Advertencia: Tanto los personajes como las situaciones son propiedad intelectual de Cassandra Clare.

Espero que el relato sea de vuestro agrado, de lo contrario, lamento las molestias.

¡Gracias por leer y, cualquier comentario siempre es bienvenido!


Raphael Santiago

Era un niño de Caravaggio; rizos oscuros enmarcando un rostro etéreo, inamovible, de un blanco pálido, níveo, tallado contra la oscuridad. Para él ya nunca más pasarían los días, su vida había quedado detenida, contenida en el simple instante en el que su sangre se secó bajo sus venas, cuando su corazón decidió volverse eterno y dejar de latir.

Había contradicho las mismas normas que tanto se afanaba en respetar. Había aprendido a ser paciente, a rechazar la luz del sol, a no extrañar su calidez sobre esa piel siempre fría, siempre perfecta, a ser mejor. Le habían enseñado a caminar por terreno sagrado, a llevar la cruz sobre el pecho, la cicatriz de la pérdida, el amor de una madre que jamás le vería crecer, a la que había engañado para hacerla feliz, para que no llorase por la temprana muerte de su hijo. Por ella seguía viviendo, atrapado en esa mentira, en la idea de que no era el monstruo que él se sabía, que no era el peligro mismo del que su madre tanto temía, cuando había sido él quien había masacrado a sus amigos, cuya sangre había aliviado esa sed eterna, siempre presente, latiendo en su garganta, pidiendo más de esa bebida rojiza que corría bajo la piel y que tan dulcemente sabía en sus labios, el veneno que le nutría.

Bajo su apariencia de fingida inocencia habitaba un alma maldita, contaminada por el pecado de regresar de su propia tumba cavada en la tierra. Había tenido que aceptar su nueva condición a la fuerza cuando alguien salvó su cuerpo de morir bajo la luz abrasante del sol que se colaba por una olvidada claraboya en un viejo hotel venido a menos. Y ahí había terminado por encontrar un lugar al que adaptarse, una nueva familia de sangre y noche.