Amante.

La cafetería estaba vacía, por eso iba, siempre priorizaba la intimidad por sobre el lugar de moda, las multitudes lo asfixiaban y ese pequeño local siempre resguardaba su paz mental.

Antes de llegar a su mesa de siempre, pasó a la repisa de los libros y tomo el periódico, no era del día pero no importaba, el aroma a papel impreso siempre le daba un sabor particular a su bebida.

Con la llegada del café recién preparado, su sentido de la vista se oscureció, dejando actuar a solas el sentido del olfato.

Café fresco, recién preparado, solo para él.

El vapor el grano dilato su nariz y su boca se hizo agua, el primer sorbo, ese que quema la lengua, era sin duda el mejor…

Su celular sonó y supo que significaba, sin probarlo; dejo su café de lado, cruzo las piernas por debajo de la mesa y reviso el aparato.

« 22:00 hrs, lugar de siempre, R. F.»

Se quito los lentes de lectura para repasar las miserables y escasas palabras, ni siquiera un "Hola" o un "¿estás disponible?", ella asumía que él estaba libre las 24 horas, no existían otras clientas que requirieran de sus servicios…no, no existían.

Habiendo interrumpido el inmaculado ritual del café, término bebiéndolo de un sorbo, ojeo rápidamente el periódico sin conseguir concentrarse en alguna historia interesante y con algo de ansiedad bien oculta, se dispuso a pagar la cuenta.

Con temor y algo de nerviosismo la muchacha que lo atendió, le ofreció un pequeño estuche con el valor.

La miro fijamente a los ojos y su miraba ámbar hipnotizo a la joven petrificándola en su lugar, el efecto era más que conocido, tocando suavemente su mano, devolvió el detalle y entrego el dinero mas propina, con el contacto, la piel de la joven se erizo y estuvo casi seguro, la chica tuvo un orgasmo de pie frente a él.

Se coloco las gafas oscuras y partió en silencio, debía prepararse para la noche, su mejor clienta lo esperaba.

Amante...

Manejo un poco menos de 30 minutos, ajena al ritmo de la urbe, una casona retirada de la ciudad se alzaba a la vuelta de la colina.

Las paredes de cemento y verde enredadera parecían no tener fin, si bien la casa no era tan grande el terreno parecía infinito.

Avanzo en el vehículo despacio hasta llegar a un pilar con unas bellas flores acampanadas color naranja. El citofono se escondía tras su belleza.

Odiaba llamar por el interlocutor, pero era la única manera de entrar.

Pulsando el botón rojo una voz chillona contesto del otro lado—Soy yo…—nada mas diría. El portón se abrió y su vehículo se puso en marcha nuevamente

Llego a los pies de la casa, a unos varios metros del portón, apago el motor y la puerta principal de la casa se abrió, él sabía quién lo esperaba, y eso siempre lo molestaba.

—Está en la biblioteca —el pequeño hombre con cara de rana cerró la puerta una vez que el peliplata ingreso. —Ya conoce el camino —y sin más palabras se retiro, como siempre lo hacía.

El silencio y la soledad se confabularon con la oscuridad, mantener su posición se volvió algo angustiante. Comenzó a caminar.

El recibidor se comunicaba con la biblioteca a través de un extenso pasillo, como odiaba las luces tenues de la casa, esos escuálidos círculos empotrados, que lejos de alumbrar; alimentaban la incertidumbre, por mas pasos que daba, el corredor se hacía eterno; sintió que jamás llegaría. Manteniendo la cabeza erguida pero la mirada baja, evitaba mirar los cuadros espeluznantes que decoraban con excesivo mal gusto las paredes, la madera de las terminaciones al igual que las del piso, crujían exaltando su imaginación.

Lo hacían sentir dentro de una película de terror.

Pero no.

El miedo a la muerte no existía.

El era un hombre que solo le temía a una cosa. La pobreza.

Sin tocar –y como ya era su costumbre- cruzo las puertas sin aviso, dentro de la amplia habitación, la chimenea; innecesariamente prendida, le daba un ambiente más pavoroso a la renacentista biblioteca, también odiaba los querubines pintados en el techo, de ser su casa-que no lo era y jamás lo seria- lo primero que haría sería redecorar los techos y abrir las cortinas…

Las termitas y el moho reinaban impunemente sobre la antigua construcción.

— ¡Bajo en un momento!—en alguna parte entre los pilares llenos de libros, la voz sonó distraída —quítate la ropa y ponte cómodo.

—No saludas y menos preguntas como estoy… —reclamo en tono irónico aflojando la corbata que daba el toque a su impecable tenida.

Una cabeza se asomo entre una desordenada pila de libros.

El hombre levanto la mano escuetamente en señal de saludo.

—No creí que cosas tan insignificantes te influyeran…Sesshōmaru.

—No lo hacen—respondió él—quería saber dónde estabas.

Sonriendo, la mujer reconoció haber sido engañada, poniéndose de pie, dejo los libros y sus lentes de lectura de lado, soltó su negro cabello y se puso de pie con intención de caminar hacia él.

Él se volteo.

Evitando mirarla y perderse en su imagen, prefirió cumplir con su parte y nada más.

De frente a la chimenea, con su oído seguía cada paso de la mujer acercándose, mas con su mirada, detallaba el impecable gusto al momento de buscar satisfacción.

Una gran alfombra de piel blanca se encontraba a sus pies, rodeada de almohadas grandes y pequeñas, al costado derecho una mesa baja con bebidas y tentempiés, al costado izquierdo algo cubierto con una sábana blanca.

— ¡Qué! ¿Es todo? —reclamo en tono coqueto e infantil — ¿no me quieres ver? y yo que me vestí para ti…

La corbata, chaqueta, la camisa, todo fue colgando silenciosamente en el perchero de madera al costado de la chimenea.

—Sesshōmaru… —hablo suave en su oído con tono meloso—Quiero saber si te gusta. —el aliento de la mujer recorriendo la espalda del hombre fue todo, aunque quisiera no podía seguir ignorándola.

Ella sonrió, supo que había ganado. Mientras él se daba vuelta lentamente ella tomo distancia.

Su cabello negro suelto caía sobre sus hombros descubiertos, su pálido rostro y sus labios pintados, combinaban a la perfección con el Kimono que llevaba puesto, rojo pasión.

Deliberadamente mal cerrado, el escote del traje dejaba poco a la imaginación, al igual que la abertura a la altura del muslo.

Una geisha deseaba ser y una geisha seria.

—Pídeme lo que quieras… —susurró en el mentón del hombre frente a ella.

— ¿No debería ser al revés?—el aliento femenino lo golpeo e intento cautivarlo, pero ya la conocía, si él se entregaba fácil, ella rápidamente lo desecharía, debía seguir su juego hasta el final.

—Hoy, el objeto sexual seré yo…—cruzando sus brazos, una mano llego a aferrar su cintura y la otra llego a su boca, provocando que esta mordiera al dedo invasor.

—Vamos Sesshōmaru, se que lo deseas….

—Agáchate entonces…—si eso era lo que ella deseaba, eso le daría.

De rodillas frente a él, espero instrucciones.

—Sabes lo que tienes que hacer….

—Pídemelo…

—Baja la cremallera, busca mi miembro y juega con él…

Una sonrisa traviesa, una mirada lasciva hacia arriba, y todo se volvió confuso para él.

—Sesshōmaru, hoy soy una niña muy; muy mala…