El funcionario miraba distraído por la ventana, dejaban atrás las grandes ciudades y el campo comenzaba a extenderse verde y vivo. Decidió echarle un último vistazo al informe de aquella visita para matar el tiempo y comenzar a perfilar la visita.

Aquel hogar llevaba un año abierto, sus responsables eran Nishijima Daigo y su esposa Maki. Era un matrimonio bien entrado en la treintena que no pudo tener hijos y se decidió por abrir un hogar para niños que necesitaban un lugar tranquilo para crecer. Nishijima había sido profesor de primaria y Maki había ocupado un puesto intermedio en la administración de una empresa, eran perfectos para esa tarea: Daigo se encargaba de la educación de los niños y Maki de la administración del lugar para que nunca les faltara de nada. Además de los administradores una cocinera ayudaba con la comida y la cena para los ocho niños que vivían en la casa.

El edificio era una casa tradicional japonesa con un gran terreno a su alrededor donde los niños podían jugar a sus anchas. La casa contaba con todas las dependencias que cualquier hogar tenía pero habían añadido una segunda planta donde estaba el despacho de Maki y el dormitorio de la pareja. Ya en la foto se transmitía la paz y tranquilidad que brindaba un lugar como ese, rodeado de campo y naturaleza.

Seguidamente cogió los expedientes de los niños que allí habitaban. Primero el de Izumi Koushiro, de 8 años. Perdió a sus padres con 4 años en un accidente de coche yendo él en el asiento trasero, después de eso lo acogieron unos primos de su padre pero el niño quedó traumatizado y no volvió a pronunciar palabra. Fueron los profesores los que asesoraron a la familia cuando vieron a la pareja desesperada por no poder atender al niño. Desde que estaba allí no había mejorado mucho pero sí que había habido algún avance.

Después abrió el de Kido Jou de 10 años, un caso triste pero muy común. Sus padres eran originarios de un pequeño pueblo de Corea del Sur, habían emigrado a Japón con sus 6 hijos para buscar un futuro mejor pero las cosas no salieron tan bien como esperaron. Cuando la señora Kido volvió a quedarse embarazada vio imposible hacerse cargo de una boca más que alimentar y renunció al bebé al nacer. Fue pasando por casas de acogida y luego por instituciones hasta que abrió este lugar. Era un niño retraído pero muy estudioso por lo que un lugar como aquel ayudaría mucho a su desarrollo.

Tachikawa Mimi, de 8 años, fue la siguiente. Sus padres eran un matrimonio bastante pudiente que se dedicaba al sector inmobiliario, el año pasado se descubrió que la empresa del padre tenía conexiones con grupos de crimen organizado y habían estado defraudando por lo que ambos se habían dado a la fuga dejando a su hija en el colegio interno donde estudiaba. El gobierno había decidido mandarla a aquella casa donde estaría segura lejos de los antiguos socios de sus padres.

Takenouchi Sora, de 9 años, era otro de los casos más comunes en aquellas instituciones. Su madre provenía de una familia muy tradicional de un pueblo pequeño, quedó embarazada a los 16 sin estar casada lo que supuso una mancha imborrable en el honor de la familia materna, su padre era desconocido. Hasta hacía un año y medio Sora había vivido con su madre en un ambiente hostil y sin apenas afecto, hasta que un años antes, cuando la familia encontró un pretendiente para la madre de la niña. El marido era mucho mayor y no aceptó en su casa a la niña, tampoco nadie de la familia materna estuvo dispuesto a hacerse cargo de ella por lo que acabó en aquel lugar.

Las dos últimas carpetas eran las que más abultaban porque pertenecían a dos pares de hermanos. Los primeros lo hermanos Ishida-Takaishi, d años. Sus padres se divorciaron 7 meses antes de que naciera el más pequeño, el padre se fue con su amante y formaron otra familia. La madre entró en una espiral de dolor cuando se encontró con dos niños pequeños y abandonada por su marido, unos vecinos alertaron de la situación un año atrás a las autoridades y cuando se personaron encontraron a ambos solos en casa y al mayor preparando la cena. Yamato presentaba golpes por todo el torso, presumiblemente estuvo protegiendo a su hermano todo aquel tiempo porque Takeru no presentaba ninguna marca pero sí una aversión patente contra su madre, de la que se refugiaba en brazos de su hermano.

Por último los hermanos Yagami, d años. Su madre se escapó de casa con 19 años escapando de los abusos sexuales perpetrados por su abuelo durante años, quedó sola vagando por las calles de Tokio hasta que una banda la captó y la convirtió en prostituta. Pronto quedó embarazada de su "chulo" y dio a luz a su primer hijo, justo después comenzó a abusar de los tranquilizantes para soportar la vida que le imponía su "marido", cuando nació la niña la cosa no mejoró. Siempre intentó hacer felices a sus hijos, los llenó de cariño y nunca dejó que nadie les hiciera nada malo, ellos eran felices viviendo con su madre pero después de aparecer varias veces en el colegio con ropa manchada o con falta de higiene los servicios sociales se hicieron cargo de ellos y comenzaron a vivir en aquel hogar.

Suspiró abatido, siempre se le hacía un nudo en la garganta al terminar de leer los informes de niños en esa situación. Todos ellos no eran aptos para la adopción, por eso vivían en un lugar donde pudieran vivir una infancia lo más feliz y plena posible.

Llegó a la casa una hora antes de mediodía, se encontraba a un par de kilómetros del pueblo, que se intuía a lo lejos. Entró en la propiedad y siguió el pequeño camino que llevaba a la entrada, escuchó gritos de niños en la parte trasera y sonrió, parecían estar jugando. Se anunció en la entrada y esperó que alguien apareciera, no quería irrumpir así como así. Una de las características de aquella visita era que no había concertada una cita previa para que los responsables no tuvieran tiempo de prepararla y con ello mentir. Volvió a saludar, esta vez un poco más alto y unos segundos después la puerta se abrió.

Apareció una mujer muy madura, quizá 60 años. Llevaba un delantal y el pelo recogido con un pañuelo, debía ser Kawabata Misako, la cocinera. La mujer lo invitó a pasar sin perder la sonrisa en el rostro.

— — ¿Qué desea?

— —Soy Kobayashi Arata, de servicios sociales. Estoy aquí para hacer una inspección.

— — Oh, servicios sociales. Entonces será mejor que llame a Nishijima-san. – La mujer no parecía en absoluto preocupada con aquella visita. Un par de minutos después volvió y lo invitó a seguirla. – Están en la parte de atrás con los niños, sígame.

Se quitó los zapatos y siguió a la mujer hasta la parte trasera, donde las puertas corredizas estaban totalmente abiertas dejando pasar el sol primaveral. Nishijima Daigo estaba sentado en la galería junto a Izumi Koushiro, que leía un libro. Nishijima Maki se encontraba sentada en el jardín junto a Tachikawa Mimi haciendo manualidades. Ishida Yamato y Takaishi Takeru se encontraban en un pequeño bosque a la orilla del jardín buscando insectos. El resto de niños parecía estar jugando a algo parecido a la guerra con palos de bambú.

Nishijima se levantó en cuanto lo vio.

— — Soy Nishijima Daigo, encantado.

— — Kobayashi Arata, servicios sociales.

— — Esperábamos su visita un día de estos. Me alegro de que esté aquí. – Nishijima Maki saludó desde donde estaba.

— — Si no le importa me gustaría empezar la visita, debo coger el tren pronto.

— — Claro. Si no le importa le haré un tour por la casa yo sólo, si dejamos a Taichi y Sora solos jugando con palos pueden volverse muy salvajes. – Dijo riendo.

— — No hay problema – se le contagió la sonrisa.

Primero lo llevó al lateral derecho, donde estaba la cocina. Allí estaba Kawabata Misako preparando la comida. Le echó un vistazo a las instalaciones, todo parecía limpio y funcional. Los alimentos estaban envasados como pedía la ley y todo ordenado y reluciente.

— — ¿Cuál es el menú de hoy, Kawabata-san? – Preguntó.

— — No tienes que ser tan formal. – Dijo sonriendo. Se sonrojó como lo hacía cuando su abuela le reprendía dulcemente. – Hoy comerán un tazón de arroz, tonkatsu y verduras salteadas. Me gusta mimarlos un poco los fines de semana.

— —¿Puede enseñarme el menú de la semana? – Misako le entregó la carpeta con todo el menú del mes planteado y algunas anotaciones.

— —¿Qué son estas anotaciones, Misako-san?

— — Son observaciones sobre qué le gusta o no les gusta a los niños. Por ejemplo: Yamato no come Pescado a la plancha pero sí a la parrilla, a Sora le gustan los platos con un poco más de sal y a Mimi le gusta tomar algo dulce de postre.

— —Vaya, se nota que es concienzuda con su trabajo.

— — Esos niños ya lo han pasado bastante mal, es lo menos que puedo hacer.

Hizo un par de preguntas más y dejaron a Misako seguir cocinando.

— — Este es el comedor. – Dijo señalando a una estancia adyacente a la cocina con una mesa enorme.

— — ¿Suelen comer todos juntos?

— — Sí, algún día se nos une la sobrina de Misako-san.

— — ¿Misako-san come con ustedes?

— — Claro, ella también es parte de la familia. – Sonrió satisfecho y anotó algo en su libreta.

Avanzaron por el pasillo.

— — Este es el baño*, tuvimos que añadir otro en el otro extremo porque las chicas se negaban a compartirlo con los chicos. Además tener un solo baño para 8 niños es un auténtico disparate. – Kobayashi se unió a las risas de Daigo.

— — En esta puerta está el ofuro. – la abrió para que lo viera. – Mimi y Hikari suelen bañarse juntas, y hemos tenido que prohibirle a Takeru que se las una. Ya es casi un hombrecito. – ambos sonrieron. – Taichi siempre es el último en bañarse. Ese canalla es capaz de hacer un verdadero desastre si se lo propone.

— — Parece que es un chico difícil. – a Daigo se le dulcificó la mirada.

— — No lo es, es un gran chico. Tiene un corazón de oro, debería conocerlo. – Quiso aligerar el ambiente – Pero es un verdadero torbellino.

—Le enseñó la sala multiusos, con una televisión y varias mesas bajas que usaban mucho en invierno.

— — La televisión es enorme. – Kobayashi era un amante de las televisiones enormes.

— — ¿Verdad? – Daigo estaba muy orgullosos de su televisión. – Cuando ves un partido parece que estés en el estadio. A veces Taichi se pega tanto a la pantalla que tengo que regañarle.

— — ¿Les gusta el fútbol?

— — Estuve unos años estudiando en el extranjero y me picó el gusanillo. Taichi empezó a verlo conmigo cuando se mudó y ahora parece que lo entiende mejor que yo. – Parecía un padre orgulloso de su vástago. Aquello le incomodó un poco, algunos de esos niños podrían volver con sus familias.

Por último le enseñó las habitaciones, en el extremo opuesto de la casa.

— — ¿Cómo duermen?

— — Los hermanos duermen juntos, Sora y Mimi en otra habitación y Jou y Koushiro en otra. – anotó algo en su libreta. – Aunque estamos pensando en hacer unos cambios.

— — ¿A qué se debe?

— — Verá, Hikari ya está creciendo y comienza a quejarse del olor a pies que deja su hermano – rió divertido – pero aún es un poco pronto para separarlos. Hemos hablado de quitar el tatami y poner literas para tener más espacio y quizá podamos acoger a algún niño más.

— — Entiendo. – Volvió a anotar.- Me gustaría ver ahora la oficina.

— — Llamaré a Maki, ella será de más utilidad.

Volvieron al patio y Daigo se acercó a su esposa, intercambiaron unas palabras y la mujer se levantó para caminar hacia él.

— — Un placer, Kobayashi-san. Sígame. – Parecía más seria y profesional que su marido.

Subieron al despacho y estuvieron discutiendo partidas presupuestarias hasta que Kobayashi quedó satisfecho.

— — Debe ser duro tener a tantos niños a cargo. – debía hacer esas preguntas.

— — Algunos días son verdaderamente difíciles, pero cuando llega el final del día y los ves a todos durmiendo tranquilos y felices todo esto merece la pena. – Kobayashi asintió dándole la razón. – Ya sabrá que hacemos esto porque no pudimos tener hijos. Quisimos adoptar pero cuando conocíamos a aquellos niños era imposible elegir a uno solo, quería protegerlos a todos. Hablamos durante meses, como sabrá mi marido es heredero de una buena fortuna así que hablamos con su padre, ya anciano, y nos dio el dinero sin dudar. Esta casa también es parte de esa herencia, no lo pensamos dos veces y la restauramos.

— — Están haciéndole la vida a estos niños, deberían estar muy orgullosos.

— — Lo estamos, pero siempre pensamos en todos los niños que siguen ahí fuera viviendo infiernos.

— La conversación comenzaba a ser demasiado personal así que bajaron al piso inferior donde Daigo intentaba arrebatarle el palo a Taichi para que se lavara las manos.

— — La comida está lista, ¿Se quedará a comer, verdad? – Preguntó Misako que ya había puesto su plato en la mesa quisiera él o no.

— — Será un placer.

La comida fue un poco caótica, Taichi y Sora competían por ver quien comía más rápido, Takeru y Hikari comían cada vez más lento mientras daban cabezadas y Jou le gritaba a Mimi cada vez que esta intentaba ponerle más verduras sin que se diera cuenta. Kobayashi sonreía intentando tranquilizar a Misako que creía que con aquel espectáculo cerrarían el lugar.

En cuanto terminaron de comer cada niño recogió sus cosas y las dejó en la cocina. Sólo quedaban en la mesa Daigo, Maki, Yamato, Takeru y Hikari.

— — Ve a jugar, Yamato. Ya hemos hablado de esto – Intentaba razonar con él Daigo.

— — Estoy bien aquí.

— — Yamato. – Dijo con tono amenazante, pero el niño apenas pestañeó.

— — Me quedaré por aquí.

Al final consiguió que se sentara en la galería a leer.

— — ¿Qué suelen hacer los niños a esta hora? – preguntó Kobayashi.

— — Hikari, Takeru y Mimi suelen dormir siesta. – Dijo Maki señalando a la salita donde yacían los tres mencionados. – Y para qué mentir, Daigo-san también suele quedarse dormido. – Kobayashi sonrió. – El resto tienen tiempo libre. Koushiro y Yamato suelen leer o hacer manualidades, Taichi y Sora juegan a lo que se les ocurra y a Jou le gusta ayudar a Misako-san.

Kobayashi hizo un par de preguntas más y de despidió de Nishijima Maki. Cerró la puerta de entrada y comenzó a caminar hacia el tren. Bostezó. Aquella casa le había recordado los veranos en casa de sus abuelos con esa calidez que se respiraba. Haría un informe excelente para que sus superiores supieran que aquel lugar era un remanso de paz donde los niños crecían felices y tenían una oportunidad de sentirse queridos.