme tocar fondo de nuevo, no ahora que había empezado a mejorar…
Me tumbé en la cama y cerré los ojos con fuerza, evitando una cascada de lágrimas, ¡con lo bien que había estado las últimas semanas, joder! Me froté los ojos con las manos y me incorporé, justo me llamó mi madre para cenar.
Bajé al comedor y me senté en mi sitio, mi madre se había esmerado en hacer de nuestra casa un hogar alegre, colocando espumillón de colores y adornos navideños demasiado llamativos para mi gusto. Mi padre estaba sentado en su sitio de siempre, frente al televisor, a su izquierda se sienta mi madre y a su derecha… No, no, pensemos en otra cosa. La mesa estaba llena de comida, demasiada para mi escaso apetito, pero no dije nada.
—Este fin de semana te vas a tener que quedar sola —dijo mi madre mientras me servía un poco de pavo—, tu padre y yo nos vamos a cuidar a tu abuela.
—¿Por qué no me lleváis? Podría echaros una mano y, además, hace mucho que no veo a la abuela.
Mi madre me puso puré de patatas y me acercó los guisantes, de fondo podía oírse el ridículo concurso que veía todos los días mi padre.
—Ya hija —mi madre se sentó—, pero es un viaje muy largo para un par de días, y el lunes tienes clase. Ya iremos cuando te den las vacaciones, así puedes aprovechar y ver a Susan, que hace bastante que no quedáis juntas.
—Susan y yo ya no somos amigas —dije mientras jugueteaba con la comida. Cada vez tenía menos hambre y la comida parecía multiplicarse.
—Ah, ¿no? ¿Desde cuándo? Si hace nada erais inseparables. —Mi padre subió el volumen de la televisión, visiblemente incómodo.
—No importa, mamá —me puse en pie.
—¿Sin cenar nada? ¿Quieres que te prepare otra cosa?
—No, no importa, no tengo hambre. Estoy cansada y me vendría bien dormir, hasta mañana.
Mis padres se despidieron de mí mientras subía a mi cuarto. Entré en la estancia y me puse el pijama lentamente, hacía frío. Me giré y vi que la persiana estaba subida, en las esquinas del cristal había escarcha. Me estremecí y la bajé de nuevo, luego me metí en la cama, rogándole a los dioses que me hicieran dormir para siempre.
¡Hola!
Bueno, no sé qué decir, la verdad. Supongo que lo que dicen todos, que os guste mi historia, que disfrutéis leyéndola, que me pongáis (si queréis) comentarios y que me deis follow, jjjj.
Un beso!
