Llevaba ya tres semanas encerrado en esa celda diminuta con el vaivén del barco y el sonido del mar como única compañía. Según sus cálculos, todavía quedaba al menos una semana y media de viaje para llegar por fin a las islas del sur, pero que más le daba eso a él. Al intentar atentar contra la vida de la reina de Arendel había deshonrado por completo a todo su reino, y lo que es peor, a su padre. Nunca le perdonaría lo que había hecho. Para él el honor era lo más importante, más incluso que su propia familia, así que no dudaría ni un momento a la hora de ordenar su ejecución y sus hermanos no harían nada para impedirlo. Nunca había recibido más que desprecio por parte de ellos y no es que ahora fuera a ser diferente. La única muestra de cariño que podía esperar era por parte de su madre, pero esta vez había llegado demasiado lejos, ni siquiera ella podría salvarlo.
Hans se revolvió incómodo en la diminuta celda y cerró los ojos ante el recuerdo de su madre consolándolo cuando era pequeño tras las incontables peleas que tenía con sus hermanos.
"¿Por qué me odian tanto?" había preguntado él entre gimoteos y llevándose las manos hacia su pequeña carita llena de moretones. Su madre le había abrazado en ese momento, acunándolo contra su pecho para calmarlo mientras le aseguraba que algún día sus hermanos verían la bondad que había en su interior, la misma bondad que ella veía con claridad siempre que lo miraba.
Una risa seca salió involuntariamente de sus labios.
¿Algo bueno en ti? ¿Cómo va a ser eso posible?
Hans cerró los ojos y tiró su cabeza hacia atrás para apoyarla contra la pared con brusquedad. Otra vez esa maldita voz en su conciencia que no desaparecía. Un sudor frío comenzó a correr por su frente mientras un repentino dolor le atravesaba la sien. Soltó una maldición y se llevó la mano a la cabeza en un intento por mitigar la molestia.
Era un gran plan el tuyo. Lástima que al final todo se retorciera por esa maldita niña con trenzas. De no haber sido por ella, todo habría salido perfecto y tú ahora estarías gobernando en el trono de Arendel. Pero, por su culpa… ¿dónde te encuentras? Abandonado en la celda de un barco, ahogándote en tu propia miseria y esperando que llegue el momento en el que tu padre sonría mientras ve como el verdugo corta tu cabeza.
Hans soltó un grito desgarrador y golpeó un puño contra la pared desesperado. En ese momento llegó un soldado que le instó a que guardara silencio dando golpes contra la celda. Hans abrió los ojos y notó que su vista se nublaba, con la respiración alterada se agarró el pecho y trató de calmarse y controlar sus respiraciones. El soldado lo miró como si hubiera perdido la cabeza pero cuando notó que Hans se había calmado de nuevo se alejó de la celda y regresó a sus tareas.
Hans lo observó alejarse pero la mirada del soldado se quedó grabada en su mente. Tal vez era eso lo que le pasaba, hacía solo unos días creía tener todo el mundo en sus manos para descubrir repentinamente que todo se había venido abajo y que no había nada que hacer para poder arreglarlo. En todo ese proceso lo más seguro era que se hubiera vuelto loco, no había otra explicación para esa voz en su conciencia que no le dejaba en paz. Lo peor de todo era que sentía como había ido creciendo y creciendo hasta el punto que no le dejaba dormir por las noches. ¿Era esto a lo que llamaban remordimientos? No podía ser. A pesar del mal resultado de sus planes, no dudaría ni un segundo si le dieran la oportunidad de hacerlo todo de nuevo otra vez. La verdad es que había disfrutado viendo el dolor en la cara de esa gente. Sobre todo en la de Elsa cuando él mismo le dijo que su hermana había muerto por su culpa. En ese momento ella había estado totalmente vulnerable ante él, de hecho, todavía podía sentir el hormigueo en sus dedos por la anticipación de clavar su espada directamente en la espalda de la reina. Casi saboreaba el sentimiento de atravesarla de par en par mientras ella gritaba de dolor y sus ojos perdían todo rastro de…
Hans volvió en sí repentinamente y notó que apretaba los puños con fuerza a su costado, tan fuerte que los nudillos no tenían color alguno.
¡No te resistas! Debes dejar fluir tu ira. Recuérdalo Hans, no hay bondad en ti, solo un gran anhelo de poder que te va a llevar muy lejos. Sólo debes dejarme tomar el control, y conseguiré que salgas de esta.
-¿Tomar el control? ¿A qué te refieres con eso?- susurró sin fuerzas y notando como todo le daba vueltas.
La oscuridad es tu mejor aliada Hans, no la des de lado…
En ese momento el príncipe perdió la consciencia y cayó duramente contra el suelo para entrar en un profundo sueño en el que no había celdas, no había voces, solamente estaba él.
