Al volver del dichoso Inframundo, los Charming organizaron una cena en Granny's para celebrar nuestra llegada y, según lo que David me dijo, no concentrarme tanto en la muerte de Robin. Todo el mundo esperaba que estuviera como una viuda perdida, cuando en realidad solo sentía un extraño dolor en el pecho al saber que se había sacrificado por mí y yo no lo merecía del todo.
La idea de ver a medio pueblo compartir y reír juntos no me apetecía para nada, pero a Henry le hacía ilusión que asistiera y jamás me podía negar a él. Ese fue el único motivo para salir un rato de mi hogar y esperaba que no durara mucho, las ganas de socializar me escaseaban. Cerré mi negro abrigo, cogí las llaves de la casa y partí caminando al restaurante. Algunas nubes grises anunciaban lluvia y el viento frío me daba de lleno en la cara, guardé mis manos en los bolsillos y escondí mi boca en el cuello de la ropa, apurando el paso. Al entrar al lugar sonó esa endemoniada campanilla y todos los presentes de giraron a verme, embocé una falsa sonrisa y busqué con la mirada a mi hijo: lo encontré junto a la vieja máquina de música con una chica de su edad, con una sonrisa nerviosa y las mejillas sonrojadas. Genial, no tengo compañía, pensé sentándome en la mesa más arrinconada y escondida, aquella que estaba a un par de pasos de la puerta. Me limité a tomar un pequeño café y mirar a todo el mundo interactuar, ni siquiera sabía si Henry se percató de mi presencia. Tendré una seria conversación con él al llegar a casa.
Llevaba la mitad de mi taza bebida cuando escuché la campanilla anunciar la llegada de alguien más, alcé la vista y me arrepentí al instante: Hook y Emma entraban de la mano al lugar, él sonriendo con suficiencia y ella ligeramente sonrojada con su típica sonrisa ladeada. Fue inevitable soltar una sonrisa triste y bajé la mirada cuando un suspiro se escapó de mi boca. Esa mano debería tomar la mía, esa sonrisa debería ser gracias a mí, esas mejillas sonrojadas deberían ser por mí, esos labios deberían recibir mis besos...Mis ojos se llenaron de lágrimas que amenazaban con salir, tomé una honda bocanada de aire y humedecí mis labios, no podía perder la compostura en un lugar como ese.
¿Para qué negarlo? Han sido años de amar en secreto, de sentir en silencio; años de vivir de sus sonrisas y carcajadas, de perderme en el mar infinito de sus ojos. ¿Por qué? No quiero saber. ¿Cuándo? Me mentiría a mí misma al negar que fue al conocerla, y no, no me refiero a la primera vez que la vi con Henry detrás de ella, más bien fue cada vez que descubría de a poco lo maravillosa que era y que, sin darme cuenta, caía en un abismo que evité por años llamado "amor".
No sé realmente cuánto tiempo pasé pensando en cada momento con Emma, en la forma que me protegía de todo y de todos, en cómo fue la única en creer en mí cuando los demás me veían como la Reina Malvada que alguna vez fui, en esos pequeños toques y roces que lograban incontenibles escalofríos recorrer mi espina dorsal y sonrisas bobas formarse en mis labios. Estoy realmente perdida, hundí mis manos en mi rostro y suspiré pesadamente, saber que aquella rubia infantil estaba a escasos metros míos con alguien más me dificultaba respirar de forma correcta.
—Hey Regina, no te vi llegar.
—Creo que realmente nadie lo hizo —aquello salió de mi boca con más frialdad de la que quería y ofrecí una mirada de disculpa a quien alguna vez planeé matar—. Solo vine por Henry, pero por lo que veo está bastante ocupado.
Snow soltó una pequeña risa y se giró sin disimulo a ver a mi hijo. Ambas vimos como torpemente invitaba a Violet algo de beber y los dos se sentaban en la barra. La morena de cabello corto negó aún con una sonrisa en el rostro y centró su atención en mí nuevamente, mas yo me quedé más de lo debido mirando a Emma. Era casi un castigo verla con el capitán, reían quizás de qué idiotez y se regalaban fugaces caricias. ¿La apreciará de verdad, sabrá él lo afortunado que es? Si ella supiese cuántas noches he pasado imaginando sus brazos alrededor de mi cuerpo como protección del mundo, cuántos insomnios me han causado los besos que fantaseo que me dé, cuántas mañanas se han vuelto frías sin su presencia a mi lado... ¿Cambiaría algo si estuviera al tanto de mis sentimientos?
—Regina, Regina...
— ¿Sí?
—No escuchaste nada de lo que dije, ¿verdad?
—Yo... Lo siento, no, estaba distraída—sonreí nerviosa, como un niño cuando es atrapado luego de hacer una travesura—. ¿Qué me decías?
—Nada importante, tranquila—tomé el último sorbo de café que me quedaba para evitar la mirada de Snow escudriñándome.
— ¿Todo bien?—alcé mi ceja al ver que no detenía sus ojos aun cuando yo la descubrí en plena observación.
—Perfectamente, ¿y tú?
Para nada, estoy enamorada hasta los pelos de tu hija, ya no hay vuelta atrás, me duele verla con ese idiota y nadie lo nota.
—Bien—embocé una falsa sonrisa y jugué con mis dedos sobre la mesa, evitando a toda costa que las lágrimas se hicieran presentes.
Un silencio incómodo se instaló entre las dos y Snow parecía no querer irse. De pronto, escuchamos una fuerte caída y buscamos a la persona que había tropezado: Hook. A su lado estaba Emma riendo a carcajadas, lo ayudó a levantarse y sentarse en la silla más cercana, examinó su rostro en busca de alguna herida y, al no encontrar daños, le dio un beso en los labios. Ver cómo él posaba su única mano en la mejilla de la rubia y ambos prolongaban el beso fue la gota que colmó el vaso. Aparté la mirada de la escenita y di irregulares inhalaciones, me estaba sintiendo ahogada, necesitaba salir urgentemente de ahí si no quería que me vieran llorar.
—Regina...—miré a la morena con los ojos ya vidriosos y ni siquiera fui capaz de responder, las palabras no me salían— ¿Por qué jamás se lo dijiste?
—¿Decir?—patética, así me sentía en ese momento.
—Decirle a Emma que la amas.
Un balde de agua fría, una bofetada en pleno rostro, una patada en el estómago. Snow me descubrió y, para mi sorpresa, al parecer esta vez pudo guardar mi tan preciado secreto. No sabía qué responder, quizás porque ni yo misma sabía la respuesta. Rebusqué en los rincones de mi cabeza y nada venía, ninguna razón coherente se me ocurría. Quizás porque temo demasiado no ser correspondida, tal vez porque no puedo darle todo lo que merece. En un momento de extrema valentía, miré a Emma por unos segundos, fueron apenas un par de segundos, y con solo ver su sonrisa sincera supe el motivo de mi inexistente confesión:
—Solo quiero verla feliz.
