En un pueblo con mar el frío es húmedo y te cala hasta los huesos. Un escalofrío recorrió todo su cuerpo cuando salió al exterior, desde la punta de su nariz hasta el dedo gordo del pie. El viento no era suave. Tampoco intenso, pero removía de forma desagradable sus casi rizos castaños. Echó un vistazo al cielo oscuro en busca de la embriagadora luz de la luna, sin encontrarla. No le gustaban las noches sin luna, la hacían sentirse desprotegida y sola. Muy sola. Odiaba el hecho de que siempre se le hiciera tan tarde. Había pasado el día danzando entre las estanterías de la biblioteca sacando decenas de libros de cajas embaladas, haciendo memoradums y ordenándolos posteriormente por orden alfabético. Pero todavía no había terminado con todo.

La sensación de perder la noción del tiempo rodeada de libros era una especie de adicción, más aun que ese delicioso té helado que acababa de descubrir. Ese mundo era extraño, aunque la sensación de ver estrellas en el cielo le recordaba que quizás no estuviese tan lejos de casa. Mientras ordenaba y clasificaba libros no pensaba, las historias nuevas que albergaban no se lo permitían. Había tanta belleza en este nuevo mundo! Narraciones que la acercaban a lugares que ni en sus mejores sueños había imaginado que pudiesen existir. También había mucha maldad, perfidia e ignorancia que había abocado a ese mundo a la más terrible miseria. La historia de aquel mundo estaba cargada de odios, envidias y resentimiento; ansias de poder y de venganza. Por alguna razón no dudaba de la veracidad de aquellos libros que se hacían llamar de "historia". Su curiosidad la había entretenido, descubriendo guerras, engaños y genocidios. En el mundo al que acababa de llegar también existían la muerte y las malas acciones. Eso la entristecía. Su corazón no comprendía como alguien podía soportar ver sufrir a otros en beneficio de sus propios intereses. Había llegado a la conclusión, sola en compañía de sus libros, que todos deberían aprender las enseñanzas del pasado para no caer en el error de repetirlas. No sabía con exactitud qué estaba sucediendo en la actualidad, pero deseó que nada de lo que había leído se estuviese repitiendo de nuevo. Sería doloroso.

La noche estaba oscura y prefirió no centrarse en el dolor, sino en el amor que también había descubierto en los libros. Quizás el amor no superase con creces a la maldad, pero lo poco que sabía del amor le demostraba que era la fuerza más poderosa en cualquiera de los mundos. Recordó un libro que le había llamado especialmente la atención. Distinguió su título desde lejos y una fuerza extraña la atrajo hasta él. No le extrañó, ya que se había habituado a que un simple libro provocase esas sensaciones en su cabecita. No le faltaba intuición, eso lo tenía muy claro. Orgullo y prejuicio, repetía en su mente mientras daba dos vueltas a la llave para asegurar con cerrojo su amada biblioteca. Por instinto acarició sus brazos para que la fricción les aportase calor. Su abrigo era fino y recordó con una sonrisa nostálgica la capa verde mar que en otro tiempo había sido suya. El repiqueteo constante de sus tacones sobre la dura calzada la puso nerviosa. Las calles estaba desiertas. Los vecinos ya se habían resguardado sabiamente del frío en la comodidad del hogar. Suspiró. Y ese sonido le pareció titubeante en sus oídos. Un grito ahogado obstruyó su garganta, pero no permitió que saliese al exterior, poniéndola en evidencia. Sabía que nadie paseaba por los alrededores pero no importaba, ella lo escucharía y con eso le bastaba. La nariz le picaba y una conocida humedad comenzó a adueñarse de sus ojos. Otra vez estaba allí ese maldito dolor que impedía que descansara por las noches, ese maldito dolor que surgía de lo más profundo de su alma, ese maldito dolor que aparecía cuando pensaba que no pensaba en anda.; ese maldito dolor que le retorcía las entrañas, la impedía respirar y la obligaba a hacerse un ovillo en el suelo, aguardando a que desapareciese. Nunca desaparecía del todo. Ese maldito dolor que aparecía cuando recordaba la siempre traviesa sonrisa de él. Tan nítida, tan real en su mente que incluso la asustaba. Apoyó la frente en la primera superficie sólida que intuyó mientras instaba a su respiración a que se volviese acompasada, tranquila, fluida. Abrió la boca mientras apretaba muy fuerte los ojos , y el aire entró a borbotones llenando sus pulmones del gélido frío de la atmósfera. La siguiente vez cogió aire por la nariz y lo soltó despacio por la boca. Repitió este procedimiento las veces que fueron necesarias hasta que su respiración se reguló. Abrió los ojos por fin y las siempre indiscretas lágrimas que se habían alojado bajo sus párpados salieron al exterior, delatando los sentimientos que ella misma había decidido esconder.

Fue entonces cuando sucedió. Alguien le devolvía la mirada a través del grueso cristal al que estaba encaramada, y tuvo la absoluta certeza de que no era su propia imagen reflejada la que le devolvía esa mirada profunda, penetrante… desolada. Fue como la aparición de un condenado ángel vengador surgiendo entre las sombras, camuflado en las tinieblas esperando el momento justo para hacerse ver. Ella no fue consciente de cuándo apoyó la palma de la mano en el cristal, con la sensación de que la habían descubierto haciendo algo ilícito. Trató de no reír ante la idea de que aquel sutil cristal era una cruel metáfora de todo lo que la separaba de aquella mirada. Una barrera firme pero transparente, capaz de separarlos de aquella forma tan perversa.

Él se movió rápido como un suspiro hacia el exterior, dónde estaba ella. Allí estaba, su ángel vengador, su héroe particular con sus particulares y cuestionables métodos para hacerla feliz. Allí estaba, sosteniéndose con elegancia sobre su bastón, cuya empuñadora de oro apenas si era visible entre sus largos dedos. Allí estaba, con su extraño lazo violeta pegado al cuello de su camisa, con el pelo sedoso ondeando ligeramente al viento. Deseó poderle acariciar el pelo suave, revolver su siempre perfecto peinado para importunarlo y reír de nuevo juntos. Él la miraba seguro de si mismo pero a la espera. A la espera de un gesto, de una señal, algo con lo que ella le invitara a tomar la iniciativa.

Bella abrió los brazos en señal de rendición, demostrándole que su corazón no soportaría esa sensación de vacío mucho más tiempo. Lo necesitaba. Necesitaba que su cuerpo acallara la necesidad de sus propios músculos y extremidades de rodearlo y sentirlo cerca. Sintiéndolo de una vez por todas parte de ella. Él no dudó cuando sus firmes manos rodearon su cintura y la atrajo hacia su cuerpo con ferocidad, con deseo y con la certeza de que nunca más lo rechazaría . Comenzaron a acercarse lentamente, disfrutando de las sensaciones previas al contacto, sintiendo o más bien intuyendo como los latidos de sus corazones bombeaban acompasados, con estrépito y al unísono. Cuando sus labios se tocaron algo muy fuerte cambió dentro de ambos. Las suaves caricias dieron paso a una lucha frenética son control por obtener todo lo que el otro aportaba, transmitiendo todo el sufrimiento que habían albergado en sus corazones durante la interminable separación. Al cabo de un tiempo que ninguno de los dos supo calcular, ella se separó con los labios hinchados debido a la pasión. Tuvo que agarrarse a las solapas de su americana para no perder el equilibrio, ya que las piernas le temblaban. Besó su mentón con dulzura y cerró los ojos memorizando cada olor, cada sensación, sabor y sonido de ese momento. Él la obligó a alzar la barbilla y poder mirar directamente sus profundos ojos verdes. Jamás olvidaría las palabras que su amor pronunció:

- Bella, no me dejes nunca más, no podría soportarlo de nuevo.

Volvieron a besarse. Ambas esencias se fundieron. Eran un mismo corazón latiendo.