Marzo, 2023

Las llamas de la chimenea se volvieron verdes y Hermione sostuvo con fuerza su varita.

Ron se materializó unos segundos después y se sacudió la túnica, a pesar de que casi no tenía hollín. Hermione soltó un enorme suspiro de alivio y dejó caer sobre el sillón el libro que sostenía en sus piernas. El sonido del pesado volumen golpeando la tela de terciopelo del sofá sobresaltó a Ron, que se giró bruscamente hacia ella y la apuntó con su varita, alarmado. Tenía el cabello desordenado, los ojos un poco desorbitados y los labios fruncidos.

—Hermione —su voz denotaba sorpresa y alivio. Bajó el brazo que sostenía la varita y la guardó dentro del bolsillo. En cuanto se quitó la túnica y la colgó en el perchero de la sala, volvió a tomar su varita con la mano derecha, como si no se atreviera a soltarla, incluso dentro de la casa.

Hermione apretó los dientes. Ya había perdido la cuenta de las veces en que lo había visto regresar así de una misión.

—¿Quién más, sino? — dijo ella mientras se ponía de pie. Ron rodó los ojos y luego desvió la mirada hacia la chimenea, se encogió de hombros para disimular un escalofrío—. ¿Quiéres que te prepare un té?

Ron asintió en seguida y aunque pensó en seguirla hasta la cocina, se quedó junto a la chimenea observando las llamas y los leños crepitar. Sintió como parte de su cuerpo se entibiaba pero en su mente seguían retumbando gritos y explosiones. Cerró los ojos e intentó concentrarse en oir los pasos de Hermione, que todavía vestía su ropa de trabajo pero calzaba pantuflas. Cuando ella regresó a la estancia traía consigo un tazón grande de té caliente en la mano. A su lado flotaban un plato con panecillos dulces y una taza pequeña, también humeando. Se sentó y dejó todo con delicadeza en la mesita de centro.

Ron caminó hasta el sofá y se sentó junto a ella. Tomó un panecillo y lo engulló con avidez: sabía a nuez y manzana, lo disfrutó. Hermione tomó su taza, la pequeña, y observó directamente al té de manzanilla que humeaba frente a ella. Dejó que Ron comiera en paz.

Cuando ya iba por la mitad de la taza y habia tragado por lo menos tres pancitos dulces, Hermione se decidió a hablar.

—¿Quieres contarme qué tal ha estado tu trabajo? — preguntó. Ron tragó y pensó un instante. No tuvo que pensarlo mucho, no quería contarle nada.

—Lo de siempre —se encogió de hombros. En parte era cierto. Dio otro largo sorbo a su té, pero no logró distraer la mirada de preocupación de su esposa —. Hemos ido con Green y Shafiq a investigar el hogar de retiro de un viejo que había estado enviando lechuzas al ministerio hace semanas — dijo y le dio un último sorbo a su té antes de dejarse caer hacia atrás en el sofá, con aspecto cansado.

—Eso me lo comentó Harry —concedió Hermione. Había impaciencia en su voz. Tamborileó sus dedos sobre la loza de la taza y se arrepintió segundos después porque Ron pareció menos dispuesto a contarle algo luego de que el sonido le irritara .

—Hermione, ya sabes que no siempre puedo contártelo todo —dijo él, con cansancio.

—Está bien, lo entiendo — dijo ella y le dio un sorbo a su té —. Vamos a la cama — propuso. Ron asintió con la cabeza, pero no se movió.

—El viejo es un Avery —soltó Ron y dejó salir mucho aire de sus pulmones, como si estuviera algo aliviado de poder hablar. Hermione, que ya había dejado la taza sobre la mesa de centro para ponerse de pie, se sorprendió y se volvió para mirarlo.

— ¿Como el mortífago, Avery? — preguntó. Ron asintió.

—Es algo así como su hermano… o un primo mayor. Pero no podría estar seguro.

—¿Por qué no estás seguro?

—No lo sé.

Hermione arrugó el entrecejo. Decidió no insistir pues pudo ver como Ron arrugaba la nariz y movía la cabeza como si deseara ahuyentar algún mal pensamiento. Se acercó hasta él y le acarició un hombro. Ron cerró los ojos.

Por su mente volvieron a repetirse las imágenes de hace unas horas, todo había pasado tan rápido: primero estaba viajando con sus compañeros de trabajo, luego examinaba la pequeña choza del viejo mago que los miraba con cara de pocos amigos, luego Shafiq en el suelo, gritando, atrapado por sogas invisibles. La risa y los insultos de Avery de fondo.

Hermione le dio un apretón a su hombro y él se volvió hacia ella. El rostro de Hermione lucía preocupado, las pequeñas arrugas que se asomaban al costado de sus labios cuando reía o fruncía la boca creaban una pequeña sombra debido a las llamas aún encendidas de la chimenea. Ron consultó su reloj de pulsera, eran las 3:25 de la mañana.

—¿Qué haces despierta tan tarde? —preguntó él, mirándola acusadoramente. Observó a su mujer, su desordenado cabello estaba tomado en un moño, los lentes de lectura sobre la coronilla, el maquillaje desvanecido en distintos lugares del rostro luego del transcurso del día. Hermione bajó la vista.

—Estaba leyendo… y esperándote — agregó, casi mordiéndose los labios. Ron resopló.

—No tiene sentido esperarme, Hermione. Ni yo sabía cuándo volvería —la reprendió, como cada vez que tenían esta conversación. Hermione se encogió de hombros.

—Mira, ya estaba pensando en irme a acostar, pero justo has llegado. Además, se me pasa la hora leyendo, casi ni me doy cuenta de la hora que es.

Ron entrecerró los ojos para observarla. Sabía que eso podría ser cierto, no la había conocido apenas ahora. Iba a hablar, pero ella tomó el libro que descansaba junto al sillón, lo cerró de golpe y siguió argumentando.

—Además, hace mucho que no tardabas tanto en volver a casa —dijo, apretando el libro entre sus manos y mirando a Ron con suspicacia —. Harry no ha querido decirme nada pero yo sé que…

—Harry no sabe nada de lo que ha pasado —soltó Ron, como en un acto reflejo. Hermione lo miró como si todos sus temores se hubiesen confirmado —. Hermione, no ha pasado nada grave, las misiones son confidenciales hasta que estén resueltas. Harry no tiene porqué saber lo que ha sucedido. Espero que no te hayas puesto a acosarlo con preguntas…

Ron se puso de pie y caminó hasta la chimenea. Encima estaban todavía sus pantuflas, que hace siete días atrás había dejado allí secando luego de lavarlas. Se sacó los zapatos sin ayudarse de las manos, sólo empujandolos con el pie contrario.

—Sé cómo funciona el departamento de aurores, Ron — empezó ella, mientras movía su varita y hacía flotar los zapatos de Ron escaleras arriba — Y también sé que Harry te supera en jerarquía, sólo por eso le pregunté.

Ron rodó los ojos.

—Como sea, Harry no habría leído el informe hasta que volviéramos nosotros. De hecho, son las tres y media de la mañana así que creo que todavía faltan algunas horas para que lo lea.

Hermione se puso de pie y con otro movimiento de varita envió la loza vacía flotando hasta la cocina, que cayeron con mucha fuerza sobre el lavaplatos. Ron se calzó las pantuflas que estaban muy calientes por estar cerca del fuego. Volvió a suspirar y a concentrar su atención en el fuego de la chimenea.

Las imágenes se revolvían aún en su cabeza, Shafiq en el piso, víctima de su descuido e inexperiencia. Green y su corpulento cuerpo femenino gritándole a Avery. La risa del viejo, sus bufidos de desagrado, la forma en que posaba sus oscuros ojos sobre él y murmuraba entre dientes tal y como solía hacer el viejo Kreacher. Excepto que esta vez se trataba de un humano y eso lo hacía todo mucho más terrible.

—Vamos a la cama —propuso Hermione, de nuevo. Esta vez estiró su mano hasta él, Ron la tomó y sintió como la pequeña y delgada mano de Hermione se enlazaba con la de él. La tiró hacia él con fuerza, Hermione se quejó y dio de lleno contra su cuerpo. Ron sintió que las gafas de lectura se resbalaban de su cabeza y que Hermione las tomaba en el aire antes de rodear su cintura con los brazos. Se abrazaron por un rato que les pareció muy largo.

Ron escuchó de nuevo los gritos de Hermione en su mente. Los mismos gritos que sólo había escuchado realmente una vez en su vida durante aquellos largos minutos en los que Bellatrix Lestrange la torturaba, a pesar de que se había vuelto una pesadilla recurrente por esos tiempos. Luego la voz áspera del viejo Avery. "El pelirrojo no, ha producido toda una casta de aberraciones". Un rayo de luz roja saliendo de la varita de Green. Un escalofrío le recorrió la espalda hasta que sintió las manos de Hermione, la real Hermione, acariciándole los brazos con mucha suavidad. Ella lo miraba desde su altura de pantuflas, junto a la chimenea, disimulando su preocupación. Le dio un beso en la frente y con una mano la tomó del mentón para darle un beso largo en la boca.

Hermione le devolvió el beso, tomada completamente por sorpresa por esta repentina pasión cuando recién parecía estar un tanto molesto con ella, o molesto en general. Sintió que los brazos de Ron la aprisionaban con fuerza y se dejó llevar por unos instantes.

—Vamos a la cama —coincidió él, por fin, mientras la soltaba.

Subieron las escaleras hasta la habitación que compartían desde hace tanto tiempo. Ron se permitió echarle un vistazo al pasillo donde las habitaciones vacías de Hugo y Rose parecían darle una invitación para que se metiera en ellas, a registrarlas hasta encontrar algo que no sabía si estuviera allí o no. Se angustió al pensar en lo mucho que los echaba de menos.

Cuando entró en su habitación, Hermione estaba de espaldas a él, poniéndose el pijama. La observó soltarse el pelo y dejar las gafas (y el pesado libro) sobre la mesita de noche. Ron buscó debajo de su almohada su pijama y cuando se lo puso descubrió que Hermione lo observaba con el rostro compungido desde su lado de la cama.

—Hermione, ya basta —le advirtió—. Estoy bien, no me ha pasado nada.

—Ya lo sé —respondió ella e intentó esbozar una semi sonrisa, pero solo consiguió relajar su ceño fruncido —. Es tarde, apaga las luces.

Ron agitó su varita y las luces de la habitación se apagaron. El rostro de Hermione se iluminaba por la plateada luz de la luna que entraba a través del visillo de la ventana. Ron dejó su varita en su velador y se metió a la cama.

Sintió como si olas y olas de cansancio recorrieran sus piernas y sus brazos. Lo siguiente que sintió fue el rostro de Hermione apoyándose en su hombro. La miró y se sorprendió de lo que sintió. Tuvo miedo. Una sensación de vértigo muy desagradable.

La estrechó entre sus brazos. ¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez en que sentía que Hermione estaba en peligro? No quería recordarlo. También le aterraba saber que tenía que preocuparse por sus hijos de un modo en el que antes no lo había hecho. La única razón por la que Hermione y él habían decidido ser padres era porque estaban seguros que el mundo ya era un lugar seguro para ellos.

Todo le daba vueltas.

—Vamos a dormirnos, ¿si? —La voz de Hermione resonó suavemente mientras intentaba separarse un poco de él. Ron la miró a los ojos, asintió con la cabeza y le dio un beso de buenas noches.

O eso había intentado hacer. Rápidamente comenzaron a sentirse ansiosos de no terminar de besarse. Hermione volvió a besarlo en cuanto él se distanció un poco para respirar. Y así siguieron, besándose con cada vez más y más pasión, desvistiéndose el uno al otro.

Hicieron el amor como hace mucho no lo hacían. Disfrutaron de la compañía del otro con desesperación y una angustia desconocida. Hermione descubrió que Ron tenía una nueva cicatriz sobre el pecho y cuando la rozó con sus dedos, Ron gruñó de dolor.

Angustia, miedo y amor. Demasiadas cosas que sentir a la vez.

Esa fue la última noche que compartieron antes de que todo terminara por caerse a pedazos.

Julio, 27, 2023

Hermione suspiró mientras se reclinaba en su enorme silla de cuero frente al escritorio de su oficina. Tenía que aprovechar estos primeros y cortos minutos de la mañana en los que aquel sillón resultaba reconfortante y cómodo, porque sabía que conforme avanzaran las horas el dolor de la cadera (por pasar mucho tiempo sentada), el tambaleo del respaldo y las ruedas que se trancaban con el piso de madera, le sacarían más de un aullido de furia.

Aunque apenas comenzaba la jornada, "El profeta" comenzaba a llegar a los hogares mágicos y las noticias matinales de la tv todavía sonaban en los hogares muggles, Hermione ya se sentía cansada. Como si no hubiese estirado un músculo durante la noche. A pesar de que se había quedado dormida apenas había puesto la cabeza sobre la almohada la noche anterior, sin siquiera quitarse las gafas de lectura. Puso sus dedos por sobre su tabique nasal y lo masajeó. Soltó un suspiro. Estaba trabajando tiempo extra en la oficina y llevándose tareas incluso adelantadas para la casa, todo con tal de mantenerse ocupada, con la mente distraída.

Los pensamientos que había estado tratando de evitar se metieron a su cabeza antes de que pudiera impedirlo e hizo una lista mental de sus actuales preocupaciones: en el Departamento de Seguridad Mágica del Ministerio nada funciona si no lo hace ella misma. Los asistentes nuevos necesitan tomarse en serio las responsabilidades y no quiere ser ella la que tenga que amonestarlos porque… porque siempre es ella la que tiene que hacer el trabajo sucio. Y también se cansa lucir como la mala de la película. Por otro lado Rose, su hija mayor, está atravesando un período rebelde cuyo principal objetivo parece ser demostrarle a Hermione cuánto la odia, o algo similar. Su hijo menor, Hugo, en cambio parece no estar interesado por la actitud de su hermana, o más bien, parece no estar interesado por nada en absoluto. Y Ron se ha ido hace exactamente tres semanas y cuatro días. En realidad, hace tres semanas y cuatro días que ella le pidió que dejara la casa.

Se tapó los ojos con la palma de una mano, percibiendo el dolor de cabeza que comenzaba a formarse. ¿Por dónde empiezo?, pensó.

Pero su debate mental fue cortado muy de improviso cuando tras dos golpes en la puerta, Harry Potter entró en su oficina sin esperar respuesta, con un portafolios azul marino en los brazos y sonriendo cordialmente.

—Buenos días, Hermione —saludó Harry, mientras sacudía los hombros de su túnica marrón que todavía conservaban un poco de hollín debido al viaje—. ¿Cómo estás? Te traigo trabajo pendiente —dijo, sin un respiro. Hermione sonrió al verlo. A pesar de que venía con trabajo que ella no esperaba, Harry siempre era una visita agradable.

—Bien, ¿y tú? Has amanecido con mucho ánimo, al parecer —comentó. Harry se encogió de hombros y empezó a revisar los documentos del enorme portafolio. Separó algunos y metió otros de vuelta, cuando un compartimiento estaba lleno, Harry chasqueaba la lengua y lo metía en cualquier otro que encontraba libre. Hermione lo observó con una ceja alzada, pero se ahorró el deseo de decirle que fuera más ordenado. No tenía caso.

Luego de un rato, Harry murmuró algo así como "¡Aquí está!" y con una sonrisa, un tanto nerviosa, extendió un sobre de papel café, sellado de un modo muy formal, que llevaba con tinta de color negra sobre él las siguientes palabras:

Sra. Hermione Weasley

Brigada de Aplicación de la Ley Mágica

Oficina 207

Hermione abrió el sobre y extrajo el documento. No tuvo que leer ni un párrafo completo para saber de qué se trataba.

—Ah, ya pensaba que faltaba el reclamo de la oficina de aurores —exhaló las palabras, sonriendo tristemente.

Durante la semana había recibido un montón de solicitudes similares desde otros otras oficinas o departamentos del ministerio, y de la comunidad mágica británica general, en contra de la nueva ley que estaría por aprobarse las próximas semanas con respecto a la utilización de escobas por menores de edad fuera de Hogwarts — ¿lo han firmado todos ustedes?

Harry tenía los labios apretados en una expresión de incomodidad, pero asintió con la cabeza.

—A nadie le parece justo —dijo, utilizando un tono de voz conciliador, como si intentara convencerla. O hacerle ver que la idea era muy exagerada. Hermione lo miró fijamente, demostrándole que no tenía oportunidad.

—Harry, con todo respeto. Tu departamento debe velar porque las leyes se respeten, ustedes no hacen las leyes y—

—Hacemos más que eso, pero no es el punto —la interrumpió Harry, de inmediato—. No interferimos como unidad del ministerio sino como padres, como magos, jugadores de quidditch en familia —. Harry se encogió de hombros.

—Sí, lo entiendo. Todos están perdiendo la cabeza con el asunto —. Hermione hizo una mueca de confusión, como si en todos estos años todavía no entendiese la pasión de todos los magos y brujas por el quidditch. —Nadie les está prohibiendo jugar quidditch, sólo se está prohibiendo hacerlo dentro de un sector en el cual se encuentre un muggle a menos de 500 metros. Nada más.

Harry se cruzó de brazos y apretó los labios con más fuerza. Miró a Hermione con los ojos chicos, como si quisiera decir algo pero no se atreviese.

—Sabes que la tecnología de los muggles avanza cada vez de maneras más impresionantes, es un riesgo no ser cuidadosos —explicó Hermione, mientras abría un cajón de su escritorio y se ponía a sacar cosas que iba dejando sobre el escritorio: un tintero, una pluma, unos sellos—. A ti ni siquiera te afecta, además. El Valle de Godric está completamente exento de esta ley, si se aprobase— le sacó en cara a Harry, que soltó un bufido por lo bajo.

—Bueno, pero a los demás sí. ¿Has pensado en que si tus padres van a La madriguera, los chicos no podrían jugar quidditch porque estarían ellos allí? —le preguntó Harry, sonriendo, pensando que había dado con un excelente argumento.

—Mis padres no cuentan, Harry. Saben de la magia desde que tengo 11, me extraña que recurras a un argumento tan malo— le dijo con un dejo de sonrisa y el ceño fruncido en un gesto de broma. "Y no creo que vayan a La madriguera ahora", agregó una vocecita triste en su interior—. El caso de padres muggles con hijos brujos está presente en la redacción de la ley, se explica claramente en el inciso cinco. Ni siquiera lo leíste entero.

Con una mueca de disgusto por parte de Harry, Hermione dio por finalizada la discusión tomando un timbre con su mano derecha y estampando la palabra "RECHAZADO" sobre la hoja que Harry le había entregado. Hizo un movimiento de varita y éste comenzó a guardarse nuevamente en el sobre.

Harry estiró la mano y tomó la solicitud para meterla de nuevo en su portafolio, negando con la cabeza.

—Sabes que estás siendo demasiado dura últimamente.

El tono de voz de Harry había cambiado un poco. Aunque Hermione quiso borrar de su mente la idea de Harry queriendo decirle algo entre líneas, así que simplemente le sonrió y buscó en su bolso su par de gafas de lectura que usaba para el trabajo.

— ¿No he sido siempre demasiado dura? —le dijo, como si estuviera citándolo, aunque Harry no solía decirle ese tipo de cosas sí que las pensaba. Ambos lo sabían. Harry asintió.

—Sí, pero me refiero a que tal vez… tal vez te está afectando mucho y te estás descargando contra el resto.

Podría contarse con los dedos de una mano las muy pocas veces que Harry había interferido u opinado tan directamente acerca de su relación con Ron. Se limitaba a asentir, sonreír o decir monosílabos únicamente en respuesta a preguntas que ella le haya formulado muy específicamente. Ella ignoraba si con Ron la cosa era distinta, pero conociendo a Harry suponía que no.

Harry, que había crecido junto a las constantes rencillas de Ron y Hermione, sabía que nunca habían sido necesarias sus intervenciones. Menos aún cuando los dos habían decidido ser pareja. El asunto estaba completamente fuera de su jurisdicción. Harry había sido, por años, el hilo que unía la amistad de Ron y Hermione, o eso él pensaba, y asumía ese rol en todos los aspectos. Los escuchaba, si es que alguno estaba de ánimos de refunfuñar contra el otro y ponía cara de disgusto, sorpresa o risa si es que era necesario. Nunca tomaba partido en voz alta.

Por eso Hermione lo miró un tanto impresionada de lo que acababa de decir. Después se miró sus manos, nerviosa y algo atormentada.

—Quiero decir… tómate un descanso —sugirió Harry, con un tono de voz calmado, para relajarla—. Un par de días fuera, te haría bien —. Hermione asintió.

—Sí, tenía planeado tomar mis vacaciones pronto, ya que los niños están en casa. Estoy adelantando trabajo para eso —. Harry le sonrió, intentando parecer lo más comprensivo posible.

—Bien —concedió él, tampoco pensaba inmiscuirse más—. ¡Uh, por poco lo olvido! — Harry se dio un golpe suave y teatral en la frente—. Ginny te invita a cenar hoy con nosotros.

—¿Ginny me invita? ¿No tú? —preguntó Hermione, alzando una ceja con tono divertido. Harry chasqueó la lengua y caminó hasta la puerta.

—Ah, Ginny y yo, es lo mismo. Paso por ti a las seis, ni un minuto más —advirtió con un dedo acusador y no dejó que Hermione le respondiera. Salió por la puerta antes de sonreírle una última vez.

Hermione intentó ignorar la pequeña punzada de celos que tuvo de su amigo. Él y Ginny pensaban lo mismo, querían lo mismo, se sentían como lo mismo. ¿Cuándo Ron y ella habían dejado de ser así?

Se rascó la frente y se afirmó en el escritorio. Acababa de empezar el día y ya sentía ganas de que terminara. Movió su varita y un par de carpetas flotaron hacia ella, las abrió y comenzó a buscar lo que necesitaba.

Le gustaba su trabajo, solo estaba tremendamente cansada de todo lo que conllevaba. Había casos, como el que recién trataba con Harry, que ni siquiera rozaban los objetivos por los cuales había decidido tomar aquel puesto en el Departamento de Seguridad Mágica; su objetivo eran las injusticias que a diario ocurrían en el mundo mágico, todas esas injusticias basadas en prejuicios e ignorancia. Y los elfos domésticos, por supuesto, todo el que la conociera lo sabía. Pero después de un par de años trabajando en la cuarta planta se dio cuenta que tendría que empezar muchísimo más atrás, intentando modificar las leyes mágicas, pues era la única forma de empezar a establecer un orden distinto en el comportamiento de las personas. Pero claro, eso significaba mucho trabajo que no tenía nada que ver con lo que realmente le había motivado en primer lugar.

Tampoco había pasado todo el tiempo en vano, habían algunos progresos como el hecho de que ahora era obligatorio que cada casa que tuviera un elfo tuviera que tener un cuarto especial para él, con una cama y un armario, tenían que tener horarios para servirse sus comidas y para descansar; y estos debían ser respetados o el elfo estaría en total derecho de presentar una denuncia. Hermione sabía que no todos cumplían aquellas normas al pie de la letra, que muchos elfos todavía consideraban una locura el recibir horarios o mudas de ropa, que muchos nunca se atreverían a denunciar y eso la carcomía por dentro. Pero de todos modos era un avance.

Ese último pensamiento sonó en su cabeza con la voz de Ron.

Hubo un tiempo, hace muchos muchos años, en que Hermione pensó que Ron tampoco creía en su lucha por liberar a los elfos, con sus continuas bromas hacia sus tejidos y su falta de efusividad frente a su cargo como tesorero de la P.E.D.D.O, pero con el tiempo las cosas fueron tomando otros tintes y Ron pareció terminar de convencerse de que la institución creada por Hermione era más que un juego y era realmente necesaria su difusión. Además de que para ella era algo importantísimo hacer avances con el tema de la regulación de las condiciones de trabajo de los elfos, a él nunca le había parecido algo bueno eso de la esclavitud, por más que añorara la idea de tener deliciosas comidas en instantes y la ropa siempre limpia sin tener que hacer todo el trabajo. Entonces, se había convertido en su principal apoyo. La ayudaba a aterrizar sus ideas para que fueran mejor apreciadas por el público basándose en su experiencia con familias de magos ("Hermione, eso suena como una locura, te lincharán" le decía cuando ella exageraba con sus medidas propagandísticas) y le traía información fresca que conseguía en su trabajo sobre los magos que no cumplían las normas para que se ganaran una gorda y cuantiosa multa en alguna redada "sorpresa". Siempre que llegaba frustrada a casa, pensando que todo el mundo creía que trabajaba por estupideces, Ron la apretaba entre sus brazos y le hacía ver todo lo que había conseguido, le instaba a continuar y le daba la cuota necesaria de valor para volver a combatir el mundo: "de todos modos, ¡mira lo que ya has conseguido!" solía decirle, para animarla.

Pero ahora nadie la escucharía con esa atención. Y había sido idea suya.

Bufó frustrada y se enojó consigo misma.

Ronald y ella llevaban 19 años de matrimonio hasta la fecha y sus vidas se habían convertido en un pasar tranquilo con el paso de los años. Eran felices, de eso estaban casi seguros; habían logrado varias metas profesionales y, con esfuerzo, habían congeniado para formar una familia. Seguían siendo los mismos de antes (seguían discutiendo por cantidades de tiempo inmedibles que iban desde los 5 minutos a los dos días o más) tal vez un poco menos ágiles y un poco más viejos, pero es imposible sentirse igual de joven una vez pasados los 40. La magia no era capaz de saltarse esa condición humana.

Las cosas comenzaron a ir mal unos cuantos meses atrás, cuando empezaron a aumentar sus discusiones y a tener más dificultades para reconciliarse que antes. Ron se había ido a una misión con otros dos compañeros de la oficina de aurores y regresó del viaje una semana después: cansado, con una nueva cicatriz en el pecho y medio abrumado por sentirse menos capaz que antes para hacer redadas. Hermione le había comentado unos días después que liarse con las artes oscuras a diario era una forma muy segura de terminar acabado, en todo sentido de la palabra, y Ron se había puesto exageradamente furioso.

Las discusiones empezaron a ser cada vez más seguidas. Hermione desconocía sus propios cambios de ánimo pero no daba pie atrás de sus rabietas. Con el tiempo, se había vuelto un poco más orgullosa que antes y la escueta paciencia que Ron poseía antes parecía haber alcanzado un mínimo histórico: todo le molestaba. Todo lo hacía soltar palabrotas y bufidos y Hermione no soportaba escucharlo mascullar con los dientes apretados mientras cenaban o veían la tele.

Ella, como siempre, escapaba de sus problemas trabajando y leyendo extra, aplazaba las discusiones con Ron provocando que éste anduviera mucho más irritable cuando a ella le daba por ignorarlo. Pero Ron tampoco se esforzaba mucho por sacarla de ese encierro. Cuando a ella se le metía algo en la cabeza costaba mucho esfuerzo y mucho trabajo quitárselo, y Ron no estaba de ánimos para andar rogándole.

El asunto había estallado con la llegada de una carta de la veinteañera secretaria nueva de Ron.

Ron mantuvo su actitud mediocre y desganada cuando Hermione sugirió que lo mejor sería que él se fuera, no dijo si por un tiempo, no dijo si para siempre. Lo único que ella sabía en ese momento era que no quería tenerlo cerca, le abrumaba su presencia enfurruñada y gruñona, le hacía sentir encerrada. Ron aceptó y sin mucho escándalo tomó la mayor cantidad de ropa que pudo, libros y artefactos que normalmente usaba y se largó. Ninguno de los dos había pensado, cuando iniciaron esa discusión, que esa iba a ser la forma en que terminaría.

Cuando Rose y Hugo terminaron su año en Hogwarts y estuvieron de vuelta en casa para sus vacaciones, tuvieron las más extrañas reacciones al respecto. Hugo, que habitualmente era muy enojón y rabioso, no dijo nada. Los miró como si se hubiesen vuelto locos y se encogió de hombros. "Cosas suyas", les había dicho con un gesto de indiferencia en la cara antes de volver a sus historietas. Rose, por otro lado, se echó a llorar y no salió de su habitación hasta el día siguiente, negándose a hablar con cualquiera de los dos.

La reacción más extraña de todas fue la de Harry, que se negó a ayudarlos a traer a Rose de vuelta a casa. La chica, en su negativa a hablar civilizadamente con sus padres había corrido a la casa de sus padrinos, dispuesta totalmente a quedarse allí hasta nuevo aviso. Aunque Ron amenazó a Harry con su varita, éste se negó a traicionar a su sobrina y les aseguró que estaría en buenas manos. Hermione pasó dos días completos sin dirigirle a Harry ni el saludo cuando lo veía en el ministerio.

Eventualmente, la riña entre los adultos se había solucionado. Harry les aseguró a ambos, por separado, que él sólo quería hacer sentir a Rose bien y que estaba dispuesto a ayudarlos a recuperar a la chica. Se habían reconciliado como hacen los amigos, muy rápido y muy fácil.

El problema de arreglar las cosas con un amigo es cuando te enamoras y te casas con él, pensó Hermione, porque ya nada es igual de sencillo.

Y después de tanto tiempo, las cosas habían cambiado entre ellos. Habían dejado de disfrutar las sencillas tardes juntos, en las que podían estar sin hacer nada y aun así sentir que lo pasaban bien. Habían pasado de peleas y reconciliaciones a peleas y más peleas. Un conflicto recurrente era que Ron había vuelto a doblar trabajo: la tienda y la oficina de aurores le ocupaban muchísimo tiempo y cada vez que Hermione mencionaba algo sobre eso, Ron se enfurecia muy fácil y le sacaba en cara la cantidad de tiempo que ella gastaba en su trabajo y que había sido por eso que él había regresado a la oficina de aurores en primer lugar.

Sólo Ron tenía esa facilidad para hacerla llorar. Y estaba harta. Aburrida de sus malos modos, de la prepotencia con la que a veces le respondía, de que quisiera pasar todos los domingos en La Madriguera cuando ella también quería ir a visitar a sus padres de vez en cuando, de que pensara que ella trabajaba mucho, de que ya no le dijera que trabajaba mucho y no intentara distraerla de sus ocupaciones como solía hacerlo… y otro sin fin de nimiedades que acabaron por romperla. ¿Por qué Ron parecía prestarle cada vez menos atención?

Un problema aparte es la terrible obsesión que ella había desarrollado hacia la preciosa -y veinte años menor- secretaria nueva de Ron en Sortilegios Weasley.

Hermione no se consideraba a sí misma como una mujer celosa, o al menos nunca antes había quedado en evidencia un rasgo como ese de su personalidad. Pero lo cierto era que le estropeaba todo el sistema nervioso pensar en la idea de esa mujer pasando tanto tiempo con Ronald a solas, en sus despampanantes curvas y su sedoso cabello color miel, la sensualidad que desborda y que ella jamás tuvo y aquella horrenda fecha de nacimiento. Odiaba que ni siquiera haya estado viva para la guerra y haya necesitado que Ron le relatara, con detalle, todas sus aventuras para suspirar y admirarlo como tonta. Odiaba pensar que la chica era una estafadora, porque su lado sensato sabía que la muchacha había obtenido notas regulares (algunas bastante buenas) y que, en realidad, no era tonta. Hermione odiaba verse a sí misma convertida en alguien que juzga a las personas por su aspecto exterior, pero es que por Merlín que le crispaba los nervios. Aguardaba, secretamente, el día en que Ron dijera que la chica había decidido renunciar o, mejor aún, que la había despedido. Y Hermione se aborrecía a sí misma por pensar tales estupideces.

Pero si buscaba una razón sólida para odiar a la chiquilla es que había sido culpa de ella. Ella había apretado el gatillo a la pistola que venía amenazando su matrimonio hace varios meses con una estúpida carta de patitas de una lechuza con moño púrpura.

¿Quién se creía que era para invitar a su esposo a cenar a las nueve de la noche a su departamento? Hermione había abierto la carta a penas la lechuza la había depositado en el lugar del sofá en el que Ron solía sentarse a jugar o leer, sin ningún remordimiento por violar su privacidad, lo cual ya era decir mucho.

La gota que había terminado de rebalsar no el vaso, sino el estanque completo de la paciencia de Hermione, había sido que justo después del arribo de la lechuza, Ron había preguntado si había correspondencia para él, y cuando ella le había contestado que no, no le había creído. ¿Acaso estaba esperando la invitación? No, Hermione no estaba para soportar tamaña burla. No tenía tiempo para estar perdiéndolo en problemas y se lo hizo saber con la voz más temblorosa de lo que hubiese deseado, y todo eso desembocó en la situación actual. Una separación un tanto arrebatada pero que los dos habían considerado justa y necesaria.

El día corrió lento, pesado y agotador, le llegaron dos documentos más solicitando lo mismo que pedía la gente del departamento de Harry y las volvió a rechazar, ganándose así un almuerzo solita en su oficina.

Más que sentirse malhumorada y furiosa como los demás pensaban que estaba, se sentía vacía. Había pensado que al tener un tiempo para sí misma, liberándose de aquella constante presión por mantener una relación que se ahogaba más a cada instante, podría quitarse aquel peso que le oprimía las neuronas y el corazón, que dejaría de sentirse tan inútil, tan pequeña y tan innecesaria como se sentía antes, cada vez que Ron pasaba de ella o bramaba alguna insolencia ante la ausencia de justo eso que tenía ganas de comer en el refrigerador. Jamás contó con que se sentiría exactamente de la forma contraria, más triste, más sola, más inútil e increíblemente igual de innecesaria.

A través de Ginny se había enterado que Ron había conseguido un departamento pequeño en Londres muggle, cerca del centro. Podía irse al ministerio caminando, algo que nunca hacía pero que presumía con la gente que se lo preguntaba.

Estaba bien. Lo había visto de lejos un par de veces, mientras cumplía con las tareas que le encomendaban en el Ministerio, sonriendo junto a sus compañeros de trabajo. Y había sido la primera vez en toda su vida en que Hermione había deseado que Ron sufriera. No tanto, tampoco, pero que no se vanagloriara por ahí, que no pareciera estar en perfectas condiciones y aliviado, como si estar sin ella fuese realmente haberse sacado un peso de encima. Lo quería triste, desganado, vacío como estaba ella. Ella era el amor de su vida, no podía haberla olvidado tan pronto, no podía.

Ese día había comenzado para Ron a las ocho de la mañana, cuando atormentado por su reloj despertador tuvo que levantarse. Odiaba esos aparatos con toda sus fuerzas, pero ya no contaba con el remezón que le daba su esposa todas las mañanas, y su beso tibio en la mejilla para que se despertara. Tenía que conformarse con el espantoso ruido.

Se vistió, tomó un desayuno rápido (básicamente sólo calentó un tazón de leche con chocolate) y se apareció en el callejón Diagon.

—Buenos días —dijo al entrar, mientras la pequeña campanilla de la puerta hacía su ruido. George le miró detrás del mesón.

—Nada de buenos, llegas tarde —gruñó su hermano, por lo bajo. Ron chasqueó la lengua, se sintió fastidiado de inmediato.

—Mira, no estoy de ánimos —cortó en cuanto vio que George pretendía comenzar a hablar—. Dame la dirección en donde tenía que verme con este sujeto.

George apretó los dientes con furia y soltó un bufido, murmuró en voz baja que ya le había dado la dirección, sin embargo, arrancó un pedazo de papel de una libreta y escribió la dirección en tinta verde.

—Te recordará que la veas cada dos minutos, es una tinta nueva que estoy perfeccionando —dijo, como quien no quiere la cosa mientras le estiraba el trozo de papel. Ron lo tomó y sonrió fingidamente, sonrisa que su hermano contestó.

—Ya, me voy. Nos vemos en casa, mamá quiere que vayas a comer hoy… — George asintió con la cabeza.

—Muy bien, nos vemos… y no nos dejes mal, tienes que cerrar el negocio hoy —amenazó.

—Está bien —bufó Ron, una última vez antes de empujar la puerta para salir hacia la calle.

Ron llevaba trabajando para Sortilegios Weasley aproximadamente la mitad de su vida, contando el tiempo posterior a la guerra en que la tienda casi funcionó por mérito únicamente suyo debido al devastador estado en el que estaba George, intentando crear nuevas bromas y fallando una vez tras otra. La gente estaba más feliz que nunca antes y el negocio comenzó a ir viento en popa por esos años, logrando abrir por fin, unos meses después del final de las batallas, la sucursal de Hogsmade con la que tanto Fred había soñado. Ron se probó a sí mismo durante ese tiempo en la dirección de un negocio y sorprendió a todos manejando la situación increíblemente, alternándolo incluso con el inicio de sus estudios para ser auror, para cuando George ya se encontró en mejores condiciones para trabajar.

Luego, una vez graduado de la academia y con George de vuelta al cien por ciento en la tienda, se empezó a dedicar a cuestiones más administrativas de la tienda de bromas y a concentrar la mayor parte de su tiempo en su trabajo para el ministerio.

Para Ron, el trabajo de auror no sólo era un logro bien cumplido: sus padres estaban lo suficientemente orgullosos de él como para repetirlo varias veces a sus conocidos, su sueldo le permitía, por primera vez en su vida, comprarse caprichos y cosas completamente nuevas, sus habilidades prácticas (nunca destacó mucho en lo teórico) le permitió hacerse una fama suficiente en el rubro que, luego de la guerra y su travesía buscando los horrocruxes con Harry y Hermione, significaba que llenaba las expectativas. Él mismo había atrapado a unos cuantos magos oscuros que fingían demencia o aseguraban estar bajo maleficios para excusarse de los horrores cometidos.

Ser auror no era sólo un logro bien cumplido, era todo un sueño hecho realidad.

Cualquiera hubiese pensado que con todo lo que pasaron y con lo mucho que Hermione solía admirar a los aurores, hubiese estado feliz a tiempo completo de que su novio fuera uno, pero no había sido tan así. Hermione valoraba mucho la valentía, era una gryffindor sin lugar a dudas, pero cada vez que Ron se perdía por muchos días en alguna operación secreta, sin enviarle noticias de su paradero, todo en ella temblaba de miedo. No era algo tan recurrente, así que con facilidad escondía su descontento, sobre todo porque sabía que aquello lo hacía feliz. Pero cada vez que lo veía salir de la cama en la madrugada para asistir a alguna reunión o redada, recordaba cuántos enemigos se podía ganar un buen auror. Como si ya no se hubiesen ganado suficientes enemigos para toda una vida.

Hermione le había revelado a Ron estos pensamientos mucho tiempo después. Cuando su primera hija a penas había nacido. Ron había estado tan distraído y embobado con su bebé que casi no le importó prometerle a Hermione que vería qué podía hacer en el trabajo para salir menos a terreno. Tiempo después se arrepintió y quiso debatir el punto, pero Hermione parecía haber preparado un millón de argumentos y excusas, y aquello parecía ya ser una cláusula zanjada de su acuerdo civil de matrimonio. Siempre conseguía lo que quería.

Mientras caminaba, Ron empezó a repetir en su cabeza todos los protocolos muggles que debía recordar tener a flote en la reunión a la cual se dirigía. No podía arruinarlo, tenía que cerrar el trato sin pensar en lo importante que era, para no ponerse nervioso.

Estaban a punto de extenderse a Londres muggle.

Ron era el encargado ahora de terminar de firmar el contrato con un importante mago que se había hecho famoso por sus espectaculares cálculos y arreglos con los muggles sin violar las leyes mágicas. Instalarán, de alguna forma difícil de comprender, una tienda de Sortilegios Weasley en la mitad de un paseo muggle, y sería – evidentemente- una tienda de objetos y bromas muggles. La magia haría acto de presencia en una parte de la tienda que estaría eternamente encantada, y de la cual sólo serían testigos aquellos que poseyeran el don de la magia. El rumor de esta construcción se escuchaba en el callejón Diagon con fuerza, y aunque su ex esposa lo había encontrado una osadía del tamaño de un buque de guerra, no había ley que se lo prohibiera. Los mundiales de quidditch eran tres mil veces más arriesgados que esto y todo el mundo los aprobaba.

Cuando llegó al café que la dirección le iba señalando en el papelito saltarín, Anatole Leroy ya lo esperaba. El empresario francés de bigote espeso y gris, se quitó el sombrero y le estrechó la mano con energía.

—Un gusto verlo, Weasley —dijo en un inglés perfecto. Ron asintió con la cabeza.

—Lo mismo digo, perfecto lugar para reunirnos —halagó. Leroy le sonrió.

—Lo es, muy adecuado a la ocasión —estuvo de acuerdo—. No quiero sonar descortés, pero me gustaría ir directo al grano. Tengo un poco de prisa.

El papeleo, según Ron lo revisó, estaba en orden. Para ser un mago medianamente viejo, Leroy era extremadamente cuidadoso, vestía mejor que el propio Ron de muggle, y eso que él ya había logrado mimetizarse, según creía, con tanta visita a sus suegros. La carpeta en que entregó todos los documentos firmados por el ministro y la transacción que se haría en Gringotts estaba disimulada en unos perfectos e inmaculados papeles blancos archivados en una carpeta de color verde. Ni un solo muggle los miró con extrañeza.

Cuando hubieron firmado lo último que faltaba, le estrechó la mano, terminó su té de manzanilla y se despidieron a las afueras de la cafetería.

—Eh, Weasley —. Leroy agitó la mano de lado a lado para captar su atención. Ron retrocedió los pocos pasos que había dado en dirección contraria—. El sábado haremos un banquete en mi casa, tienes que ir, para que celebremos este negocio como debe ser. Pasará a la historia, chico — rió el hombre mientras le golpeaba el brazo con confianza.

—Claro, como usted diga —se unió Ron, fingiendo mucha cortesía.

—Te enviaré una lechuza en la tarde. Salúdame a la señora de mi parte —. Y dicho esto se fue definitivamente, agitando su gordo cuerpo y apretando con fuerza su maletín de cuero que fingía ante los muggles como piel de lagarto, cocodrilo o algo así, pero Ron conocía muy bien la piel de dragón.

Cuando estuvo en su habitación, el teléfono móvil que tenía sobre la cama comenzó a sonar. Dio un salto y corrió a contestar, como siempre que sonaba rompiendo con el espeso silencio.

—¿Hola? —habló.

—¡Hasta que contestas! — dijo Rose al otro lado de la línea, soltando un suspiro de exasperación —¿Es que nunca llevas el móvil contigo?

—Bueno, a veces puede que lo olvide — dijo, sonriendo porque la verdad era que siempre lo olvidaba—. ¿Pasó algo?

—Nop —dijo la chica, con voz alegre —. Solo quería decirte que voy a ir a quedarme contigo un rato.

Cuando Hermione dijo que era "innecesario y de repente intolerable" seguir viviendo juntos, Ron nunca pensó que Rose tendría alguna inclinación preferencial hacia él. Al principio, su hija parecía demasiado furiosa como para soportar a cualquiera de los dos y había corrido a los brazos de sus malcriadores tíos, que no dudaron en recibirla y fomentarle las mañas, como decía Ron. Pero luego de un tiempo, su actitud con Hermione no cambió y con él comenzó a ser demasiado normal y amable.

Honestamente, Ron se sentía un poco aliviado. Al menos alguien seguía queriéndolo como antes.

— ¿Y qué piensa tu madre al respecto? —le preguntó, con tono acusador. Oyó a Rose resoplar.

—Me da lo mismo —dijo, con el altanero tono que reflejaba toda su adolescencia.

—No debería —corrigió Ron—. Tu madre manda, debes pedirle permiso.

—¿Acaso no quieres estar conmigo? —preguntó Rose, haciéndose la ofendida. Ron titubeó, ¡qué manera tenía Rose para confundir las cosas!

—Sabes que no es eso. Es sólo que no quiero tener problemas con Hermione, sabes que estás contra su voluntad donde Harry y Ginny…

—Ah, papá —bufó, Rose —Sólo por hoy, tengo ganas de verte.

—Sí puedes venir cuando quieras, pero me gustaría que le avisaras a mamá, eso es todo —insistió Ron, pero se cortó cuando recordó la insistencia de su hija — ¿Y a qué se debe ese arranque de cariño por mí? —preguntó—. No es día de pago todavía, eh —. Rose rió ante la estúpida y típica broma de su padre.

—No seas tonto, luego te cuento.

—Ya, pero tú te las arreglas con Hermione si es que—

—Sí, sí, lo que sea —interrumpió Rose, con su voz un poco insolente—. Nos vemos en un rato.

Y la llamada se cortó. Ron negó con la cabeza.

Lo cierto era que Rose había escuchado a su tía Ginny comentar que prepararía aquella salsa que tan rica le quedaba porque Hermione los acompañaría en la cena y ella no tenía una pizca de deseos de sentarse a protagonizar la idea de su tía por reconciliarlas.

No es que odiara a su madre, como le había dicho, simplemente no quería pasar tiempo con ella.

Estaba enojada y tenía ganas de gritar cada vez que la veía. Como si se le acumularan mil y mil reproches y frases que arrojarle encima, esperando que alguna fuese a aflojar una respuesta distinta a "tomamos la decisión en conjunto", "estábamos discutiendo mucho", "creemos que es lo mejor para los cuatro". ¡Lo mejor para los cuatro! Nadie me preguntó nada ni a mí ni a Hugo, pensaba ella.

Siempre había tenido una afinidad especial con su papá, como si fuese su héroe o algo parecido. Y la elección de fidelidad en este momento se había visto acrecentada por la indiferente preferencia de Hugo hacia Hermione. Eran un maldito círculo de divisiones y todo era culpa de sus padres, de lo poco tolerantes y gruñones que se habían vuelto. Pero cuando Rose ponía las culpas en la balanza, de alguna forma inexplicable, Hermione acababa cargando la mayor parte. Estaba siendo injusta, pero no quería afrontarlo.

La parte racional de su cabeza explicaba el berrinche que estaba haciendo y ella luchaba contra aquella verdad, para esconderse en los adjetivos 'rebelde', 'plena adolescencia' y similares. Tal vez, si hería a su madre lo suficiente, se arrepentiría de haber destrozado la familia y acabarían poniéndose de buenas de alguna romántica forma como siempre lo hacían y todo volvería a ser como antes. Tal vez, si se comportaba tan horriblemente, sus padres tendrían que recurrir el uno al otro para hablar qué hacer respecto a ella, e inevitablemente terminarían dándose cuenta de que seguían enamorados. Esa idea y otros planes más elaborados tamborileaban en el subconsciente de Rose, aunque ella decidiera ignorarlos y fingir estar simplemente con un ataque de ira.

Hizo un bolso pequeño con sus cosas y dejó en la habitación que compartía con Lily una nota sobre la cama.

"Estaré con mi papá, los quiero mucho"

Sabía que su tía Ginny daría una patada al suelo y culparía a Lily por cubrirla aunque ésta no tuviese ni idea. Se sintió un poco culpable por su prima.

Cuando Ron vio llegar a Rose y comenzaron a conversar mientras comían una improvisada cena de mucha leche con cereal se dio cuenta de lo que había motivado la repentina visita de su hija, y aunque sintió ganas de decirle que no había hecho lo correcto, se llenó de una pequeña felicidad que se sintió incorrecta. Que su hija lo prefiriera le levantaba el ánimo, aunque a la vez, odiaba que tuvieran que existir preferencias en primer lugar.

En la casa de los Potter, James y Albus no llegaron a cenar y avisaron que comerían en casa de un amigo. Lily se retiró de la mesa antes del postre, incómoda y aburrida por la conversación de los mayores.

Hermione no se había sorprendido ni un ápice cuando Ginny le mostró la nota que Rose había dejado sobre la cama, se lo esperaba dadas las circunstancias, aunque su corazón sufrió otro pequeño golpecito. Esperarlo no es igual a sentirlo de veras.

Una lechuza picoteó el borde de la ventana entreabierta de Ron.

Rose se levantó a coger la carta y en cuanto lo hizo la lechuza hizo una reverencia a ella y voló con elegancia.

—Vaya, qué educado ese animal —rió la muchacha —. Ojalá le hubiese enseñado cosas así de originales a Whisp —murmuró mientras le estiraba la carta a su padre, pensando en su adorada lechuza castaña.

—Es de Leroy —dijo Ron viendo el sobre sin muchos ánimos de abrirlo —Anatole Leroy, el viejo del que te hablé.

— ¡Oh! — Dijo ella interesada —¿Cerraron el trato ya? — Ron asintió y Rose sonrió con alegría mientras volvía a concentrarse en su plato de cereales con leche.

"Ronald Weasley y Esposa"

Era todo lo que tenía el sobre detrás. Probablemente Rose no lo había visto porque seguía sonriendo como si no pasara nada y devorando con avidez su cena.

— ¿No vas a abrirla? — preguntó, mirándolo con extrañeza.

—Después. No quiero trabajar, estábamos conversando ahora — sonrió antes de dejar que Rose siguiera relatando una graciosa anécdota del profesor Slughorn, el único profesor de todo el Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería al que Rose aborrecía, por el simple hecho de enseñar pociones. A Rose se le daban fatal las pociones y no era muy aficionada a las reuniones a las que, con regularidad, tenía que asistir por invitación del profesor.

Paralelamente, aquella corta inscripción sobre el sobre de la carta había calado tan profundo en Ron como lo hubiese hecho en su hija si es que ésta la hubiese leído. Hermione nunca leería siquiera esa carta, sin embargo, seguía apareciendo en su vida como si todo el mundo estuviese empeñado en que nunca dejara de pensar en ella.

Llevaba tres semanas y casi cuatro días viviendo lejos de Hermione pero la extrañaba con más fuerzas de las que creía posibles. Todo a su alrededor parecía recordársela de alguna manera. Algunas menos obvias que el tono de voz de su hija, tan parecido al de ella.

Era cierto que los primeros días habían sido extraños, complicados con toda la pena, la confusión y los insultos de Rose, pero ya entrada en la segunda semana Ginny le había encontrado un apartamento y como él no era regodión, le había gustado enseguida y había comenzado a disfrutar de su repentina soltería. Pero aquel gozo le había durado… ¿cuánto? Tres días y ya estaba cansado. Le avergonzaría decirlo en público, pero extrañaba llegar a su casa, ver el típico orden maniático de Hermione, el olor a libros que tenía su habitación, la cama amplia y calentita, su sillón favorito, su puesto en la mesa, ese aire de hogar que ya no existía.

No se había sentido viejo hasta entonces.

George le había dicho que probablemente esta era una oportunidad para vivir todo lo que no vivió en su juventud, al haberse enamorado tan joven y Bill había estado de acuerdo. Incluso él no lo había visto como una mala idea. Claro, podría vivir como un hombre soltero. Pero… tenía dos hijos a los cuales adoraba, y tampoco sabía cómo era eso de salir a buscar citas o algo así. Tampoco le animaba mucho la idea.

Más bien, desde la noche anterior que tenía serios deseos de empacar todo y meterse en su casa de siempre, estar sentado en el sofá cuando Hermione arribara a casa y decirle "¿Cómo te fue en el trabajo? Ya volví y siento mucho si te molesta" y punto, pero las cosas no eran así de fáciles.

Había una parte de él que lo hacía sentirse fracasado, frustrado. No era capaz, nunca había sido lo suficientemente capaz de mantener algo por sí solo. ¿Qué había logrado? Un trabajo estable. Creía tener una familia feliz, pero en parte era una mentira. ¿Por qué ella siempre estaba enojada? ¿Por qué de pronto dejó de quererlo? ¿Cuándo dejó de hacerla feliz? ¿La hizo feliz alguna vez siquiera? Millones de preguntas como esas se aglomeraban en su cabeza y le quitaban el sueño por las noches.

No iba a mentir diciendo que él no estaba agotado de la rutina, que no había sentido de vez en cuando esos deseos primitivos de escapar, que le molestaba que no supieran coordinarse para andar de buen ánimo y que aun cuando la amara con locura, no se lo dijera. Estaba cansado de sus caprichos ridículos y nuevos: sus celos infundados, su poción para las arrugas y el hecho de que tuviera que prácticamente sacar número y alistarse en la fila entre los quehaceres y el trabajo para poder hacer el amor. Estaba cansado, pero se había pensado a sí mismo un poquito más paciente. Se sorprendía cada vez que se daba cuenta que le contestaba de mala manera, que se quejaba de todo y que pasaba otro día sin decirle cuánto la quería.

Si hubiese estado en sus manos, si hubiese sabido que al separarse iba a sentirse como se sentía, jamás lo hubiese hecho. Pero ella le había pedido que se fuera, que se dieran un tiempo. ¿Existía eso en los matrimonios? Ellos eran una familia, no hay 'tiempo fuera' para las familias.

Ron tenía cada vez más preguntas sin respuestas que se encargaban de hundirlo y hundirlo en lo más profundo de sus miedos, y ahogarlo en sus tristezas ante las cuales no quería dejarse ganar, pero que tarde o temprano se vio obligado a hacerlo.


N/A IMPORTANTE: ¡Hola a todxs! Sí, como ya pudieron imaginarlo, este fic es un "longfic". Tanto así como long long no quiero que sea. Eventualmente planeo un límite d capítulos. Quisiera terminarlo como máximo en marzo, veremos qué tal me va con eso. Dependerá de mi tiempo, mi resolución con la trama y la recepción que tenga de parte de ustedes (sí, me refiero a que quiero que me dejen comentarios con sus opiniones y sensaciones para ayudarme a darle forma a algunos aspectos en los que todavía tengo dudas). Lo publico porque si no lo hago ahora, se quedará guardado para siempre y tampoco me gustaría eso. La idea original de este fic la tengo hace mucho tiempo, años y años. Tenía un poco escrito de entonces pero empecé a avanzar, realmente, hace unos meses en la historia (no puedo dedicarle mucho tiempo a ff). Es un experimento, como pueden verlo: los escribo más viejitos que lo que acostumbramos siempre y es un long fic, yo solo he escrito viñetas y oneshots toda mi vida (alerta de sjdheosdsdk). Espero que les agrade la idea de la trama, por ahora no puedo asegurar mucho sobre ella, solo que las fanáticas de ronmione encontrarán en esta historia más razones para pensarlos ENDGAME.