De antiguas emociones y nuevos contrastes
La luz anaranjada del atardecer se filtraba entre las hojas de los árboles y contorneaba la pequeña figura humana, delatándola entre las sombras del follaje. El viento no era tan frío, pero sí persistente, y acariciaba su piel erizada. En cuestión de pocos minutos, ella se había acostumbrado al contacto de la brisa en su piel, como también al entumecimiento en las piernas, producto de la extraña postura que su cuerpo había adoptado. Podría decirse que ya había dominado por completo el arte de ocultarse en las copas de los árboles. Lamentablemente, no le iba tan bien dominando su nerviosismo: a pesar de que se tomaba su tiempo para respirar, como su madre le había aconsejado de pequeña (solía decir que servía para "desacelerarse"), seguía sintiendo a su corazón bombear desesperado.
De pronto, lo vio. Aunque no era más una figura difusa acercándose, los flashes rojos y blancos eran inconfundibles. Trató de camuflarse aún más entre las hojas, pero al escuchar el susurro que estas hicieron al moverse, supo que sólo se había puesto en evidencia. Sabiendo que ya no le quedaba tiempo, contuvo el aliento y cerró los ojos, con su propio palpitar resonando en sus oídos.
—Date por muerta, ya sé dónde estás. —le oyó advertir.
Claro que sabía, a pesar de no poder verla con claridad, escondida como estaba y con el ocaso en sus ojos encegueciéndolo. Debía admitirlo: la niña se escondía bastante bien. Si no contase con las ventajas que le otorgaban sus sentidos de olfato u oído, no la hubiese encontrado con tanta facilidad. Estaba seguro que si la situación se repetía en alguna noche de luna nueva pasaría horas buscándola. Pero ahora su esencia y su pulso eran lo suficientemente claros como para que Inuyasha sepa a qué rama exacta la chiquilla se había subido. Se acercó al árbol y, de un solo salto, fue a aterrizar junto a la niña. La miró con una sonrisa burlona y ella exhaló el aliento que había contenido, todavía agitada.
—Te encontré. —dijo Inuyasha con demasiada autoconfidencia. La única respuesta que recibió fue una enorme sonrisa muda, lo cual era extraño porque ella solía hablar hasta por los codos. Solo se oía el sonido del viento acompasando los menguantes latidos del pequeño corazón.
—¿Estás segura de que te gusta este juego, Rin?
—Claro que me gusta. —respondió incrédula, como si acabase de oír la pregunta más tonta jamás formulada. Porque, ¿a quién no le gustaba jugar a las escondidas? Ella no conocía a nadie que se resistiese a las maravillas del juego. Aunque claro que jamás había jugado con el señor Sesshomaru y Jaken solía decirle que era un juego estúpido. De cualquier modo, ellos no eran los mejores referentes si de juegos se trataba. En cambio, Inuyasha sí jugaba con ella, aunque a decir verdad, nunca se mostraba especialmente emocionado por jugar a las escondidas.
—¿Entonces por qué te da miedo? —le preguntó el medio demonio, como desafiándola.
—¡No me da miedo! —exclamó, su vocecita ofendida salió más aguda que de costumbre. Inuyasha supuso que a Rin no le gustaba que su valentía sea cuestionada. Estaba en todo su derecho, después de todo, para ser una niñita de diez años era bastante valiente. Había viajado con demonios, había sido raptada por Naraku... Diablos, si hasta había muerto... ¡dos veces! Y a pesar de todo, su lenguaje corporal era claro como el agua para sus sentidos: oía su pulso acelerarse y estaba seguro de que en su esencia había un rastro de temor. No era la primera vez que jugaban a las escondidas y también lo había notado en las ocasiones anteriores. De hecho, era el motivo por el cual nunca quería jugar. Si Sesshomaru estaba cerca de la aldea o sus alrededores, Inuyasha no tenía dudas de que podría percibir el abatimiento de su protegida. Y si eso llegaba a ocurrir mientras él estaba a cargo de la niña, entonces su hermano le patearía el trasero. Rin, colabora y no hagas que Sesshomaru me patee el trasero.
Pero eso era pedirle demasiado a Rin, que siempre andaba pidiéndole que la acompañe al bosque a ver animales o que la lleve a la caza de algún youkai que anduviese rondando. O quizás era culpa de él, que nunca podía negarle nada...
—Claro que... —la voz de la niña lo sacó de sus cavilaciones. Sonaba pensativa, como respondiendo a preguntas que él no había formulado—... me pongo un poco nerviosa. Pero es lo divertido del juego, ya verás cuando te toque esconderte...
—Ni de broma, Rin.
—¡Pero tú no te has escondido ni una sola vez! Ya estás igual de amargado que Jaken...
Rin puso lo que Kagome solía llamar cara de "perrito mojado", aunque él no estaba totalmente a gusto con el término. Y ahí iba él de nuevo, accediendo. ¿Cómo negarle algo a la niña de los enormes ojos marrones -tan cálidos que hasta habían derretido el congelado (y hasta supuesto) corazón de Sesshomaru? Se fastidió al saberse derrotado nuevamente, pero con la intención de tener algún tipo de control sobre la situación, le dijo que "sólo por esta vez" y que "luego ya regresarían a la aldea".
La agarró del kimono con una brusquedad a la que Rin ya se había acostumbrado y bajaron del árbol de un salto. Luego, ella, con una sonrisa que le atravesaba toda la cara, comenzó a cantar una tonta cancioncita mientras cubría sus ojos con ambas manos, aguardando a que el hanyou haga su parte del juego. Inuyasha se adentró varios metros en el bosque y se ocultó en una maleza de arbustos, aburrido como estaba de trepar a los árboles que habían sido el único escondite que Rin había escogido. La imagen mental de Rin intentando ocultar (con bastante, pero no suficiente, éxito) su cuerpo entre las hojas y la sensación de su propio cuerpo, escondido de la misma forma, se tergiversaron en un pensamiento poco feliz. Él también había sido bueno ocultándose cuando niño. Y su corazón también se aceleraba, como el de la pequeña humana minutos antes. Pero él sí había tenido miedo porque, a diferencia de Rin, jamás había jugado a las escondidas; se había escondido para salvaguardar su vida. El aliento contenido, el pulso enloquecido, los ojos bien cerrados y los músculos en tensión. Era una vieja sensación la que lo embargaba, ahora cargada de nuevos matices.
Sumido como estaba en sus pensamientos, ni siquiera notó a la pequeña hasta que sintió sus pasos seguros e irregulares acercarse. Salió del trance en el que lo habían inducido sus recuerdos, esos que rara vez dejaba salir a la luz, con la certeza de que el juego estaba por llegar a su fin. Notó que su pulso continuaba precipitado y, con una sonrisa sarcástica asomando, maldijo en silencio. No pasó mucho hasta que unas manos lo tomaron del cabello para intentar sacarlo de su escondite, mientras una vocecita gritona festejaba su victoria.
—Feh.
En realidad, no le importaba perder, al fin y al cabo, Rin le ganaba en casi todos los juegos. Sí le importaban sus incesantes pulsaciones y esa repentina emoción que el juego le había causado. ¿Así es cómo se siente, Rin?
La noche los encontró callados mientras regresaban a la aldea. Las estrellas brillaban y Rin dijo algo de querer grabarse todos los cielos en su memoria con una melancolía que resultaba cómica en su voz de niña. Inuyasha no le respondió, sin embargo, dirigió su mirada hacia el cielo nocturno y se dejó sumergir en su oscuridad tintineante. ¿Hace cuánto que no se sentía tan pequeño, frente a la inmensidad de la noche?
—Tenías razón. —admitió de repente—. Esconderse es divertido. Yo también me puse nervioso.
—¿Crees que Kagome también se pone nerviosa cuando juega a las escondidas?
Inuyasha sintió que cada fibra de sí se desvanecía al escuchar el nombre de Kagome, pero se recompuso en cuestión de segundos. Suspiró pesadamente y cerró los ojos antes de responder.
—No lo sé.
—Podemos preguntarle, ¿verdad? Cuando regrese...
—Sí. —susurró, su voz particularmente apagada y sus ojos clavados en el suelo. Rin se detuvo un momento para observarlo y un leve "oh" se escapó de sus labios al comprender lo que el hanyou estaba pensando.
—No te preocupes, va a regresar pronto... —le aseguró confiada. Sonrió con la emoción de una niña de diez años. Era imposible no sentirse contagiado por su seguridad. Cuando Rin lo decía, él sabía que no había dudas. De repente, todas sus cavilaciones, sus miedos, sus inseguridades... las oscuras certezas que lo amenazaban con no volver a ver a Kagome desaparecían y daban lugar a una fe tan pura y completa, una fe que Inuyasha no recordaba haber sentido en años.
Rin notó la nostalgia que embargaba a su acompañante y, sin previo aviso, se abalanzó sobre él.
—Te toqué, ¡ahora es tu turno! Atrápame si puedes...
Inuyasha vio a la chica escapar a toda velocidad. Sonrió. No era difícil adivinar cómo se había vuelto tan cercano a Rin: con ella no tenía que aparentar una falsa fortaleza; con ella podía sentir esa confianza tan ciega e inocente; con ella revivía al niño que nunca fue.
Bueno, este fue el fic para la Actividad "¡¿Alguien quiere pensar en los niños?!" del Foro ¡SIÉNTATE!, temática: Situaciones que hagan que los personajes se sientan de nuevo como niños. Espero que les haya gustadooooo, ¡chau! (¿Alguien miraba Nivel X? XD)
xoxo
Tat
